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CAPITULO | 52 |

Capítulo +18
Enjoy it, pervertid@s 
Se que lo harán ...

JESSICA

La cena había sido extraña, pero divertida. Lucka era una persona agradable, pero me parecía muy poco compatible con Hannah. Ella era simpática, pero demasiado absorbente, muy poco independiente y algo neurótica.

Lo más curioso era que, a medida que observaba su interacción, no pude evitar pensar que Hannah y Stephen hacían mejor pareja. Compartían esa misma energía demandante y controladora que parecía envolver todo a su alrededor. Aunque la realidad era muy distinta. Ellos no se soportaban, y siempre que estaban cerca, terminaban discutiendo por alguna cosa. Me sorprendía que dos personas con actitudes tan similares, que parecían obsesionadas con mantener el control, chocaran tanto entre sí.

No tenía idea de qué había pasado por mi cabeza en el momento en que lo besé, pero el impulso surgió de la nada, y simplemente me dejé llevar. Se veía increíblemente bien con su atuendo de empresario seductor, pero cuando se mostraba vulnerable, resultaba aún más atractivo, como si esa mezcla de control y fragilidad lo hiciera irresistible. A pesar de ser un obsesivo controlador en muchos aspectos, por alguna razón lo quería cerca, necesitaba esa presencia suya.

Había dicho que lo intentaría, y lo decía en serio, pero no podía hacerme responsable de lo que pudiera surgir a partir de eso. Según Christopher, los sentimientos no desaparecían, simplemente se escondían. Pero ver a Stephen tan ilusionado, tan lleno de expectativas, me hacía dudar. No quería romperle el corazón más de lo que ya lo había hecho.

Aun así, no podía evitar que los vellos de mi piel se erizaran cada vez que se acercaba a mí. No era normal. Él no era normal. Estaba más allá de lo sexy, incluso con esos tatuajes que solían desconcertarme, ahora me resultaban irresistibles. Y esa sonrisa suya, cuando estaba relajado, desprendía un encanto casi peligroso... No, definitivamente no era normal. No podía ser de este mundo alguien tan endiabladamente deseable.

Cuando prácticamente le supliqué que durmiera conmigo, fue más un impulso irracional que una decisión consciente. Lo que más me sorprendió fue su reacción: se le desencajó la mandíbula, completamente atónito por mis palabras. Sentí cómo mi respiración se volvía pesada, y cada célula de mi cuerpo entraba en alerta. Las alarmas dentro de mí comenzaron a sonar con desesperación cuando me atrajo hacia él, y mi cuerpo chocó con el suyo.

«No voy a poder contenerme»

Oh, por el amor de Dior... ¿será que me oriné encima, o se trataba de otro tipo de líquido? Me dejé llevar por lo que mi cuerpo, o mejor dicho, mis hormonas desesperadas, me estaban pidiendo a gritos. Después de todo... él era mi esposo, ¿cierto?

El calor que corría por mis venas era incontrolable, y lo deseaba más de lo que podía comprender. Por un momento, todo lo que nos separaba se desvaneció, como si fuéramos uno solo. Pero en el fondo, una pequeña voz de duda me gritaba: ¿y si estaba cometiendo un error? ¿Y si le daba esperanzas solo para descubrir que la química no era como antes, arruinándolo todo aún más?

No tuve mucho tiempo para procesar esas preguntas. Su lengua se adentró en mi boca, explorando con una intensidad que me arrancó gemidos ahogados. Cuando finalmente nos separamos, su mirada ardía de deseo. Sin pensar demasiado, mis manos empezaron a desabotonar su camisa, y al sentir su piel bajo mis dedos, me di cuenta de que también estaba afectado por mi toque. Al menos no era la única.

Parecía el típico maleante de las novelas de mafiosos, y en ese momento, no me importaba en lo más mínimo. Era el tipo de hombre al que le permitiría secuestrarme sin dudarlo ni un segundo.

Mis manos recorrieron su abdomen, deleitándome en cada detalle de su musculatura perfecta. Mordió mi labio con suavidad mientras sus manos descendían, apretando mi trasero con fuerza. En un movimiento rápido y firme, me levantó, haciéndome rodear su cuerpo con mis piernas.

—Deberíamos ir a la habitación —murmuró con una voz tan cálida y lujuriosa que mi piel se encendió aún más al escucharla—. Lo que menos necesitamos es que Annie nos encuentre otra vez en esta situación.

—¿Otra vez? —pregunté, con un nudo en la garganta—. ¿Por qué otra vez? ¿Ya nos ha encontrado?

—Te sorprendería saber cuántas veces —respondió, con una sonrisa pícara en el rostro.

Mi expresión de horror lo hizo reír, y de alguna manera, eso solo aumentó mi deseo por él. Mientras nos dirigíamos a la habitación, el cosquilleo en mi piel se intensificaba con cada segundo que sus manos me rozaban, ansiosas por quitarme la ropa. En ese instante, me rendí por completo. Me invadía una extraña sensación de tranquilidad, como si por una vez no necesitara tener el control de todo. En su lugar, me dejé llevar, aceptando estar completamente a su merced.

Siempre había sido de las que necesitaba mantener el control en las relaciones, pero ahora, estaba tan extasiada que no me importaba cederle ese poder... al menos por el momento. Sentí sus manos deslizarse por mi cuerpo con una confianza descarada, y mis sentidos se dispararon.

—Eres jodidamente hermosa —murmuró con voz ronca, y sus palabras llenas de deseo me sacudieron hasta la médula.

Me quedé embelesada observando al guapo espécimen que tenía frente a mí. Cuando se deshizo de su ropa y vi su erección, un estremecimiento recorrió mi cuerpo. Con razón era mi segundo embarazo; el hombre era la perfección hecha carne. Se acercó y depositó besos en mi mentón, bajando lentamente hasta mi cuello, apartando mi cabello con ternura.

—Eres demasiado adictiva, Jessica —susurró, y su voz ronca me encendió aún más.

No pude contenerme más. Atrapé su boca con la mía, hundiendo mis dedos en su cabello castaño mientras sus jadeos se mezclaban con los míos, tratando de controlarse, pero sin lograrlo del todo. Gemí cuando sus manos encontraron mi intimidad, tocándome sobre la fina tela de mi ropa interior. Con un movimiento, sus dedos se colaron debajo de la tela, y la sensación fue exquisita. Tocaba mi punto más sensible con una precisión que me hizo retorcerme de placer. Mi vientre se contraía bajo su toque, y cada roce me empujaba más y más hacia el abismo del éxtasis. Mi respiración se volvió errática, y mis pensamientos desaparecieron cuando llegué al límite.

―Oh, dios... ―dije, intentando respirar.

Tragué saliva, intentando recuperar el aliento, pero parecía imposible. Mi cuerpo aún temblaba por las olas de placer que acababan de sacudirlo, y Stephen no apartaba su mirada de mí. En sus ojos se proyectaba el amor, la lujuria y una necesidad intensa, haciéndome sentir aún más vulnerable, pero al mismo tiempo, más deseada que nunca.

Antes de que pudiera procesar lo que estaba ocurriendo, sus labios se aferraron a mis pechos, recorriéndolos con delicadeza. Su boca fue bajando lentamente por mi cuerpo, deteniéndose un momento en mi abdomen, antes de deslizar mis bragas suavemente por mis piernas. El roce de sus manos en mis muslos provocaba una sensación casi insoportable.

Volvió a besarme, mientras una de sus manos me levantaba ligeramente, apretando mi trasero. Su respiración era pesada, entrecortada, y mis jadeos se sincronizaban con los suyos. Entonces, lo sentí. Su erección rozaba mi pelvis, creando una fricción que arrancó de mí un gemido profundo. Sin más advertencia, lo sentí deslizarse dentro de mí, con una fuerza que me hizo arquear la espalda y aferrar mis manos a sus hombros. El placer fue inmediato.

Sus embestidas se volvieron más salvajes, y dejándome llevar por las sensaciones, lo rodeé con más fuerza con las piernas, atrayéndolo hacia mí. Mis uñas recorrían su espalda mientras lo besaba con fervor, escuchando sus gruñidos y jadeos de mi propio deseo. De repente, se apartó de mí, dejándome desorientada y desesperada por más. Estaba a punto de protestar cuando sus fuertes brazos me dieron vuelta, dejándome de espaldas a su cuerpo.

Me sentía como una muñeca entre sus manos, y estaba dispuesta a dejar que hiciera lo que quisiera conmigo.

—No tienes idea de cuánto te he extrañado, cariño —susurró con voz grave, y su aliento cálido rozó mi cuello.

Un grito escapó de mis labios cuando me penetró con una violencia que hizo que mis dedos se aferraran a las sábanas con fuerza. Cada empuje era enérgico, sin tregua, y sus manos se aferraban a mi cintura con tanta intensidad que sabía que me dejarían marcas al amanecer. Se hundía en mí una y otra vez, sin darme espacio para pensar, solo para sentir y abandonarme a las sensaciones.

—Me encanta escucharte gemir, Jessica —gruñó, y todo lo que pude ofrecer en respuesta fueron jadeos.

Mis pensamientos se encontraban perdidos en el placer de su maldito dominio. Sus dientes se clavaron en mi hombro, provocando más espasmos en mi cuerpo de lo que había anticipado. Era evidente que el hombre había nacido para el sexo, eso era una certeza innegable. Su mano se apretó contra uno de mis pechos, y la combinación de su respiración agitada en mi nuca y su cuerpo macizo presionando contra mí era descaradamente excepcional.

Clavé mis uñas en su brazo con rudeza, instándolo a seguir. No podía entender cómo había pasado casi toda mi vida sin experimentar un tipo de sexo así. O eso creía. Ahora comprendía perfectamente por qué me había dejado embarazar por él.

—Tu cuerpo me pertenece —susurró, y yo estaba a punto de regalárselo, con moño y todo.

La sensación de su lengua acariciando el lóbulo de mi oreja, sumándose a su impetuosa arremetida, me llevó al borde de un orgasmo que provocó un grito estruendoso que salió de mi garganta, resonando por toda la habitación. Su cuerpo se contrajo, alcanzando su clímax, llenándome por completo.

Intenté reponerme tras semejante encuentro mientras Stephen se arrojaba a un lado de la cama, observándome con una mirada endiabladamente seductora. Su cuerpo sudoroso y la respiración entrecortada me hicieron comprender la locura absoluta que sentía por él; había sido el mejor sexo de mi vida. El hombre sabía exactamente lo que me gustaba y cómo me gustaba. Parecía conocer cada centímetro de mí, maximizando todos mis sentidos.

—¿Estás bien? —preguntó, esbozando una sonrisa ladina.

—Sí, estoy bien. Muy bien.

—Voy por agua —exclamó, levantándose de la cama—. ¿Quieres?

—Sí, por favor.

Mientras lo veía moverse, no podía evitar sonreír. Cerré los ojos, intentando recuperar el aliento. Mi cuerpo seguía estremecido, y suponía que así iba a quedarse, al menos por unos minutos. Escuché a Stephen caminar hacia mí. Me tendió una botella de agua y sonrió al ver que bebía la mitad del contenido de un trago.

—¿Tienes sed, cariño? —preguntó, con esa voz profunda y juguetona que me hacía sentir mariposas en el estómago. Asentí con la cabeza.

Stephen se recostó de nuevo a mi lado, con expresión despreocupada y una sonrisa en los labios. Me dediqué a observarlo; tenía un cuerpo demasiado envidiable.

—Si sigues mirándome de esa manera, no podré dejarte descansar —exclamó, aún con la vista en la pantalla de su celular. Sus palabras provocaron que mis hormonas comenzaran a entrar en ebullición.

—Seguramente ya te he preguntado esto, pero... ¿no te ha dolido hacerte tantos? —señalé su cuerpo repleto de tinta, mientras observaba con detalle cada uno de sus tatuajes.

—Sí, pero hay cosas que duelen más.

—¿Más que eso? —exclamé, exponiendo mi sorpresa—. ¡Sí que tienes resistencia al dolor!

—Hay dolores más potentes y no tienen que ver con el dolor físico. Al lado de ellos, tatuarse es como dibujarse la piel con un bolígrafo.

Su voz se tornó más seria, y pude ver una sombra de melancolía en su mirada. La curiosidad me llevó a indagar más, pero también sentí que había ciertas partes de su vida que preferiría no tocar.

—¿A qué te refieres? —pregunté, intentando que mi tono fuera lo más suave posible.

—Las experiencias que marcan, las pérdidas, las decepciones... Eso es lo que realmente deja huella —respondió, ahora girando su cabeza para encontrarme en la mirada.

Aquel momento me hizo reflexionar sobre nuestras propias luchas y cicatrices, tanto internas como externas. En un instante, el ambiente cambió, y la complicidad que había entre nosotros se tornó en algo más profundo, más vulnerable.

Su respuesta me dejó sin palabras. No sabía qué responder ante eso; nunca había experimentado un dolor de tal magnitud. O, quizás, lo había olvidado. Había lidiado con una madre que no me quería, pero no más que eso. Mi infancia había sido la de la típica niña rebelde y rica, ignorada por sus padres.

—Qué profundo —solté, intentando romper el silencio que se había instalado entre nosotros.

—Haber perdido a mi madre fue uno de los sucesos más tristes que he vivido —explicó, dejando el celular en su mesa de noche—. Después te fuiste, y me sentí vacío, no como cuando ella falleció, pero muy parecido. Aún así, nada fue tan terrible como haber creído que habías muerto y que ya no volvería a verte. Eso fue lo peor que he experimentado en toda mi vida.

Su declaración volvió a dejarme muda. Este hombre tenía la capacidad de hacerme cerrar la boca mientras abría su corazón ante mí. Cada vez que creía que no podía decir algo que me hiciera dejar de pensar en su perfección, salía con comentarios como ese, que revelaban una vulnerabilidad y profundidad que no esperaba.

Sentí una profunda compasión y admiración por su valentía al compartir su dolor. Era como si eso lo hiciera más humano, más real.

—Lo siento mucho, Stephen —susurré, con sinceridad—. Siento mucho haberte hecho pasar por eso.

—No fue tu culpa, Jess —se inclinó para dejarme un beso. El choque de nuestros labios me dio una sensación placentera que recorrió todo mi cuerpo.

—Lo sé, pero no puedo evitar sentirme culpable. Debiste enamorarte de alguien con una vida más tranquila que la mía.

—No hubiese funcionado con nadie más que no fueras tú —respondió con seguridad.

Lo observé extrañada. Este hombre no era real. ¿Y si no desperté? ¿Si sigo en coma y esto solo era un sueño? ¿Si había muerto y esto era mi representación del paraíso? Sin embargo, al pensarlo bien, no me había portado tan bien en la vida como para ir al paraíso. Además, había sido agnóstica la mayor parte de ella. Dudaba mucho que en el cielo se tuviera sexo de esa forma. Lo más probable es que fuese el infierno, y si era así... me alegraba demasiado haber sido pecadora.

Intenté dormir porque mi cuerpo se sentía cansado, pero no logré concentrar mi mente. Las palabras de Stephen resonaban una y otra vez en mi cabeza. De repente, dos manos abrazaron mi cintura, y el tatuado se acercó a mí, colocando su cabeza en mi abdomen.

—¿Será que estando allí dentro sienten cuando uno tiene... ya sabes, intimidad? —preguntó susurrando.

—Supongo que deben sentir el estallido hormonal —respondí, intentando hacer que su expresión se relajara. Su rostro se desfiguró; las lindas facciones que poseía se contrajeron, como si no pudiera comprender que eso sucediera.

—¡Qué horror! ¡No quiero que el bebé sepa que hemos tenido sexo! —exclamó aterrorizado, como si nos hubieran encontrado en pleno acto.

—Aún es muy pequeño, como una ciruela —traté de tranquilizar su expresión—. No creo que sepa siquiera qué sucede en el interior, mucho menos en el exterior.

Se quedó en silencio por un momento, procesando mis palabras, y una risa suave escapó de mis labios. Me resultaba adorable verlo tan preocupado por algo que ni siquiera podía comprender.

—Tienes razón —dijo, volviéndose para observarme—. Te extrañé, Jessica.

—¿Extrañaste tener sexo conmigo? —pregunté, alzando una ceja.

Nuestros rostros quedaron a milímetros, y sus ojos azules se clavaron en los míos.

—No. Te extrañé a ti, completa. Con tu mal humor, tus respuestas extrañas —exclamó, con una sonrisa—. Que me observes de esa forma, como si fueras a comerme. Aun si no hubiera sexo, hubiese sido la mejor noche en mucho tiempo después de tanto que hemos pasado.

Sus palabras me dejaron atónita, llegando a lo más profundo de mi corazón. Era demasiado tierno, y no comprendía qué había hecho tan bien como para que me quisiera de esa forma. Le sonreí y apoyó su mentón en mi pecho, cerrando los ojos mientras se acomodaba.

En ese momento, me di cuenta de lo afortunada que era de tenerlo en mi vida. Le acaricié suavemente el cabello.

—Estoy muy segura de que la vieja yo también te extrañó —murmuré, viendo cómo la sonrisa se le ensanchaba—. Eres demasiado increíble, ¿de dónde has salido?

—Del vientre de mi madre, como ha salido Benjamín y como pronto saldrá este bebé —dijo, acariciando mi abdomen.

El solo hecho de recordar que de mis zonas íntimas saldría un bebé entero me sofocaba. ¿Cómo hacían las mujeres para soportar ese dolor? ¿Cómo había hecho yo para soportarlo una vez? Oh, por el amor de Dior... me iba a desgarrar.

—Mejor no hablemos sobre eso, que me da escalofríos —respondí, sacudiendo mis brazos como si eso pudiera despejar la inquietud que me invadía.

—Me hubiese gustado estar la primera vez —susurró, cerrando los ojos.

Un nudo se formó en mi estómago, como si me doliera que no haya podido estar allí. Seguramente lo había necesitado y me hizo mucha falta en ese momento, pero quizás fui demasiado orgullosa para buscarlo.

El silencio inundó toda la habitación. Era culpable de ello. Era culpable de que el padre de mi hijo no lo hubiese visto crecer.

—Lo siento.

—Deja de decir que lo sientes —exclamó, intentando hacerme sentir mejor—. Todo lo que ha pasado nos ha traído a este preciso momento.

—¿Cómo es que todos son tan optimistas? —rodé los ojos, aunque una parte de mí deseaba creerlo.

—Todas las personas que te conocen te aman y han estado muy preocupadas —respondió con una sonrisa tranquila.

Comprendía, pero el exceso de cuidados estaba haciéndome sentir completamente inútil.

—Lo sé, pero deben dejar de tratarme como si tuviera una enfermedad terminal.

—Sobre todo yo, ¿verdad? —preguntó, enarcando una ceja.

—Exacto.

—Tenemos un trato y lo cumpliré —respondió con seguridad—. Intentaré que los demás dejen de ser tan intensos contigo.

—Te lo agradecería enormemente.

Stephen sonrió como un niño pequeño, y esa expresión me hizo sentir un poco más ligera.

—Deberíamos hacer algo mañana —exclamó, llamando por completo mi atención.

—¿Algo? ¿Algo como qué?

—Hagamos algo que se te apetezca, como una familia —propuso, acercándose a mi rostro—. Sin Hannah con sus comentarios inapropiados, ni Scott con sus malos chistes. Solo nosotros tres... tú, yo y Ben.

Su propuesta sonaba bastante interesante, sobre todo la parte de mantenernos alejados de Hannah y Scott, pero sinceramente no recordaba qué lugar podría ser de mi agrado.

—Mmm, no se me ocurre nada —exhalé todo el aire de mis pulmones—. Deberías decidir tú.

—Piénsalo, ¿a dónde te gustaría ir?

—No lo sé, a un lugar alejado. Donde pueda descansar de las personas que intentan hacerme recordar a la fuerza.

El agotamiento que manejaba al tener que presionarme constantemente para intentar recordar era enorme. Bastante tenía con el psiquiatra, que no me generaba nada de seguridad con sus incansables preguntas, como para que todo el mundo estuviera sobre mí, intentando hacerme volver a un pasado que mi cerebro se negaba a recordar.

—Conozco un lugar perfecto. Mañana organizaré todo para que nos vayamos los tres —sonrió, acariciando mi abdomen, que apenas comenzaba a asomarse—. Perdón, los cuatro.

Se acomodó, atrayéndome hacia él y rodeando mi cintura con sus brazos. Mis ojos comenzaron a cerrarse de a poco, sintiendo la calidez de su cuerpo.

—Te amo —escuché en un murmullo.

Me dejé llevar por el sueño, sintiendo que, al menos por esa noche, todo estaba bien.

•••

BUENAS BUENAS, CHIKISTRIKIS...

AQUÍ TIENEN SU CAPITULO ON FIRE. VA LLEGANDO EL FINAL, ESTEN PREPARADAS.

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SI NO LA LEYERON, VAYAN A PARTICIPAR Y A CONOCER AL PRECIOSO HADES ❤️

NOS LEEMOS PRONTO.

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