—¿Por qué no te quieres quitar la falda, Lu?—su pregunta no es una exigencia, su voz posee sumo cuidado, como si temiera que la respuesta me afectara; su expresión es preocupada.

Trago saliva.

—Mis...piernas....—niego lentamente, agachando la cabeza—son horribles.

Jacob levanta una ceja.

—Dudo que algo de ti sea horrible, cariño.

Miro el cielo.

—Después del accidente...—tomo aire—se me quedaron llenas de cicatrices, y...deformes...yo...Por eso uso faldas largas. No me gusta enseñar las piernas.

Él niega.

Se ha quitado la camiseta, lleva solo unos shorts playeros y el cabello alborotado por el viento.

—Lu, cariño...—se sienta a mi lado—No soy nadie para menospreciar tus inseguridades, pero si después de dos meses de relación aún crees que algo de ti no va a gustarme, creo que no me conoces.

Suelto una risa nerviosa.

—Jacob...

—Lu—advierte con suavidad—, eres preciosa, ¿me oyes?—se inclina y me da un beso en la comisura de los labios.—Estamos en la playa, el cielo está muy bonito—señala nuestro alrededor—.Eres por mucho la chica más preciosa de toda esta playa, no tienes de qué...

—No puedo usar un bikini...—lo miré a los ojos, nerviosa—Toda...t-toda esta gente, ellos...las verán...y...No, no puedo usarlo, yo...

—Mira, cariño...—me volvió a dar un pequeño beso, acariciando mi mejilla con el pulgar—puedes ponerte todo lo que quieras, quien te diga lo contrario está en un error. Si alguien piensa algo malo de tus piernas, está equivocado. Cualquiera que diga algo que no sea bueno de ti, se equivoca.¿Me oyes?

Me paralizo cuando se inclina frente a mí y comienza a levantar mi falda. La sube hasta la mitad de las pantorrillas. Las cicatrices quedan visibles, oscuras...

Aprieto los labios.

Quiero llorar.

Entonces deja un beso sobre ellas.

Lo miro con los ojos abiertos de par en par.

—Tengo un fetiche con las cicatrices...—bromea.

Le doy un golpe en la espalda y rompemos a carcajadas.

—No seas gilipollas...

Nos reímos, pero mi risa muere cuando sigue besando mis piernas, cada cicatriz, con una devoción total. Entonces me da una mirada y toma los extremos de mi falda y los baja lentamente, dejo de repirar.

Cuando quedo solo en un bikini me siento rara. Me abrazo los brazos y él me observa con una ceja levantada.

—Jacob...—murmuro.

Él me ignora y me sujeta de las rodillas y la espalda para levantarme a volantadas. Cuando miro mis piernas, me da una corriente de vergüenza. Miro a mi alrededor, pero nadie nos presta la más mínima atención, aunque eso no quite el nudo en mi garganta.

—Son horribles...—murmuro, mirándolas.

—Te aseguro que no vi jamás unas piernas tan bonitas.

Me pone un beso en los labios y entramos al agua, donde las olas chocan contra nosotros.

Me permito dejar de pensar en eso, me permito centrarme solo en él. 

Él da vueltas en el agua, mi pelo se moja y me río cuando hace un chiste sobre qué tan profundos sería capaz de ahogarlo si me hace enojar.

Así transcurre el rato, entre el sol, el agua, los chistes y los besos.

Como todo lo que pasamos juntos, es una experiencia digna de recordar.

Una experiencia llena de colores.