Capítulo 10
Lu
Cruzamos el puente.
No supe cómo. Solo que, cuando llegamos al otro lado, sujetaba la mano de Jacob. Solté una exhalación. Si tan solo mi padre hubiera cruzado el puente conmigo...
Tragué saliva. Jacob detuvo el coche.
—¿Estás segura de que aún quieres ir?
—Sí.
—Vale.
Llegamos a un edificio al otro lado de la ciudad. Era moderno, pero con un toque rústico y desinteresado. Al entrar, con Jay empujando mi silla, noté que había una pared llena de pinturas y bocetos variados.
Una mujer cincuentona, pero muy guapa y relajada, se acercó a nosotros con una cálida mirada detrás de sus delgados lentes.
—¡Nos encanta que nos visiten parejitas!—exclamó. Me puse como un tomate.
—N-No somos...—intenté corregir, pero Jacob me interrumpió.
—Soy Jacob Vitale, llamé esta mañana.
—Ya veo...—señaló la puerta a una habitación—Tenemos un instructor para usted.
Fuimos a ver a un señor que nos enseñó a dibujar retratos de personajes, paisajes y demás. Una experiencia preciosa. De no ser, claro, porque la mujer que nos recibió nos arrastró a una habitación donde se hacían pinturas en pareja.
—Es muy terapéutico—señaló.
Varias parejas se sentaban en mantas en el suelo y pintaban en un mismo lienzo. Levanté la vista y Jay me dedicó una sonrisa malvada antes de tirar de mi silla a la otra punta de la habitación.
—¿Qué haces?—chillé por lo bajo.
Había una manta, un lienzo en blanco, acuarelas y dos pinceles.
—Brillar—repondió, a lo que no entendí.
Entonces, sin nada más, me sujetó de la cintura y me dejó sobre la manta con la ligereza de una pluma. Lo miré con la interrogante en los ojos antes de mirar el cuadro.
—¿Ahora qué?—pregunté.
Él sonrió.
—Démosle color.
Tragué saliva, estábamos a punto de tomar los pinceles cuando Jacob tuvo una idea mejor. Metió la mano en las acuarelas. Jadeé.
—¿Qué demon...?—no me dejó terminar porque tomó una de mis manos e hizo lo mismo.—¡Jay!
Entonces puso su mano multicolor en el lienzo. Sentí un cosquilleo cuando hice lo mismo al otro extremo. Y así llenamos el lienzo de la marca de nuestras manos en todos los colores que pudimos, hasta que, al final, Jacob cogió el bote de pintura negra y metió los dedos para luego escribir en el lienzo Tus verdaderos colores son los que te hacen brillar.
Mi mirada conectó con la suya y, antes de que lo notara, comenzamos a tener una pequeña pelea y nos manchamos de pintura. A pesar del desastre, nuestro lienzo quedó precioso, original, diferente...como nosotros.
Cuando dejamos de lanzarnos gotas de pintura, Jay me ayudó a subir a mi silla y salimos de allí.
No sin antes colgar nuestro cuadro en las paredes de la entrada, claro.
Esperaba que hiciera brillar a muchas personas.
No sabía a dónde íbamos, pero dejé a Jacob conducir a sus anchas.
Cuando se detuvo junto a una playa, grité. Veía el restaurante de Troy a unos metros.
—¡Yuju!—gritó cuando bajó del coche y el aire marino le dio en la cara.
Una escena graciosa porque tenía la cara y la sudadera llenas de retazos de pintura.
Dio la vuelta al coche y se puso de mi lado, bajando la silla y luego a mí. A pesar de que me subió en la silla, me bajó en cuanto tocamos la arena.
Cuando me alzó a volantadas, temí por mi vida. Me sostuve de su cuello como un koala mientras él se ponía a dar vueltas y vueltas en el aire como un loco.
Solo podía carcajearme con él. A pesar de todo, el día había sido increíble. Nos reímos y, cuando se cansó, se dejó caer a la arena.
Conmigo encima.
Ajá, caí en su regazo.
Tenía insensibilizadas las piernas, pero mis caderas y la zona aledaña a ellas funcionaban bien, podía sentir su calor y el mío fluyendo a toda velocidad.
Y lo besé.
Él tardó medio segundo en tomarme de la nuca con una mano mientras con el brazo libre enroscaba mi cintura y me pegaba más a él.
Éramos un desastre de colores, literalmente.
Pero eso no importaba. Nada importaba. Me merecía vivir, dejar de tener miedo. Los dos nos lo merecíamos. Y sí, éramos desconocidos, no sabíamos demasiado del otro.
Pero tal vez era eso, la excitación de descubrir algo nuevo del otro a cada día, lo que nos atrapó desde el primer momento.
Teníamos un camino enorme por delante, aún nos quedaban varios colores por descubrir.
Aún teníamos tiempo juntos para sanar, para brillar.
Esto no era un final, era un colorido comienzo.
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