Capítulo 9
Capítulo 9
La temporada estaba yendo sobre ruedas y el equipo no podría jugar mejor. Estábamos eufóricas por todas las victorias que estábamos acumulando tanto jugando en casa como fuera de nuestro territorio. Nos tomábamos muy en serio el fútbol y en cada entrenamiento dejábamos nuestra alma.
El frío se fue instalando poco a poco en Wilmington, esa ciudad situada en Carolina del Norte en la que vivía. Los días lluviosos se hicieron cada vez más frecuentes y pronto no había día en el que no terminara de entrenar calada.
—Odio la temporada de lluvias —se quejó Ethel, una de nuestras delanteras. Tenía el pelo marrón chorreando, al igual que yo, tras habernos pasado horas bajo el agua.
Tosí.
—Es lo que hay —dije mientras me secaba las gotas de agua que bañaban mi rostro con la toalla.
En los vestuarios masculinos escuchamos varias risotadas y comentarios demasiado estridentes. Los vestuarios estaban pegados y, por desgracia, debíamos aguantar cada comentario que nos dirigieran los chicos. Se creían superiores a nosotras solo porque la universidad los anteponía a todos los deportistas y les daba ciertos privilegios.
Me metí a la ducha y, al salir, me preparé en silencio. Me caían muy bien mis compañeras, pero había días en que necesitaba estar sola. Cogí la toalla que había traído de más y fui al área de spa. Por desgracia, tuve la mala suerte de encontrarme con Carter y sus amigos. Me había puesto mi traje de baño negro, liso y sin ningún estampado, lista para una pequeña sesión de relajación tras una dura jornada de deporte.
Aunque todo se fue al traste al ver las miraditas lascivas que me lanzaron los chicos en cuanto pisé las instalaciones. Tomé una gran bocanada de aire y me prometí a mí misma que intentaría con todas mis fuerzas no hacer caso de sus bromas crueles y en ello estaba, apoyada en el borde, dentro de la piscina de hidromasaje, cuando Carter se metió y se puso cerca de mí.
—Si sacas una fotografía, te durará más —le dije al ver que clavaba la mirada en mi cara. Me recorrió el cuerpo como si lo estuviera analizando.
—¿Sabes? Si vistieras mejor, no dudaría en darte una oportunidad.
Solté una carcajada amarga. ¿En serio me acababa de decir una barbaridad semejante?
—No te lo tomes a mal, pero no me van los tíos creídos como tú.
Frunció los labios.
—No me extraña que estés más sola que la una. Eres una grosera.
Me encogí de hombros.
—Solo con las personas desagradables como tú. Si no estuvieras tan emperrado en hacerme la vida imposible, podrías caerme incluso bien.
—No sé por qué la tonta de tu amiga está contigo. Con lo guapa que es podría ser parte de nuestro grupo.
—Des es muy selecta —contraataqué, echando chispas por los ojos—. Le gusta juntarse con un grupo exclusivo de personas. Además, de tonta no tiene un pelo, guapito. Antes de juzgar, es mejor que conozcas a las personas.
Me alejé nadando hasta el otro extremo. Por suerte, el idiota no me siguió. Mejor. No quería perder mi tiempo discutiendo con gilipollas como él. No lo merecían.
Pasé el resto del tiempo en silencio, sumida en mis propios pensamientos. Me gustaba estar sola; era algo que había descubierto en mi niñez. Cuando acabé en las manos de los servicios sociales, pasé por muchas casas de acogida que me dejaban sola la gran parte del tiempo o me encerraban en mi habitación durante horas. La soledad se había convertido en una vieja amiga a la que no temía y a la que me gustaba saludar de vez en cuando.
Para cuando fui de nuevo a las duchas, estaba totalmente relajada. Me gustaba pasar por el spa de las instalaciones justo después de acabar una dura sesión de entrenamiento. Me ayudaba a relajar los músculos y a pensar con más claridad.
Fuera el frío y la lluvia me dieron la bienvenida. Apenas nos quedaba una semana de clases antes de las vacaciones de Navidad y yo había planeado viajar a Nueva York a visitar a mi madre y a mis hermanos. Tenía muchas ganas de reunirme con toda la familia y achuchar a mis sobrinos. Además, Clara, la hija mayor de mi hermana, formaba parte del elenco de El cascanueces y quería verla bailar. Su madre estaba muy orgullosa de ella, conmovida por que hubiera seguido sus pasos.
Maddie era una de las mejores bailarinas del país; su hija se había criado en ese ambiente y desde pequeña quiso aprender a bailar. Ahora era muy buena. A diferencia de su madre, se estaba especializando en el ballet, puesto que su sueño era entrar en una de las mejores compañías del país.
Cuando llegué a casa, apenas pude saludar a mi amiga. Entré a todo correr y me encerré en mi habitación para ponerme al día con las asignaturas. Teníamos un parcial el último día de clases. Me preocupaban mis estudios, a diferencia de lo que un par de compañeros opinaban de mí. Al estar tan ocupada, a veces no podía rendir al máximo y eso se veía reflejado en mis trabajos académicos. En uno que hice en grupo apenas pude participar. Me había pillado en plena temporada de partidos, donde íbamos de un estado a otro para competir contra otras universidades. No era mi culpa que me encantara jugar y que mi sueño fuera ser parte de un equipo importante de primera división.
No sé cuánto tiempo pasó, solo sé que al de un buen rato Des llamó a la puerta y entró con un plato humeante en la mano.
—He pensado que te vendría bien descansar. No has parado en todo el día.
Eso era cierto: había ido a clase, había trabajado como entrenadora un par de horas y había entrenado con mi equipo hasta tarde. Me rugían las tripas. Si bien había tomado una barrita energética a media tarde, no era suficiente.
—¡Gracias! —Olfateé el aire. Me relamí los labios; olía delicioso.
—Voy a dejarte cenar tranquila. —Me dio un abrazo rodeándome con lo brazos por detrás; todavía seguía sentada en la silla de mi escritorio. Le echó un vistazo al desorden que había en mi mesa—. No te acuestes muy tarde. Te he dejado una ración casera de mus de limón.
—Fantástico. Eres la mejor.
A Des se le daba de miedo la cocina. Creo que habíamos sobrevivido gracias a ella, aunque he de decir que cuando tenía tiempo también me gustaba trastear con los fogones.
—Lo sé, bombón, pero no está mal que me lo repitas.
Se despidió de mí con un beso sonoro en los labios y un guiño. Poco después, la escuché cantar. Por las tardes acudía a un taller de canto. Se estaban preparando para los regionales. El año pasado se quedaron a las puertas de los nacionales. Se sintió devastada, aunque utilizaba ese fracaso como motivación.
Mientras comía el buen plato de espaguetis a la carbonara, terminé de hacer un trabajo y me aseguré que sabía a la perfección los temas que entraban en el parcial. Cuando acabé, eran ya pasadas las doce y estaba agotada.
A la mañana siguiente, recibí un mensaje extraño de Maxwell en mi cuenta de Instagram. Decía: «Tenemos que hablar.»
Lo había escrito la tarde anterior, pero sinceramente no había revisado mi cuenta hasta esa misma mañana poco antes de ir a la universidad.
«¿Sobre qué?»
Me intrigaba lo que tuviera que decirme. Solo habíamos hablado un par de veces, un poco más las últimas semanas. Mi instinto me gritaba que era un buen chico, pero aún me costaba relajarme del todo cuando estaba a su lado. Había una parte, la más profunda, aquella que intentaba callar con todas mis fuerzas, que creía que acabaría decepcionándome.
Pero había otro lado que me animaba a confiar en él, a dejarme llevar. Me decía que pese a esa apariencia de chico mimado había una persona totalmente diferente.
Me respondió cuando estaba a cinco minutos de salir.
«Nada malo, no te preocupes. Tengo una propuesta que hacerte. ¡Nos vemos en un rato!»
No fue precisamente como lo había planeado. Pensaba que podríamos hablar entre clase y clase, pero no pude. Llegué un mísero minuto tarde y tuve que quedarme fuera, pero, claro, cuando uno de los jugadores del equipo masculino pidió permiso para entrar pudo hacerlo. Pese a que le dije lo mismo al profesor, no me hizo ni caso y me obligó a quedarme fuera. Lo peor de todo es que el muy capullo no hizo descanso y me perdí las dos primeras horas de clase. ¡Estupendo!
—Mierda —mascullé por lo baje. Estaba cabreada.
De camino a la cafetería —al menos aprovecharía bien las dos horas— me encontré con Gideon Reed, el mejor profesor que podría haberme podido tocar. Pese a ser ya un sesentón, era un maestro guay y moderno: utilizaba recursos que llamaban mucho la atención y los conceptos se me quedaban más rápido porque disfrutaba de la asignatura que impartía.
—Buenos días, señorita Turner. ¿Por qué no está en clase?
Pese a ser casi sesenta alumnos, se acordaba del nombre y de la cara de todos.
—He llegado un minuto tarde. El señor Fields es muy estricto y odia la impuntualidad.
Gideon arrugó el morro.
—Acabo de ver hace unos minutos a Samuel Brie yendo a clase. Adivino: le ha dejado entrar, ¿verdad?
No era la primera vez que mantenía esta charla con él. Me caía muy bien y la primera vez que me pasó, me vio sentada en el suelo mascullando maldiciones sin parar. Odiaba perder el tiempo de aquella manera.
—Ajá. Lo peor de todo es que le ha dado igual lo que le dijera yo. Total, como soy una chica y las chicas no somos tan buenas como los chicos...
Apoyó las manos sobre mis hombros y me miró largo y tendido con esos ojos azules tan llamativos.
—Tú y yo sabemos que eso no es cierto, señorita Turner. Puedo entender que a ambos se os den ciertos privilegios teniendo en cuenta que compagináis más de una carrera a la vez, pero no comprendo esa tontería de darles a los varones más oportunistas que a las mujeres.
Me encogí de hombros.
—Es lo que hay. A la universidad no le interesa.
No era la primera desigualdad que veía.
—Pues debería apostar por vosotras. El partido del viernes fue todo un espectáculo.
Sus palabras hicieron que se me subieran los colores. No estaba muy acostumbrada a ese tipo de cumplidos, más viniendo de un profesor.
—Gracias, señor. Intentamos darlo todo en el campo.
—Créeme, algún día estarás entre las grandes estrellas del fútbol. Tengo un buen ojo para estas cosas. El año pasado le dije a Nora Wild que la ficharía ese equipo en el que tanto ansiaba estar y sucedió. Confía en mí.
Se despidió de mí con una sonrisa amable.
Me encantaba tener a Gideon Reed como profesor y tutor. Pensaba que sería un señor anticuado, pero tremenda fue mi sorpresa cuando me reuní con él por primera vez en mi primer año en aquella universidad. Hablamos largo y tendido sobre mis metas académicas y profesionales, y me prometió que intentaría hacer todo lo posible por ayudarme a alcanzarlas.
La facultad necesitaba más profes así, que animaran y motivaran a sus alumnos, que los ayudaran a extender las alas y volar.
Pasé lo que me quedaba de las dos horas libres en la cafetería, pensando en las palabras del profesor. No había nada que me gustara más que convertirme en una gran jugadora y en ver cumplido mi sueño de la niñez. Tal y como lo había hecho la pequeña Venus, me prometí a mí misma que me esforzaría más para cumplirlo.
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Nota de autora:
¡Feliz viernes, Moni Lovers!
¿Qué tal estáis? He decidido actualizar también los viernes. Así empezamos y acabamos bien la semana. ¿Qué os ha parecido el capítulo? Repasemos:
1. El entrenamiento.
2. Lo sucedido en el spa.
3. El pesado de Carter.
4. El mensaje de Maxwell.
5. La desigualdad.
6. Gideon. ¿Qué os ha parecido?
7. La promesa.
Espero que el capítulo os haya gustado. ¡Nos vemos el lunes! Os quiero. Un besazo.
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