Capítulo 5
Capítulo 5
No me apetecía nada salir de fiesta, menos cuando nuestra entrenadora nos había machacado tanto.
—¡Sin sufrimiento no hay victoria! —nos había gritado en más de una ocasión media hora antes de acabar.
Cuando me metí en la sauna tras la ducha, quería morirme del agotamiento y estuve tentada en más de una ocasión de cancelar el plan y decirle que ya iría a otra. Pero no podía hacérselo. Había intentado que saliera con anterioridad y había cancelado más del setenta por ciento de los planes por el entrenamiento. No me quedaba otra que hacer de tripas corazón, ocultar mi cara de muerta viviente y pintarme una sonrisa falsa en los labios.
—¿En qué momento se me ocurre aceptar ese maldito plan? —mascullé de camino a casa. No era muy tarde, apenas las siete, pero estaba tan agotada después de haber entrenado con las Golden Scorpions y haber trabajado con los críos que lo único que me apetecía era quedarme viendo una serie en Netflix o en Disney+.
Si mis ganas estaban por los suelos, en cuanto llegué a casa y la vi vestida con ese vestido lleno de lentejuelas quise morirme. ¿Se molestaría mucho si le cancelara el plan a última hora?
—¡Ya era hora! He estado hurgando en tu armario para ver qué puedes ponerte y he encontrado un vestido espectacular que hará que los chicos se mueran por ti.
No pude evitar arrugar el morro ante su entusiasmo.
—Yupi.
—Vaya, qué animada te veo —ironizó al ver la nota desganada en mi voz.
—Jo, he tenido un día intenso, eso es todo. Solo necesito un par de minutos para mentalizarme de lo que se avecina.
Porque lo que no sabía era lo que sucedería en esa maldita fiesta. ¿En qué estaría pensando cuando acepté? Si es que era tonta, eso estaba más que claro.
Hice de tripas corazón y fui a mi habitación a cambiarme de ropa. Por supuesto, pasé olímpicamente de la prenda que mi mejor amiga me había dejado estirada encima de la cama. Saqué unos pantalones vaqueros de cintura alta, un top llamativo y una chaqueta para no morirme congelada de camino a la fiesta. Coroné mi aspecto con unos botines que tenían un poco de tacón.
Mientras me aplicaba el maquillaje, escuché a Des cantar en el rellano. La muy condenada tenía una voz de infarto y alcanzaba notas que pocas personas podían cantar. A Maddie, mi hermana mayor, le había costado años y muchas clases de canto llegar a las más altas.
Terminé de arreglarme y me preparé para que mi mejor amiga me diera el visto bueno.
—¿No has visto lo que he dejado en tu cama? —fue lo primero que preguntó nada más verme. Frunció el ceño y los labios en señal de desaprobación—. Estás muy guapa, pero creo que...
—Basta. No me apetecía arreglarme mucho. Tienes suerte de que aún vaya a salir contigo.
—Pero...
Le clavé los ojos, seria, y eso la hizo callar. Se dedicó a resoplar, pero no añadió nada más.
Cogí el bolso y, antes de salir, me aseguré de que tenía lo imprescindible dentro. Poco sabía lo que pasaría en esa dichosa fiestecita.
La fraternidad a la que habíamos ido —ni siquiera sabía cuál de ellas era— estaba a rebosar de personas que bailaban los unos pegados a los otros. Cuando llegamos, solo unos pocos estaban fuera fumando un cigarrillo o conversando; todos, absolutamente todos, estaban en el interior, bebiendo a más no poder y dejándose el alma en la pista.
De haber estado fresca como una rosa, habría disfrutado más y no me habría molestado tanto que me hubiesen llevado a rastras. Es más, no me habrían tenido que obligar. Por lo general, era una chica que adoraba salir, asistir a fiestas e ir de compras. Lo que ocurría era que tenía tan poco tiempo libre que apenas podía hacerlo.
Por supuesto, parte de mis compañeras de equipo también estaban allí. En cuanto me encontré con alguna, nos detuvimos a conversar e incluso a beber aunque fuera un simple refresco. A diferencia de los chicos —los que, por lo que pude ver en más de una ocasión, estaban pasados de copas—, las chicas nos tomábamos las reglas muy en serio. Sí, era una putada no poder probar ni una sola cerveza, pero así era la vida. El que algo quiere, algo le cuesta.
Des me llevó a la pista de baile y empezamos a movernos al son de la música que sonaba a todo volumen. Era ensordecedora y para poder hablar con mi mejor amiga tenía que gritarle casi al oído si quería que me escuchara. Menuda locura.
No sé cuánta gente habría allí, solo sé que la casa en la que estaba la fraternidad estaba a rebosar. La gente entraba y salía, se escabullía a la primera planta para hacer a saber qué cosas, bebía y se divertía a mi alrededor.
Una hora después, me encontraba girando sobre mí misma, riendo por una tontería que había dicho Des. Bailábamos descoordinadas sin importarnos siquiera si lo estábamos haciendo bien o no. Total, la vergüenza hacía años que la había perdido. ¿Qué más daba lo que los demás pensaran de ti cuando ni siquiera te conocían?
Al final sí había sido una buena idea acudir a esa fiesta. Quién sabe, a lo mejor debería dejar mis estúpidas normas estrictas atrás y salir más a menudo. ¿Dónde se había quedado el cansancio?
—Te dije que lo que de verdad necesitabas era desconectar —gritó Des por encima de la música mientras seguíamos bailando esa canción tan mala de reguetón.
Era cierto, fue una de sus muchas artimañas para que aceptara salir con ella. Cuando se lo proponía, te atosigaba hasta conseguir todo lo que quería.
—Tenías razón. Fíjate que incluso había pensado en largarme de la fiesta si no me encontraba a gusto, pero sinceramente me apetece quedarme.
Ambas seguimos haciendo el tonto y riéndonos la una de la otra e incluso retándonos a un duelo de baile improvisado. Había encontrado en ella una amiga fiel, la mejor de todas que podía haberme tocado. Sabía que podía ser yo misma, que podía hacer el tonto sin sentir que fuera a criticarme. Gracias a todo lo que habíamos vivido juntas, estábamos muy unidas.
—Te quiero, tía.
Vale, creo que Des había bebido demasiado. Me prometí que no dejaría que se acercara a ni una sola copa más, por muchos pucheros que hiciera o caritas de niña buena que pusiera.
Le quité la botella vacía y la alejé de la multitud. No obstante, un chico le guiñó el ojo y tan pronto como estaba a mi lado, la perdí. En fin. Así era ella y ya estaba preocupándome el hecho de que ningún moscardón se le acercara en busca de atención por su parte. Con lo guapa y carismática que era, tenía a muchos chicos suspirando y queriendo acercársele, aunque debido a su pasado era muy cerrada con ellos y rara vez dejaba que la conociesen bien.
Fui a la cocina a por otro refresco. No había nadie, lo que agradecí. Después de haber estado rodeada de hormonas revolucionadas, la tranquilidad me sentó muy bien, aunque no durara mucho. Le estaba dando un trago a mi fanta de naranja cuando una voz masculina que no conocía de nada me sobresaltó:
—¿Qué hace una chica tan guapa como tú sola?
¿Acaso estaba mal quedarse a solas aunque solo fuera unos minutos? Menudo pensamiento más neandertal y unga unga. Sin embargo, esbocé una sonrisa de niña tonta y me volví hacia él.
—Necesitaba estar un rato en paz. He estado bailando y dando vueltas hasta hace poco —me limité a responder en su lugar.
Lo miré. Era guapo, sí: de piel morena, ojos grandes y oscuros, pelo castaño cortado en ese peinado que tanto se había puesto de moda y una sonrisa que, supuse, sería el arma que usaría con todas las chicas para ligar. Sin embargo, había algo dentro de mí, mi instinto, que me gritaba que no era un buen tipo.
Le di otro sorbo a la botella de cristal.
—Te he visto en la pista con tu amiga.
—¡Menuda visión!
Dejó la cerveza en la mesa y me tendió la mano.
—Soy Liam.
¿Qué me importaba cómo se llamaba si era muy probable que no volviera a verlo nunca más?
—Bonito nombre.
—Tú eres... —habló alargando la última palabra y señalándome al mismo tiempo.
—Lara.
—Precioso nombre, aunque las chicas guapas tienen nombres a su altura.
No veáis los esfuerzos que estaba haciendo por no poner los ojos en blanco. Aquel tío parecía desesperado por ligar conmigo, os lo juro. No dejaba de mirarme con esa sonrisa baja bragas, ese brillo en los ojos y esa aura de chico malo que había funcionado con el resto de sus ligues, pero no conmigo. No me iban los chicos malos.
—¡Cariño, aquí estás! —exclamó una voz masculina que me era muy familiar—. Pensaba que te había perdido en la marea de gente.
Me volví hacia el chico y me quedé de piedra al comprobar que era ni más ni menos que Maxwell. No solo eso; se estaba acercando a nosotros. Cuando llegó a mi altura, me rodeó con su brazo, me atrajo hacia sí y miró al tal Liam.
—No sabía que era tu chica —le dijo este último. De repente, había perdido todo el interés que había mostrado por mí. Mejor—. Acabo de recordar que he quedado con mis amigos.
Ni siquiera se despidió como Dios manda; simplemente se largó como alma que lleva el diablo. Sí, mi instinto no había fallado.
En cuanto lo perdí de vista, me alejé de Maxwell. Le eché un vistazo. Tenía que admitir que estaba muy guapo vestido con esa camiseta blanca con el logo de una marca muy conocida, la chaqueta de cuero y aquellos pantalones vaqueros que pronto supe que le resaltaban el trasero. Llevaba el pelo con ese aire despeinado que sabía que volvería locas a las chicas y coronaba el look con esa sonrisa en la que se le marcaban los hoyuelos.
¿Por qué me molestaba tanto que estuviera merodeando a mi alrededor?
—Menos mal que se ha largado. No me gustaba cómo te miraba, menos lo incómoda que parecías.
¿Se había notado mucho que no me había sentido del todo segura con ese tipo? ¿Tanto tiempo me había estado observando?
—No sé qué me da más mal rollo: que hayas estado mirando entre las sombras antes de actuar o que hayas sabido leerme.
Se encogió de hombros.
—Se me da bien calar a la gente a la primera. Simplemente he visto que te estaba molestando y he acudido a tu rescate.
—No soy una princesa indefensa que necesita que la salven.
Esbozó una sonrisa.
—Lo sé, pero a veces hasta el más fuerte puede necesitar que lo ayuden.
Cierto, aunque jamás lo admitiría en voz alta. Antes muerta.
Nos quedamos un buen rato sumidos en un silencio únicamente roto por la estridente música que rebotaba por toda la casa. A nuestro alrededor pasaba la gente sin inmutarse de nuestra presencia, ocultos en la mezcla de penumbra y luces de neón que reinaba. Le di un buen sorbo a mi refresco, sin saber muy bien qué decir. Por suerte, fue él quien rompió aquel silencio.
—¿Te apetece bailar? —me preguntó. Apuró lo poco que le quedaba de cerveza y la dejó sobre la mesa.
La forma en la que sus ojos azules se clavaron en los míos y todo lo que provocó en mi interior me pilló desprevenida, más mis propias palabras.
—Me encantaría.
¿En serio? ¿Qué me estaba pasando? ¿Por qué había aceptado cuando lo último que quería era pasar tiempo a su lado?
Maxwell me tomó de las manos y tiró de mí fuera de la cocina. Nos mimetizamos entre los demás y me guió hasta la pista de baile iluminada con luces de neón de todos los colores. Cuando encontramos un hueco, volvió a hablar, esa vez a voz en grito:
—No es por nada, pero soy muy bueno en la pista.
Ay, cómo me gustaría borrarle esa sonrisita de sabelotodo de los labios.
—No es por nada —lo imité—, pero mis dos hermanos son bailarines profesionales. —Lo que no le dije fue que yo tenía dos pies izquierdos.
Me miró con un brillo en los ojos que no fui capaz de descifrar.
—¿Ah, sí?
Meneé la cabeza arriba y abajo con orgullo. Maddie y Kevin eran dos grandes profesionales dentro y fuera de la pista de baile. Mi hermana mayor había arrasado en Broadway desde que su primera obra la catapultara al estrellato. No solo había seguido en el mundo de la actuación, sino que también había seguido formándose en el baile, dando alguna que otra masterclass y formado parte más de una vez como miembro del jurado en varios concursos de baile. Era una estrella.
Mi hermano Kevin no se había quedado muy atrás. Había formado parte del cuerpo de baile de uno de los mejores estudios del país, había trabajado en varias series y películas y había dado el gran salto a Broadway siendo el co-protagonista de una obra junto a Maddie. A parte de eso, seguía dando clases de baile y de vez en cuando se animaba a ser el instructor invitado en el estudio que Hayley, su mujer, había formado hacía un par de años atrás.
—No sé si te sonarán Madison Woods y Kevin Graham.
Abrió los ojos de par en par y se quedó mirándome con la boca abierta.
—¡No me digas que eres la hermana de esas dos estrellas! —exclamó totalmente sorprendido.
—Lo soy.
Odiaba ser tan escueta, pero no me gustaba hablar de mí misma. Era tan difícil abrirme a los demás, confiar, porque cuando confiaba me arriesgaba a que me hicieran daño, a que descubrieran lo rota que estaba.
—Es una verdadera pasada —continuó hablando él. Si se había dado cuenta de mi tono de voz frío, lo ignoraba muy bien—. En mi familia la única persona "conocida" soy yo. Desde que creé el canal en Youtube no he dejado de estar en el punto de mira.
Hice una mueca. ¡Qué horror!
—Eso ha de ser agotador.
—No te creas, tiene sus cosas buenas.
Alcé una ceja, interesada en su respuesta.
—¿Ah, sí? ¿Cómo cuáles?
Maxwell esbozó una amplia sonrisa y miró a su alrededor. Desgraciadamente, varias de las chicas que nos rodeaban no dejaban de devorarlo con los ojos y de vez en cuando me lanzaban miraditas o análisis descarados. Necesité toda mi fuerza de voluntad para no poner los ojos en blanco. ¿Acaso un chico y una chica no podían bailar sin ser nada? ¿Por qué me había convertido en la enemiga de casi todas las chicas que estaban allí solo por estar con él? ¿Cuándo dejaríamos a un lado esos pensamientos y dejaríamos de vernos como la competencia de las demás? ¡Vamos! Los tíos no eran meros trofeos; eran personas de carne y hueso con sentimientos.
—Por ejemplo, la atención de las chicas.
Solté una tremenda carcajada que, de no estar la música a todo volumen, habría resonado en toda la sala.
—¿En serio solo te importan esas cosas? Menudo superficial estás hecho.
No sé cómo se las ingenió, solo sé que de un momento a otro me tenía agarrada de la cintura y me había pegado a su cuerpo. Su aroma, una mezcla de colonia masculina y su propia esencia, me dejó noqueada durante unos segundos y el calor que emanaba su pecho se me hizo tan tentador que estuve a nada de perder la compostura y tirarme a sus brazos.
¿Cómo una simple presencia podía afectarme tanto?
—No soy nada superficial. ¿Quieres que te cuente qué cosas buenas me ha traído toda esta locura en la que vivo? Muy bien, pero no aquí.
Ni siquiera habíamos bailado y ya estaba tirando de mí fuera de la pista. Y eso que no había visto lo patosa y mala bailarina que era. ¿Por qué me negaría a aceptar las clases de baile que Kevin quiso darme hacía unos años atrás?
Maxwell me llevó al exterior de la casa. Hacía tanto frío que hasta podías ver tu propio vaho. El silencio de la noche contrastaba con el barullo del interior. Agradecí esos momentos de paz. No había ni una sola persona fuera y no me extrañaba. ¿Qué alma insensata se arriesgaría a coger una pulmonía allí fuera?
Nos llevó hasta las escaleras de aquella casita independiente. Desde donde estábamos podíamos escuchar un poco de la música que procedía de dentro, aunque el volumen nos permitía hablar con normalidad, y no a gritos.
—Ahora sí —dijo sentándose en las escaleras de piedra. Dio pequeños golpecitos en el hueco que había a su lado y, al final, acabé sentada junto a él—. Antes era un chico muy tímido. Mis amigos creían que el mejor remedio era hacer algún vídeo para que me ayudara a salir del cascarón, por eso empecé mi canal de YouTube. Juro que al principio no pensaba subir ni un solo vídeo, fue Jordan quien lo hizo. No veas la de comentarios que recibí de apoyo y gracias a eso decidí que quería seguir y aprender más de ello. No solo me ha dado más confianza, sino que me da libertad de hablar y estar en contacto con otras personas, he conocido a gente maravillosa y puedo reflexionar sobre temas en mi canal que de verdad me importan.
—¿No temes a los haters?
Se encogió de hombros.
—No te voy a mentir; tengo haters, mucha gente que envidia mi trabajo y que tiene el tiempo libre de insultarme.
Me encogí en el sitio.
—No sé si podría lidiar con ellos. Odio los malos rollos y las peleas.
Me miró y cuando sus ojos se posaron en los míos, sentí cómo mis mejillas se calentaban y me ruborizaba, aún más cuando me colocó un mechón de pelo rebelde detrás de la oreja con mimo. Agradecí a la poca luz que había por que no notara lo mucho que me había afectado su contacto. ¿Por qué mi corazón aleteaba con fuerza en mi pecho como si hubiese corrido durante todo un partido de fútbol?
—Es cosa del día a día. Te acostumbras, créeme. Solo debes ignorar esos mensajes negativos que te dejan y centrarte en lo positivo. Mira.
Sacó su teléfono móvil y se metió en Instagram. Abrí los ojos de par en par cuando vi la cantidad descomunal de seguidores que tenía. Había subido un par de stories sobre en antes de la fiesta, pero no había nada más. Se metió en los mensajes, ignorando por completo la alerta de notificaciones. Tenía unas cuantas solicitudes y conversaciones. Se metió en una en especial que decía:
«Tío, qué asco que das. ¿A quién le importa lo que hagas o dejes de hacer? Eres un pringado, un inmaduro.»
—Como estas tengo un montón. Les suelo responder con un «Gracias por regalarme tu valioso tiempo» o ese tipo de chorradas. A la gente mala no hay que hacerla ni caso.
Tenía mucha razón. Esas personas solo querían molestar y hacer daño con el único fin de sentirse mejor.
—Es muy valiente por tu parte que te enfrentes a este tipo de cosas —musité desviando la mirada.
Le restó importancia a mis palabras con un gesto de la mano.
—Conozco a personas más fuertes que yo, créeme. No soy más que un tipo corriente.
Puse los ojos en blanco.
—Sí, claro. El señor influencer con tropecientos mil seguidores es un chico corriente.
—Soy de lo más común. No me gusta lo extravagante, ni ir de guay por la vida. Odio alardear.
Lo miré de hito en hito. Y yo que había dado por sentado que siendo uno de los youtubers más influyentes y vistos del país le había convertido en un idiota integral.
—A veces es la sensación que das cuando... bueno... hablas en tus stories —confesé roja de la vergüenza. Sí, le seguía en sus redes sociales y sí, me gustaban sus vídeos.
Sonrió de manera ladeada. Al parecer, le había gustado saber que veía su contenido en las redes.
—No sabía que siguieras lo que subo y, por supuesto, no me hago el guay en mis redes. Intento ser activo y no una moda pasajera. Es difícil lidiar con tantas cosas y no desatender ninguna.
Le entendía a la perfección.
—Lo sé. Haces malabares para dar tu cien por ciento en todo, porque sabes que merece la pena todo lo que hagas si te gusta.
Esbozó una amplia sonrisa que me contagió.
—Eso es. —Me señaló con el dedo sin perder el brillo en los ojos que se había apoderado de él—. Me gusta lo que hago y me divierto muchísimo grabando los vídeos o ideándolos, aunque he de admitir que detrás hay mucho trabajo de edición, muchas tomas falsas...
—Jamás he grabado un vídeo. ¡Qué vergüenza me daría estar frente a la cámara y tener que decir algo!
—Oh, no es nada del otro mundo. Si supieras la cantidad bloopers que hago... —Rió quizás recordando alguno gracioso.
—Solo de pensarlo, me pongo colorada.
—Colorada y preciosa.
Dios, ¿acababa de oír lo que creía que acababa de oír o solo era un delirio causado por el frío? Intenté taparme con el pelo, pero mis intentos de ocultarme se fueron a la mierda cuando Maxwell apartó los mechones de mi rostro y me miró con intensidad. Mi corazón empezó a aletear con fuerza, se me aceleró el pulso y se me secó la boca. Cuando sus dedos rozaron mis mejillas, me sentí tan torpe y tan alterada.
¿Qué me estaba pasando?
—¿Te apetece bailar un rato? —preguntó levantándose y tendiéndome la mano—. Con la tontería no lo hemos hecho.
Le tomé la mano y me impulsé para levantarme también del suelo.
—Claro, me gustaría. Aunque te aviso que no se me da nada bien.
Soltó una tremenda carcajada.
—Lo dudo. Viniendo de dos hermanos profesionales del baile, es imposible que se te dé tan mal.
Maxwell me arrastró al interior, hasta llegar a la pista de baile. Me arrimó a él embriagándome con su fragancia y empezó a moverse al ritmo de la música. Con una sonrisa, intenté seguirlo, pero, por desgracia, el día en el que habían impartido esa asignatura falté por estar mala. Tuve que ver cómo mi acompañante se reía de mí e imitaba mis pésimos pasos de baile.
—A esto lo llamo «la batidora» —reí tras casi una hora en la pista haciendo el ridículo y viéndolo hacer el tonto.
—¿Y a esto?
No pude más de la risa cuando empezó a agitar las manos de la misma manera en la que lo estaba haciendo hacía unos minutos.
—«Las maracas».
Ambos estábamos muertos de la risa a más no poder mientras nos movíamos como dos auténticos descerebrados. A ver, Maxwell bailaba muy bien, pero al ver lo mala que era yo en la pista, había empezado a burlarse de mis pasos de baile. Aunque, a decir verdad, no me importaba, ya no. Me caía muy bien y me lo estaba pasando en grande.
Continué bailando con él el resto de la noche, hasta que Destiny me encontró entre toda la multitud y me obligó a separarme de él.
Ya entre las sábanas, aún tenía esa sonrisa tirante en los labios. Y es que me había gustado mucho más de lo que admitiría bailar y hacer el tonto con él. A veces la persona que menos esperas te da una sorpresa de las buenas.
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Nota de autora:
¡Feliz lunes, Moni Lovers!
¿Qué tal estáis? ¿Qué tal se está portando 2021 con vosotros? No asimilo que estemos ya en 2021.
¿Qué os ha parecido el capítulo de hoy? Es muy largo. Repasemos:
1. El cansancio post entrenamiento.
2. Venus siendo ella misma.
3. La fiesta.
4. Venus siendo acosada por Liam.
5. Maxwell al rescate.
6. Momento intenso entre ellos dos.
7. El baile.
8. ¿Pensabais que Venus bailaba tan bien como sus hermanos? Inocentes.
9. ¡Hay amor en el aire!
Espero que el capítulo os haya gustado. ¡Nos vemos la semana que viene! Os quiero. Un besito.
Mis redes:
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