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CAPITULO | 07 |


"NINGÚN REENCUENTRO ES COINCIDENCIA"

JESSICA

Estaba desorientada. Podía notarlo. Había leído y releído el expediente en mi mano varias veces pero no lograba enfocar mi atención en el. Quizá el shock por la muerte de mi padre se disuadía, dándole paso a la tristeza.

Desde niños, estábamos programados para querer y aceptar a nuestros padres a pesar de sus errores, y yo no estaba exenta de esa regla. Justifique muchas veces lo injustificable, acepte maltratos psicológicos de parte de ellos, así como también la falta de afecto a medida que crecía. Siempre perdone, o intente perdonar, pero esta vez no podía.

Se oyeron unos suaves golpes en la puerta, y Christian ingresó a mi despacho con una carpeta en una mano, y un papel en la otra.

—Te ha llegado el citatorio para la lectura del testamento de tu padre, Jess —respondió; entregándome el papel —. Tendrás que viajar a Manhattan antes del viernes.

—No iré —asevere —. No me interesa.

Christian hizo una mueca.

—Entiendo que estes triste y dolida, pero es tu legado y tu patrimonio. Tu también has trabajado en Sky, te corresponde.

—Un legado sucio. Mi padre no tenía escrúpulos, nada raro que su fortuna también estuviese manchada.

Me sentía vacía cuando me fui hace más de tres años, y todo ese tiempo intenté rellenar los huecos de mi alma con las personas que me amaban incondicionalmente. Para mi desgracia, algunos seres eran irremplazables, y algunas heridas no sanaban con facilidad. 

Christian respiro varias veces, intentando buscar las palabras adecuadas para la ocasión.

—En está vida, Jessica, hay que aprender a perdonar para sanar —dijo, mirándome de frente —. No sirve de nada vivir con el resentimiento dentro de ti.

—Odio cuando lanzas esas frases motivadoras. Te golpearía —respondí con una sonrisa —. No entiendo porque el universo quiere que vuelva a ese lugar una y otra vez.

—Quizá el universo cree que tienes un asunto pendiente allí... —hundió los hombros —, como una conversación con cierto hombre tatuado.

Un gusto amargo me trepó por la garganta. Pospuse algo inevitable  durante mucho tiempo y no me sentía con la fuerza para enfrentar las decisiones que tome en el pasado.

—No se si pueda —dije, secándome las palmas de las manos que me transpiraban en la falda.

—Tienes que poder, Jess. No es justo ni para el, ni para ti. Esta situación no es justa para nadie, y si el destino te pone una y otra vez en su camino, te está queriendo decir algo —concluyó.

Odiaba cuando tenía razón, lo cual era el noventa y nueve por ciento de las veces.

—Lo se. Soy una cobarde —exclame, elevando las manos al aire y bufando de frustración —. ¿Y si hablas tu con el, mientras yo me escondo en el lugar más recóndito de la tierra? —propuse.

Christian entrecerró los ojos al mismo tiempo que se sentaba en la silla frente a mí y depositaba la carpeta en el escritorio.

—Juntarte tanto con Hannah está dejándote más secuelas de las que debería —estiró su mano para tomar la mía —. Eres valiente. Podrás hacerlo. Yo confío en ti.

— ¿Te he dicho que también odio cuando crees más en mi que yo misma? —pregunté. El solo sonrió, mostrando los hoyuelos en sus mejillas, mientras se reclinaba en su asiento.

—Muchas veces.

•••

Era la segunda vez en la vida que me enfrentaba a una lectura de testamento. La primera vez, a mis quince años, el padre de Lara decidió que era mejor opción para su fortuna dejarle todo a su única nieta. Eso provocó que la brecha entre nosotras se hiciese más grande de lo que era, incluso mi madre estuvo meses sin dirigirme la palabra más que lo suficiente.

Intenté devolverle el dinero que le correspondía, pero no lo permitió. Lara Elizabeth Simmons tenía de mujer elegante lo que tenía también de orgullosa.
Ingrese al despacho del escribano después de meditarlo bastantes minutos, y encontré en su interior al abogado de confianza de mi padre, Jason Kroger, al escribano que sellaba todos sus informes en vida, y por supuesto, a Lara Simmons.

Ambos hombres estaban impolutos, de traje, con peinados prolijos y acomodando los papeles que se leerían en la resolución del testamento. Mi madre, en cambio, era la personificación de la sofisticación. A veces me sorprendía lo joven que podía verse, y aunque habían pasado más de tres años desde nuestro último enfrentamiento, ella seguía viéndose tan espectacular como siempre.

Me observo detenidamente mientras saludaba a los hombres presentes y me recluía en una silla al rincón de la sala. Obviamente, no pasó mucho hasta que decidió querer entablar una conversación conmigo.
Maldije no haber aceptado que Leighton me acompañara. Era algo que debía hacer sola, no podía seguir involucrando a todo el mundo en mis cuestiones.

—Hola —saludó mi madre. No respondí —. Has venido tú sola... —continuó, supongo que para ella misma —. Que mujer desagradable la hija de Wyde Phoenix.

—Voy a dejarte pasar que te refieras de esa manera cuando hablas de mi amiga solo porque no tengo ganas de seguir conversando contigo. Solo vine a dejar atrás esto, y poder seguir con mi vida como si no hubieses existido.

Su expresión se endureció.

—No te olvides que soy tu madre, Jessica. Quieras o no, tienes que lidiar conmigo —una sonrisa socarrona apareció en su rostro —. A ambas nos corresponde lidiar con las acciones de Sky Corporation ahora que somos las herederas, por lo que no quiero tener encuentros no deseados contigo en los que me hechas en cara lo mucho que arruine tu existencia.

—Por mi, quédate con todo. No me interesa.

—Lo se, tienes suficiente con lo que te ha dejado mi padre, ¿cierto? —masculló entre dientes.

No respondí. No valía la pena. Había batallas que prefería no librar, sobre todo, por paz mental. Puse mi mirada en una escultura diminuta a un costado que atraía más mi atención que estar conversando con mi progenitora, y ella se dio por vencida. Bufo, y se acercó hacia los hombres, en sus intentos por acelerar el encuentro.

—Debemos esperar a alguien más —expuso el escribano, observando la hora en su reloj.

Un sentimiento agradable me inundó. Seguramente, esa persona que esperábamos era la hija no legitima de mi padre. Mis esperanzas de que Vittorio hubiese al menos intentado ser buena persona los últimos días de su vida se vieron desplomadas cuando quien entró por la puerta no era Sienna con su hija, sino Stephen.

¿Que hacia aquí? Incluso Lara lo observaba confundida, como si se tratase de un error.
Cruzo miradas conmigo y una sonrisa le iluminó el rostro. Yo por mi parte, aleje la vista de él hacia mis manos.

— ¿Está ocupada? —dijo con voz gruesa, señalando la silla junto a mi.

Negué con la cabeza sin siquiera mirarlo. Su perfume inundó mis fosas nasales y tuve que removerme en mi asiento por culpa del nerviosismo.

— ¿Estás bien? —preguntó.

—Si, gracias.

Me atreví a mirarlo. Sus ojos azules, esos que habían logrado enamorarme, estaban clavados en mi. Suspiré. Odiaba como me hacía sentir. Odiaba que fuese tan atractivo, y que me atrajera tanto. Odiaba esa sonrisa amable que colocaba cuando me observaba.

— ¿Podemos comenzar ya? —se quejó mi madre, clavándole la mirada al escribano, quien leía un escrito mientras le señalaba algo que había llamado su atención al abogado.

—Estamos todos —aseguró este —. Comencemos.

El hombre removió unos papeles, se colocó las gafas y procedió a leer el testamento:

—Yo, Vittorio Romanov, en total virtud de mis facultades tanto físicas como mentales, nombró heredera absoluta de todos mis bienes a mi única hija... —me señaló —, Jessica Angelique Romanov Simmons. Así como también el treinta y ocho por cierto de las acciones mayoritarias de Sky Corporation, con una única cláusula que certifique su puesto en la junta de consejo, y posteriormente, su lugar en la presidencia.

—Mierda —susurre. Stephen me escucho, y una sonrisita se extendió por su rostro. Una parte de mí deseaba entregarle las acciones y salir corriendo, para no tener esa charla que tanto me aterrorizaba.

—Al señor Stephen Cameron James... —continuó el escribano —, le cedo un diez por ciento de las acciones que me pertenecen de Sky Corporation, sumándose al treinta por ciento que ya es de su propiedad, pasando a ser el accionista mayoritario de la empresa.

La confusión en el rostro de Stephen se hizo notar, como también la expresión de sorpresa de mi madre al notar que no le quedarían acciones en Sky Corporation de las cuales ser dueña. Mi padre poseía solo el cuarenta y ocho por ciento de su empresa y era socio mayoritario, pero ahora la cabeza estaba al mando de Stephen James.

Maldito karma.

— ¿Que? —gritó mi madre, reincorporándose de su asiento como si fuese impulsada por un resorte en su trasero —. ¿Como que le cede las acciones a el? ¿Y yo?

—Por favor, señora Simmons —reprendió el abogado —. Tome asiento.

—Pero...

—Si quiere que continuemos, debe mantenerse callada —la interrumpió este.

Mi madre trago duro, asintiendo con la cabeza y procediendo a sentarse en el mismo asiento. Estaba más que claro que las decisiones de mi padre no eran de su agrado.

—En cuánto a mi esposa, Lara Elizabeth Simmons... —el escribano hizo una pausa —... le dejaré este sobre con un contenido muy importante.

Mis cejas se dispararon. Los ojos de Stephen se entrecerraron. Y mi madre... mi madre se ahogó con su propia saliva.

— ¿Un sobre? —se quejó —. ¿Qué hay allí... un cheque?

No espero a que siquiera el abogado se acercara para dárselo que se lo arrebato de la mano bruscamente, abriéndolo desesperada. En su interior solo había un papel blanco sin reclines y una frase escrita en el medio que no pude llegar a leer. Su rostro palideció.

— ¿Esto es una broma? ¿Que... ? —sus ojos verdes se volvieron más claros por la confusión —. ¡Tiene que ser una puta broma!

—Es todo —exclamó el escribano, firmando unos documentos antes de reincorporarse.

— ¿Es todo? —Lara estaba fuera de su eje. Su mirada irascible pronto empezó a emerger, y su piel a ponerse de diferentes colores —. ¡De ninguna manera puede ser todo! ¡Me corresponde la mitad de la fortuna de Vittorio!

El hombre ni siquiera parpadeo.

—El testamento es irrevocable, Señora Simmons.

— ¿Y si aparece otro heredero?  —pregunté. Stephen apretó la mandíbula. Era claro que hablaba de Angelique.

—Vuelvo a repetir, señorita —repuso el escribano, algo exhausto por tener que lidiar con personas tan caóticas —. El testamento del señor Romanov es irrevocable. Se hará la última voluntad de su padre.

—Entiendo... pero, ¿si yo quiero ceder parte de mi fortuna a otra persona? —cuestione —, ¿puedo hacerlo?

—Una vez esté todo a su nombre, podrá hacerlo sin problema.

—Bien.

Un destello de esperanza apareció en los ojos de Lara, esperando que dijese que le cedería todo exclusivamente a ella. Podría hacerlo sin problema si ella fuese merecedora de tal acción. Las palabras de Christian sobre perdonar para sanar se me olvidaron por un instante cuando se acercó a mi con su falsa expresión de amabilidad.

—Jess... —me sonrió, pero era una sonrisa vacía —...sabía que recapacitarías. Tu padre no estaba...

—No hablaba de ti —la interrumpí —. Hablaba de Angelique, la hija de Sienna.

— ¿Sienna? —el ceño fruncido mostraba cual desorientada se encontraba —. ¿Quien es Sienna? ¿De que hablas?

Podía hablarle sobre la hija ilegítima de mi padre, pero no quería exponerla más. A ciencia cierta sabia de lo que mi madre era capaz, y por más que no conociera a la niña, era mi hermana.

—Ahora si estás sola, Lara. Tendrás que aferrarte a Nicolae, si no es que te deja al enterarse que ya no tienes ni un centavo de la fortuna de tu esposo.

Me di levante de mi asiento y salí lo más rápido que pude mover los pies.

— ¡Jessica! ¡Vuelve aquí! —grito, completamente exasperada, para luego volverse hacia el escribano —. Voy a apelar. No se saldrán con la suya esta vez.

Una vez el aire fresco golpeó mi cara, inspire hondo, esperando que los nervios por toda la situación se evaporaran. Las calles de Manhattan estaban abarrotadas. El tránsito era un caos. Aun así, había extrañado la ciudad.

— ¡Jess! —la voz grave de Stephen resonó en mis oídos.

No iba a darme la vuelta. Mi instinto de supervivencia me repetía una y otra vez que detuviese un taxi y me largara hacia la otra punta del país... a mi lugar seguro, pero no podía seguir posponiendo lo inevitable. Me giré sobre mis talones, viéndolo acercarse a mi y observándolo con detenimiento.

Me destruía en vida.

Los músculos de sus brazos sobresalían de su camiseta blanca, ese rostro bien afeitado, esa mandíbula afilada, y esos ojos tan cautivadores. En otras palabras, un ser creado especialmente para torturarme.

Por un momento, el rostro de Christopher apareció por mi mente, y no pude evitar sentir culpa.

—Jess...

—Una vez que los bienes estén completamente a mi nombre, haré que Christian se comunique con Sienna para arreglar la herencia de Angelique —dije, intentando apaciguar mi deseo, y mi culpa también.

El negó con la cabeza.

—Angie está bien... —explicó, pasando una mano por su cabello —, ella no necesita el dinero de Vittorio.

—Le pertenece. No importa si lo necesita o no.

Una sonrisa apareció en su rostro y sus ojos tomaron otro color, uno mucho más intenso.

— ¿Nunca dejarás de ser tan obstinada, cierto?

—He madurado, pero aún tengo algunas facetas de mi antiguo yo.

—Me encantaba tu antiguo yo. Y me gusta la nueva tu.

¿Universo? ¿Que es lo que te he hecho? ¿Por qué me has abandonado?

Trague duro ante su apreciación, reprimiendo todas las ganas de abrazarlo que me nacieron en ese instante. Recordé las tantas veces que su enorme contextura física me había rodeado, alejando todos los demonios de mi cabeza.

— ¿Accionista mayoritario... eh? —pregunté con una sonrisa, desviando la conversación hacia otro lado. Frunció el ceño, mostrando desconcierto.

—No puedo comprenderlo...

—Mi padre te apreciaba mucho, Stephen.

—Tu padre no me veía hacía años, Jess —respondió —. Exactamente desde que te fuiste.

— ¿Que?

Ahora, quien estaba desconcertada era yo. Siempre creí que la razón por la cual Stephen guardó el asqueroso secreto de mi padre fue para no perjudicar sus acciones manchando su nombre con el de un abusador. Que equivocada estaba.

—Yo creí que... —sacudí la cabeza y pase una mano por mi rostro —, eres su socio... eras, perdón. ¿Como seguiste teniendo las acciones y decisiones si no se veían?

—Puse a Lucka a cargo.

—Oh.

—Es mi apoderado en Sky. Yo... —hizo una pausa significativa —. No podía, no sin ti.

Ay, Dior.

Imbecil y atractivo Stephen, ¿por qué no podía ser el mismo patan que me grito hace tres años? ¿Por qué tenía que ser lindo y recordarme la razón por la que enloquecí de amor por el?  Esta situación iba a provocarme un efecto contraproducente a escalas masivas.

Al no obtener una respuesta de mi parte, porque prácticamente me quedé mirándolo como una tonta, ladeó la cabeza y me dedico otra de sus hermosas sonrisas.

— ¿Te apetece un café? —preguntó.

—Ehm... —Mi cerebro no podía coordinar palabras.

—Tranquila, es solo un café —repuso, observándome con diversión por la reacción que estaba teniendo —. No es que vaya a raptarte ni nada que se le parezca —me guiño el ojo y yo simplemente desfallecí.

¿Raptarme? Por el amor de Dior... me ofrecía como tributo. Mi cerebro me jugó una mala pasada, imaginándolo como un mafioso secuestrador, desnudo y cubierto solo con sus tatuajes. Me sonroje, pero no por vergüenza, sino por el calor que comenzaba a recorrerme el cuerpo.

—N-no... —aclare mi garganta, porque la voz me salía extraña —, no lo sé, tengo un vuelo mañana y...

— ¿Por favor? —me interrumpió, haciendo un mohín —. Si tengo que suplicarte, lo haré. Haré lo que sea.

¡Santa madre del amor hermoso!

—No es necesario que supliques, Stephen. Vamos por ese café —respondí, completamente consciente que mi decisión me estaba llevando directamente a las puertas de ese infierno.

Un infierno lleno de secretos y mentiras, pero con el demonio más atractivo que jamás pudo haber existido.

•••

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