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𝐗𝐈𝐗

¿𝐯𝐞𝐫𝐝𝐚𝐝 𝐨 𝐟𝐚𝐥𝐬𝐨?

¿En verdad es posible conocer realmente a alguien? ¿Alguna vez has permitido que alguien vea por completo todo lo que te conforma? Ya sabes, aquel lado que muestras, aquella timidez o valentía que aparentas y aquello que nunca dices. ¿Alguien sabe siquiera que tienes ese lado oculto, esa especie de oscuridad? ¿Al menos te entiendes a ti mismo?

La noticia se refleja en aquella pequeña y vieja pantalla de la tienda, la mayoría de los presentes simplemente la ignoran, pero yo permanezco quieta mientras observo con suma atención lo que relatan. Una familia conformada por cuatro integrantes, papá, mamá y dos hijas, los padres llevaban doce felices años casados y hace tres días el padre asesinó a las dos niñas ahogándolas en un lago a donde fueron a vacacionar, mientras que a la madre la mató en la misma habitación de hotel donde se habían estado quedando durante su estadía en la ciudad. La cosa imaginación que de repente nace en mí me lleva a idear un universo alternativo donde de repente mi padre muestre aquel instinto que llevó a ese hombre a cometer tal atrocidad, obviamente no esperaría aquello, al igual que la esposa y sus hijos tampoco debieron esperarlo, confiando plenamente que entre todas las personas del mundo, justo él, no se atrevería a hacerles daño. Pero, ahora que sucedió todo esto, al parecer aquel hombre había matado a varias chicas a lo largo de su vida, y ni siquiera la persona que parecía conocerlo como nadie más en el mundo, estaba enterada.

Un escalofrío me recorre desde la espalda baja hasta el cuello, haciendo que se me ericen los pelos de la nuca cuando muestran la foto familiar en la pantalla. Ninguno parece merecer aquel destino, pero fue lo que pasó; aquellas sonrientes y unidas caras ahora mantienen otro significado oculto que resulta siniestro. Nunca conoces realmente a alguien.

Termino de escoger aquellas frituras de maíz picantes, junto con algunas galletas más, mientras sigo echándole una ojeada al televisor que reposa en la alta esquina de la pequeña tienda. Mi humor no ha sido el mejor durante el fin de semana, y dudo que mejore en los próximos días. Aquel peso invisible de la culpa me robó el cansancio cuando hablé con Hazel, por primera vez siendo sincera, pero omitiendo nuevamente parte de la verdad. El chico tampoco pudo decir mucho en la madrugada; había tomado unos sedantes que lo hicieron caer rendido en su cama, y aunque el sol salió esta misma mañana, obligando a la gente a seguir con su tediosa rutina, él ni siquiera despertaba. Lo revisé tantas veces pensando que algo estaría mal, pero cada vez que me asomaba por el umbral de su habitación, su torso subía y bajaba tan lentamente que la preocupación se esfumaba de mi sistema.

Su última confesión me había dejado tan adormilada, en un sentido muy malo; era como si mi cuerpo estuviera obligado a estar despierto, pero mi mente se sentía cansada. Ni siquiera me permití pensar sobre el suceso esta misma mañana, pero casi era imposible.

—Aquí tiene su cambio. — el chico de la tienda me tiende unas pocas monedas que tomo con pereza, al igual que la bolsa de compras —. Que tenga un buen día.

Mis pasos son lentos al salir del lugar. Hay un tipo fumando enfrente; el humo me llega directo a la cara apenas avanzo, pero no me molesta del todo. Lo que sí me incomoda es la sensación de tener que regresar, por el hecho de no tener a dónde ir.

Sí, estoy preocupada, lo admitía, al menos en mi inconsciente. Por ello, hice todos mis deberes esta mañana y preparé dos desayunos, donde uno fue plenamente disfrutado y el otro se enfrió por la falta de alguien que ni siquiera había sido capaz de levantarse de la cama. Matt fue el responsable de sacar a aquel demonio canino hace unas horas y de paso me había dejado muy en claro lo decepcionado que estaba de ambos, ya que al parecer, ayer mismo se había enterado de lo que Hazel hacía realmente, y yo, pues él mismo me vio subir por las escaleras con aquella pinta que no me quedaba para nada. Lo que más me molestaba del asunto era el sabor arrepentido que reposaba en mi lengua, haciéndome tragar cada tanto, pero hasta eso se me dificulta.

Palpo en mi bolsillo aquel objeto que me había encargado de esconder en todo momento, pero que traigo encima como sensación de una posibilidad que en realidad no puede darse. Mi viejo teléfono, que tiene todos aquellos contactos que representan a las personas que dejé atrás. La idea de llamarlos me cruzó por la cabeza desde la madrugada, pero no era capaz. No tenía muy claro el motivo, pero aun estando sola mientras camino lo más lento posible para alargar mi llegada, aunque lo toco en mi bolsillo, no lo saco.

No demoro mucho en llegar nuevamente a aquel edificio arriba de la colina. Aun con una mano en mi bolsillo, rozando aquel teléfono, y la otra sosteniendo las bolsas con algunas golosinas que esperanzadamente me harían sentir mejor por el poco momento que durarán. Sin más, me siento en la acera del frente, sacando la mano de mi bolsillo, me dispongo a tomar un paquete de las frituras y destaparlo para empezar a comer mirando a la mismísima nada. Aun no quiero entrar y sentirme como una intrusa. A pesar de que el sol ya está bajando, aún la camioneta está frente al gimnasio, lo que indica que los amigos de Hazel siguen arriba y yo, al parecer, aun no soy de fiar. Por ello, Kamil me había pedido que me fuera. Esa es la única razón por la cual mantengo la cara larga al masticar cada uno de esos triángulos amarillos.

—Hola, niña —me saludó un tipo que frecuenta mucho el gimnasio. Me resulta gracioso cómo su sonrisa no concuerda con su cuerpo, digno de compararse con un gran y musculoso orangután. De tanto vernos, saludarnos se volvió una costumbre, así que agito mi mano hacia él en cuanto se marcha.

De repente, una risa se me escapa mientras escojo otra fritura, ante la idea de que si tal vez Hazel fuera así de ancho y con brazos más grandes, le habría ganado al moreno, pero ese no era el caso. La imagen de esta mañana aparece nuevamente en mi cabeza, borrándome la sonrisa. Tardó, pero al final sí despertó. Lo hizo justo cuando Kamil y Lorenz llegaron con miles de medicinas en una mochila. Ni siquiera podía sentarse por sí mismo; soltaba un quejido hasta cuando cerraba los ojos, a la vez que una de sus manos permanecía en su costado derecho, como si sostenerse disminuyera el dolor. Su cabello también está más largo de cuando lo conocí, haciendo que se le forme aquel flequillo rebelde que no le queda tan mal. Estaba fatal cuando nuestras miradas se encontraron, con aquella ceja suturada, el ojo hinchado, el labio reventado y hasta la mandíbula algo inflamada. El chico está hecho un desastre.

—Es un tonto —murmuré antes de ponerme de pie, aún con la bolsa y las frituras en las manos.

A pesar de que claramente debió reparar en mi presencia y recordar la conversación de anoche, no dijo ni una sola palabra. Fue Kamil quien se encargó de todo, como si de repente fuera el presidente y ellos sus dos guardaespaldas.

Entro empujando aquella puerta de cristal que mantiene varios anuncios adheridos a ella. Aún queda bastante gente adentro y el olor que tanto odiaba al final terminó siendo otra cosa ordinaria que podía soportar. Entre saludos amigables, surco a todos los tipos presentes, intento ignorar la mirada lejana de Matt, que me quema la nuca en cuanto le paso a un lado. Está enojado con nosotros, y a pesar de eso nos da algo de espacio.

En cuanto llego a la puerta de metal que abre lo que se supone es mi hogar ahora, escucho algunas risas provenientes de adentro. Me preparo mentalmente para algún otro rechazo. La sala está desierta, por lo que tengo tiempo de deshacerme de mis zapatos y la gorra de papá que dejo a un lado del perchero. La luz de la habitación de Hazel está encendida y al mirar hacia la izquierda veo aquella figura oscura de un supuesto cachorro mirando hacia adentro. Supongo que debe estar abatido de que su dueño no haya hecho una adecuada presencia.

—¡La vez del café frío, claro que recuerdo! —aquella exclamación viene del chico con el cual no he compartido mucho.

Lorenz se supone que es otro chico de relativa confianza para el pelinegro. Mi presencia aquí los asombro a los dos hace unas horas; fue obvio que Hazel no les dijo nada de que vivía conmigo, pero igual dentro de mí, esperaba que lo hiciera. Es una caja fuerte, y ni siquiera después de todo este tiempo he logrado descifrarlo.

—Le tiraste en la cara esperando que se quemara, cuando se escuchan los cubos de hielo caer. —las risas son fuertes y en cuanto mi figura se asoma por el umbral, se apagan de inmediato.

La cama del chico no es ni de chiste la más grande, pero ahí están los tres. Hazel permanece sentado, aún sin algo que cubra su torso, se sigue viendo fatal, pero al menos ya puede recargar su espalda en la pared sin lloriquear. A su lado está el pelirrojo sentado en lo poco que queda libre de la cama, junto a la mesita de noche que está repleta de empaques de pastillas, vendas y otras cosas que asumo necesitaban para curar a su amigo, y por último, a los pies de la cama, el chico de cabello castaño y liso, que porta aquella horrible camiseta playera que casi me ciega la vista en cuanto lo vi.

—Perdona por no avisarte, nos distrajimos. — es Kamil el que se levanta y se acerca. No entiendo por qué, pero me siento demasiado alejada de ellos, obligándome a volver al inicio de todo. Doy pasos atrás evitando que me toque, ya que parecía tener la intención de tomar mi mano.

Veo cómo su ceño se frunce levemente, supongo que está recordando lo mismo que yo, aquella conversación donde reveló mucho de su persona, pero simplemente no puedo tocar su dolor ahora mismo, estoy demasiado ocupada con la presión que reside en mi pecho, obligándome a ser egoísta.

—No pasa nada. No tenían que hacerlo, es casa de Hazel, yo solo estoy de paso. — mi voz es monótona, nuevamente sin intención alguna, solo tengo la profunda idea de protegerme en este momento, no estoy segura si ellos realmente.

—Está bien... — murmura sin dejar de verme, pero yo no conecto con su mirada. Agito levemente mi cabeza de arriba a abajo, con la intención de alejarme finalmente.

—¿Te pasa algo?

Su voz algo rasposa me hace detener. No lo he escuchado ni siquiera desde antier, supongo que el hecho de vivir juntos no implica mucho el hablar o convivir realmente. Su mirada oscura recae en mí, a pesar de su dolor, veo una leve expresión de confusión cuando me mira. Nunca entenderé cómo son las cosas con él, cómo nos escondemos tanto uno del otro, pero al final no queremos que nada malo nos pase. Me siento como una extraña, conozco mucho más de él de lo que se puede imaginar. Tal vez es algo de nostalgia lo que me ataca, porque sé que este chico no es malo y en otras circunstancias no estaría sintiendo rechazo o siquiera culpa cuando lo miro, pero no por él, sino por mí.

—No, solo estoy cansada. — él asiente lento y pausado, apelando al silencio y dejándome ir finalmente.

Apenas salgo de la habitación, al poco rato empiezo a escuchar nuevamente las risas y conversaciones de anécdotas pasadas, al igual que alguna que otra advertencia que se hacen al callarse cuando tocan un tema que supongo no puedo escuchar. Permanezco sentada en el sofá por un rato, hasta que me siento nuevamente con aquella opresión que me obliga a levantarme y abrir las puertas a la terraza. Ya es de noche y las lámparas de la calle son lo que alumbran un poco el lugar. Me siento en el suelo sin poder ver realmente el lugar que ocupo, pero en cuanto siento un gruñido, ni siquiera estoy de ánimos para gritar, pero es obvio que me he sentado frente a la maceta amarilla que aquel animal tanto protege.

El sentimiento y peso en el corazón me ganan, ni siquiera me levanto, solo empiezo a sentir aquellas gotas escurrir por todo mi rostro. Mi cabeza baja en cuanto mis manos cubren mi rostro, lamentando todo y a la vez nada. Siento el hocico del animal empujar mi cabeza, ahí sí suelto un pequeño jadeo del susto, pensando que me morderá, pero cuando retiro mis manos el perro lame mis mejillas.

—¿Esto haces antes de comer a tu presa? — inquiero en voz baja y rota, el perro sigue en su tarea, eliminando cada gota que se desliza por mis mejillas —. No sería un final tan malo. — razono en cuanto se aleja un poco —. Jodie la impostora es devorada por un perro llamado Greñas. ¿Qué te parece?

Los ojos negros del animal brillan a pesar de la poca luz del lugar, sigo con aquella opresión en el pecho que me hace seguir soltando lágrimas silenciosas. Me rindo a lo que sea que el animal quiera hacerme, pero en cuanto menos lo espero, acerca su gran cuerpo a mí y se echa a mi lado, dejando reposar su cabeza en mi pierna. Algo dudosa, levanto mi mano, que parece temblar un poco, y acaricio su peluda cabeza. Una risa nasal me sale por la situación. A pesar de que estoy cerca de su objeto más preciado, al parecer también se ha rendido a mí.

—Está bien, olvidemos que me odias. Pero solo hoy. — le advierto y él remueve su cabeza haciéndome reír otra vez —. Mañana puedes volver a gruñirme como tanto te encanta. — un bufido sale de su hocico, haciendo que me sorprenda, supongo que me entiende aunque sea un poco.

Decido que ya lo molesté lo suficiente y simplemente lo sigo acariciando el tiempo necesario para que aquellas lágrimas desaparezcan por sí solas, dejando únicamente el leve ardor en mis retinas que mañana me pasará factura, como todo lo que he estado haciendo en este lugar. La impotencia de mi duda reciente sigue presente y aunque es así, logro una vez más apartar todo aquello que me empuja a ser la de antes. Solo porque aún tengo que lograr algo en este podrido lugar

.

.

.

Muchas de mis reflexiones el fin de semana se debieron a razones personales, pero una en particular me llevó a estar fuera de casa todo el domingo siguiente. Hazel sí tenía corazón, sí me había estado ayudando, pero aquella compasión de la que tanto parece adueñarse debe tener fecha de caducidad. Por ello, pasé el día buscando lugares a donde ir antes de que eso pasara. Las vacaciones estaban cada vez más cerca y, aunque serían pocas semanas, sería un tiempo muy necesario que tomaría. La incertidumbre de cuándo el pelinegro pudiera echarme me tenía buscando habitaciones a mitad del pasillo solitario de la escuela, mientras sostengo el teléfono en mis manos. Efectivamente, las palabras de Jace eran ciertas, ahora no tenía a nadie allí. Si bien había previsto que esto pasaría, no pensé que sería tan duro. Oficialmente era carne fresca en el lugar, y no dejaban de mirarme casi como si fueran depredadores en plena selva y yo un pobre y perdido conejo que se había equivocado de sendero.

Intenté hablar con Jade y Ruby, pero lamentablemente el rencor que tienen por la primera traición es grande. Solo espero que se les pase para variar; entre ellas mismas se han hecho cosas peores. Supongo que mi error fue que Jace abriera la boca tan rápido. Además, no olvido que ellas fueron las responsables de aquella paliza que tanto me arruinó en su momento.

Tal vez por esa repentina soledad, es que cuando escucho aquellas risas y pasos cercanos al pasillo donde estoy, termino levantándome lo más rápido que mis piernas me permiten y empezar a buscar un lugar donde esconderme. La paranoia no era mucho lo mío, pero llevo lo suficiente aquí para saber que aquí una paliza y cosas peores se ganan gratis. Desesperada, busco un salón que esté abierto. Yendo a lo seguro, voy hacia mi propio salón; de todas formas, la campana no tardará en sonar. Abro la puerta con cuidado y cierro a mis espaldas, encontrándome nuevamente en paz. Ya ni siquiera puedo tener la dicha de confiar en la falsa protección que me genera Hazel; el chico sigue más que adolorido en su casa y lo peor es que estando así, salió a Dios sabe dónde; ya que esta mañana no estaba en casa.

Estando en el salón vacío, no puedo evitar mirar los pupitres, tan pulcros y brillantes que parecen cegarte a la vista. Supongo que, a pesar de todo, el daño a este tipo de cosas les debe parecer una blasfemia. Camino por cada uno de ellos, pasando las yemas de mis dedos con delicadeza, intentando llegar hasta el mío. Pero hay algo en uno que me detiene. En toda la esquina superior derecha, hay unas iniciales escritas, casi que parecían estar ahí como un recordatorio: "I.F.", con la misma letra prolija de nada más y nada menos que Ruby Lacross. Mis dedos pasan por ella, al igual que un pensamiento intrusivo que obligo a espantar. Es demasiado pronto para que todos se enteren. Si esto se adelanta, definitivamente va a ponerse feo. A principios de año no me hubiera importado, pero estando sola puede ser que me cueste manejarlo.

—¿Jodie?

Mis dedos se alejan de allí como si hubiera recibido un quemón, al igual que mi cabeza se levanta hacia la figura en la puerta: una chica de rizos marrones y largos que me observa con una ceja alzada. Zoe Turner en mi salón. Eso sí debe ser extraño, aunque la que parece estar extrañada es ella, quien cruza sus brazos como exigiendo una explicación.

—Sí. ¿Qué pasa?

—Anunciaron que harían un evento especial hace unos cinco minutos. ¿Por qué sigues aquí? —la última vez la recordaba más gentil, por eso me siento algo atacada cuando me habla en aquel tono que le hablaría una madre a su hijo al ser regañado por llegar tarde—. Estoy revisando que no haya nadie en los salones. La organizadora del evento lo requirió.

Supongo que debe estar más que obligada a hacer aquella tarea, porque su mirada aburrida y casi prepotente me obliga a mover las piernas y salir de allí bajo su atenta mirada. Apenas la pierdo, no puedo evitar sentir una especie de escalofrío que me eriza los vellos de la nuca, casi como una corazonada que me incita a volver al salón donde estaba y esconderme mejor de lo que lo estaba haciendo. Pero a pesar de ello, sigo caminando con aquella incertidumbre. Al parecer, es verdad que todos fueron solicitados; ya pasó la hora de receso y la campana nunca hizo presencia, a la vez que todo el lugar parece vacío.

El sol me pega directo en la cara cuando llego a las afueras del campus, en busca del auditorio que no es muy difícil de encontrar, ya que algunos estudiantes también se dirigen hacia allí con cierta pereza. Algo nerviosa, paso aquellas puertas de cristal que se mantienen abiertas mientras dos estudiantes las sostienen. Allí hay un gran número de sillas, por lo que no es fácil buscar una en todo el final para sentarme. De todas maneras, no quiero mucha atención ahora.

Las luces no demoran mucho en ponerse opacas, por lo que supongo que el lugar se ha llenado. Por un momento, me parece extraño la manera en la que Zoe parecía estar de mal humor. Se supone que ella misma se metió en el programa de los voceros, así que debería estar allí. Aunque lo de sacar estudiantes sí lo veo más como un trabajo adicional que, supongo, ella no quiere ni merece. Una figura toma el podio al poco tiempo, llamando la atención de todos. A su vez, el encargado de las luces dirige aquel rayo blanquecino a la chica que sostiene el micrófono y los papeles, solo que no es la chica que esperaba ver. Mis cejas casi se juntan al ver quién está parada allí, y mucho más cuando Jade aparece de la nada para alcanzarle unos papeles, y ella agradece antes de volver a tomar su posición como supuesta vocera.

—Buenos días, comunidad estudiantil. —La voz chillona de Ruby no pega para nada con el asunto, pero allí está, sonriente, eufórica y muy, pero muy contenta, como no la había visto en días.

Siento aquel cacharro que tengo por teléfono vibrar en el bolsillo de mi chaleco, pero estoy tan expectante que simplemente me quedo mirando la escena.

—El día de hoy he sido yo la que los ha convocado aquí. El director me dio permiso para llevar a cabo lo que organizamos tras una larga conversación la semana pasada. —La chica mira a todos en el público, como buscando algo que parece no encontrar, por lo que vuelve a bajar la mirada hacia los papeles—. Debemos tener una seria conversación aquí y ahora, compañeros de Roble Dorado. Todos saben que somos más que simples acompañantes diarios —la chica deja el podio, al igual que los papeles, y comienza a caminar por toda la tarima con tal confianza que hasta me fascina de cierta manera—. Somos una familia, tenemos historia, tenemos complicidad, tenemos secretos. —Y es entonces cuando me encuentra con la mirada.

Quién pudiera pensar que aquel golpe vendría de la dulce Ruby. Supongo que tuvo algo de ayuda de Jade, pero no puedo evitar sentir aquel dolor en todo mi cuerpo cuando este se tensa de inmediato. Esto no es una coincidencia, no es nada académico, no es alguna tontería de anuncio, esto es una encrucijada de lo más baja.

—Tenemos que ser responsables, tenemos que hablar. Nos debemos esta charla. —Sus ojos verdosos dejan los míos, pero de todas formas no me relajo—. Les hablaré de lo que pasó hace dos años, el motivo por el cual nos hicimos virales en Twitter hace unas semanas.

No puedo evitar acomodarme en mi asiento con incomodidad. De inmediato busco mi teléfono en un intento desesperado de apoyo, pero aquello muere cuando recuerdo el estado del que se supone es mi apoyo.Ni siquiera lo saco de mi bolsillo.

—Sara Crowell fue una compañera y amiga devota. —En la gran pantalla, se muestra la imagen de la chica, quien sonríe mientras porta orgullosamente el uniforme de la institución. Mi mandíbula se aprieta junto con mis puños, intentando desviar la mirada, pero me encuentro nuevamente con los ojos verdosos de la chica que sigue hablando en el escenario—. Sí, existieron malentendidos y sí, puede que la mayoría discutiera con ella. Pero eso no quita por completo lo comprometida que era con esta escuela, lo mucho que se desenvolvía en el deporte y la manera en la que era tan... honesta.

Resultó hasta gracioso al parecer, porque muchos empezaron a soltar risas por lo bajo. Inquieta, empiezo a negar con mi cabeza, intentando retener toda aquella impotencia. "Ni siquiera tengo que estar aquí", pienso decidida, levantándome de aquella silla e intentando irme de allí lo más rápido posible.

—Pero yo no puedo decírselos con exactitud. ¿Por qué no mejor invitamos a una de sus más grandes amigas? ¿Jodie, podrías pasar por favor?

La luz me ciega en cuanto se posa en mi figura, haciendo que intente taparla con la palma de mi mano, pero mis ojos se acostumbran después de unos pocos segundos, donde finalmente noto lo que pasa. Todo el auditorio murmura y me mira desde sus cómodos asientos, mientras yo estoy allí plantada en medio del pasillo que separa las filas de cada una de las sillas, en mi intento de huir había quedado más que expuesta.

—Jodie, sube por favor. —nuevamente me llama, en cuanto ve que me quedo inmóvil en aquel lugar, aún con la luz destellando en mi cara. No puedo evitar posar mi sombría mirada en ella acompañada de una sonrisa que sale al ver la foto que se refleja en la pantalla.

Supongo que aquella es la famosa foto que vio Jace en el cuarto de Sara, curiosamente también la poseo actualmente, solo que allí no luzco para nada como Jodie. A pesar de ello, el escándalo que se forma en el lugar tiene una sola causa: ¿Cómo la europea heredera se relaciona con la recién fallecida? Así que en cuanto mis piernas se mueven hacia la tarima, no me permito temblar, porque aun mi verdadero nombre permanece a salvo de todos aquellos demonios que me observan y murmuran miles de suposiciones, pero aquel demonio pelirrojo que me da una amorosa sonrisa en cuanto termino de subir las pequeñas escaleras para situarme a su lado, resulta ser el peor. Ella me tiende el micrófono con aquel brillo travieso en su mirada, pero aún así lo recibo sin flaquear.

—Te vas a arrepentir de esto. — Aquello sale de mi boca y hasta yo me sorprendo de lo frío que sonó, logrando que su sonrisa se apague, pero antes de que me acerque al podio, me jala del antebrazo.

—Solo es conmemoración a los fallecidos. ¿Por qué la cara larga?

—Tienes razón, Lacross. — Coincido quitándomela de encima.

Apenas estoy frente a frente con todos aquellos adolescentes de sonrisas gigantes, a la expectativa de mis próximas palabras, es que siento cierto poder. No saben lo mucho que perjudicaría a muchos si abro la boca, pero lo mío con la chica que permanece a unos pasos de mí se torna personal. Escucho cómo algunos murmuran sobre mi relación con Sara, supongo que es más sorprendente de lo que siquiera yo quiero admitir.

—Sara no era muy popular por ser demasiado devota como dicen, ¿verdad? — inquiero abiertamente. A pesar de la presión, mi cuerpo se mueve relajado en el escenario mientras los observo a cada uno de ellos, pero lo bajo que está la luz me impide verles las caras —. ¿Podrían encender las luces un momento? — Sorpresivamente se cumple, la luz opaca la pantalla detrás de mí, pero ahora me permite mirar con claridad las expresiones en cada uno de sus rostros —. Ella no era ni de asomo perfecta, cariñosa o siquiera honesta. ¿Eso es cierto? — Algunos asienten con la cabeza, otros ríen, otros gritan una que otra barbaridad que es callada por algunos.

—Tienes que conmemorar a tu amiga, Jodie. — La voz de Ruby suena a mis espaldas. Mi cabeza gira a la derecha, donde algunos del club de voceros permanecen de pie observando todo, parecen preocupados. Allí puedo ver a Jade con los brazos cruzados y el ceño fruncido, pero ya ni siquiera me importa su presencia.

Me golpearon, me robaron, me amenazaron.

La interrupción de Ruby y los intentos de quitarme el micrófono solo refuerzan mi determinación. Sigo hablando, sin dejar que me silencien.

—Pero es mal augurio hablar así de los muertos, así que solo recordemos lo buena amiga que era. — intento cambiar el sentido de las cosas, nuevas risas vienen con ello —. Y como esto es un evento exclusivo para fallecidos, quiero mencionar también a Anna Wagner del dos mil siete, aunque probablemente no la recuerden. Me imagino que muchos aún no habían nacido ni estaban aquí. Murió por supuestas causas naturales siendo una atleta en perfectas condiciones. A ella también deberíamos recordarla.

—¿Qué haces, Benoit? — Ruby intenta quitarme el micrófono, pero la esquivo.

—O qué tal Nick Nakamura, de intercambio, muerto en dos mil dieciocho por un supuesto suicidio en las canchas de fútbol. Tampoco se sabía la razón. Otro perfecto atleta y gran amigo.

—¡Benoit! — Nuevamente la esquivo, casi corriendo por todo el escenario. Los estudiantes comienzan a grabar de inmediato, entre risas. Supongo que, a pesar de mis serias palabras, la forma en que huyo de Ruby les llama más la atención.

—O algo más reciente, ¿qué les parece Morgan Quinlan? — De inmediato, Ruby detiene su intento de callarme, quedándose quieta en su propio lugar. El resto sigue grabando, pero por sus caras veo familiaridad —. ¿Eso sí lo recuerdan, verdad? En la fiesta de la primera semana, ¿se sintió bien retomarla?

—¡No sabes nada, desquiciada! — Gritan a lo lejos, pero la impotencia me gana.

—¿Se sintió bien hacerle eso a todos ellos? ¿En serio? — Abucheos llegan a mí como una ráfaga, intentando hacer que me calle. — ¿Quién será la siguiente? ¿Yo? Pues si aparece mi suicidio, ya saben. Somos una familia, tenemos historia, tenemos complicidad, tenemos...

—¡Ya basta! — el micrófono me es arrebatado por la misma chica que parece tan furiosa que pone una expresión que nunca imaginé ver en ella. Su mandíbula se aprieta tanto que casi puedo oír rechinar sus dientes y sus ojos parecen querer desaparecerme.

—Te lo buscaste, Ruby — es lo único que digo, antes de bajarme de la tarima, no sin antes recibir miles de insultos y empujones de los demás, que empiezan casi a perseguirme hasta la salida.

Mi ataque de rabia y adrenalina es dejado atrás en cuanto cruzo las puertas del auditorio, dirigiéndome ahora nuevamente a las aulas. Si fui descuidada, pero ya estoy bastante hundida, me seguiré escondiendo y ahora con más razón. Me convertí en un ser vulnerable ahora. Estoy en medio de un mar lleno de tiburones y he empezado a sangrar, incitando su instinto asesino, aquello que tanto parecen ocultar de todos. Pero yo me haría responsable, yo tendría el arpón, yo haría la justicia que nadie tuvo, independientemente de si fuera bueno o malo, el recuerdo que tengo de la chica es lo que me inspira a seguir sintiendo cariño por ella y, a pesar de que me siento culpable, no me puede ser arrebatado. No ahora.

Es cuando llego a las puertas de las aulas que paso directamente a las escaleras, pero noto algo distinto, algo que me vuelve a hundir. Aquellas imágenes están por todos lados, pero esta vez no es algo que esté soñando, es real. Es real porque mis uñas se entierran contra mis palmas haciendo que sienta dolor, pero ni eso es suficiente para privarme de las sensaciones emocionales que me empujan a seguir mirando cada una de ellas.

Mi corazón late desbocado entre más mis curiosos ojos se fijan en los detalles de las imágenes, lo siento casi salir de mi pecho y volver con aquel nudo en la garganta que me oprime y dificulta mi propia respiración. La tembladera en mis manos hace que me encoja en mi lugar, desesperada intento quitar el sudor que nada en mi rostro. Intento moverme, huir, pero la tembladera pasa a mis piernas, impidiendo mi avance. Tengo miedo, demasiado. Me abruma la sola idea de que no sé a qué se debe exactamente, si a lo que veo, a lo que siento, a lo que recuerdo.

Ni siquiera pienso con claridad, me siento confusa, con la cabeza desordenada, como si nuevamente mi cuerpo no cediera a mi propio razonamiento. Estoy atrapada en imágenes de mi primer día aquí, de despedidas vacías, de historias y relatos que me advertían mi propia caída. Aunque sigo observando, intento dejar de hacerlo con desespero, sorpresivamente lo logro, pero solo cuando mi visión se vuelve borrosa y mis oídos empiezan a zumbar, privándome por completo de mi entorno. Aunque siento mi pecho subir, no siento que realmente esté respirando, solo que en cada intento el aire se me escapa. Dejo salir un grito en cuanto una punzada se instala en mi pecho. Algo terrible va a suceder, algo horrible y estoy sola, ¡completamente sola! Es mi culpa, solo mi culpa, mi culpa, mi culpa.

Siento mi cuerpo tensarse, no veo, no escucho, no puedo moverme, me siento encogida en mi lugar. Siento un fuerte dolor en mis rodillas, me cuesta entender qué es porque acabo de apoyarlas en el suelo con fuerza, mientras mantengo mis manos encogidas casi como si estuviera rezando mientras miro hacia arriba con lágrimas en los ojos. Me siento sola, atrapada, estoy aterrada cuando la veo acercarse, cuando nuevamente parece aferrarse a mi dolor.

—Me duele verte así, Inna.

Parece cierto, pero no logro distinguir si realmente lo es. Siento su presencia más cercana, luego de tenerla frente a mí, su cálida mano se posa en mi hombro, me habla, pero no logro escucharla esta vez. Hasta que tras algunos intentos mi mirada se vuelve a nublar y la escucho.

—Todo va a estar bien, ya estoy aquí. Te voy a ayudar.

Ahora siento dos grandes manos en mis hombros, el chico intenta guiar mi propia respiración que se ve cortada. En inhalaciones lentas y exhalaciones controladas, termino sintiendo como todo aquello que me oprime parece disminuir. Mi corazón deja de intentar huir, empiezo a sentir el aire en mis pulmones y diviso perfectamente aquellos ojos que solo me ven a mí, mientras intenta seguir guiándome a la paz. Me siento agotada, no quiero saber de nada ni de nadie, pero solo lo tengo a él delante.

—Vámonos de aquí, debes descansar.

Sintiéndome como una muñeca de trapo, me jala para levantarme. Los pasillos siguen desiertos, solo él es testigo de lo que acaba de pasar y solo él me dirige hacia la salida de la escuela, donde aún conservo los ojos cristalizados y no digo ni una sola palabra. Me siento en la silla del copiloto de aquel auto y simplemente apoyo la espalda dejando ir un respiro profundo. Él me pone el cinturón y se asegura de que esté bien, me pregunta pero no respondo. Tras segundos donde intenta hablarme y aparentemente se rinde, enciende el auto y acelera hacia un destino desconocido. De todas formas, Jace Bracco era, en un principio, alguien amable, ¿verdad?

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