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40-Sorpresas

Al verme, la sonrisa se le borra de golpe, me levanta de la barbilla y me examina detalladamente.

–Ahora mismo, me vas a explicar que está pasando —dice mi Nana con tono molesto— y más te vale que no me ocultes nada.

Me aparta y entra como Pedro por su casa, sentándose en una silla de brazos cruzados, esperando.
Sé que ella me conoce demasiado como para mentirle, pero el problema es que ahora mis ganas de hablar son nulas, también se que no se moverá de aquí hasta no saberlo todo.

–Primero dime a que has venido —le comento mientras preparo café.

–Una chica del centro, te vio en la calle con una chica en brazos y me preocupe —hace una pausa— He ido a ver a Sara y me ha dicho un pequeño resumen de lo que ha sucedido y como no me quede conforme le pedí tu dirección y aquí estoy.

A medida que le he ido relatando, ha pasado del llanto, gastando dos paquetes de pañuelos a encenderse como dinamita maldiciendo y acabando por reír a carcajadas por escupir a Morales en la cara.
A los minutos de terminar, la alarma del móvil me empieza a sonar, recordándome que apenas quedan tres horas para la carrera. Aunque le haya contado todo, sé perfectamente que si se entera de mis intenciones, intentará detenerme y eso es algo que no voy a permitir.

–Me tengo que ir —le informo mientras recojo la mesa— quédate si quieres, estás en tu casa.

Se levanta y se queda parada, observándome como un espantapájaros.

–Quédate tranquila, no me voy a meter en ningún lío, si es lo que te preocupa.  —añado poniendo los ojos en blanco.

–Jovencita a mi no me gires los ojos. —responde señalándome con el dedo— Tienes un cartel en la frente que pone, voy directa a la boca del lobo.

–¡Déjalo ya! —respondo de vuelta, empezando a cansarme— voy a estar bien, más bien cuida a Sara, te necesita más que yo.

–A sus ordenes. —réplica fulminándome con la mirada—  Espero que sepas lo que haces.

Se va pegando un portazo, la llamo para que no se vaya, pero no me hace ni puto caso.
Resoplando me empiezo a arreglar, con unos leggins negros, unas botas militares y un top corto.
Cuando veo mi cara en el espejo, me acuerdo de mi hermana y lo bien que se le daría taparme todos los moratones.
A medida que voy maquillándome, pienso en ella y espero que algún día me perdone, por haberla metido en toda esta mierda y entienda lo que voy hacer.

Salgo de casa y por el camino veo un taxi libre, me subo y le digo la dirección del taller.
Cuando llego, le pago y me voy a buscar al mecánico, después de preguntarle a varios chicos le encuentro revisando unos papeles.

–Hola, vengo a recoger el coche que dejo Daniel. —le digo, nada más le veo.

–Ya está listo, ahora te lo traigo. —responde, mirando su lista y se va.

Al cabo de diez minutos empiezo a perder la paciencia y comienzo a pasearme de arriba abajo como un gato enjaulado.
De pronto, oigo el ruido del motor y veo como se acerca y se para a mi lado.

–Aquí tienes las llaves. —dice bajándose y entregándomelas.

Le estrecho la mano y le entrego un fajo de billetes. Me subo al coche y acelero para probarlo, desviándome por caminos.
Cuando estoy por volver a la carretera, veo un lago a unos metros que me llama la atención.
Meneo la cabeza y me dirijo al punto de encuentro con la  curiosidad de volver.

Al llegar, camino a la caseta para buscar mi número de participante.

–Sabía que vendrías —Oigo la voz de Jorge detrás de mi— no me equivoque contigo.

–Eso ni lo dudes. —le contesto con seguridad—Soy mujer de palabra.

–Me alegra verte mejor. —agrega cambiando de tema—No dudes en pedirme ayuda si alguien te molesta.

–Muchas gracias. —añado, por primera vez con sinceridad— Lo tendré en cuenta.

–Buenas noches, siento llegar tarde —interviene una voz, interrumpiendo la conversación.

Giro la cabeza como la niña del exorcista, encontrándomelo sonriente con la ropa que seguramente Daniel le ha dejado. ¿Cómo cojones se ha enterado que han aplazado la carrera?

–¿Qué haces aquí Aiden? —le pregunto con los dientes apretados.





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