𝐗𝐕
𝐂𝐮𝐚𝐧𝐝𝐨 𝐚𝐥𝐠𝐮𝐢𝐞𝐧 𝐭𝐞 𝐩𝐚𝐫𝐞𝐜𝐞 𝐬𝐨𝐬𝐩𝐞𝐜𝐡𝐨𝐬𝐨, 𝐯𝐞 𝐲 𝐪𝐮𝐞𝐝𝐚𝐭𝐞 𝐞𝐧 𝐬𝐮 𝐜𝐚𝐬𝐚 (𝐧𝐨 𝐬𝐢𝐠𝐚𝐬 𝐦𝐢 𝐜𝐨𝐧𝐬𝐞𝐣𝐨)
En la vida se pasan muchas vergüenzas, pero mi padre una vez me enseñó que mantuviera mi cabeza en alto siempre, claro que ahora era bastante difícil, teniendo en cuenta que me duele hasta cerrar los malditos ojos. Me permití faltar dos días a clase y dedicarme a evadir el mundo real, solo durmiendo e intentando no pensar, pero cuando salió el sol esta mañana supe que tenía que seguir. Me curé mis propias heridas, me puse el uniforme, maquillé lo que pude y tomé el maldito autobús. Ahora, aquí estoy, en el pasillo de la escuela, donde todo el mundo me observa con aquellos chismosos ojos que me juzgarán por un buen rato.
A decir verdad, mi labio seguía resentido al igual que la herida de mi ceja y ni hablar de los moretones en mis muslos, cuello y brazos. En estos momentos, agradecía no ser de un tono de piel tan pálido, sino estaría segura de que me vería peor. Intento caminar sin prestar atención a todos aquellos buitres, pero siempre debo estar alerta, siempre.
—Dicen que su padre la exilió. Quién sabe qué habrá hecho. — un intento fallido de murmullo llega a mis oídos casi como si fuera un nuevo método de tortura, el mero hecho de tener la oportunidad de escuchar.
—Con la cara de santa que se carga... esas son las peores. — siguió el acompañante de aquella conversación y yo no quise ni mirar.
Solo dos personas sabían de aquello, y solo una había manifestado odiarme con muchas ganas, pero me había prometido que si yo no abría la boca, él tampoco lo haría. Claro que había tantas posibilidades como razones por las cuales ni lo culparía por delatarme y por otro lado, Jace...
—¿Y a ti qué diablos te pasó?— una voz tan desinteresada y malhumorada como esa solo podía venir de Jade, que cuando la miro parece hasta divertida, por otro lado...
—¡¿Quién diablos te hizo eso?!— aquella es Ruby, que parecía preocupada, pero a estas alturas las dos reacciones me parecían tan sospechosas como mi presencia en esta escuela.
—Me asaltaron. — aquello ya lo había ideado desde ayer.
—¿Como en tu barrio? ¿Pero en qué buen barrio te robarían y te dejarían así?— inquiere Jade extrañada.
—Sí, digamos que no estaba en un buen barrio...— musito sin dejar de caminar, buscando llegar al salón; ellas inevitablemente me siguen —. ¿Dónde está Jace?— inquiero extrañada por no ver la cara del rubio por ningún lado.
La imagen de niña buena de Jodie estaba empezando a caer, lo cual ya había planeado, así que no estoy del todo nerviosa, solo que tengo que ser más cuidadosa ahora o el plan perdería su rumbo.
—Se fue con su padre el fin de semana a Italia, se supone que vuelve la otra semana. Se nota que no leíste nuestro grupo. — recrimina Jade, y es cierto, ni lo he leído ni voy a poder hacerlo, pero eso me hace pensar que Jace no tuvo nada que ver con que se extendiera el maldito rumor de mi padre.
Aunque pudo haber sido mediante mensajes, cosa que no parecía. Ya que ni Jade ni Ruby parecían conscientes todavía. ¿Qué mierda estaba pasando? ¿Acaso Hazel fue capaz de abrir la boca? No le veo sentido, yo no lo había hecho. Aunque una promesa puede romperse tan fácil como un silencio en una sala de debate. Algo decepcionada detengo mi paso unos segundos, pero me recupero más rápido de lo que parece, solo porque no quiero que pregunten de más.
La llegada a nuestro salón fue igual de incómoda como lo fue caminar por el maldito pasillo, las miradas cayeron en mí como siendo figurativas flechas que me mandaban, solo que sus arcos eran aquellos pensamientos que pronto manifestarían en palabras. Sin quererlo, me quedo de pie en frente del tablero, tal y como lo hice en mi primer día, solo que esta vez no estoy nerviosa o asustada, más bien a la expectativa. Es entonces cuando a mi costado se sitúa una figura ya muy conocida, que al verme suelta un jadeo de sorpresa que me hace mirarla y sinceramente, lo primero que se me viene a la mente es que por muy golpeada que yo esté, luzco mejor que la profesora Tammy. ¿Qué diablos le pasó?
Pero no me dio tiempo ni de preguntarle, porque aquella mujer ya me estaba sacando del salón después de tomarme del antebrazo. Tuve que tragarme el gemido de dolor que quería soltar al sentir la presión en aquella zona y esperar a que me llevara, pero justo cuando estábamos cruzando la puerta, un chico del cual ahora estaba sospechando y que rara vez venía a clase, parecía por fin dignarse a aparecer. Hazel miró a Tammy con el mismo interés que un niño miraría un brócoli y luego pasó a mí. Su expresión se tornó... diferente, pero no supe descifrar qué significaba exactamente. Su ceño se frunció levemente y parecía desconcertado.
—Park, espera en el salón. No tardo con la señorita Benoit— anuncia la maestra y hasta su voz se escucha ciertamente extraña, como cansada.
Hazel no dice nada, pero no es como si Tammy le diera oportunidad, porque me jala para llevarme a la sala de profesores, que no está tan lejos de nuestro salón. Por obvias razones la sala está vacía, así que Tammy tiene la libertad de hablarme.
—¿Quién de ellos fue?— pregunta directa para ser una maestra de esta escuela.
—¿Cambiaría algo si lo sabes?— inquiero más tranquila de lo que ella se lo esperaba, ya que su gesto preocupado se esfuma en cuanto no ve miedo en mi mirada.
No sé si era por mero descuido que no había notado desde cuándo Tammy estaba tan delgada, o desde cuándo tenía aquellas ojeras tan pronunciadas que lograban ser de un violeta preocupante, que intentaba ocultar de forma fallida con aquel corrector tan blanco, o la manera en la que sus labios resecos estaban cayéndose a pedazos, sin mencionar el aura tan extraña que esta mujer cargaba ahora. La pregunta debería hacérsela yo... aunque, ¿Hazel podría tener algo que ver con lo que sea que le pase a ella? De todas formas, yo sé muy bien que estos dos tienen algo.
—Jodie... No sabría decirte, pero me cansé de todo esto, de tener que esconderlo, tú eres demasiado buena. Sabía que se iban a aprovechar. — menciona preocupada y yo quiero reír ante su ingenuidad, pero también me siento ciertamente orgullosa por dar aquella imagen.
—Llevaban máscaras. —informo interrumpiendo lo que sea que fuera a decir —. Pero... ¿Usted está bien?— me obligo a preguntar, cosa que la desconcierta.
Sus ojos negros me observan como lo haría un cachorrito callejero a una persona que ve pasar, con la esperanza de que alguien lo salve. Aun me cuesta creer que aquel cabello color borgoña parecía no tener vida, al igual que su piel. Su mirada rápidamente se desvía y toma una seria compostura que me hace arquear la ceja en señal de sospecha. Algo pasa, algo muy grave.
—Yo... estoy. — respondió, haciendo que la mire con aun mas conjetura.
—¿Estás...? ¿Dónde?
—Estoy aquí, eso es lo que cuenta. — vuelve a mirarme de forma seria —. Si no vas a decirme más del incidente y parece que no tienes quejas que darme, deberíamos volver al aula. — intenta disimular que de cierta forma la acorralé, pero no veo sentido en recriminar a Tammy, ella ya parece tener suficiente con lo que sea que esté pasando y lo que yo termine haciendo puede terminar ayudándola o condenando.
—Si necesita decirme algo, puede hacerlo. — le digo pasos antes de entrar al salón. Ella no dice nada, pero se detiene por unos segundos antes de seguir y finalmente entrar.
Y de nuevo soy el objetivo de las miradas en aquel lugar, me dirijo rápidamente a mi asiento, solo que ahora la mirada de alguien pesa un poco más que otras, aquella que me sigue hasta que llego a mi pupitre, que está justo a la derecha del suyo. Ni aunque me siente deja de observarme, por lo que me veo obligada a devolverle la mirada, y es entonces que me doy cuenta de la expresión que tiene, parecida a la vez de cuando lo descubrí en el bar, pero se relaja un poco cuando deja de mirar mis manos amoratadas y sube a mi cara, dándose cuenta de que lo veo, tras eso ambos terminamos mirando al frente.
—No puedo creer que a estas alturas deba recordar la gravedad del acoso escolar. — La sorprendentemente fuerte voz de Tammy hace presencia en el aula que de repente está extrañamente silenciosa —. Las consecuencias de sus actos llegarán tarde o temprano, no todo en la vida se puede comprar. — aquel discurso que salpicaba culpa a cada uno de los presentes, por lo que no se molestaron ni en disimular las miradas descaradamente divertidas y hasta incrédulas, para ellos que alguien de la "posición" de Tammy, que correspondería ser maestra de secundaria con un sueldo medianamente bueno, no era de un poder meramente suficiente para captar su atención o siquiera merecer respeto —. Cada uno de ustedes vivirá muy pronto en carne propia lo que el mundo es capaz de hacer y es ahí donde se darán cuenta de lo pequeños e insignificantes que son, y que a pesar de todo lo mucho que sus acciones repercuten en...
—¡Disculpe señorita, pero eso no me suena a ciencias políticas, que es la materia que corresponde!— una compañera alzó la voz, opacando la de la profesora que pobremente intentaba crear conciencia en los hijos del diablo, pero era tan inútil como hubiera sido ir a tocar su puerta con biblia en mano esperando que escucharan la palabra divina.
—No creo que en este momento sea importante tocar ese tema en específico, señorita Rovira. — nuevamente Tammy sorprendió a todos, haciendo lo que estaba prohibido en el manual invisible para maestros de roble dorado: nunca le lleves la contraria a tus alumnos, especialmente a los de bolsillo rebosante.
—¿Maestra, está insinuando usted que no es importante retomar la temática de la materia por un tema meramente personal?— atacó otra voz femenina, y de repente esto se había convertido en un "quién da más", ya que cuando Tammy abrió la boca, apenas pudo tomar aire para dar palabra, porque otro alumno más intervino.
—No creo que al comité estudiantil, el cual de forma condescendiente tiene cierta influencia en lo académico, le guste saber que la docente con más escándalos sexuales en roble dorado esté haciendo otra de sus prácticas inequívocas...— una ronda de risas y gestos de asombro siguieron después de ese comentario y yo negué lentamente con la cabeza al sentir la impotencia de mi propia profesora, la cual parecía ni siquiera querer existir en este momento.
—Además, la perfecta Jodie tiene la cara hecha un cuadro, sé que es interés de todos, pero de igual forma quiero aprender. — esta vez fue Atenea quien, con los ovarios bien puestos, voltea desde su asiento para mirarme con cierta diversión perversa, para luego volver su vista a Tammy, quien la observa con el ceño levemente fruncido. Pasaron segundos que se sintieron eternos, segundos en los cuales todos estaban a la expectativa y en la mente de aquella maestra debieron pasar cada una de las decisiones que la hicieron llegar aquí y probablemente haberse preguntado cuál de ellas fue su karma a pagar.
En el momento que se dirigió al escritorio de madera situado a su derecha, de forma temblorosa miró las cosas que estaban en la mesa, los libros y su bolso. Su mano pasó peligrosamente cerca del segundo, es más, se detuvo haciendo que todos pensáramos que lo tomaría y se largaría. Opción que hubiera sido ciertamente acertada, pero en una, supongo, revelación de último momento, terminó tomando el libro y se dirigió al podio y lo abrió. Lentamente nos miró a todos, a cada uno de nosotros que estábamos sentados frente a ella con total quietud, y cuando terminó, empezó a hablar.
—Espero que hayan hecho sus deberes que les he dejado la clase anterior... ahora comenzaremos con...
Disimuladamente me pongo mis audífonos en señal de protesta por aquella humillación que acabo de presenciar. La acaban de acallar con una amenaza que fue hecha a medida por todos en aquella sala, donde hay testigos de sobra, pero claramente eso no tiene sentido alguno. Aquella suave melodía llega a mis oídos desde mi viejo mp3, ya que mi teléfono sigue más que perdido. Intento simplemente pasar el tiempo cuando siento un movimiento a mi izquierda, donde un pequeño papel doblado se posa en mi pupitre. De forma cuidadosa lo desdoblo para revelar aquel mensaje de mi extraño compañero: "¿Estás bien? ¿Qué te pasó?".
Suelto un bufido por lo bajo ante aquello, ya ni siquiera confío en mi propia sombra, por lo que aquello me parece un mal chiste. Por ello termino deshaciéndome del dichoso papelito, desapareciéndolo en mi mochila, sin molestarme ni un segundo en mirar al emisor de aquel mensaje.
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—¿En serio no planeas decirnos nada? Pensé que éramos amigas.
Aquellas palabras salidas de la boca de Jade parecían otro de los chistes que conformaban el espectáculo del gran circo que había sido el día de hoy, agregándole su expresión de cejas alzadas, ojos un poco abiertos y su boca dejando ver algo de su dentadura al estar expuesta por la indignación, me hace querer reír.
—Sí pues, todo el mundo tiene secretos. — decido intentar evadirlas una vez más, porque Jade no era la única interesada en el reciente rumor que estalló como pólvora, haciendo que a la hora del almuerzo todo el mundo supiera que era la exiliada de mi falsa familia.
Estoy en una muy decisiva etapa de mi plan que se adelantó bastante a su tiempo. Necesito aguantar hasta las vacaciones para poder sobrevivir a todo esto. Aun no tengo las pruebas suficientes y no creo sobrevivir a otra paliza injustificada. Solo un mes más, vacaciones y se empieza una nueva fase. Solo debo aguantar y seguir buscando.
—¿O sea que tu padre está quebrado o cómo es la cosa? — es la primera vez que veo tal insistencia de la pelinegra.
Por inercia miro a mi derecha donde una rizada pelirroja camina silenciosa, cosa que sí es extraña, pero no nueva. Ruby ya es así desde hace más de unas pocas semanas. Parece aferrarse a su mochila verde pino que cuelga de uno de sus hombros y una parte de mí siente un poco de remordimiento al ver que luce aquella calcomanía que le obsequié semanas atrás.
—No. Solo me castigo por romper una de sus mil reglas de mi padre. — decido responder con algo de enojo y marcado sarcasmo, volteando a ver a la chica de ojos azules una vez mas.
—¡Ya sabía yo que no eras tan aburrida, Jodie! — aclama la chica, golpeando amablemente mi hombro. Finalmente parece satisfecha, por lo que mientras muerde su labio, molestando aquella plateada joya, vuelve a su vicio habitual: su teléfono.
Por mi lado, vuelvo a mirar a Ruby, que esta vez coincide conmigo y me sonríe de boca cerrada, algo incómoda. ¿Qué estará pasando por su cabeza?
—Ya todo pasará, algo más grande tapará este rumor. Ya verás. — Parece querer darme ánimos, por lo que lo tomo agradecida.
—Tienes razón. Ya todo pasará.
Sus ojos jade destilan cierto sentimiento que me hace sentir insegura, pero tal vez en realidad sea ella la que se sienta de esa manera y es tan fuerte que me hace percibirlo. Parece dudar de muchas cosas y yo no puedo evitar pensar en los secretos que hasta la fecha no revela de forma concreta.
Ya todo pasará.
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Mi primer cumpleaños después de que Sara se fue se sintió ciertamente pesado, vacío... Triste. Cumplía los quince y toda la vida ella había estado para mí, organizándome alguna fiesta sorpresa, viendo películas hasta el amanecer y luego al otro día apenas pudiendo abrir los ojos por culpa del cansancio, pero nuestros padres no podían notar que nos habíamos dormido tan tarde asi que tomábamos un montón de bebidas energizantes para pasar el día. Era la complicidad que manteníamos lo que nos hacía tan unidas, lo que me empujaba a confiar en ella, a hacer cosas que nunca pensé en la vida. A escaparme en las madrugadas, a dar mi primer beso con un chico que ni siquiera me gustaba, a beber por primera vez. Cuando se fue, todo eso estuvo más que dejado a un lado, al menos los primeros meses.
Tenía unos cuantos amigos que, aunque no eran ni de cerca tan cercanos, me hacían la carga de aquella separación más liviana, pero solo yo sabía la causa de mis pesares, y era aquel amor que no podía apagar por más que estuviéramos separadas, por más me privara de verla. ¿Por qué era tan imposible dejar de sentir?
Cuando dejó de hablarme, todo fue aún más... pesado, la presión en mi pecho de haber hecho las cosas mal volvía cada noche, privándome del sueño, robándome la razón y la energía, haciéndome sentir culpable. Pero nada de eso se comparaba con el primer cumpleaños después de su muerte, cuando cumplí diecisiete y solo Xavier era testigo de lo lejos que estaba de mi hogar y lo mucho que me costaba levantarme por las mañanas. ¿Por qué tenía que ser de esta manera... tan débil y perdida? Me preguntaba a diario qué diría mi madre de esto, probablemente no aprobaría que me fuera abajo por una "chiquilla desconsiderada" como Sara, pero solo yo era consciente de lo fuerte de mi sentir y de lo imposible que era que aquellos ojos grises se desvanecieran en mi memoria. Ahora no podía ni plantearme volver a casa tras buscar aquel desconocido motivo de darle un rumbo tan drástico a mi vida.
¿Quién era Inna Flynn?
El sol ya estaba en su punto más bajo, haciendo que el cielo se viera de tonos amarillentos tras aquel cristal luminoso de la cafetería. Polly Orange me había dado cierto sentimiento de pertenencia, recordándome a aquella cafetería en la que trabajé todo el verano, aunque no se parecía ni de cerca (ya que la cafetería del señor Yohan estaba más que descuidada), pero de cierta forma sentía algo de calor hogareño aquí. Aunque puede que haya vuelto a ver una vez más a Rosie Gantu, la cual curiosamente ya no se encontraba trabajando en aquel lugar y no sentía la necesidad de encontrar una razón, por lo cual decidí comer algo allí estando sola sin tener que fingir por un momento.
A pesar de la mirada del hombre de seguridad que parecía recordarme muy bien, aquel momento de calma no se esfumó. Al parecer sí que había ciertos momentos apacibles a pesar de todo aquello que me atemorizaba. Decidí disfrutar de aquel atardecer mientras regresaba a mi habitación, observé de más algunas casas de mi propio barrio donde ya algunos me saludaban por mera costumbre, hasta pasé por el gimnasio donde Matt me saluda esperando mi presencia en unas horas, pero supongo que no sabe de mi pequeña gran pelea con su protegido.
¿Cómo hubiera sido si las circunstancias fueran diferentes?
Si yo nunca hubiera conocido a Sara y en realidad mi familia residiera en Rivergold en el mismo barrio en el que yo estoy, solo que estaríamos en una de esas pequeñas casas. Hasta la idea descabellada de que podría coincidir con el malhumorado de Hazel en esa vida imaginaria me hace reír.
Ay, preciosa calma. ¿Por qué eres tan momentánea?
Como casi todos los días, llego a la residencia donde, esta vez, algo muy distinto se encuentra en las afueras. Algo diferente, pero a la vez tan familiar que me hace detenerme y observar aquellos bultos que se encuentran a la deriva.
—Esas son... ¿Mis cosas? — mi murmullo suena apagado, pero mis ojos efectivamente ven lo que ven.
Las tristes cinco maletas y una mochila que claramente me pertenecen están apiladas unas sobre otras en la entrada, vulnerables en aquel barrio bajero que ahora no me parece tan bonito como hace unos minutos. De inmediato obligo a mis pies a moverse hacia dentro, donde el dueño de toda esta porquería está en el mostrador de siempre, observando su teléfono.
—Señor Arnold, creo que estoy alucinando, porque acabo de ver mis cosas allá afuera. — mis manos se estampan contra la mesa de madera, haciendo que aquellos ojos negros se levanten por encima de sus gafas para verme con la tranquilidad de un monje de las montañas.
—No, no alucinas. — tras aquella pobre respuesta, vuelve a posar sus ojos en el teléfono y la ira empieza a inundarme, pero antes tomo un pequeño respiro.
—Está bien... — intento calmarme tomando aire de forma pausada —. ¿Podría explicarme por qué mis cosas están afuera de la residencia?
—No.
Lo mato.
Mis ojos se abren como esferas de fuego, queriendo quemar aquella canosa cabeza, al igual que mi mandíbula se tensa, haciendo casi rechinar mis dientes por la presión.
—Señor, mis cosas están en la calle, afuera ¡outside!— intento hasta con otro idioma mientras gesticulo mis palabras, pero no, no me presta atención — ¡Señor Arnold, por favor explíqueme!
Mi último grito hace que suelte un suspiro cansado. Claro, tiene la osadía de cansarse por mis reclamos justificados. El hombre deja su teléfono a un lado y se levanta, centrando su atención en mí.
—Ya no resides más aquí. Busca otro lugar ¿captas?
—Pues no, no capto. — la insolencia de la que tanto se quejan los adultos se apodera de mí —. Le he pagado ¡meses! Por adelantado, no puede echarme así como así. ¡Es injusto!
—La vida es injusta, niña.
Y que lo digas.
Pero no quiero ni puedo aceptar eso. Hasta le pagué demás por su estúpida regla de no admitir a estudiantes de secundaria, solo admitía a universitarios, pero ahora no podía darme el lujo de buscar y pagar otro lugar, el dinero que acababa de dejarme Xavier estaba contado.
—No tiene sentido, ¿por qué me está echando?
—Será mejor que te vayas.
Rodea la mesa para encararme, toma la osadía de tomarme de los hombros, como incitando a que me mueva, pero retiro sus manos con brusquedad.
—¡No me voy!— decisiva, lo miro a los ojos con sumo enojo, mientras aprieto mis manos en puño —. Dígame, ¿por qué?
Esta vez no responde, solo me mira como si fuera poca cosa, como si yo fuera lo que hiciera de su día, una molestia. Si él no iba a responderme pues bien, yo actuaré por mi misma.
Salgo de allí y hasta escucho su exhalación llena de alivio que no le durará mucho. Me pongo la mochila sobre la de la escuela y en cada mano tomo una maleta para entrar nuevamente y pasar de largo del dueño que ya había tomado su lugar nuevamente en aquella vieja silla y que le costó reparar en mis acciones, por lo que alcancé a insertar la llave en mi cuarto antes de que me alcanzara y me arrebatara una de las maletas.
—¡Te dije que te fueras niña insolente!— la vena de la frente casi le salta al gritarme haciendo que incluso unas asquerosas gotas de su saliva lleguen a mi cara.
A pesar de ello termino de girar la llave y la perilla para entrar. El cuarto está vacío, sabiendo que ya he fracasado entro y reviso todo echando una última barrida, mientras el señor a mis espaldas intenta jalarme hacia afuera.
Al menos empacó todo bien, el muy desgraciado.
—¡Que te vayas!
Aquel grito sí llega a asustarme. El hombre me toma del brazo tan fuerte que termino soltando un grito inesperado que no lo detiene para sacarme de la habitación. Una vez afuera, no titubea en lanzarme a la calle como si fuera un perro. En ese momento, mi mente cruza ciertos recuerdos de cuando fui echada de la misma manera, pero por el guardia de seguridad de Roble Dorado, cuando entré por descuido del mismo.
Mirándolo desde el suelo, contengo las lágrimas llenas de ira cuando me grita.
—¡No vuelvas aquí!— Sus manos se alzan casi como si le fuera a dar un mal por la rabia que está experimentando —. Me pagaron muy bien para echarte. Hazme un favor y no estorbes.
¿Le pagaron?
En un último intento, me levanto del suelo para tomar su mano en cuanto se voltea, pero me aparta de un manotazo tan fuerte que me hace volver a caer al suelo.
—¡Hey!— La figura del señor Arnold es empujada al mismo tiempo —¿Qué mierda te pasa, viejo asqueroso? ¿No te llega oxígeno al cerebro?
—¿Y tú quién eres?— Al viejo le tiembla la voz.
—Ay, qué pena. Hazel, me presento. El que te va a partir la maldita cara.
Dicho y hecho, el chico le lanza un puñetazo en toda la nariz que deja al señor casi llorando y con aquella parte de su rostro sangrando. Es entonces cuando me levanto asustada del suelo y aparto al chico de ahí, mirándolo incrédula. Tiene esa mirada de demonio que tanto me intimida y, curiosamente, no se dirige a mí como se acostumbra.
—¿Y tú qué haces aquí?— Intento encontrar la conexión de por qué ha venido, pero no me cuadra nada.
—Llamaré a la policía. — Dice el viejo, queriendo huir.
No, policía no.
—Si lo hace, le diré que deja estudiantes menores de edad aquí y encima las golpea. — Amenazo de forma pobre, intentando que funcione —. Ya me voy. — Finalmente me rindo y eso parece calmarlo más.
Recojo lentamente las maletas ante la atenta mirada de los dos y me detengo nuevamente ante el señor Arnold, que sostiene su nariz con impotencia.
—Te lo merecías. — aunque fue innecesario se sintió bien decirlo y ver nuevamente su rostro de cólera.
Doy media vuelta finalmente, alejándome de allí. Solo que con compañía, una que sin decir nada toma cuatro de mis cinco maletas y las carga sin esfuerzo.
—¿Qué hacías ahí?— Soy la primera en hablar mientras caminamos con todo aquel peso y vergüenza que viene de mi parte.
No se si quiera a donde vamos realmente, pero algo dentro de mi me dice que es un destino ya conocido.
—No contestabas...
—Ah, sí. Me robaron el teléfono cuando me dieron la paliza. — La simpleza de mi respuesta hace que el chico voltee su cabeza a mirarme, pero aunque lo percibo, sigo mirando al frente mientras subimos colina arriba.
—¿Sabes quién...?
—Tengo mis sospechas, pero no sirve de nada. — Me encojo de hombros para seguir subiendo —. Aunque debo agradecerte. — Sí, soy algo rencorosa, por ello decido decir lo siguiente —. Gracias a ti tuve mi primer escándalo público en la escuela.
—Yo no fui.
Aquella declaración, sin ninguna pizca de nerviosismo o diversión, me hace detener mis pasos con cansancio. Las mochilas y la colina son mala combinación. Miro al muchacho a un lado de mí, que juraba odiarme con todo su ser, y de repente me pregunto por qué su mirada parece más tranquila de repente.
—Y debo creerte ¿por qué...?
—No tengo una razón, simplemente no fui yo. No gano nada con andar haciendo ese tipo de mierda, Benoit.
Sin más, él comienza a caminar nuevamente, dejándome atrás, cansada y confundida. En un intento de alcanzarlo, termino jadeando por cansancio. Puedo percibir cómo me mira de reojo y luego vuelve su mirada al frente por intervalos, como si pensara mas de lo que quisiera actuar.
—Entonces... ¿Ya no me odias?
Observo su perfil en busca de alguna señal, pero su expresión no cambia, sigue caminando como si llevara un ramo de flores en cada brazo en lugar de cargar todas esas maletas.
—Pfff, un poco. — admite, y una risa se escapa de mí, que no pasa desapercibida —. Pero... — el chico se calla antes de terminar la oración.
—Pero...
—Pero no es relevante ahora mismo. — Completa la frase mientras seguimos avanzando por la colina. Su tono es serio pero hay algo en su mirada que es simplemente distinto y de repente me muero de ganas por averiguar a que viene eso.
Me quedo en silencio, procesando sus palabras. Aunque no sé qué pensar, al menos sé que su actitud hacia mí ha cambiado, aunque sea un poco. Pero no tiene sentido. No hemos hablado, solo en aquel incidente del auditorio, pero aquello salio terriblemente mal.
Finalmente, llegamos a la cima de la colina, donde la vista de la ciudad nocturna se extiende ante nosotros. Si, esta es la mejor parte de todo el lugar y a su vez donde se posa el famoso "mano dura" con un pobre letrero de neón que es poco visible.
—Gracias por ayudarme con las maletas. — Rompo el silencio nuevamente, sintiendo la necesidad de decir algo ante aquel largo silencio que cruzamos.
Él simplemente asiente con la cabeza, sin decir nada más. Es extraño cómo este breve encuentro ha cambiado la dinámica entre nosotros. Aunque no entiendo completamente qué está pasando, el por que de su repentino interés o mejor dicho amabilidad.
—¡Chicos, ¿qué hacen ahí?! — Matthew se aproxima a nosotros que seguimos de pie frente a su gimnasio. Su mirada va directamente a las maletas que cargamos haciendo que se le borre su sonrisa de bienvenida. — ¿Qué pasó? — analiza mi rostro y mi cuerpo claramente golpeados. Supongo que cuando pase hace un rato no pudo detallar aquello.
—La echaron —explica Hazel por mí, lo que me hace mirarlo con el ceño fruncido —. El tipo de abajo se dejó comprar por unos... desconocidos y ahora no tiene dónde quedarse —informa, lo que me hace golpearlo de forma poco disimulada. El chico baja su rostro para encontrarse con mi mirada—. ¿Qué? No he dicho nada que no sea verdad.
Al parecer, vio y escuchó todo, probablemente también mi escena en la que entró hecho furia y soy empujada al suelo por un señor que supera los cincuenta años de edad.
—Eso es... terrible. ¿Tienes dónde pasar la noche, niña? —pregunta el barbudo, sus cejas fruncidas muestran una genuina preocupación en la que ni siquiera puedo permitirme confiar.
—Sí, yo iré a...
—No, no tiene lugar. Acaban de echarla y no tiene dinero — me interrumpe, por lo que vuelvo a golpearlo —. Bueno, lo último lo deduje.
Matt me mira con compasión y yo solo quiero salir corriendo de allí cuanto antes. ¿Por qué de la nada es tan... no violento conmigo? ¿Le picó el bicho de la empatía o qué?
—Arriba hay espacio, ¿verdad Hazel? —espero toda clase de reclamos por parte del chico, pero para mi sorpresa asiente convencido, ignorando mi mirada de completa confusión y escrutinio—. Bueno pues... Pasa la noche aquí, o mejor dicho, quédate lo que necesites, Jodie.
—Sí, quédate Jodie. — hasta quiero reír cuando escucho el tono amable que pone Hazel, el cual era desconocido para mis oídos hasta hace unos segundos.
¿Es que acaso el mundo está al revés?
Aunque tengo la teoría de que el chico tiene un gemelo "bueno" que ahora toma su lugar, intento dejarla de lado. Observo a ambos hombres con desconfianza, lo que me hace echarme para atrás, pero es esto o pasar la noche en la calle o en algún otro lugar, a la expectativa de que los que me hicieron esto y encima me golpearon el otro día, estén por ahí esperándome. Soltando un cansado suspiro, decido al fin.
—Está bien. Me quedo.
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