
CAPITULO | 10 |
"EN MEDIO DE LA DIFICULTAD RESIDE LA OPORTUNIDAD"
JESSICA
Desperté y mis ojos fueron a parar directamente hacia mi hijo, quien estaba a mi lado en la enorme cama. Toda la angustia que había transitado estos días, todo ese caos contenido en mi pecho, se evaporaba solo con verlo. Nunca, ni en mis sueños más locos, hubiese pensado amar tanto a una personita tan pequeña. Acaricie su cabello rubio, y sus ojitos adormilados se abrieron. Me sonrió, y le sonreí en respuesta.
Cargue con el nueve meses dentro de mi, pase por vomitos, nauseas, mareos, baja de presión, descenso de peso, aumento y hasta el doloroso parto... solo para que sea muy parecido a su padre. E igual a su abuelo.
¿Como es que esto empezó a hacerse tan difícil? Jure que le diría a Stephen. Aún a pesar de sus miradas de odio cuando regrese de Italia, de sus palabras despectivas y de su acusación de infidelidad. Después que dijera que yo había sido el peor error que había cometido en su vida. Pues bueno, en ese momento... éramos dos errores.
El tiempo pasaba, y la bola de mentiras se hacía tan grande que estaba a punto de aplastarme. No había manera de poder seguir evadiendo lo inevitable. Debía hablar con Stephen.
Atraje a Benjamin hacia mi y lo abracé. El respondió a mi abrazo dándome un beso suave en la mejilla.
—Te amo —susurre —: Eres el amor de mi vida para siempre.
—Te amo, mamá —respondió. El nudo que tenía en la garganta se disipó con esas simples palabras y me derretí de amor en ese instante.
Después de llevar a Ben a lavarse el rostro y ayudarlo a cepillarse los dientes recitando esa canción que el conejo de la televisión cantaba a los niños para que cuidaran su higiene bucal, baje hacia la cocina con intenciones de preparar un buen desayuno que me hiciera recargar energías. No fue necesario, porque al ingresar, la imagen de Christopher luchando con la waflera me hizo emitir una sonrisa.
— ¡Tris! —le gritó Ben, corriendo hasta llegar a él y abrazar su pierna.
—Buenos días, peque —dijo el, dedicándole una sonrisa preciosa.
—¿Que estás haciendo? —pregunté divertida, cruzando los brazos sobre mi pecho.
La esquina derecha de los labios de Christopher se inclinó hacia arriba, y sus enormes ojos color ámbar se clavaron en los míos. Se veía sumamente guapo, aunque no necesitaba mucho esfuerzo para verse guapo, ya que el adn lo había privilegiado con un hermoso envase exterior.
—Como hemos estado muy ocupados con nuestros asuntos y casi no nos hemos visto esta semana, se me ocurrió venir temprano y prepararte un súper desayuno para que comiences bien la mañana —explicó.
No pude evitar sentirme afortunada.
—Eres un sol.
Se acercó a mi y puso su mano en mi barbilla, estudiando mi rostro como si quisiese guardarlo en su memoria para siempre. Su otra mano se aventuró por mi cintura, atrayéndome hacia su pecho. Deposito un suave, tierno y demandante beso en mis labios, un beso que me dejo sin aliento y con ganas de más.
—Te extrañe tanto... —susurro, recobrando la compostura —. ¿Como te encuentras, chica ruda?
Esa simple pregunta removió muchos sentimientos en mi interior. Fingí una sonrisa.
—Estoy bien. Al menos eso creo.
Chris entendió al instante que no deseaba seguir hablando al respecto, por lo que tomó una pequeña bolsa de madera que había sobre la isla y sacó un empaque de ella, poniéndose en cuclillas frente a Benjamin para estar a su altura.
—No vas a creérmelo, desperté esta mañana y adivina quien estaba en mi casa... —le mostró lo que había en el empaque —. ¡Bumbleebee!
—Oh, Dios.
Mi pequeño era fanático de las películas de los transformers, y no entendía si era por el color, por su manera de ser tan tierna o por la música, pero Bumbleebee se volvió su autobot favorito.
— ¡Mamá! —me mostró el juguete, con los ojos abiertos como platos por la sorpresa —. ¡Es Bumbiiiibiii!
—Wow, Ben... —dije, exagerando mis reacciones —, seguro ha venido desde su planeta a visitarte.
El pequeño rubio corrió, saliendo de la cocina en busca de mi mejor amigo para mostrarle su nueva adquisición.
— ¡Tío Cot! —golpeó la puerta de la habitación de Scott —. ¡Tío Cot! ¡Bumbibiiii!
Volví mi rostro hacia Christopher, quien no había dejado de mirarme ni un solo segundo. Sus brazos se enroscaron alrededor de mi y me sentí segura una vez más.
Había agradecido a la vida el haber conocido a una persona como el, tan alegre, dedicado, sentimental y abnegado. Una simple equivocación, un café derramado sobre su camisa y una quemadura de tercer grado logró que nuestros mundos se cruzaran, y solo el universo pudo saber que el era exactamente lo que yo necesitaba en ese momento.
Acaricié sus rizos rubios, acomodándolos hacia atrás como solía peinarlos, y emití un largo y profundo suspiro.
— ¿Te he dicho ya que te ves preciosa? —exclamó, con sus mirada recorriéndome entera, como si yo fuese su mundo.
Yo, por mi parte, fruncí la nariz en desacuerdo.
—Acabo de levantarme, ¿como puede ser posible eso? —cuestione.
—Es posible porque eres preciosa. La mujer más hermosa que conocí en la vida.
—Y tu eres... —las palabras no me salían —, no podría definirte porque te limitaría —dije al fin.
Me acerqué a su boca y planté un beso en ella. Christopher era más que un novio, el era mi amigo. Nuestra relación abarcaba mucho más que una simple atracción física. No había palabras para describir lo que significaba para mi.
—Vaya, es lo más lindo que me has dicho nunca.
Le di un codazo en el abdomen y el lanzó una carcajada. En un instante, mis fosas nasales se llenaron de un aroma que lograba reconocer a la perfección gracias a Scott y sus intentos de querer cocinar.
— ¿Eso que se siente es olor a quemado? —pregunté. Christopher me soltó y corrió hacia la waflera.
—Oh, ¡los wafles! —dijo, examinando el pequeño círculo carbonizado —. Me has distraído y se quemo el desayuno.
— ¿O sea que es mi culpa? —pregunté, burlona —. En ese caso no me queda otra que ayudarlo, Doctor Guerrity.
Fui hasta el refrigerador, tomé la caja de wafles listos y congelados y deposite algunos en la tostadora.
—Tramposa... —se quejó Chris, sacudiendo los restos de harina que tenía en la camiseta —. Yo los prepare de cero. Si sabía que había wafles en la nevera no me ensuciaba toda la ropa.
Scott apareció en la cocina, cargando a Benjamin en los brazos, completamente despeinado, con los ojos hinchados por la falta de sueño y el ceño fruncido.
— ¿Que es ese olor? —preguntó.
—Buenos días, Scott —Christopher le sirvió una taza de café y la deposito frente a él. Scott sentó a Benjamin a su lado, mientras mi pequeño observaba atónito la imagen del que sería su nuevo juguete favorito.
—Buenos días serán para ti, Doc. El pequeño gremlin me despertó a los gritos. Casi tira mi puerta abajo.
—Exagerado. ¿Como iba a tirar tu puerta abajo está pequeña pulguita? —cuestionó Christopher, sonriéndole a Ben.
—Aunque no lo creas, tiene fuerza —exclamó Scott. Acto seguido, me hizo una seña para que me acercase —. Jess, ven aquí.
Yo sabía lo que quería hacer. Benjamin era muy celoso de mi persona. Odiaba que otros me abrazaran o fuesen el centro de mi atención si él estaba presente, y Scott se mofaba de eso todo el tiempo.
Mi mejor amigo me dio un abrazo fuerte, y lo mantuvo hasta que el pequeño rubio se percató de ello. El juguete de Bumbleebee voló encima de la mesa cuando el pequeño estiró los brazos, esperando que soltara a Scott para alzarlo.
—No, mi mamá es mía —reclamo, dándole un manotazo para que me soltara.
Mi amigo enarcó una ceja.
—Las mujeres no son objetos, Benjamin. Jessica no es tuya.
— ¡Jessica es mía! —volvió a reclamar Ben. Chris reprimió una risa que se le asomaba apretando los labios. Scott negó con la cabeza.
—Yo la conozco antes que tu, así que es más mía que tuya —le saco la lengua y las mejillas de Benjamin comenzaron a teñirse de rojo. Sus ojos azules se tornaron más oscuros, y pude intuir que había comenzado a enfurecerse.
— ¡Mía! —le gritó, lo suficientemente fuerte como para que mi mejor amigo me soltara de su abrazo.
—Bueno, ya... —Scott lanzó una carcajada y me soltó—, no te ofendas, gremlin.
—Vaya, peque... si que tienes carácter —Christopher tocó la punta de su nariz con el dedo índice, pero Benjamin estaba muy ocupado intentando abrazarme lo suficientemente fuerte como para que Scott no me robara de su lado.
•••
Habían pasado los días y mi cabeza daba vueltas a un asunto que no podía evitar dejar de pensar. La junta directiva reclamaba mi presencia en Sky Corporation gracias al testamento de mi padre nombrándome heredera de sus acciones, por lo que tener que ir a Nueva York iba a ser inevitable.
Quizá Christian tenía razón, quizá el universo estaba dándome todas las oportunidades posibles para poder hablar con Stephen y decirle sobre Benjamin. Tenía que aprovechar este viaje.
La puerta de mi despacho se abrió de golpe y mi mejor amigo apareció, vestido como una estrella de rock de los noventa, con una camiseta de algodón blanca, unos pantalones de mezclilla con roturas en las piernas y una chaqueta de cuero.
—Estoy completa y absolutamente enamorado del patan de tu suegro... —se desparramó en la silla frente a mi escritorio, abrazando un libro que me pareció reconocer, y emitiendo un suspiro ahogado —, bah, al menos de la versión de tu suegro en este libro. Si es la mitad de precioso de lo que lo describen, puedo volverme la madrastra de tu tatuado sin ningún problema.
— ¿Que...? —entorne los ojos y logre darme cuenta que lo que tenía en sus manos era el libro que me había obsequiado Cameron Brenton. Puse los ojos en blanco —. Leonard no es mi suegro, Scott.
Sacudió la mano izquierda en el aire, restándole importancia a lo que había dicho.
—Si, claro. Bueno... pero quiero decirte que Leon me tiene... —se mordió el labio inferior —, me tiene en sus manos. En sus grandes, autoritarias y narcisistas manos —abrió el libro casi por la mitad —. Necesito hacer muchas preguntas. ¿Aún sigue casado con Brunella?
— ¿Quien es Brunella? —pregunté.
Su mirada se clavó en la mía.
—La mala de la novela —explicó, dándole una hojeada a las páginas —. Oh, por Dios, Jess... debes leer este libro. Aún no he llegado a la parte en la que conciben a Stephen pero sí que han tenido muchos intentos, el sexo entre ellos es... —se dio aire con la mano —... ufff. Me encienden más que el sol en la mañana.
Iba a objetar que me dejase terminar con mi trabajo, pero la figura de Hannah atravesó la puerta, con varias carpetas en las manos.
— ¿De que hablan? —preguntó. Scott le señaló el libro que tenía en sus manos.
— ¿Has leído este libro?
—Nop... —Hannah se sentó a un lado de mi amigo —, ¿de que trata?
— ¿Entienden que yo estoy trabajando? —aclare, viendo que ambos habían tomado mi oficina como un centro de cotilleo.
—Calla —gruñó Scott en mi dirección, para luego volverse a Hannah —. Está inspirado en los padres del tatuado de esta. Hay de todo, drama, sexo, y...
—Con el sexo ya me has convencido —dijo Hannah con una sonrisa ladina en el rostro —. Préstamelo.
—Cuando lo termine, aún no sé cómo es el desenlace. Estoy en la parte que Leon se pelea con su padre por...
— ¡No me cuentes! —le gritó Hannah.
—Lo siento —Scott elevó las manos, disculpándose —. Lo siento.
Necesitaba terminar de leer los expedientes que tenía atrasados por mis viajes reiterados a Nueva York, pero con Hannah y Scott sería imposible concentrarme. Y aunque de todas maneras, con todo lo que había en mi cabeza tampoco podría concentrarme del todo, no podía dejar colgado a Christian con tanto trabajo.
—Les pido encarecidamente que me dejen trabajar, tengo muchos pendientes y poco tiempo —reclame.
La morena de enormes ojos negros bufo de frustración.
— ¿Para que trabajas tanto? —cuestionó —. Tienes dinero, tu padre te ha dejado todo, tu novio tiene un futuro prometedor y el padre de tu hijo es multimillonario —chasqueó la lengua, completamente disconforme —. Eres muy ambiciosa, Jess.
—Primero... —asevere —: el dinero de Christopher es suyo, no mío. Segundo, el dinero de Stephen también es suyo. Y tercero... parte de la fortuna de mi padre le pertenece a Angelique.
Hannah se tapó el rostro con las manos.
—Ay dios... —se volteó para observar a Scott, quien rebuscaba en el mini bar un refresco —. ¿puedes hacerla entrar en razón? Se ha enamorado de esa niña y no piensa con la cabeza.
La realidad era que si, había caído por Angelique desde el primer momento que la vi, pero a pesar de eso, quería que tuviese lo que le correspondía. Si mi padre no hizo lo correcto en su momento, yo lo haría.
— ¿Te imaginas que nunca le digas al tatuado de Benjamin, y en unos años Angelique y Ben se conozcan, se enamoren y tengan sexo? —exclamó Scott, pensativo —. El sobrino enamorado de la tía... ¿y si tienen hijos? —frunció el ceño, negando con la cabeza —. Eso seria un desastre.
Mi cuerpo entero se paralizó. Cuando quería, mi mejor amigo podía tener una mente tan tétrica como el mismísimo Stephen King.
— ¿Por qué no dejas de decir tonterías? —mascullé con expresión asqueada —. Estás leyendo muchos libros extraños.
—Si no le dices al tatuado, lo probable es que pase —aseveró el.
—Voy a decirle, es solo... —suspiré, larga y pausadamente —, es solo que no he encontrado el momento exacto.
Scott me dedico una mirada cargada de burla a través de sus ojos rasgados. El sabía bien que había tenido muchos momentos, pero que me ganaba la cobardía.
—Si claro. Volvamos al tema de tu suegro... —le dio un sorbo a su refresco y volvió a sentarse —, ¿está soltero? ¿Sigue teniendo tanto dinero? Necesito un Sugar daddy, y si está así de precioso, lo necesito ya.
— ¡Que no es mi suegro! —aclare por millonésima vez.
—Ya entendimos —replicó Hannah, inclinándose sobre su asiento, emitiendo una enorme sonrisa que iba de oreja a oreja —. ¿No van a preguntarme porque estoy tan sonriente?
—No, gracias —respondió Scott, leyendo algo en el libro, y ganándose un golpe en la cabeza de parte de la morena.
— ¡Idiota!
Sabía que la menor de los Phoenix no se iría a no ser que escupiese todo lo que tenía para decir, por lo cual dejé mis expedientes sobre la mesa, apoye mis codos y le clave la mirada.
—A ver, Hannita... ¿por qué estás tan sonriente? —pregunté.
—Conocí a alguien.
—Oh, por dios —Scott puso los ojos en blanco, anticipándose a lo que vendría —. Ya empezamos otra vez.
—Es hermoso —siguió Hannah —. Se llama Jayce, es accionista de una marca de cosméticos muy importante.
Aquello llamó la atención de mi mejor amigo.
— ¿Cuál marca de cosméticos? ¿Consigue muestras gratis?
—No lo recuerdo. No escuche bien esa parte porque sinceramente no me importaba —contesto Hannah mientras buscaba las imágenes en su teléfono para mostrarnos lo que había vivido —. Me llevo a cenar, alquilo toda una suite y la decoro con pétalos de rosa. Tomamos Champagne toda la noche y tuvimos un sexo increible.
—Ya sabía yo que habías desaparecido por algo —se mofó Scott —. Ahora dime, ¿en algún momento de la noche maravillosa que has tenido, se te ha ocurrido confesarle al tal Jayce que tienes un novio llamado Tuckson?
La expresión de Hannah pasó de enamorada a asesina sociopata.
—Tuckson es parte del pasado, Scott.
— ¿Lo sabe el?
—Se lo dire en estos días —replicó ella, hundiendo los hombros.
Scott lanzó una carcajada y yo me contagie. Aunque no podía juzgarla, no había hablado con Christopher sobre mis encuentros con Stephen, ni tampoco le había aclarado a Stephen que estaba en una relación. Me había vuelto la reina de los cobardes.
Christian golpeó la puerta, la cual mis amigos habían dejado abierta. Tenía el ceño fruncido al ver como Hannah y Scott se reían y conversaban como si estuviesen en una cafetería poniéndose al día de sus asuntos.
— ¿Hay una reunión y no lo sabía? —preguntó irónicamente, para luego dirigirse a su hermana —. ¿No tenías que estar camino a Santa Monica, para encontrarte con Schiffer?
Hannah se reincorporó del asiento como si tuviese un resorte en el trasero, haciendo una mueca graciosa.
—Llegó la policía —se burló, lanzándome un beso al aire —. Te veré luego.
— ¿Puedo ir contigo? —preguntó Scott y la sonrisa de Hannah volvió, respondiendo con su expresión un sí rotundo —. Me encanta el muelle de Santa Monica, podríamos ir a la marisquería que está en...
—Primero a trabajar —aseveró Christian. Scott llevó su mano recta a la cabeza, simulando un saludo militar.
—Si, capitán.
Christian los observo alejarse entre risas y burlas, negando con la cabeza. Era guapo, pero llamaba la atención más por la seriedad y la caballerosidad que mostraba en cada aspecto de su vida. El era mi gran confidente. Se había convertido en un amigo excepcional cuando ni siquiera sabía que necesitaba uno, y siempre me daba los mejores consejos, a pesar de yo hacer todo lo contrario.
—Te dejare estos archivos, para que los evalúes y me digas que piensas —exclamó con la formalidad que lo caracterizaba —. No hay prisa.
— ¿Crees que deba ir a la junta directiva de Sky Corporation? —pregunté.
Sus ojos negros se clavaron en los míos.
—Ya sabes lo que yo creo. Es lo único que te dejo tu padre, confío en ti para llevarlo adelante. Si no quieres la presidencia o involucrarte, puedes nombrar un apoderado —torció el gesto, disconforme —. Solo tú puedes tomar esa decisión, Jess.
— ¿Contaré contigo si necesito ayuda?
Emitió una sonrisa que llegó hasta sus ojos y palmeó sobre mi mano, la cual estaba apoyada sobre el escritorio.
—Siempre puedes contar conmigo, Romanov.
•••
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