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Escena 4

     Hacía mucho tiempo que no hablaba durante tanto tiempo con alguien. Te sentaste a mi lado y desde que rugieron los motores del avión supe que nos íbamos a llevar bien.

     Nunca antes había surcado el cielo y aunque me moría de miedo no me aliviaste con las típicas frases reconfortantes. Me gustó eso de ti. En tu más sincera ingenuidad vivías el viaje como una aventura, un placer para los sentidos.

     Me hubiese gustado hablarte de mí, de por qué había decidido comprar el primer vuelo que apareció en la pantalla del ordenador. A decir verdad no lo sabía, ya no me acuerdo de por qué lo hice y creo que tampoco hubiese sabido cómo explicártelo

     Apoyaste tu mano sobre  la mía y el temblor de mis dedos agradecieron tu dulce calor. Fue el contacto justo, el adecuado, el tierno, el que nunca te pedí pero decidiste darme. Mis entrañas cayeron cinco pisos durante el despegue mientras tú, apacible, observabas el paisaje cada vez más inclinado.

     Me hablaste sobre el país al que llegaríamos en pocas horas. Tenías que gritar para sobrepasar el vocerío del resto de pasajeros. Me gustaba ver que te esforzabas por mí, que querías contarme todo. Me aseguraste que allí la gente sería más independiente, la comida no tendría tanta gracia y los días parecerían más cortos. Yo sólo esperaba poder estar contigo hasta encontrar un lugar donde pasar la noche.

     El aeropuerto se me hizo grande e imposible. No había mucha gente y tiraste de mi mano entre las terminales mientras te fijabas en los dibujos de los carteles. Descubrí que tú tampoco conocías el idioma de aquel lugar. Nos montamos en el tren que nos llevaría lejos de la ciudad y también lejos de nosotros.

     Me senté a tu lado al principio del trayecto temiendo incomodarte pero sabiendo que en poco tendrías que irte. Tu brazo me rodeó con cariño y yo apoyé mi cabeza en tu hombro firme. Perlitas de sal surcaron mis mejillas y no me esforcé en ocultarte mi pena¿Cómo podría hacerlo?

     Sin vergüenza ni apuro te giraste hacia mí e intuí tus labios acercarse a mi mejilla. Yo temblaba por dentro y mi piel ya ardía antes de que llegara tu beso. Lo sentí fuerte, dulce, como si quisieras decirme que todo había sido real, que habíamos compartido una vida entera desde que nos montamos en aquel avión.

     Antes de abrir los ojos ya sabía que no estarías allí conmigo. Nadie más quedaba en el vagón. Miré a través del cristal y descubrí que todos los muros de la estación se encontraban en ruinas y llenos de musgo. Decidí bajarme en aquella parada antes de tomar cualquier decisión.

     En el andén reinaba el silencio. Ni si quiera recuerdo haber visto el tren marcharse y me quedé en la más absoluta soledad.

     No sé si algún día leerás esto, pero desde aquel día no he vuelto a estar triste. Tu viva imagen campa a sus anchas en mi memoria. Aunque nunca me lo admitirías, sé que de vez en cuando también te acuerdas de mí. 

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