Escena 3
Yo ya sabía que el camino no iba a ser coser y cantar, pero jamás me hubiese imaginado hasta qué maldito punto estaba en lo cierto.
El ambiente dentro del coche era pesado, tenso. Nuestras miradas parecían poder quemar si osaban posarse sobre la piel del otro. Me hubiese encantado estar durmiendo en los asientos traseros o que fuese ella la que hubiese decidido conducir. No fue así.
-No sé, tío. Tampoco quiero echarte la chapa.
-Un poco tarde para eso Laura, ¿no?
-Bueno vale. Ya sé que soy una pesada. Pero estoy segura de que ni si quiera estás pensando en lo que te he dicho ¿verdad?
Laura llevaba los últimos diecisiete minutos echándome la bronca.
Yo sabía que eran diecisiete exactamente porque en cuanto vi la primera queja asomarse por la comisura de sus labios, miré el reloj de la pantalla del coche y fijé la hora mentalmente. Quería ver si ésa vez batía su marca personal y vaya si lo había conseguido.
Todo había empezado por mi maravillosa idea de comentarle que estaba pensando en dejar el curso. No me sentía culpable por ello, no voy a mentir. No tenía ninguna motivación para recuperar las asignaturas que me habían quedado para septiembre y no podía seguir lidiando con los profesores de mierda.
También le expliqué pacientemente que las materias que me habían quedado me iban a costar el doble si decidía cursarlas. No me salía de los cojones seguir pagando a todos esos hijos de puta, ya me habían sangrado suficiente.
También es cierto que la inabarcable lista de faltas injustificadas que coleccionaba mi expediente era incompatible con una evaluación continua corriente.
"Sabía que ibas a hacer esto" fue lo primero que me dijo. Eso me jodió mucho más que el sermón que vino a continuación.
Nuestro vehículo se encontraba en mitad de una gran explanada, una extensión amplísima de pastos amarillos y secos que se alargaban hasta donde alcanzaba la vista. Partiendo en dos el paisaje, estaba la carretera por la que me hallaba conduciendo sin quitar la vista del asfalto. El camino era totalmente recto y predecible. Podría haber mantenido la conversación mirándole a los ojos sin problema... pero en cuanto vi de qué iba la movida me interesé muchísimo más en las líneas blancas intermitentes del suelo que indicaban que podía adelantar a los coches inexistentes.
-Yo de lo que estoy harta es de que estés todo el rato lamentándote Raúl.
-No estás siendo justa conmigo y lo sabes.
-Yo lo único que sé es que cansa ver cómo das por perdida tu vida sin hacer nada para cambiarla o mejorarla. Con lo listo que tú eres tío.
-No tanto
- Al final el resto, que no te llegan ni a la suela del zapato, de verdad; el resto de personas se ponen las pilas y apechugan con sus decisiones. Y tú, por indeciso y dramático, te quedas atrás.
Mi mente buscaba desesperadamente una manera de redirigir el rumbo de la conversación a un caudal menos dañino a mi dignidad. Rogaba porque apareciese el más mínimo accidente geográfico o alguna nube destacable.
Ni un solo poste de cableado, ni una mísera oveja extraviada. Nada. Nos rodeaba la más absoluta inmensidad cereal y mi copiloto estaba empeñada en dejar bien claro lo que estaba haciendo mal en mi vida.
No le quitaba razón para nada, pero creía que el viaje a la playa podía consistir en algo más que en otro de sus rutinarios sermones-monólogos. Realmente eran monólogos porque yo nunca me atrevía a afirmar o a desmentir nada. Simplemente me limitaba a seguir realizando la actividad que tuviese entre manos en aquel momento sin dar guerra.
-Creo que no has aprendido nada.
Empecé alterarme un poco. No había imaginado una reacción tan paternalista por su parte y sólo quería que me diese un ultimátum o algo así. Me estaba poniendo nervioso de verdad.
Bajé las ventanillas y entró una ráfaga de aire que empezó a retumbar por todo el interior del coche. Era fantástico, la brisa exterior olía a polvo y alquitrán. El cambio de presión taponó nuestros oídos y el ruido ensordecedor obligó a Laura a callarse. Aunque hubiese seguido hablando no le hubiese escuchado.
No pareció molesta con mi interrupción voluntaria y provocada, creo que entendió que no podía seguir escuchándola por más tiempo.
Dejé que el ensordecimiento del viento se llevase la pesadez del aire y la vergüenza de mi ser. Quise ser una minúscula pelusa atrapada en los asientos traseros para salir volando por la ventanilla y planear sobre los campos de trigo bajo el cielo de azul perfecto.
Deseé también que ese viaje fuera de no retorno. Que nunca jamás tuviese que volver a la ciudad para contarles a mis padres que su hijo volvía a ser una decepción. Lo deseaba con tanta fuerza que cualquier otra alternativa me rajaba las entrañas.
Al cabo de un rato decidí subir de nuevo las ventanillas. El viento dejó de penetrar y volvimos a sumirnos en el silencio de antes de mi noticia.
-Da igual tío, vamos a dejarlo.
-Me parece bien.
-No estoy enfadada contigo ¿eh?
-Ya lo sé.
-Sólo es que me pone triste.
-Lo sé.
Me daba igual .Sentía que a todo el mundo le acababa dando lástima y estaba cansado. No sé si era exactamente eso lo que buscaba en realidad.
-De todas formas creo que vuelven a contratar a gente en la fábrica.
Lo dije para arreglar un poco las cosas, de verdad. No para empezar otra discusión. Laura tardó un rato en responder.
-¿Ah sí?
-Sí, cuando volvamos hablo con Carlos y seguro que en algún pabellón me pueden meter.
-Eso está guay Raúl, pero...
-¿Pero qué?
-Pues que no, tío. Sabes que no.
No entendía. Siempre le parecía mal lo que yo propusiese.
-¿Que no qué, Laura?
-Pues que no puedes recurrir a la fábrica siempre que te va mal.
-También te parece mal que trabaje. No os entiendo, en serio.
-El trato era que te ibas a centrar en el curso, que lo ibas a sacar y que si luego te daba la gana seguías trabajando. ¿O no?
En la lejanía se empezó a divisar una figura oscura.
- Me la suda el trato que tuviese con mis padres, Laura. En el curso este de mierda no han hecho más que cobrarnos por dos prácticas mal hechas y unos pdfs que están sacados tal cual de Wikipedia. No saben enseñar.
La figura del horizonte no era humana, tenía bordes rectos y se encontraba a la derecha del asfalto.
-Resulta que nunca saben enseñar, ¿verdad Raúl? O que los profes ponen contenido demasiado complejo para tu nivel o que te pilla lejos de casa o yo qué sé qué hostias más.
Se estaba pasando conmigo.
-Pues sí tía. ¿Y qué pasa si me hace falta pasta ahora y no tengo tiempo pa' estar calentando silla en un antro?
Una parada de bus. Era una parada de bus de color verde en medio de la más absoluta nada.
-Pues que nunca va a ser buen momento tío. Nunca te van a gustar los profes ni te va a convenir gastarte el dinero. Y tú más que nadie sabes que no lo haces para ahorrarte los trescientos euros que te cuesta. Que eso no es dinero ¡Que si no te los pago yo, joder!
Como a unos doscientos metros de la parada se podía ver un campanario reuniendo a tres casitas campestres a su alrededor.
-¿Tú qué mierdas sabes de si es o no dinero, eh? Tus papis nunca se han tenido que partir el lomo para pagarte nada de nada, Laura. Ni los veranos en Gales ni los viajes de fin de curso. Todo por tu cara bonita de pija. Así que no me vengas con reprimendas sobre el esfuerzo porque en tu vida te ha hecho falta poner de tu parte para conseguir nada.
Si había una parada, significaba que algún bus tendría que pasar ¿no? En algún momento.
-Pues el dinero de mis papis bien que lo usabas para drogarnos juntos.
-A ver si fui yo el que te obligué a hacer todo aquello
-No, no. Pero meter a una niña de quince años a los porros tampoco es muy ético de tu parte.
-¿Qué yo te metí en los porros?
Esto ya era alucinante.
-Tampoco te importó ponerme los cuernos con la pija drogadicta de turno. Ahí no se te veía tan preocupado por la lucha de clases. ¿Eh Raúl?
Frenazo en seco. La queja de los neumáticos debió de oírse por todo el mísero pueblo. Los cinturones se clavaron en nuestras costillas y la inercia de la velocidad nos empujó de nuevo a los respaldos.
-Baja del coche.
Me miró atónita. No estaba bromeando.
-Sí hombre, estás tú.
En sus ojos cabía la vacilación, la chulería.
-Que te bajes he dicho.
En esta ocasión comprendió de lo que iba mi movida.
-¿Qué coño dices tío?
Volví a bajar la ventanilla lentamente mientras miraba impasible a Laura. Sin si quiera darle tiempo a reaccionar, cogí su móvil y lo lancé lo más lejos posible al pasto de la otra acera. La verdad es que no llegó muy lejos y tampoco oí que se rompiese.
-¿Qué coño te pasa Raúl?
Salió del coche y empezó a buscar su móvil por los cereales amarillos que le arañaban las piernas. Por sus mejillas empezaron a resbalar lágrimas que enrojecieron su cara ya de por sí infantilizada.
Me bajé y fui tranquilamente al maletero. Tras abrirlo, alcé su mochila llena de stickers de animación japonesa y la deposité con cuidado en el asfalto. Volví al asiento del conductor y aceleré hasta que el campanario desapareció de la línea del horizonte.
No había tenido derecho a decirme aquello. No había sido justa conmigo. No me trataba bien y yo estaba harto.
Volví a bajar las ventanillas y puse a competir al viento con el reggaetón a todo volumen que encontré en la primera emisora de radio. Me sentí bien, me sentí eufórico y totalmente travieso.
Decidí en aquel instante que jamás volvería a la ciudad. No regresaría a por Laura ni a por mis padres.
-JODEEEEEEEEER.
Grité hasta sentir el ardor en mis pulmones.
Con el coche en marcha y sin frenar empecé a quitarme la camiseta, ¿por qué no? Cuando la tuve en mis manos la tiré por la ventanilla e hice lo mismo con el resto de prendas hasta quedarme totalmente desnudo. Ya no estaba Laura para decirme si lo que estaba haciendo estaba mal.
Sentía pudor y vergüenza por una sociedad que ya no podía perturbarme allí donde me encontraba. El frío de la tapicería bajo mi sexo me provocó un cosquilleo que subió de la entrepierna hasta el ombligo. Retozaba de placer y de gusto. Un gusto pudoroso y animal.
Seguí gritando y acelerando hasta quedarme sin gasolina. Cuando esto ocurrió salí por última vez de mi vehículo y me adentré en el campo de cereal sintiendo cada espiga hiriéndome en la planta de los pies.
No me preocupé por quedarme en medio de la nada.
De todas formas allí se veía a lo lejos, el mar.
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