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88-Enferma

Kevin sabe de sobra que si he dicho eso es para que mi madre se quede tranquila, aparte de que él también asistirá al funeral y si no ha venido conmigo, es porque antes tengo que hacer una pequeña parada. Al salir del hospital llamo a un taxi y me siento en un banco cerca de la entrada para esperarlo, mientras no dejo de pensar en la llamada que he recibido antes de irme y me ha dejado bastante angustiada. Quince minutos después me subo y mientras le digo la dirección donde tiene que ir, veo a Aiden a través de la ventana venir hacia mí corriendo, le pido al taxista que arranque y él, al ver a un chico correr en nuestra dirección sale a toda velocidad.
Supongo que el pobre hombre habrá pensado que es algún loco o maltratador del cual estoy huyendo y lo veo lógico que piense eso con los gritos que pegaba para que no me fuera.
Por el camino, me mantengo en silencio con mi pasatiempo favorito: "mirar por la ventana" me quedo en la misma posición hasta llegar a mi destino.
Nada más cruzar la puerta, el camarero me indica con la mano donde está y bajo las escaleras deprisa. Y ahí le veo, borracho perdido sentado en un sofá y con un par de mujeres casi encima de él.
A paso ligero me acerco y me paro enfrente con los brazos cruzados.

–¿Qué haces aquí? —balbucea desafiante— No me vas a joder la fiesta, así que lárgate.

–Por mi, como si te quieres follar a todo el bar. —le respondo tajante— Sólo he venido porque Ángel estaba preocupado, pero ya veo que estás bien, así que sigue con lo tuyo.

Dicho esto, giro sobre mis talones y me voy maldiciendo a Ángel, por hacerme venir en vano.
Voy subiendo las escaleras sintiendo un dolor intenso por todo el cuerpo, tan solo tengo ganas de encontrar una puta farmacia, tomar una pastilla y sentirme un poco mejor hasta llegar al pueblo. De repente una mano me agarra del brazo y me gira de golpe, viendo a Daniel tambaleándose y con los ojos inyectados en sangre.

–¿Dónde crees que vas? —escupe estampándome contra la barandilla de las escaleras— Si ya me has cortado el rollo.

–Donde yo vaya no es asunto tuyo. —le replico soltando me de un tirón.

Salgo del local y oigo unos pasos detrás de mí y al girarme le veo siguiendome.

–Aunque estoy cabreado contigo, no puedo dejar que te vayas sola. —habla con dificultad debido a su estado de embriaguez.

Primero me manda a la mierda en pocas palabras y ahora ¿se preocupa por mí? Debería de mandarlo a la mierda e irme por haberse comportado como un cabrón, pero el hecho de que me haya venido a buscar a pesar de estar rodeado de mujeres dispuestas a todo, hace que todo el cabreo que tenía se esfume en un instante. Resoplando, lo llevo casi a rastras hasta la primera cafetería que veo y le pido un café cargado para que se le baje la borrachera, mientras le extiendo la mano y le exijo que me entregue las llaves de su coche.

–¿Me vas a secuestrar? —me pregunta de forma dramática levantando las cejas— ¡Qué chica más malota!

–Terminate el café y vámonos. —le contesto aguantandome la risa por su comentario.

Busca en su pantalón y me las deja con suavidad encima de la palma de mi mano, antes de poder guardarlas me sujeta de la muñeca y se me queda mirando fijamente.

–Tengo tendencia a joderlo todo y no puedo evitarlo. —murmura mordiéndose el labio— Y aún así estás aquí aguantando mi borrachera.

–No digas eso ni de coña. —le reto, meneando la cabeza incrédula— La jodida de esta historia he sido yo, no tú y jamás te dejaría solo por muchas gilipolleces que hagas.

Termino la frase y me levanto dándole a entender que el tema queda oficialmente zanjado, le hago un gesto con la cabeza para irnos y él asiente con una sonrisa ladina.
No se cuantos insultos le suelto durante el camino, pero ya he perdido la cuenta, por la brillante idea de aparcar en el quinto carajo y no exagero en decir que al menos llevamos media hora dando vueltas y aún no lo encontramos. Otro día me daría igual caminar tanto porque me gusta, pero justo hoy no valgo ni para tacos de escopeta.

-¡Joder! ¡Al final llegaremos al pueblo andando! —exclamo con las manos en las rodillas— podrías haberme avisado de que lo tenías tan lejos.

Al escucharme frena en seco y me mira con el ceño fruncido al verme en esa posición. Aunque he intentado mantenerme serena hasta ahora, los escalofríos y el malestar han ido aumentando hasta el punto que eso de fingir se ha vuelto un puto suplicio.
Como si me leyera la mente, me toca la frente y se le desencaja la cara, acto seguido se pasa las manos por el pelo nervioso.

–¡Mierda! Estás ardiendo. —me suelta con tono preocupado— ¿Por qué no me has dicho nada?

No me deja ni responder cuando me pasa un brazo por debajo de las rodillas y el otro por la espalda, levantándome como si fuera una pluma y llevándome hasta el coche.

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