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Escena 1


     Nunca fui consciente de las veces que había soñado con aquel momento hasta que por fin llegó. De alguna manera mi subconsciente se fundió con la tan anhelada realidad de una manera fluida y natural; el peso de las expectativas anteriores me mareó por unos momentos y me hundí aún más en aquella funda nórdica.

     Estaba muy acostumbrada a encontrar mi pequeño espacio en aquel microcosmos, tumbada hacia arriba intuía con los ojos cerrados los rayos de sol que bailaban y cambiaban el color de la negrura en mis párpados. La luz me acariciaba las mejillas y la música de ambiente me mecía en una burbuja de tranquilidad e irrealidad que amenazaba con inducirme al sueño si no hacía algo al respecto, evidentemente Leo era el encargado de explotar mi perfecta burbuja.

-¡Danaaa!-gritó de repente-. Como te duermas juro montar una fiesta aquí mismo ¿me oyes?– amenazó mientras saltaba la banda sonora de Minecraft.

    Gruñí, me revolví entre los cojines y procedí a incorporarme torpemente cual cachorro al que despiertan de una siesta apacible. Me froté los ojos perezosamente y cuando mi vista se acostumbró a la luz, apareció ante mí un adolescente embutido en pantalones deportivos y sudadera azul que resultaba ser mi novio desde hacía unos pocos meses. Se encontraba de espaldas apoyado sobre el escritorio y husmeando entre las listas de música de Spotify. El resto de la habitación se resumía en un sencillo armario empotrado a la derecha, la cama en la que me hallaba tumbada y un gran ventanal a mis espaldas desde el que entraba toda la luz restante del día.

      Me di la vuelta y observé los grandes jardines que rodeaban la urbanización de la casa de Leo. Mi vista se quedó fijada en un trozo de celo con el que había pegado en el cristal nuestra primera foto, aparecíamos abrazados en el parque cuando teníamos más o menos seis años. Volví mi mirada al príncipe que había decidido romper el sueño de su princesa durmiente.

-Como te atrevas a poner reggaetón te dejo aquí mismo ¿me oyes?- repliqué entre somnolienta y convencida. No te dará tiempo ni a menear el culo.

-¿Yo? ¿Reggaetón? –dijo fingiendo sorpresa- Qué mala imagen tienes de mí Dana, para nada estaba buscando a Daddy Yankee en Spotify –confesó irónico mientras conectaba su móvil al pequeño altavoz.

     Esperé entonces con mi mirada fulminante a que el aparato vomitase el ritmo tan característico de las discotecas, donde los adolescentes en un intento desesperado de intercambiar babas ajenas realizaban sus bailes de apareamiento. Sin embargo,  Leo decidió poner jazz de ambiente y me observó detenidamente hasta ver la sonrisa dibujada en mi rostro, en el suyo también apareció otra; seguro que más grande que la mía.

-¿Así mejor tonta?- susurró orgulloso, temiendo romper la tranquilidad que nos daba la música-.

-No sabes cuánto–suspiré complacida antes de volverme a tumbar por completo-. ¿Seguro que no quieres pasear un rato?-dije volviendo la vista al exterior- Hace un tiempo estupendo y sabes que cuando empiecen los exámenes sólo nos veremos por videollamada.

     Dejó el móvil cargando en el escritorio y cogió carrerilla antes de saltar como un nadador olímpico hacia mí, consiguió aterrizar perfectamente a mi lado y se acomodó como un koala. Si hubiese sido juez deportiva le hubiese dado la máxima puntuación y su hubiese sido zoóloga le hubiese observado como animal en extinción. 

     El impacto del salto hizo que la física del colchón se transformase en la de una cama elástica, empezamos a rebotar y a reír como niños pequeños; como cuando lo éramos de verdad. Me di la vuelta para verle bien y empezó a acariciarme las mejillas de manera instintiva, si podía hacerlo nunca se privaba del placer. Los bucles de pelo negro le caían sobre el rostro y tenía que soplarse continuamente para que el flequillo no bloquease su visión. Me quité mi goma de pelo rosa de la muñeca para hacerle un pequeño quiqui,  confieso que no pude esconder mi risa ante tal monería.

-La verdad es que no me apetece nada salir de casa - confesó- ¿no prefieres ver series? Me prometiste que hoy pasaríamos la tarde de chill.-suplicó mientras ponía ojitos de cachorro-.

     Sus ojos marrones me escrutaban con cariño y pasaban de mirar el lado izquierdo al derecho de los míos, como si intentase memorizar cada una de mis facciones al más mínimo detalle. Cada vez que sonreía, sus pequeños hoyuelos le delataban, que era básicamente todo el rato. 

     A veces me recordaba a los típicos personajes de animación japonesa, los que luchaban y recorrían medio mundo por conseguir el amor de sus crushes. Este personaje en concreto no tenía ni súper poderes ni habilidades extraordinarias, sólo ganas de hacerme feliz.

-Vaaaaale, lo que tú quieras- acepté resignada-. Aunque sabes que tiene que ser de miedo, es mi única condición.

-Si prometes abrazarme fuerte cuando vengan los sustos por mí bien –dijo sonriendo-.

     Se aproximó lentamente hasta que nuestros rostros quedaron a centímetros y depositó un beso cariñoso en mis labios. Cerró los ojos mientras le acariciaba el pelo y volví a embriagarme con la sensación de tranquilidad que este chico provocaba en mí.

     Leo era como las nubes, la arena y el café caliente. Su mera presencia ponía orden a mis pensamientos y me alejaba del ruido constante de mi cabeza. No recuerdo ningún momento de mi infancia en el que no estuviese presente. Siempre consiguió tranquilizarme en las peores situaciones, incluso cuando mis padres se separaron y mi mundo parecía caerse a pedazos.

     Hubo noches en las que no paraba de llorar y él siempre vino a dormir conmigo porque sabía que era lo que me hacía falta. A los trece años dejé de entender a la gente de mi edad. Los chicos con los que cambiaba cromos pasaron a verme como un trozo de carne en el que pensar pasadas las diez de la noche. Las chicas que con las que tanto había jugado y vivido ahora se traicionaban y se envidiaban entre ellas. Leo siempre estuvo ahí, incluso cuando no me soportaba a mí misma, nunca me dejó. 

     En una fiesta de finales de verano se acercó, al principio tambaleándose por el alcohol en su sangre y luego llorando por todo el estrés que tenía encima. Me dijo entre sollozos que llevaba años enamorado de mí y , que él siempre estaría ahí pasase lo que pasase y que por nada en el mundo las cosas tenían que cambiar.

     En ese momento todo fue mucho más sencillo, por una vez en mi puta existencia decidí no pensar y simplemente le besé; así hemos estado desde esa noche. 


    "Leo y Dana"  Todo el mundo esperaba que sucediese en algún momento. Cuánto estábamos tardando ¿no? 

     La verdad es que no fue una gran sorpresa para nadie excepto para mí, al parecer. Claro que quería a Leo, de eso no cabía duda. Nubes, arena y café; eso era Leo. Aparte del encargado de explotar mi burbuja de vez en cuando. Sinceramente nunca supe qué veía él en mí exactamente.

-¿En qué piensas?-dijo de repente, sabía parar mis pensamientos a tiempo.

-Creo que ya sé qué peli podemos ver- titubeé un instante-. "Insidious" parece la adecuada.

-¿Habrá muchos sustos?- preguntó emocionado-.

-No te dará tiempo a abrazarme de todos los que hay- expuse triunfal.

    En ese momento la música jazz ambiental dio paso a un breve sonido de notificación. Se me heló la sangre y toda la burbuja de tranquilidad se desvaneció en un instante. Mis extremidades se tensaron instintivamente  y él lo notó.

-¿Tus padres?- preguntó confundido-.

-Seguramente, no te rayes- intenté tranquilizarle- será mi madre que no se acordaba de que hoy dormía aquí- intenté tranquilizarme yo también-.

   Abandoné mi perfecta posición de koala y me acerqué al escritorio con la vista fija en la pantalla, eran varias notificaciones. Mierda.  En cualquier otra persona esta situación no tendría sentido alguno, pero resulta que siempre fui una antisocial (como ya habréis podido comprobar). Los únicos mensajes que saltaban en mi móvil eran los de mis padres o los de Leo.  

     Siempre fue así hasta hace más o menos un mes. Solo una persona más tenía derecho a contactar conmigo sin que fuese enviada directamente al buzón de mensajes ignorados. Mientras caminaba hacia el teléfono rezaba a todos los dioses (en los que no creía) para que esas notificaciones no fuesen de precisamente aquel usuario.

Nada más ver la pantalla apareció claramente escrito:

{22/11 18:45 p.m} Luc: Sé que estás donde Leo, estoy esperando abajo

{22/11 18:46 p.m} Luc: No quieres verme pero no voy a tener otro momento para dártelo

{22/11 18:46 p.m} Luc: A mí tampoco me apetece hacer esto así, cualquiera puede vernos
...
...
...
NOOOOOOOO

 Por qué. Por qué. Por qué. 

Por qué allí y por qué justo cuando estaba él delante. No podía haber elegido peor momento pero yo no estaba en condiciones de negarme o  de darle largas.

     Mierda, mierda, mierda.

 Me di la vuelta y vi que Leo ya estaba navegando por Netflix. Respiré hondo y busqué la mejor excusa que mi mente permitió elaborar en aquel momento.

-Leo...- vacilé antes de explicarme- tengo que bajar un momento, mi padre se ha acordado de que a lo mejor me baja hoy y me ha traído algunos tampones, a no ser que tengas algunos por aquí –vacilé fingiendo tranquilidad-.

-Pues mira no- se mostró satisfecho con mi explicación- aunque a lo mejor la chica con la que me acosté ayer se dejó alguno en el baño- bromeó-.

-Seguro que no usamos el mismo tamaño- respondí riendo- si me das su número le compro algunos a ella también, no vaya a ser que le pase lo mismo que a mí.

{22/11 18:48 p.m} Dana: Ya bajo.

     Mientras descendía las escaleras hasta la calle mi corazón latía más y más fuerte hasta hacerme creer que saldría por la boca. Mi burbuja había explotado y con ella la tranquilidad de Leo. Aunque yo había renunciado a ella tiempo atrás, hacía un mes concretamente. 

     Saltaba las escaleras de tres en tres igual que me saltaba las clases para que Luc pudiese darme todo, todo y nada porque me estaba arrebatando la vida al hacerlo. Nunca nadie se hubiese esperado algo así de la dulce y querida Dana. Tímida y reservada sí, pero una buena chica en definitiva. 

     Las chicas buenas no se envician.

     Estaba harta de tener que evitar a Luc por los pasillos, de quedar a escondidas como una delincuente y de sentirme culpable simplemente por buscar la felicidad. No la felicidad a la que supuestamente tendría que aspirar, pero mi única felicidad posible. Si la gente hubiese sabido de mí, si Leo hubiese sabido de todo aquello; dejaría de quererme. A lo mejor por eso debía contarle todo, de esa manera hubiera encontrado a la persona adecuada.

     Una persona sana.

     Llegué al portal en seguida y allí estaba, con su flamante pelo largo recogido en coleta y su actitud desafiante, me miraba sin reparo y pareciera retarme con su presencia.

-Pensaba que no ibas a venir- dijo Lucía rompiendo el silencio sepulcral entre las dos-.

-No sé qué pretendes que haga, sabes de sobra que Leo está arriba y yo arriesgo todo bajando- expliqué nerviosa-.

     Iba vestida como en el instituto, con vaqueros y un jersey que dejaba uno de sus hombros a la vista; sus facciones afiladas mostraron una especie de compasión mezclada con picardía provocada seguramente por mi evidente estado de nerviosismo. No tenía compasión conmigo.

-Lo dices como si en el insti no te arriesgases- dijo mirando hacia otro lado, no sé muy bien si para comprobar si alguien estuviese mirando.-

-Da igual Lucía- solté desesperada- sólo dámelo ¿sí? Sabes que lo necesito.

     Luc rebuscó discretamente en su bolsillo y sacó un pequeño anillo con brillos verdes y forma de perla, la luz de la tarde hacía que brillase más de lo normal. Me cogió la mano y depositó la preciada joya en mi palma, el mero roce con su piel hizo estremecerme hasta el último rincón de mi alma.

-Gracias...- logré susurrar-.

-Bueno, y esto para la próxima vez que te vayas de mi casa sin despedirte.

    Aprovechó el contacto de nuestras palmas para empujarme hacia ella y antes de que quisiese darme cuenta nos estábamos fundiendo en un tímido beso al principio y acelerado según mi cuerpo la iba encontrando. Lucía era marea, relámpago, fuego.

     De todo menos mi burbuja.

     De todo menos Leo. 



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