𝐗𝐗
𝐃𝐢𝐬𝐭𝐫𝐚𝐜𝐜𝐢ó𝐧 𝐲 𝐫𝐞𝐜𝐡𝐚𝐳𝐨
En el año mil novecientos ochenta y nueve fue cuando todo comenzó para ellos. Los cuatro tenían dieciocho años y algunos tenían más responsabilidades que otros, especialmente los dos jóvenes chicos que intentaban decidir qué hacer con su futuro. Ellos dos se conocieron primero. Daimel era hijo de una de las familias más antiguas que residían en aquel pueblito olvidado por el mundo. Siendo parte de los fundadores, sus padres anhelaban para él un futuro brillante, por lo que lo criaron implantando aquella ambición que opacó sin querer la humildad del muchacho; él heredó uno de los oficios de su padre, el de los autos, siendo bastante talentoso en ello. Lo tomaba como un hobby, pero su vida pasó en un parpadeo y cuando menos lo esperaba, aquello se convirtió en su vocación, mientras que a su lado ya se posaba su esposa con una hija en camino. Por otro lado, estaba William. Al igual que Daimel, su familia era una de las fundadoras, pero de hecho, sus padres nunca implantaron esa aspiración a salir de allí o a hacer algo fuera de lo común. Los Flynn siempre mantenían la tradición con firmeza en sus vidas y futuras generaciones, por lo que simplemente William aprendió el oficio de su padre y pronto lo convirtió en su vocación por elección. Tal vez por ello en esa amistad había un cierto contraste interesante, donde si ellos lo quisieran se complementarían; por un lado, la ambición de Daimel pudo haber empujado al joven William a formar nuevas aspiraciones y las actitudes de él hubieran permitido a Daimel entrar en aquella ambición sin que esta acabara con él por completo.
Sin embargo, se conocieron muy jóvenes y no estaba muy bien visto hablar de aquellos temas, de un futuro o secretamente lo que deseaban. Por ello, aunque eran amigos, realmente no sabían mucho el uno del otro. La costumbre de su compañía y ayuda los hizo encariñarse, mientras que gracias a ellos la chica que resultó ser esposa de William terminó teniendo una especie de relación parecida con la que sería la esposa de Daimel. Los años terminaron pasando, sus vidas lo hicieron. No pasó mucho tiempo y pronto ambos por su lado tuvieron a dos niñas que inevitablemente, al no conocer la historia por completo, se vieron condenadas a repetirla. Por ello me resultaba difícil de comprender todo esto.
No entendía por qué aquel hombre me había gritado de aquella manera y mucho menos por qué aquella mujer me empujo lejos, con tanta voluntad, que empecé a creerme sus palabras y sentir su rechazo. No entendía, porque, hace no mucho tiempo, aquella mujer de cabellos dorados también me llevaba a la escuela, me compraba uno que otro presente de Navidad y siempre parecía alegrarse cuando me veía en la puerta de su casa. También aquel hombre que parecía tan dócil y amable, que siempre se ofrecía a llevarnos de viaje los fines de semana y agradecía mi compañía con su hija. Daimel y Erika Crowell no tenían ni una sola lágrima en sus ojos cuando me echaron de su casa, al contarles la noticia, a pesar de que supuestamente ya sabían de ello. El empujón que me dieron para después cerrarme la puerta en la cara, fue lo que me confirmó que las madres tenían cierta intuición que parecía casi sobrenatural.
"Las personas cambian, el mundo lo hace". Eso me había dicho con tanta confianza y tal y como lo predijo, lo descubrí en las primeras horas de mi viaje, el cual pensé que sería uno de los mejores días de mi vida.
Claro que no hubo pérdidas totales. Xavier fue realmente un regalo divino. A pesar de verlo aquel día en el edificio, no quise hablarle mucho. La primera noche en la ciudad me la pasé sentada frente a ese gran edificio, después de darle la pobre excusa a Xavier de tener un lugar a donde ir. Fue una noche fría, cruel, dura y demasiado real. Lloraba, pero no sentía realmente una razón para hacerlo. Tenía mucha rabia, demasiada. No podía permitir que la vida fuera tan injusta conmigo y con lo que sentía. Había perdido una amiga, un amor, una oportunidad y solo me había quedado ahí, a la deriva. Pero aquel viejo amigo supongo que pudo leerme, porque a la mañana siguiente había vuelto solo para sacarme un poco de la penumbra.
Avisarle a mis padres de la tragedia fue difícil. El funeral iba a ser en dos días, aunque no había noticias relevantes, tuve tiempo suficiente de volver sola para dar aquella noticia. Fue la primera vez que vi llorar a mi madre de esa forma. Por mucho que pareciera estar resentida, ella también la había visto crecer, mi padre solo fue un consuelo en todo el proceso. Dos días después, habíamos partido a ver a los Crowell, pero lo más decepcionante fue cuando nos prohibieron la entrada y el mismo padre de Sara, que había sido mejor amigo de mis padres, se había acercado solo para pedirnos que nos largáramos. No recuerdo mucho lo que hice después de eso, pero por lo que me contaron, estuve a punto de arruinar el perfecto traje de Crowell, de no ser por el tipo de seguridad que se acercó ese día y fue el que se llevó toda mi cólera al ser golpeado por mí. Volver a casa después de eso no fue fácil. Tres días pasaron, pero yo ni siquiera fui consciente del tiempo. No iba a la escuela, no salía, no comía, simplemente no era yo. Mis padres estaban preocupados, por ello la llegada de Xavier fue como una especie de despertar.
El chico llegó al pueblo buscándome. Al verlo, todo volvió como un torbellino, aquella rabia y tristeza hicieron que me levantara y hablara con él sobre mis suposiciones. Fue entonces cuando el chico me explicó que aquello tenía algo de sentido, pero que no tenía pruebas. Mi obsesión comenzó allí y no quiso frenarse. Ha pasado tiempo desde que este plan se formuló, también desde que les mentí a mis padres y una semana después de la muerte de Sara partí a mi supuesta nueva escuela por una falsa beca. También ha pasado tiempo desde que empecé a enfrentarme con todo sola. Y a pesar de eso, aún siento aquella opresión en el pecho, que hace que siga, que no me permite sentir del todo el arrepentimiento, lo que me hace quedarme quieta en esa gigante cama con sábanas blancas y tersas.
¿En serio aún no estoy lista?
Pues no. Al parecer, el autosabotaje había sido parte de mí desde antes. Supongo que era moverme o sumirme en todo aquello que permanecía en mi mente y amenazaba con tragarme sin piedad. Tenía miedo, demasiado. Ese mismo miedo me hacía seguir respirando, por lo que temía perderlo y con ello soltar mi último aliento.
—Qué bien, ya has despertado— la puerta de esa habitación se abre, dando paso a esa figura atlética y alta de mi supuesto salvador.
Mi mente se había apagado; era la única manera que tenía de explicar el porqué de mi presencia en esa casa. Habíamos llegado hace bastante, lo sé porque la ventana me daba una pista de la noche pintada en el cielo; el chico no hizo preguntas, me trajo a esta habitación y, como una tonta descuidada, me dormí al instante, olvidándome de todo por un momento.
—¿Por qué me has traído aquí?— ya con la cabeza más fría, inquiero, quitándome las sábanas de encima y sentándome en la orilla de la cama, aun tengo el uniforme puesto, con todo y calzado. El chico se acerca a mí y se sienta a mi lado.
—Pensé que debía...— musita con simpleza, me mira, pero yo lo evito. De reojo puedo ver cómo las palmas de sus manos hacen cierta fricción con sus muslos, como si se las secara.
—¿Qué hacías en aquel pasillo?— mi cabeza voltea hacia él y sus ojos caramelo me encuentran. Se mantiene imparcial y deja de mover las manos para apoyarlas en el colchón.
Ya llevaba tiempo despierta, con mi cabeza nuevamente maquinando lo que había pasado hace poco. El pasillo estaba desierto, pero esas imágenes estaban pegadas por toda la pared, casi como siendo mi propio infierno personal. Antes, cuando mostraron el video en el auditorio, me había aterrado la idea de verle la cara, pero en esas imágenes se veía perfectamente. Sus ojos abiertos al igual que su boca, su cara carente de color, ahí estaba la cara con la que tanto tuve pesadillas y solo una persona parecía estar presente en el momento justo. Demasiada coincidencia.
—Ni siquiera sabía lo que estaba pasando — se excusa de inmediato. No tiembla, no desvía la mirada, solo me ve. —. También tuve una pequeña discusión con Ruby y Jade, estaba cansado y me quedé dormido en uno de los salones. Cuando salí te vi...
De inmediato una risa sale de lo más profundo de mi garganta. Es difícil no reírse, primero por la cara que pone ante mi reacción, que es una perfecta expresión de enojo, donde sus hombros se tensan sin dejar de observarme, y segundo por su excusa.
—Jace. Sé perfectamente que Zoe estaba sacando a patadas a los que estaban en los salones — sin dejar mi sonrisa me levanto de la cama, pero su mano se aferra a mi muñeca, jalándome y haciendo que vuelva a sentarme.
—Pues a mí nadie me sacó a patadas, Jodie. ¿Acaso no me crees? — ante mi silencio y falta de expresión, es él quien suelta una risa. — ¿De qué te sirve pedirme que sea honesto si cuando lo soy no me crees?
Me cuesta, pero luego comprendo por qué siento tan familiares esas palabras que fueron dichas por mí hace no mucho tiempo. Suelto un bufido divertido porque, a pesar de que no le creo y él a mí tampoco, parece que de cierta manera empezamos un juego en el que fingimos que no lo sabemos, pareciendo que ambos queremos ganar tiempo en algo. Por mi parte, sé en qué, pero por él, no tengo idea.
—Está bien —acepto después de dar un largo suspiro. Vuelvo a levantarme y me sitúo frente a él, haciendo que su perfilado rostro se alce para verme con claridad. Aprovecha la oportunidad para apoyar sus manos un poco más atrás y poder reclinarse, dando un aire seductor que me hace rodar los ojos—. Gracias por ayudarme —aunque probablemente fue planeado, alzo mi mano hacia él, queriendo que la tome. Él la ve con fijeza y después de dudar un poco, alza lentamente la suya y toma la mía.
—Lo necesitabas... —comenta. Su agarre es firme, mantiene nuestras manos quietas mientras busca mi mirada. Lo correspondo al instante—. Parecías demasiado afectada para apenas conocerla...
—Sí, bueno, la muerte no es algo cotidiano para mí. ¿A quién no le afecta? —contraataco su baja acusación, sin soltar nuestras manos—. ¿A ti no te afectó?
—Un poco, pero estaba más preocupado por la chica que se desmoronaba en el pasillo —vuelve a llevar la atención hacia mí. Un nuevo bufido sale de mí. Intento deshacer nuestro agarre, pero él aprieta levemente mi mano impidiéndolo—. ¿Te sucede muy seguido? Son ataques de pánico. ¿Lo sabes?
—Lamentablemente, sí. Ser exiliada por papá, encima lo de ahora vivir en la calle y esto, supongo que todo me terminó afectando —un suspiro sale de mis labios, demostrando un poco la tristeza que me ha acompañado desde el fin de semana, aquello si es real.
El chico sigue mirándome. Nuevamente intento que me suelte, pero vuelve a apretar. Mi ceño se frunce un poco, pero solo me regala una sonrisa cerrada antes de levantarse sin soltarme. Inesperadamente, con esa misma mano me atrae hacia él, envolviéndome con sus brazos y dejando que inevitablemente mi cabeza repose en su pecho. Mi respiración se corta un poco por la sorpresa, impidiendo que reaccione, por lo que mis manos permanecen entre nosotros mientras siento cómo acaricia mi espalda con suavidad.
—Lamento que hayas pasado por eso —musita cerca de mi oreja. Debido a su altura, tiene que curvar su espalda para lograrlo—. Lamento también lo que te dije el otro día. Confiaste en mí y yo te traicioné por culpa de mis celos —no puedo evitar empujarlo, haciendo que nuestra mirada vuelva a conectar.
—¿Celos? —indignación es lo que hay en mi tono, al igual que una de mis cejas se alza y mi boca se abre exhalando mientras lo miro sin creerle—. En serio eres...
—¿Increíble? —su sonrisa encantadora pretende desarmarme. Finjo que lo logra, soltando una risa, pero no dejo que se me acerque más.
—Tengo que irme —aviso dando varios pasos atrás, dejando en claro que no quiero que me toque. Él se queda en su lugar, metiendo sus manos en los bolsillos de su pantalón.
—¿No te quedas a cenar? —su tono es suave y dulce. Me obligo a repetir aquellas palabras que tanto me hicieron querer darle un buen golpe, pero la idea de ganarme nuevamente a Jace sigue presente.
"No te creas tan importante.
No sabes las ganas que tengo de sacarte todo.
Que quiera acostarme contigo es otra cosa.
La falsedad no me atrae."
—No creo que pueda... —me excuso apenada, bajando un poco mi cabeza. Si sigo mirándolo juro que lo golpeo.
—Me imagino que se debe a la misma razón que ha hecho sonar tu teléfono toda la tarde —su recelo es palpable, lo que me hace volver a levantar la cabeza para observarlo mientras junto mis cejas.
No tengo mi teléfono, o mejor dicho, el cacharro que Hazel me había prestado. De repente caigo en cuenta de que el peso del aparato no se siente en el bolsillo interno de la chaqueta de la escuela, lo que me hace maldecir al rubio frente a mí. El chico no espera a mi reclamo; rápidamente lo veo llevar su mano a la parte de su bolsillo trasero y sacar de allí mi celular. Me lo muestra sin dejar aquella sonrisa sospechosa y finalmente me lo tiende, pero antes de que lo agarre, lo retira.
—¿En serio no quieres quedarte? —insiste nuevamente y yo sacudo mi cabeza en negación.
—Muy segura. —el teléfono vuelve a mis manos de inmediato; con algo de desconfianza, lo guardo en mi chaqueta. Luego me tiende la mochila que llevo a la escuela, la cual no entiendo cómo llegó a sus manos.
A pesar de que tengo vía libre para irme, me quedo pasmada contra la pared y su figura. Él vuelve a reposar sus manos en sus bolsillos sin dejar de verme, y yo me dedico a esquivar sus ojos mirando el resto de la habitación, lo cual es lo más simple del mundo. Asumo que debe ser de huéspedes, porque carece de decoración relevante, al menos una que indique que le pertenece a alguien. La incomodidad nace en mí después de unos pocos segundos, obligándome a moverme hacia la puerta. El rubio se apresura y corre a abrirla sin dejar de ofrecerme aquella amigable sonrisa que no me cala para nada.
Es un juego para él, solo finge igual que yo.
El mismo pasillo que recorrí hace algunos meses se divisa nuevamente frente a mí. Ahora que está vacío puedo ver más lo amplio y pulcro que es, con aquel piso reluciente de madera y ahora hay varios cuadros reposando en las paredes, supongo que Jace los quitó esa misma noche para evitar pérdidas. Son cuadros de su familia; en algunos se ve un joven adulto posando con un traje negro, sus ojos son de un color marrón oscuro mientras mantiene una seria expresión y elegante postura. Los otros son un poco más amables a la vista, mostrando a lo que supongo es su madre, quien mantiene un perfecto cabello castaño claro en cada una de las fotos. No puedo evitar mirarlos todos en cuanto avanzo por aquel pasillo hacia las escaleras, junto con aquella presencia a mis espaldas. Intento apurar el paso en cuanto piso los escalones, pero apenas llego al final de estos, una figura sale de uno de los umbrales cercanos, haciendo que me detenga.
—Buenas noches —su voz es ronca y grave, pero a la vez muy elegante, digna del estatus que tanto posee.
A diferencia de la foto de arriba, ahora su cabello no posee aquel rubio vivo que pareció gozar en su juventud; ahora es un poco más apagado, pero igual está perfectamente peinado. Y aquellos ojos marrones tienen un brillo siniestro en cuanto me observan. No puedo evitar sentir aquel escalofrió que me recorre de pies a cabeza, casi como advirtiendo lo rápido que empieza a latir mi corazones.
—Hola, papá, has vuelto —Jace se sitúa a mi lado con una sonrisa. Sin saber qué decir, lo miro un poco de reojo. La mano del chico me toma por detrás de mi espalda, acercándome un poco hacia él—. Ella es la chica de la que te hablé el otro día, Jodie. La de intercambio —sorprendida, volteo mi cabeza para verlo. Intento mantener serena mi expresión, pero de alguna manera me siento amenazada, por lo que levemente me deshago de su agarre y mi vista se posa en el señor frente a mí.
—Mucho gusto, señor. Soy Jodie Benoit —mi mano se extiende hacia él. No duda en tomarla con el mismo agarre firme que su hijo parecía tener también. Me suelta segundos después de decir su nombre.
—Mattia Bracco, padre de este jovencito —señala un poco divertido. Su hijo se ríe y yo lo intento, pero solo me sale un extraño sonido que ni yo entiendo—. ¿Entonces te quedas a cenar?
—No, dice que no puede —aunque abro la boca para contestar, Jace me roba la palabra.
—¿En serio? Vamos, quédate. Es de mala educación rechazar la invitación a una comida, señorita Benoit. —sus ojos parecen reprenderme por lo bajo, pero igual no tengo la voluntad de estar toda una cena con esta familia. No es lo que tengo planeado. Después de lo que vi, mi miedo de estar parada frente a él es colosal.
De repente, me siento orgullosa de ocultar aquella temblorosidad en mi voz, de controlar lo rápido que late mi corazón y de poder sonreír sin dejar en claro lo mucho que quiero salir corriendo después de tomar su mano, aquella mano manchada y precaria.
—Perdóneme, pero no puedo —de inmediato intento zanjar el asunto con una sonrisa apenada, observándolos a los dos.
—¿Algún compromiso urgente? —ahonda alzando sus cejas, empujándome a hablar.
—Papá, no es asunto nuestro. Ya se tiene que ir —sorprendentemente es Jace quien me salva.
El hombre asiente levemente. Después de darme una despedida donde deja muy en claro que sus puertas están abiertas para mí en todo momento, me deja ir. El chico rubio me acompaña hasta la puerta e insiste en llevarme a casa, que ya todos saben muy bien cuál es. Me lo pienso demasiado, pero una extraña corazonada me invita a aceptar su propuesta, por lo que no demora en traer su flamante auto y emprender conmigo aquel viaje.
Es simplemente vergonzoso lo lejos que estaban los barrios donde Hazel y yo frecuentábamos a los de ellos, que por mucho eran los más decentes. Mantengo todo el rato mi mirada en la ventanilla, a pesar de que siento como en cada semáforo en rojo voltea a verme, también que lo hace cada que puede, aun estando en carretera. No es hasta que reconozco aquel horrible letrero neón que decide hablarme, mientras intento quitarme el cinturón.
—¿Tanto era tu afán de verlo? —el cinturón ya está en su lugar cuando volteo a verlo, con el ceño sumamente fruncido. Me resulta altanero por la forma en la que su voz suena al hacerme la pregunta y cómo alza sus cejas como queriendo que responda rápido. Cuando entiendo que va en serio, suelto una exhalación divertida.
—¿Sigues con eso?
—Escuché que está hecho mierda. Con razón faltó más de lo normal. ¿Has estado sola, no? —ignora mi pregunta. Veo cómo sus manos aprietan el volante, que aún no suelta a pesar de estar con el auto aparcado.
—Él está bien y yo también —mi mano no demora en tomar la manija y jalarla.
Rodeo el auto para poder entrar al gimnasio, pero escucho claramente cómo su puerta se abre. Aunque intento ignorarlo, siento cómo me jala del antebrazo. Nuevamente me veo encrucijada frente a su alta figura, obligando a mi cabeza a subir para poder verlo e intentar adivinar sus intenciones. Permanece paciente, relajado.
—¿Qué pasa? —no responde, solo suspira y no logro entender por qué.
—Recuerda que tuviste la opción de quedarte conmigo, Jodie. —mi frente se contrae, sintiendo cómo mi cabeza se inclina solo un poco al verlo—. Cuídate, Jodie.
Su rostro se acerca al mío, entonces me quedo tan quieta, solo por la incertidumbre de sus acciones. Aguanto mi propia respiración cuando se acerca peligrosamente a mis labios sin dejar de escanear todo lo que conforma mi cara. Va de mi frente a mis cejas, luego mis ojos, mejillas, nariz y luego los labios, donde se detiene. Lo siento apretar el antebrazo que aún no suelta y es entonces que la idea de huir se me presenta, pero no lo hago. Cuando siento un poco de su cálido aire acariciar mis labios, su cabeza se ladea yendo hasta mi mejilla izquierda, dejando un suave beso que me resulta extraño, amargo, venenoso.
Sin decir alguna otra palabra, se aleja y sube a su auto como si nada. Más que desorientada por su actitud, me adentro al gimnasio con cierto escalofrío nervioso en el cuerpo, quedándome quieta por el repentino miedo que surgió en mi interior.
—¿Quién era ese muchacho? —pego un brinco del susto cuando siento la voz varonil de Matt a mis espaldas. Su ceja se alza en duda y no deja aquel tono enojado que tiene desde el fin de semana, a pesar de que ya han pasado cinco largos días.
—Alguien de la escuela. —algo atontada respondo, acomodando mi mochila a mis espaldas. El hombre me escanea con extrañeza, fijándose más en un pequeño detalle de mi chaleco.
Inhalo con sorpresa cuando recuerdo que lo traigo puesto, siempre me lo quito al estar en el barrio, ya que ni de broma alguien de Roble Dorado andaría por ahí. Hasta Hazel hace lo mismo y yo ahora me he delatado. Aunque dejo caer la mochila y me lo quito con movimientos patosos, él no deja de mirarme de aquella forma que me hace morderme el labio nerviosa. Está escéptico, sus labios se aprietan sin dejar de ver el punto de mi anatomía donde antes divisaba el escudo de la dichosa escuela en el chaleco.
—¿Matt? —no responde y dentro de mí siento aquella opresión o vacío, ni siquiera puedo explicarlo. Él se aleja sin decir palabra y rendida termino dirigiéndome a las viejas escaleras de concreto que subo con desánimo, únicamente para llegar a la aburrida puerta de metal.
Al abrir veo al perro acostado en el sofá, quien alza la cabeza solo para asegurarse quién ha entrado. Como soy yo, simplemente vuelve a dormir. Si está adentro, significa que el pelinegro debe estar en la terraza. Me deshago de mis zapatos y medias, al igual que cuelgo mi mochila antes de acercarme al lugar que está sorpresivamente iluminado.
—Hola. —no es normal saludarnos, pero lo hago.
El chico está mejor que esta mañana o los días anteriores. Aun quedan rastros de la horrible pelea, pero ya puede moverse por sí mismo y pronto aquellos puntos de su ceja serán retirados. Está encogido en el suelo con algunos pequeños tarros de pintura y en su mano un pincel que se encarga de darle color a una maceta. Es increíble que ese sea su hobby. Esta es de colores rojizos.
Hazel levanta la cabeza y detiene su tarea solo para verme. Supongo que si es muy extraño esto de saludarnos, pero no esperaba que lo fuera tanto.
—¿Dónde estabas? —su voz es baja, lo que me confunde un poco. Esperaba simplemente que me ignorara, últimamente es común. Después de conversar aquella noche donde el fracaso aún residía en sus papilas gustativas, todo había sido extraño, ya ni siquiera usaba sus energías para mirarme mal.
Me adentro más en la terraza para estar frente a él.
—No preguntes cómo, pero con Jace. —se escucha una exhalación nasal de su parte, tras el virar de sus ojos, lo que me hace verlo perpleja.
—¿No se habían peleado? —sus ojos vuelven a mí, mirándome desde el suelo no parece tan impotente como de costumbre.
—¿Y tú cómo sabes eso? —no se lo había contado. A pesar de ello, me siento a su lado, abrazando mis rodillas.
—Toda la escuela hablaba de eso. —se excusa alzando sus hombros, sin prestarme atención vuelve a su tarea de pintar. A pesar de todo mantiene su zona de trabajo limpia, solo poniendo pintura donde es necesario.
No puedo evitar compararlo conmigo. Cuando hacía este tipo de trabajos terminaba arruinando mi ropa por lo descuidada que llegaba a ser, manchando todo con tal de terminar, pero ahí estaba el alto y feroz Hazel, con movimientos delicados terminando una más de sus pequeñas macetas.
—Te llamé muchas veces, pero no contestaste. —sin dejar de pintar habla, intento encontrar su oscura mirada, pero no me corresponde. Soltando un suave suspiro, tomo algo de aire.
—Pasaron cosas...
—Sí, eso vi. Lo de la conmemoración a los fallecidos, me llegó la invitación y pensé en advertirte. —me mira de reojo, pero no por completo, aún permanece concentrado en aquella figura.
—Lo volvieron a hacer. —mi voz suena más desanimada de lo que planeo, mis labios se aprietan en un intento de contener mi propia debilidad—. Pero esta vez le vi la cara. —me lamento, pero me arrepiento—. Lo siento. —veo la necesidad de decirlo. Aquello hace que el chico detenga el movimiento de su mano y voltee ligeramente su cabeza, aún sin mirarme. Su flequillo desordenado ondea un poco con el viento que llega a la terraza y un agradable olor a tierra mojada llega a mi nariz.
—¿Por que te disculpas?
—Yo sufro por su muerte, a pesar de saber lo que te hizo. — enfrentar aquello no es para nada sencillo.
La moral que al parecer tenía estaba constantemente en una gran pelea con mis propios sentimientos. A pesar de todo, lo mucho que aborrecía lo que ella había hecho aquí, a pesar del resentimiento, no puedo dejar lo que siento atrás. Sería mentira decir que la sigo amando como antes, pero también decir que la odiaba o que no la extrañaba, porque sí lo hacía.
—No sé qué clase de relación tenían, pero apuesto que no esperabas nada de esto. —agradezco que le parezca más importante pintar aquella figura, porque mis ojos se cristalizan ante la sensación que se instala en mi corazón —. A veces amamos a las personas por lo que nos muestran, pero no siempre es cierto. Tú puedes llorar su muerte todo lo que quieras, llora por el lado de ella que perdiste y yo la odiaré por el lado que conocí. Así funciona esto.
Así funcionaba eso. ¿Entonces de eso se trataba? ¿Del lado del cual me permitió ver? ¿Del lado del cual me enamoré?
—Pero ahora conozco el lado del odio. ¿Cómo a pesar de todo me permito extrañarla? —la honestidad es peligrosa y traicionera, al igual que los sentimientos.
Mi rostro termina con múltiples gotas rodando por mis mejillas en cuanto el chico por fin se digna a verme, pero no son las lágrimas que aún retengo, es la lluvia que empieza a caer sobre nosotros sin previo aviso, y a pesar de ello, nos quedamos un rato mirándonos como si las palabras no fueran necesarias. Él se encarga de cortar aquella pausa levantándose y recogiendo su pequeña obra. Ni siquiera sé dónde la guarda, pero me llama para que entre. Aunque el cuerpo me pesa mas que de costumbre, termino haciéndolo.
El perro sigue en el sofá, por ello Hazel se sienta en el suelo y vuelve a mirar aquella pared. Lo tomo como una especie de invitación y también lo hago, en completo silencio entre los dos, pero a nuestro alrededor se escuchan claramente las gotas de lluvia resonar en el techo, los bajos ronquidos de Greñas y alguna que otra gotera en el lugar, junto a nuestras respiraciones desincronizadas.
—Se puede amar y odiar a alguien. — habla de repente, muy seguro.
—¿Cómo lo sabes?— nuevamente abrazo mis rodillas en un intento de consuelo.
—Siempre me preguntaba... — aunque siento leve vacilo en sus palabras, termina hablando —. ¿Por qué mamá es así? Tan cariñosa e indiferente, me confundía tanto. Dejaba que él me golpeara, pero cuando se dormía, iba a curarme y consolarme, dejaba que él la gritara, pero cuando se iba, seguía siendo igual de amorosa. A pesar de lo mucho que buscara auxilio en sus ojos cuando la necesitaba, nunca lo hacía cuando debía. Aquello me confundía bastante.
Algo sorprendida lo miro de reojo, la pregunta de quiénes eran sus padres fue importante para mí en cierto momento, pero ahora no era necesario. Este chico verdaderamente tiene una familia rota, que lo obligó a llevar la vida en la que ahora parece pagar las consecuencias de un amor muy mal prestado. A pesar de que mi madre fuera tan recelosa, metiche y enojona, nunca había sentido aquella confusión que él parecía presentar. Mi padre siempre estaba ausente en cuanto a conversaciones se trataba, si había cruzado más de diez palabras con él en un día, aquello era un récord, nunca me pareció extraño, pero sí lo era. Yo no sabía mucho de él y él tampoco de mí, y me avergonzaba un poco admitir que, a pesar de la larga distancia, no me hacía falta del todo; es decir, sí quisiera verlo, pero no es una necesidad inhumana como lo es escuchar la regañona voz de mi madre, a pesar de lo mucho que siempre llegó a fastidiarme.
—¿No sabías a qué lado aferrarte? — cabizbaja inquiero. Parece que la valentía del momento se da únicamente porque nuestras miradas son ajenas la una de la otra, por lo que así lo mantengo.
—No sabía sus razones. No puedo culparla. — un pesado suspiro se escucha de su lado, pero permanezco quieta —. Una persona demuestra de forma diferente su miedo, ella lo evitaba y yo no entendía por qué, porque... mi manera de demostrar el miedo era enfrentarme a él aunque las piernas me temblaran y sentía que me iba a morir. — una risa se le escapa, incitando a que haga lo mismo. Asumo que, a pesar de lo amargo del recuerdo, al final esas heridas han sanado un poco.
—A veces yo suelo vivir con... con el miedo.
—Sí... yo también...
Nuevamente silencio, pero siento tantas ganas de un consuelo, de una charla desconocida que cruzo los dedos para que esto siga.
—Entonces... ¿Ahora qué sientes sobre tu mamá? — temiendo a que no me responda, mi cuerpo se tensa en cuanto siento un leve escalofrío por el poco viento que se cuela por debajo de las puertas de la terraza.
—Mmmm. — lo siento reacomodarse a mi lado, de repente lo siento más cerca, pero no me incomoda, aprovecho para recargar mis rodillas junto a las suyas —. La odio... — confiesa y yo me siento mal de repente —. La resiento. — vuelve a hablar con aquella fijación triste que me hace bajar la mirada —. Y aun así la extraño.
Es irónico, como de cierta forma estamos pasando por la misma situación.
—Sí, te entiendo. — coincido de forma vergonzosa.
—¿Qué fue lo que conociste de ella que te hace entenderme? — por primera vez desde que nos sentamos su mirada coincide con la mía. No es muy diferente a mí, sus ojos también tienen ese brillo vulnerable que parece querer ocultar.
No he hablado de esto a nadie, nunca vi necesidad. En casa todo el mundo sabía que éramos amigas y eso era todo, Xavier presentía lo que sentía, pero nunca me preguntó directamente. El tema de mis sentimientos era algo que yo trataba por mi cuenta y que nunca me había molestado en materializar con una palabra.
—Éramos amigas... — lo que ya todo el mundo sabe, pero por un momento decido detallar más —. Ella era una de esas personas que podía levantarse en sus peores días con determinación. — una risa se me escapa ante la nostalgia de mis recuerdos —. También alguien que te arrastraba a seguir, a crecer. Era decidida, honesta y amable. Nunca le veía trabas a nada, siempre encontraba la manera. Siento que viví un poco más mi vida gracias a ella. — una exhalación sale haciendo bajar mi pecho de forma violenta, sintiendo un pequeño peso fuera de mí.
Eso era lo que amaba de ella. Decirlo en voz alta hace que tome mas sentido.
—Parece una persona totalmente distinta. — comenta apoyando un poco su cabeza en lo poco que queda libre del sofá, por culpa de su perro.
—Cuando me enteré de lo de su padre... Lo de que había conseguido un empleo en la ciudad — imito su acción, viendo hacia el techo y esperando que el condenado cachorro no me muerda —. Sabía que no nos veríamos mucho, pero no que lo nuevo que llegaba a su vida la consumiría de esa manera...
—Tal vez siempre fue así, solo que ni ella misma lo sabía.
Aquello tiene mucho sentido. Algunas veces llegaba a pensar que Sara anhelaba lo que más pudiera tomar del mundo, que nunca se conformaba y aquello resultó ser mortal para ella.
—Sí... tal vez...
Suelto un nuevo suspiro que él precede. Me siento apoyada, entendida, pero al mismo tiempo sé que debo ser precavida.
Mi cabeza se voltea hacia la izquierda, reposando mi mejilla en la tela del sofá, y sin pensarlo, el chico hace lo mismo. El sonido de la lluvia se disipa un poco, por lo que oigo perfectamente el sonido que hace su nariz al soltar todo el aire que parece retener. Su ojo ya no está tan hinchado como antes, sus pómulos muestran un leve rastro de lo que fue aquella paliza y sus labios, que ahora observo con cierto escrutinio, tienen una mínima cicatriz en su labio inferior, que parece casi insignificante. Mis ojos vuelven a los suyos y siento un pequeño brinco en el corazón cuando veo que su mirada se dirige hacia mi boca, la cual inconscientemente cubro con mi lengua, en un intento de mojarla por puros nervios. Alterno mi mirada entre sus ojos y sus labios, pero la suya permanece quieta, como si estuviera enfrentando el mayor dilema de su vida.
Ya ni siquiera sé en qué estoy pensando, pero me quedo inerte cuando lo siento acercarse. Mi respiración permanece en mis pulmones, pero no por el mismo sentimiento que experimenté con Jace; este es diferente, lo siento. Él no mira mis ojos hasta que su respiración choca con mis labios. Huele a sus cereales de chocolate, por lo que debió haberlos estado comiendo antes de que yo llegara. El chico pasa saliva, haciendo que su manzana de Adán se mueva bajo mi atenta mirada. No podríamos estar más cerca en este momento; la misma pauta que él había puesto hace algunos días esta rota, pero aquella idea que intenta opacar mis impulsos se mantiene.
La culpa, la odiosa culpa.
Aunque mi mente distraída opaca esas sensaciones, termino soltando todo el aire por la nariz en un jadeo reprimido, cuando siento los labios del chico, que permanecen húmedos, chocar con los míos. Mi corazón se dispara y de repente mi mano temblorosa se posa en su rodilla. A pesar de no ser mi primera vez, me quedo inmóvil y con los ojos cerrados, esperando a que él haga algo. Lo hace segundos después, pero me da el tiempo suficiente para que mi mente me juegue una mala pasada.
Está besando a Jodie.
Me grito a mí misma y me reprocho que está mal, que no debe suceder, pero a la vez me siento encerrada en mi cuerpo y en lo que siento. Aquello que pensé que nunca volvería a sentir por alguien o siquiera a imaginar. Quiero alejarme, al menos en parte; no debo ir demasiado lejos, pero ahí estoy, sumida junto con él.
Sus labios se mueven ligeramente, son suaves; intento copiar ese movimiento a la perfección. Siento cómo una de sus manos se aferra a mi mandíbula, alzando nuestras cabezas y él ladeando la suya. Son simples movimientos donde siento que el corazón se me va a salir del pecho y, por primera vez en mucho tiempo, no es por algo malo. Lo siento separarse por unos segundos, el hormigueo en mis labios es inevitable, al igual que el hipnotizante calor que se desprende de nosotros. Ambos tomamos aire en silencio, sus labios brillan por el reciente choque y aunque lo miro a los ojos esperando un rechazo o arrepentimiento, no llega. Vuelve a jalarme suavemente de la mandíbula, encontrándose otra vez con mis labios, los cuales se mueven un poco más rápido por su petición silenciosa. A pesar de que esto no sea malo, siento una fea sensación que intento apartar. Intento distraerme.
Termino jalando levemente su labio inferior con mis dientes, con el único propósito de hacer que aquel beso opaque todo lo que mi cabeza intenta decirme, lo que intenta advertirme. Un jadeo sale de la boca del chico, uno que me hace temblar en cuanto nos volvemos a juntar. Ya con la boca más abierta, es un mundo totalmente diferente, donde siento más humedad, una que me hace cosquillas en el vientre, pero no es suficiente. Aquella voz sigue allí, en lo más recóndito de mi mente. Su lengua empuja la mía de forma un poco brusca, mi cabeza se va hacia atrás por el movimiento. Intento devolvérsela, pero no sé por qué de repente parece una competencia. Lo intento, en serio lo hago, pero no es hasta que él siente el regusto salado entre nuestras bocas que nos separamos.
Sus labios están hinchados, pero eso no es lo relevante. Lo que sí lo es, es aquel gesto que hace, con sus ojos abiertos y preocupados, cuando nota que lloro. Ni siquiera sé por qué, no me estaba sintiendo mal, pero es imposible no caer ante aquello que intento no reconocer. Él no es mal chico, pero no merece eso.
Aquella vocecita en mi cabeza es fuerte, demasiado, logrando opacar todo lo bueno que se supone debo sentir. Recuerdo quién soy, lo que está en juego, las consecuencias que se avecinan y lo pronto que debo desaparecer. Intento poner una distancia considerable al hacer que suelte mi mandíbula. Mi pecho sube y baja agitado y siento mis mejillas arder cuando lo miro.
—No deberíamos haber hecho eso —murmuro, con la voz temblorosa y los ojos bajos, incapaz de enfrentar su mirada después de lo que acaba de suceder.
No entiendo por qué él no parece estar arrepintiéndose también, después de todo, esto es lo que menos se esperaba de nosotros. Una oleada de vergüenza y confusión me invade, no sé ni cómo lo seguiré viendo a la cara, más por el hecho de que a pesar de mi negación, aún me siento viva y excitada por él, cosa que me termina aterrando. ¡Por Hazel Park! Esto no debía pasar.
—Jodie...
Estaba besándola a ella.
—Estoy cansada, creo que deberíamos ir a dormir. — insisto levantándome, pero me jala hacia él.
—¿Qué pasa? ¿Hice algo malo?
Claramente él no es el problema. A pesar de todo lo que hemos pasado, lo mucho que juró odiarme, aquello era inesperado, asumo que yo soy la que menos derecho tengo de rechazarlo, pero así estaba siendo.
—No, solo quiero dormir.
Me vuelvo a levantar y me dirijo hacia la esquina donde aún están mis maletas, buscando mi pijama sintiendo su presencia a mis espaldas. Cuando volteo para irme a cambiar, me intercepta.
—Dime qué pasa. — pide seriamente y yo evito su mirada —. Jodie, dime.
—¡Solo me dejé llevar por un maldito momento! — no planeaba gritar, pero lo hago. Me duele ver cómo se aleja en dos miserables pasos y adopta aquel gesto que suele usar conmigo, el de enojo, dejando su preocupación en el olvido —. Ni siquiera somos amigos y no soy el consuelo de nadie. — mis ojos lo buscan en un intento de engañarme a mí misma.
Lo malo de mentir por tanto tiempo es que se vuelve sencillo y aquello que sale de mi boca suena real. El chico parece analizar la situación durante unos segundos, termina negando casi decepcionado.
—Está bien. — accede de mala gana —. Para evitar volver a "dejarte llevar" — su tono es tosco, pero mantengo mi mirada resentida —. Será mejor que vayas buscando un lugar a donde irte.
—Créeme que ya lo estoy haciendo, apenas lo logre me voy. — no se lo esperaba, su acto de hacerse el fuerte cae por unos segundos, pero se recupera rápido soltando una risa amarga.
—No sé ni para qué te traje.
Como un niño haciendo berrinche se aleja metiéndose a la cocina. Intento hablarle por la culpa de sentir que me he pasado, pero enciende la vieja radio que nunca lo he visto usar en mi vida y pone la primera emisora que se le atraviesa a todo volumen.
—¿En serio haces esto? — le reclamo, como era de esperarse, empieza a rebuscar tazones, seguramente con el único fin de ignorarme —. Eres un niño.
Nada, no responde. Sin poder creerlo, me quedo observando su ancha espalda por unos segundos, mientras parece rebuscar lo necesario para prepararse su propia comida. Indignada, termino de buscar lo necesario para ir a darme una ducha. Le doy una última mirada antes de dirigirme hacia la puerta, en ningún momento se voltea, pero camino de forma lenta con la intención de que me detenga. Aquella esperanza de que me ayude a cambiar de opinión, que acalle a mi inquieta cabeza. Pero no es él lo que me detiene, en realidad, es la voz de la mujer que se hace presente en la pequeña radio.
"De última hora, los conmemorados dueños de la prestigiosa marca de autos y perfumes Lacross se encuentran envueltos en un severo problema legal debido a ¡su hija mayor! Esto es de no creer. Se presentaron pruebas que la presunta hija de los multimillonarios se relaciona con la muerte de un joven estudiante de la academia Roble Dorado. Morgan Quinlan fue hallado muerto en la casa de uno de los futuros candidatos a alcalde hace dos años tras un misterioso golpe que se supuso era causa de un accidente, por el momento las pruebas revelan algunas huellas de la primogénita Lacross en la escena que nunca se investigaron en su totalidad. Les traeremos más información conforme la policía termine de analizar los detalles."
El rostro de Hazel voltea lo suficiente para verme, pero sin dejar de privarme de la vista de su gran espalda. La noticia fue suficiente para que detuviera su berrinche y se fijara en mí. Sé lo que piensa, pero yo no he tenido nada que ver. No es tonto, ya debe saber de sobra que pretendo hacer algo que relaciona a los de Roble Dorado.
De igual forma, no quiero dar explicaciones, por lo que, dando un portazo, salgo de ahí en dirección a los baños, donde me permito gritar con rabia, aprovechando que hace rato ya han cerrado.
No soy la única que está intentando hundirlos, al parecer, alguien se me ha adelantado y esto solo significa que debo empezar a ser más rápida.
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