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𝐗𝐕𝐈

𝐏𝐢𝐣𝐚𝐦𝐚𝐝𝐚 𝐞𝐧 𝐜𝐚𝐬𝐚 𝐝𝐞 𝐇𝐚𝐳𝐞𝐥, 𝐭𝐞𝐦á𝐭𝐢𝐜𝐚: 𝐯𝐞𝐫𝐝𝐚𝐝𝐞𝐬 𝐨𝐦𝐢𝐭𝐢𝐝𝐚𝐬.

Ese día estaba siendo una catástrofe de principio a fin. No solo tengo la cara aún marcada por las heridas de hace tres días, sino que también me había convertido en el centro de atención de los chismes en Roble Dorado. Me habían echado de mi hogar provisional y ahora... ahora estaba presenciando esta extraña escena en la que este chico devoraba esos fideos picantes como si no hubiera comido en más de una semana, salpicando toda la mesa y dejando rastros de salsa en su rostro.

—Oye, ¿acaso se te olvidó lo que es la decencia humana? — Matt lo regañó, apuntándolo con su pierna de pollo, mientras yo solo podía mirar la escena, asombrada por lo surrealista de la situación.

El chico de cabello oscuro, ante el reproche, dejó de sorber un poco menos ruidosamente esos delgados fideos, lo que hizo que fuera menos tedioso mirarlo o siquiera escucharlo.

—Jodie, no has tocado ni un poco tu comida... — Matt desvió su atención hacia mí y mi plato de fideos intocados—. Sé que todo puede ser difícil en este momento, pero estamos aquí para ti.

Sí, me sentía completamente acabada.

No sé si el universo quiere jugarme una muy mala pasada al hacer de este día uno de los peores que he tenido desde que llegué aquí, pero no tengo muchas ganas de nada en este momento. Cuando entró Matthew hace unas horas, me hizo muchas preguntas sobre mi estado y mi ausencia en el gimnasio todos estos días. Para mi sorpresa, fue Hazel quien confesó nuestra pelea (por supuesto, no reveló la verdadera razón), y yo solo pude decir lo mismo que le había dicho a todo el mundo: que me habían robado y por eso parecía haber perdido una pelea callejera. El hombre barbudo se enfadó tanto que llegó al punto de decir que enviaría a buscar a aquellos que me habían hecho eso, como si fuera un sicario de mal aspecto que en realidad tenía una apariencia muy tranquila y hasta tierna.

Un tanto resignada, tomo los palillos de madera para intentar comer algo, pero se me escurrieron entre ellos torpemente. Cuando logro agarrar algo, todo se me vuelve a caer al plato.

—Sosténlo como si fuera un lápiz, el que queda más cerca de ti déjalo entre el pulgar y el índice —el chico de cabello oscuro rompió su silencio para explicarme un poco sobre el tema; de todas formas, fue su idea pedir comida asiática—. Mantén uno fijo y usa el otro para atrapar los fideos —tras decir esto, hizo una pequeña demostración que me permitió comer un poco sin estresarme en el intento.

Me siento extraña aquí. No pensé que volvería, y mucho menos que este chico me hablaría nuevamente por voluntad propia, sobre todo después de que dejara en claro que me había estado evitando. ¿Para qué? Con el enojo que mostró la última vez que me gritó que me fuera, no esperaba que las cosas fueran así de sencillas. Aprovechando que vuelve a atacar los platos como si fuera un animal salvaje, le echo un pequeño vistazo a ese desconocido misterio que no he logrado revelar: el tatuaje que parece compartir cada ser con el que me topo, pero ninguno es capaz de decirme por qué. Parece que fijé demasiado mi vista en sus dedos que reposan a un lado del plato, porque cuando levanto la mirada, mis ojos se encuentran con los suyos. Una vez más, me ha atrapado y parece saber lo que estoy pensando, por eso traga lo que tiene en su boca y deja los palillos a un lado con cierta inquietud.

Por mi parte, intento seguir comiendo en silencio, tomando unos pocos fideos que, en mi caso, prefiero sin picante. Siento la mirada de Matthew a mi izquierda y cuando coincidimos, él alza ambas cejas dos veces, intentando comunicarme algo sin hablar. Es entonces cuando recuerdo mi falsa confesión anterior. "Me gusta Hazel". En ese momento, había sido la forma más sencilla de sacármelo de encima, ya que la afirmación verdadera con la que me identificaba hasta hace poco era: "Me asusta Hazel".

—Entonces... ¿Mañana tienes escuela? —el calvo intenta entablar conversación, apuesto a que sintió la incomodidad en el aire. Yo asiento con pereza.

No se porque todas las preguntas llegan a mi, pero intento responder de la manera mas vaga posible, entre miradas furtivas con el chico frente a mi y gestos de incomodidad. Es que simplemente no entiendo nada.

—Yo ya me iré a casa — Matt se pone de pie tras haber terminado su cena, se sacude las migajas de su ancha camisa negra y soba su panza en señal de satisfacción—. Cierra todo, Hazel, y pórtate bien —esto último lo menciona entre risas, intercalando su mirada entre mí y el chico, quien parece no encontrar gracia en la situación.

Matt había insistido tanto en cenar que, cuando todos aquellos tipos que solían recurrir al gimnasio se fueron, el hombre sacó una pequeña mesa armable para que comiéramos todos juntos después de pedir esa gran cantidad de comida. Ahora estábamos solos en medio de la recepción de ese lugar, con más eco del que quisiera. Suelto un largo suspiro después de dejar los palillos a un lado. No comí mucho, pero tampoco es como si quisiera. En completo silencio, el chico se levanta de su banca para recoger todo, incluyendo lo mío, y yo no soy capaz de decir nada. Me quedo estática en mi silla, como si pretendiera ser invisible.

Escucho el ruido que el chico provoca al mover bolsas y sillas a mi alrededor, también veo su fornido cuerpo ir de aquí para allá de reojo. Es hasta que escucho el sonido de unas llaves que me levanto con movimientos algo toscos, haciendo un ruido bastante innecesario que hace que finalmente repare en mí, o al menos que deje de fingir que no estoy. De todas formas, él insistió de cierta forma en que me quedara.

—¿Tienes sueño? — es la pregunta que hace en cuanto se posa frente a mí, bajando levemente su cabeza para verme con detalle, y es entonces que me pregunto: ¿Por qué de repente todo tiene que ser así? Algo harta, suelto un último suspiro antes de hablar.

—¿Tienes sueño? ¿Eso es todo lo que dirás? —mi reclamo le llega como un golpe en el estómago, sus cejas casi parecen juntarse cuando mi tono un poco altanero inunda el solitario espacio— ¿Acaso te di lastima otra vez y por eso me ayudas? —doy un decidido paso hacia adelante, obligándome a alzar mi rostro para coincidir mi mirada con la suya, que hasta ahora se mantenía tranquila.

La mayoría de las conversaciones con este chico terminaban haciéndome sentir asqueada de mi misma o haciéndolo arrepentirse de acercarse, por lo que no podía evitar preguntarme cómo terminaría esta. Es como una bomba a punto de explotar, y aun no hemos prendido la mecha. El chico voltea su rostro hacia otro lado, mientras su lengua empuja su mejilla desde adentro en un gesto que demuestra lo mucho que está conteniendo para no soltar algo que pueda hacer que el enojo dentro de él explote. "Nunca encuentro un punto medio contigo, o me molestas mucho o quiero desaparecerte del planeta", cada una de sus palabras anteriormente dichas resuenan en mi cabeza, casi como un recordatorio de quien es él verdaderamente.

—Primero que nada —su rostro vuelve hacia mí, y con su mano derecha toma mi hombro, empujándome suavemente y creando más espacio entre nosotros, lo que hace que mi gesto se relaje—. No empieces a la defensiva. Me estresas.

—¡¿Te estreso?! —es imposible no responderle con indignación, mientras me señalo intentando reafirmar su comentario—. Pues mira, creo que te has confundido, tú me estresas a mí. —le refuto, sintiéndome de repente demasiado furiosa—. Me amenazaste, me ignoraste, luego... ¿No se supone que no querías verme ni en pintura?

—No es lo que... —su cabeza niega, intentando encontrar la paz en todo aquello, pero yo sigo profundamente resentida.

—Desde ahora quiero que te largues de mi vida. No sé las razones que tengas y no me importan. No quiero que me importes. —recito esas palabras con la misma seriedad con la que él se dirigió a mí hace varias semanas atrás—. Tú y tus mentiras pueden irse a la mierda. Le dirás a Matt que renuncias a tus malditas clases. No quiero que cruces palabra conmigo, Jodie. Ya viste de lo que soy capaz. Más vale que te mantengas al margen.

Su gesto apacible desaparece en cuanto reconoce que el autor de esas frases es él y solo él. Veo cómo su mandíbula se tensa y se cruza de brazos, claramente incómodo.

—Ese día...

—Ahora vete de aquí, no quiero verte, me das asco, Benoit. —lo interrumpo nuevamente antes de que intente justificarse. Además, el enojo y las emociones de aquel día vuelven a mí, haciendo que de repente ya no soporte verle la cara. Decidida, doy pasos hacia atrás con claras intenciones de irme, pero sorprendentemente él avanza conmigo, alargando su mano para tomar mi antebrazo y detenerme.

—¿Me podrías al menos dejar decir más de dos malditas palabras? —su agarre es más duro de lo que esperaba, lo que me hace ahogar un pequeño jadeo. Él lo nota y me suelta para soltar uno de sus famosos suspiros—. Déjame hablar y decirte por qué te he estado llamando antes, y por qué te traje aquí, así me entiendes y yo a ti. ¿Te parece mantener una conversación de forma civilizada?

Me cruzo de brazos, mostrando claramente mi enojo, aunque en realidad no tengo derecho de estarlo. Fui la entrometida, la que llegó a molestarlo desde un principio. Probablemente él este mas resentido de lo que yo pueda siquiera llegar a imaginar. Este pensamiento me hace relajar todo mi cuerpo y, en señal de rendición, asiento lentamente con la cabeza, evitando su mirada por culpa de la vergüenza. 

—Amen. Ya era hora. —aclama agradecido mientras alza sus brazos hacia el techo, exagerando la situación, lo que me hace rodar los ojos inconforme—. Pero primero me daré una ducha y tú también deberías. Ya es tarde y tenemos clases mañana.

Y por segunda vez, estoy de acuerdo con él.

.

.

.

La vivienda de Hazel no era de ensueño, pero era mil veces mejor que mi lugar anterior. Tampoco tenía baño propio, pero tenía acceso a todos los baños y duchas del primer piso del gimnasio. Subiendo las escaleras, que antes había seguido desesperada por información, se encontraba lo que el chico llamaba su hogar. Al entrar, había una pequeña sala compuesta por un viejo sillón verde algo desgastado, detrás de él, una pequeña mesa de vidrio con bases de metal oxidadas. A un lado de estas, una repisa con varios libros y discos de vinilo, reconocí uno que otro cantante. Al lado de la repisa, una ventana cerrada con cortinas grises corridas, permitiendo que algo de luz lunar entrara al lugar. A la derecha, había una especie de división que conducía a dos umbrales: una cocina tan diminuta que solo una persona podría estar cómoda allí y, la otra, una pequeña habitación con una cama de tamaño medio, de la que no detallé mucho. Lo sorprendente de todo era que a la izquierda de la salita, desprovista de algún electrodoméstico, había una puerta corrediza que llevaba a una terraza desconocida para mí debido a la oscuridad de la noche.

Mis maletas estaban a un lado del sillón y yo ya estaba duchada y cambiada, con unos pantalones de pijama y una camiseta vieja y gigante, esperando al chico mientras me permitía detallar el lugar. Él aún no había salido de su ducha y yo estaba más que ansiosa; además, la soledad no me sentaba muy bien ese día. Intentando no pensar demasiado, me acerqué a mis maletas para revisar lo que aquel hombre había hecho. Todo parecía estar en su lugar, hasta que mis dedos toparon con una especie de caja. Al sacarla y ver lo que contenía, no pude evitar exhalar con malestar.

—¿Cómo estarán?

Observé la caja, carente de escrituras, y agradecí al mismo tiempo que, a pesar de todo, aquel hombre no había sido tan malo como para robarme, considerando que la mayoría de lo que tenía allí era de marca para mantener apariencias. Tal vez había pensado que todo era falso y por eso no le dio importancia. Finalmente, decido abrir la caja, descubriendo mi antiguo teléfono, el teléfono de Inna. Por un extraño impulso inspirado por la nostalgia del momento, lo enciendo, viendo la marca del aparato con cierta extrañeza. Lo primero que aparece es una foto de la pantalla de bloqueo, un simple fondo azulado. Lo desbloqueo con los números que antes parecían familiares, revelando una foto que me hace reír.

Es mi mamá, el día que me llevó al gallinero que duramos construyendo todo el verano y que anteriormente era de mi abuela. En la foto, lucía su clásica expresión de hostilidad, con las manos a cada lado de su cadera, mirando directamente a la cámara después de escuchar un mal chiste de mi parte. Una sonrisa de boca cerrada acompañaba mi gesto en el momento en que entré a la app para ver los mensajes. Como esperaba, tenía varios de ella y de varios amigos. Incluso veo uno del señor Yohan que me hace alzar las cejas en señal de sorpresa. Antes de entregarme el teléfono, como última señal de retiro del plan, Xavier me comentó que les había dicho que me iría a una especie de retiro en el cual tenía prohibido usar el teléfono. De todas formas, busco su número en la lista de contactos y lo presiono, debatiendo si debo llamarla. Después de todo, hace tanto que no hablo con ella, que admito estar extrañando su voz y tal vez olvidándome de ella...

Más decidida que nunca, mi dedo va hacia el botón verde brillante, pero antes de siquiera tocarlo, escucho unos fuertes pasos de alguien subiendo las escaleras desde afuera. Rápidamente apago el celular y lo guardo en su caja y maleta correspondiente. En cuanto Hazel abre la puerta, ya estoy sentada en el sofá, más recta de lo que me gustaría.

—Ya volví... —anuncia como si no fuera obvio, en su mano derecha trae una toalla con la que seca su cabello algo húmedo, especialmente la parte de atrás que tiene un poco larga.

—Eso veo...

El chico se pierde en su habitación para volver segundos después y sentarse a mi lado izquierdo en el sofá, sin soltar ni una sola palabra. Supongo que él mismo se cansa del silencio, porque termina rompiéndolo.

—La razón por la que desapareciste esos dos días... ¿Fue por lo de...? —su voz hace que voltee a verlo. Siento que esto será largo, así que me acomodo de forma que pueda mirar directamente su perfil. Él me imita, quedando frente a frente, pero cada uno en un extremo del sofá, con las piernas dobladas, como si evitáramos cualquier tipo de cercanía. Sus dedos señalan su propia cara, recordándome que debo darle una respuesta.

—Sí, no podía ni levantarme. —admito, apostando por dejar ir algo de honestidad en la conversación que se avecina. El chico asiente lentamente, cruzando sus piernas en posición de loto.

—Vale, entonces empezaré con esto. —parece casi advertir. —Thaddeon, el barman. El que estaba lleno de tatuajes...

—Lo recuerdo... —y cómo olvidarlo, me dio el susto de mi vida. Gracias a él, me descubrieron esa noche. La misma noche donde el mismo chico que observo me hizo llorar como una bebé.

—Bueno, pues... Había estado paranoico contigo desde ese día. Nos pidió tu nombre a mí y a Kamil. Ninguno lo dijo y empezó a ser bastante molesto y a amenazarnos con decirle a... mi jefe. Pero sabíamos que no se atrevería. Le aseguré que yo tenía todo bajo control, pero no parecía conforme. —el chico sacude su cabeza de lado a lado, claramente estresado—. Lo vi una vez cerca de la escuela, lo seguí porque pensé que me seguía a mí, pero luego lo vi. Te seguía a ti.

Aquello me dejó ciertamente inquieta. Intento ver algún signo en su rostro que indique que miente, pero no encuentro nada fuera de lo normal. ¿Entonces ese tipo es el que me manda todas esas fotos constantemente? ¿No es Zack?

—¿Qué es lo que quiere? —me acomodo en mi lugar, sintiendo el malestar que trae la incertidumbre.

—Ese mismo día le pregunté, pero es una cabeza dura, no suelta nada. Cree que eres una soplona o que te mandó la policía, alguna mierda así. —se encoge de hombros, señalando que está tan perdido como yo—. Le dije que no era así, que solo eras entrometida, pero no le bastó. Dijo que había algo raro en ti. Que parecías tener dinero, pero vivías en esa casucha, que tu apellido era de renombre pero que no había registros relevantes de tu familia. Te tiene en la mira y sinceramente lo entiendo.

—¿E-estás de su lado? —mi voz algo temblorosa delata mi profundo miedo de haberme metido demasiado rápido en la boca del lobo.

—¿Del lado de Thaddeon? Nadie en su sano juicio lo está. —aquella confesión me hace relajar un poco mi diafragma, pero no dura mucho—. Pero tiene razón, al menos en una parte. Todo de ti me parece tan extraño... No parece que nada encaje y yo lo he notado por la forma inconsciente en la que me he relacionado contigo. Pero, Jodie... —sus ojos negros buscan los míos, que intentan evitarlo a toda costa—. Cuéntame la verdad y yo me aseguraré de contarte la otra parte de todo esto.

—¿La verdad?

El problema era que la verdad era algo que yo buscaba, no que practicara.

—No soy tonto, Benoit. Eres extraña. La forma en la que apareciste... —Un leve sonido de chasquido sale de su boca, haciendo que juegue con mis dedos tratando de distraerme—. Tu historia, nada encaja. Dime lo que tengas que decir y yo sabré si... si puedo confiar en ti.

Aquellos ojos oscuros, levemente rasgados parecían querer meterse en mi cabeza buscando aquella pieza que le faltaba. Supongo que su repudio ante Thaddeon era mayor que el que me tiene, obligándolo así a intentar refutar las claras pruebas que el barman había reunido en mi contra.

—No sé qué quieres saber... —y es que no sé por cuál mentira empezar.

—¿La verdadera razón por la cual llegaste aquí?

—Ya te había dicho antes...

—A detalle, lo quiero saber todo. —me interrumpió.

Estaba tan concentrada en mis propios nervios que no había notado lo ansioso que estaba el chico, que no paraba de rullirse las uñas en movimientos disimulados.

—Mi padre siempre ha sido un hombre muy estricto. Soy su única hija y, por consecuente, siempre tuve el peso de ser perfecta. —empiezo con aquella ensayada farsa con destellos de la realidad que ya me sé de memoria—. Siempre hice todo al pie de la letra, como me lo pidió. Mi madre, por otro lado, siempre fue más relajada. Es más, es una artista devota. Un día, por la presión de unos amigos, me pidieron hacer una estúpida fiesta que terminó con mi casa destrozada, incluido el estudio de mamá, donde todo quedó hecho pedazos... —algo cohibida, niego con la cabeza, mostrando decepción hacia mí misma, que resulta ser verdad—. Mamá no me habló como por un mes y mi padre me tenía encerrada como si fuera el cuento moderno de Rapunzel. Dijo que mi mejor castigo sería el exilio, y así lo hizo. Me envió aquí por recomendación de uno de sus socios, uno de apellido Crowell. Me dio dinero suficiente para pagar un lugar. Pensé que lo mejor sería ahorrarlo y así lo estaba haciendo. Solo he tenido mala suerte.

El chico, con expresión inerte, se queda un poco pasmado por la información, asintiendo lentamente en un bucle, mientras juguetea con uno de los piercings de su oreja.

—Vale... Entonces eso explica tu llegada aquí... pero no el hecho de que me siguieras como si fueras una acosadora. —aunque aquello me ofendió, era ciertamente cierto.

—Tenía miedo. —me encojo de hombros, intentando mezclar la realidad con mi propio engaño—. Quería tomar clases para aprender algo de defensa. No esperaba verte en la academia, ni que tuvieras dinero para pagarlo. Sin ofender.

—No me ofendo. —el chico le resta importancia, recargando un poco su espalda en la abrazadera del sofá.

—Me diste curiosidad. Además... Las cosas en Roble Dorado son muy... diferentes a lo que pensaba. Solo quiero protegerme.

El chico asiente, luciendo bastante comprensivo. De repente, su ceño se frunce lentamente, sus ojos vuelven a encontrarse con los míos mientras cruza sus grandes brazos, enviando una pequeña corriente temerosa por mi espina dorsal que me hace ponerme recta.

—Dime cómo me encontraste ese día en el Bar. —demanda con cierto sentimiento de seguridad, alzando sus cejas de forma momentánea para incitarme a responderle.

—Sí, te escuché ese día... El día que me acusaste de espiarte. —le agrego algo de fidelidad a la situación—. Te busqué por eso. Soy entrometida. —tomo un largo respiro en señal de rendición. El chico vuelve a su posición original, luciendo menos intimidante.

—Ok, me has convencido, Benoit. —él también parece rendirse, por lo que celebro internamente—. Pues bienvenida. Tu intromisión te metió en esto, quieras o no. —anuncia desplegando sus brazos en una irónica señal de bienvenida que deshace rápidamente—. El barman te sigue investigando y algo me dice que algunos de Roble Dorado también. Nadie de mi trabajo sabe que también soy de allí, pero tampoco deben enterarse.

—¿O sea que gente de allí me sigue la pista también? —bueno, lo sospechaba, pero igual pregunto.

—Al parecer... se volvieron muy paranoicos después del incidente con la chica Crowell. Por cierto, ¿no mencionaste ese apellido antes? —vuelve a retomar mi mentira y yo la mantengo.

—Sí, de hecho conocía a la chica. La vi algunas veces. Cuando llegué aquí me enteré de todo... Fue un poco chocante, era algo asi como una amiga, y... —niego indecisa, intentando abandonar esa idea, pero deseando que el chico pregunte.

—¿Qué?

—No le vi sentido. El suicidio, digo. La conocí lo suficiente, era ciertamente lo contrario a lo que se dice de una persona propensa a hacer eso... —planto la duda intencionalmente, y me alegro un poco al ver que asiente pensativo, como coincidiendo con esa idea.

—Sí, bueno, todo lo que tenga que ver con ese lugar es sospechoso. Mejor no meterse.

—¿Y tú qué haces allí entonces?—interrumpo en cuanto lo veo con intenciones de volver a tocar el tema de Thaddeon. El chico me da una nueva mirada, la mirada de la desconfianza.

Aun después de todo, se está cuidando en lo que dice, y la verdad que es una buena decisión.

—Yo también te lo había dicho. Hui de casa. —intenta zafarse.

—Detalles, Park. Lo quiero saber todo. —imito sus recientes palabras, haciendo que reprima una pequeña sonrisa incrédula.

—Sí, tengo dinero... Más o menos. —intenta explicarse, pero al mismo tiempo no le veo mucha intención de revelar información del todo relevante—. Mi padre me paga la academia, pero yo busco dónde dormir y cómo comer. Así funciona eso.

—¿Y por qué dos trabajos? Matt parece buena persona. Te da un lugar donde quedarte y el trabajo en el gimnasio. Con este debería alcanzarte, a menos que...

—No concluyas nada. Deja quieta esa cabeza tuya, por favor. No quiero pelear contigo otra vez. —casi parece suplicar, pero debo insistir.

—¿Por qué golpeabas de esa manera a aquel hombre ese día? ¿Qué tanto dinero necesitas y por qué?

El chico suelta el suspiro más grande de arrepentimiento que he escuchado salir de algún humano hasta la fecha. Echa su cabeza hacia atrás como intentando reunir la paciencia suficiente para seguir esa plática que ya se había tornado a mi favor. Cuando su cabeza vuelve a su lugar original, vuelve a mirarme con cierto enojo que me hace desviar un poco la mirada.

—Lo que viste ese día era mi otro trabajo y solo te lo cuento porque ahora estás involucrada. —informa más que irritado, soltando otro de sus infinitos suspiros. Alza su mano izquierda hacia mí, mi vista recae inmediatamente en esa luna que tantas noches me ha robado el sueño—. Esta es la marca de mi trabajo. Desde que tengo dieciséis estoy allí, a los diecisiete lo recibí. Soy algo así como... un cobrador. Un tipo es dueño de todo eso y el bar, aunque específicamente trabajo para la parte de la organización. 

—O sea que eres como un gánster o algo así —concluyo intentando encajar todos los engranajes restantes, aunque de cierta forma aparecieron muchos más que no encuentran su lugar.

—No... Solo entretengo y sirvo, gano mucho con eso.

—¿Para qué necesitas tanto dinero? ¿No eres rico ya?

—Mi padre lo es.

Aquello me recuerda un poco a las rebeldías que tienen los hijos de millonarios, el típico que renuncia al poder pero que al final vuelve y cumple con su destino. Ciertamente, Hazel no parece ser de esos.

—¿Entonces todo ese dinero es para...?

—Concentrémonos en ti. Que eres el problema. —desvía de inmediato mi tema, esta vez decido no insistir—. No sé qué trama Thaddeon contigo, pero te lo digo por experiencia que no es nada bueno. Lo de que te echaran de tu residencia, la golpiza, lo del rumor en la escuela.

—¿Crees que fue él?

La remota posibilidad de eso ni siquiera había pasado por mi cabeza. De todas formas, ¿cómo se hubiera enterado de lo de mi padre? No había manera, aunque si me había vigilado de esa forma era por algo.

—Es lo más probable. Sospecha de ti y no va a parar hasta encontrar algo raro, así no exista. ¿No es así?

Y nuevamente su mirada de desconfianza. Ya más culpable no me puedo sentir. Niego rápidamente antes de que sospeche demasiado. Hazel revela un poco más de la situación en la que estoy.

Al parecer, todos los que tienen ese tatuaje pertenecen a la famosa organización, Kamil está incluido y otro tipo que menciona llamado Lorenz, los cuales él dictamina que son de "confianza". Últimamente, sus trabajos se basan en golpear criminales, personas deudoras y, en su mayoría, adictos que molestan a su dichoso jefe, pero que no siempre fue así. Cuando empezó todo eso, me cuenta que era más distinto, no había reglas, podían hacerlo con mujeres y niños si así se lo pedían. Hazel armó un escándalo junto con sus compañeros para que eso acabara y el único en contra fue Thaddeon, el chico al que todos empezaron a temerle y al que más tiempo llevaba en ese trabajo. El jefe al final determinó que entonces los que tenían los "huevos" para la tarea irían con Thaddeon y el resto se quedaría con lo llamado mundanamente normal, pero la paga era menos, eso sí, no era para nada desperdiciada. El chico gana bastante con ese trabajito y aunque Matt aparentemente le regala la estadía, no me reveló el por qué de su búsqueda tan implacable de tantas cantidades de dinero que aseguraba necesitar.

Intenté preguntar por Jade, a lo que me terminó mencionando otro de los detalles que me faltaban. Andrew también pertenecía a aquella organización, a la de Thaddeon para ser más exactos. Hazel escuchó de algunas prácticas que aquellos dos mantenían, por lo que armó un plan con Kamil para asustarlo y hacer que este se saliera. Me contó muy orgulloso que aquel chico corrió como cachorro el día que le quebraron el brazo y renunció a la organización borrando aquel tatuaje. Por su lado, Jade solo se lo había hecho por Andrew, quien aprovechando que estaba borracha se lo hizo y ella, en protesta, se lo tachó ella misma, explicando así aquella "X" que tenía encima.

No quise meterme mucho con el tema de Sara, pero al menos él ya sabía que tenía cierta relación con ella. Al menos la relación de Jodie manejaba con ella, que era lo suficiente. No me sentí muy orgullosa de mentir en el noventa por ciento de esa conversación, pero no era la única que parecía evitar las cosas. Al fin y al cabo, omitir la verdad también es una manera de mentir, y Hazel lo hizo todo el tiempo que estuvimos hablando.

El reloj dio las once y tras unas últimas indicaciones, el chico me dejó dormir en su cama, a pesar de mis negativas. Dijo que era lo correcto, que parecía necesitarlo. Con un saco de dormir y una almohada, el chico desapareció dejándome sola en su habitación y, a pesar de todo, me permití descansar un poco. Al menos esa noche.

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