Capítulo 3
Capítulo 3
Había tenido que renunciar a muchas cosas por el fútbol.
Pocos sabían el sacrificio que debía hacer, la de veces que le había cancelado los planes a Destiny por un entrenamiento de última hora o el esfuerzo extra que suponía a la hora de llevar bien los estudios. Porque estaba becada en la universidad y, si no quería perder mi beca, debía superar una media determinada. Si no estaba entrenando, estaba encerrada en mi habitación estudiando o dedicándoles toda mi atención a los Wild Lions, el equipo infantil que entrenaba todas las semanas.
Muy pocas personas entendían lo importante que era para mí el fútbol, cómo me ayudaba a sobrellevar mi día a día. Me encantaba poder desfogarme en el campo y dejar, así, todos los pensamientos negativos atrás.
—¿Hacemos algo el finde? —fue lo primero que me preguntó Des nada más entrar en el apartamento. Habíamos vuelto juntas a casa, como todos los días tras la universidad—. He oído que van a dar una fiesta que va a ser una locura.
Arrugué el morro.
—Ya sabes que estamos en plena temporada y lo que eso significa: nada de alcohol.
Me miró como si fuese una niña pequeña.
—Venus, no tienes que beber, lo sabes, ¿verdad? Además, yo estaré allí para encargarme de que te lo pasas genial.
Chasqueé la lengua.
—Siempre y cuando no estés como una cuba ligando con cualquier tío que esté cañón.
—¿Ves este cuerpo? —Se señaló con una sonrisa pícara en los labios—. No he nacido para esconderlo, ya no. ¿Qué hay de malo en que utilice mis truquitos de flirteo? Deberías hacerlo más a menudo, nena. No entiendo cómo aún sigues soltera, con el tipo que tienes y lo buena que eres.
Hice una mueca apenas imperceptible y, por unos segundos, se me oscureció la mirada. Me recompuse bastante bien y por cómo siguió mi amiga a lo suyo supe que no se había enterado.
—La verdad es que tengo muchas ganas de mover el esqueleto y ponerme ese vestido que me regalaste el año pasado.
—Y los tacones a juego, que no se te olviden.
Me encantaba verla así, con ese brillo coqueto en los ojos, llena de felicidad. Ya no quedaba nada de todo el dolor que había sufrido en el pasado.
—Por supuesto.
Nos quedamos un rato en silencio mientras dejábamos las cosas en nuestros dormitorios y nos poníamos cómodas. No tenía que estar en mi puesto hasta las cuatro.
Ya cuando estuvimos sentadas a la mesa devorando aquel manjar que había preparado Des, volvió a insistir:
—Entonces, ¿vamos a esa fiesta el sábado? Que yo beba no significa que tú debas hacerlo.
—Ya veremos —acabé cediendo—. Depende de lo cansada que llegue del entrenamiento. Ya sabes que el domingo es mi día libre y que, por eso, los sábados nuestra entrenadora nos machaca todo lo que puede, más ahora que estamos en medio de la temporada y que tenemos posibilidades de llegar lejos.
Des hizo un mohín.
—Olvidaba que eres una obsesionada del fútbol. Solo de pensar en lo sudada que debes acabar me entra un repelús...
No pude evitar reírme. Realmente no sé cómo podíamos ser mejores amigas cuando estaba claro lo diferentes que éramos, aunque supongo que eso era lo que nos mantenía unidas: que pese a nuestras diferencias hubiéramos salido adelante las dos permaneciendo unidas como el equipo que éramos.
—No está tan mal cuando te acostumbras, eh. Salir al campo me da tal subidón que incluso cuando perdemos siento que he ganado.
—Me pasa lo mismo con la música. Cuando estoy en mi mundo, hilando todas las melodías que tengo en mi cabeza, siento tanta adrenalina y tanto poder...
—Como si fueras invencible —completé por ella.
—Exacto.
Volvimos a quedarnos en silencio. No volvimos a hablar hasta que las dos nos quedamos recostadas en el sofá, la una apoyada en la otra. Fue ahí cuando Destiny habló de nuevo con el rostro ensombrecido:
—Ya sabes lo mucho que sufrí cuando era una niña, cuando aún sentía que había nacido en el cuerpo equivocado y que todo en mí estaba mal.
Destiny no era el nombre que sus padres le habían puesto al nacer. Julian era como la conocí, un niño triste y solitario que prefería maquillarse y vestirse como una princesa a jugar a las peleas con el resto de los niños de su edad.
Nos conocimos en la escuela Primaria, cuando me mudé a Nueva York con mi madre y mis hermanos. Desde el comienzo me sentí muy unida a él y preferí mil veces permanecer a su lado y defenderlo de todos esos niños crueles que se burlaron de lo que era a convertirme en una niña tonta sin escrúpulos.
Recuerdo el día en el que me confesó que quería ser una niña como yo. Teníamos nueve años y estábamos en el recreo. Mamá estaba vigilando el patio y me acuerdo que siempre se aseguraba de que ambos estábamos bien.
—No me gusta ser un niño —me dijo entonces. Me pilló por sorpresa su cambio de tema, pero no me importó en lo absoluto.
—A mí me gusta quién eres, no lo que eres —le dije totalmente convencida. Éramos unos críos y, pese a eso, estábamos hablando de un tema muy maduro y muy delicado para la gran mayoría de los adultos.
—Odio que los demás se metan conmigo solo porque me gusten las faldas, los vestidos y el brilli-brilli. Ojalá pueda tener el pelo tan largo como tú y hacerme esas trencitas tan monas que tu madre te hace. Quiero pintarme las uñas y de mayor poder pasearme con la seguridad de mi mamá.
No sabíamos entonces en qué jardín nos estábamos metiendo, pero, sinceramente, creo que fue la mejor decisión que pudo haber tomado; a pesar de que, años después, cuando nos cambiamos al instituto, parte de nuestros compañeros la tacharan de maricón.
Sentí tanta rabia solo de recordarlo. ¿Cómo una simple palabra podía causar tanto dolor? Recuerdo los días en los que Destiny se encerraba en el baño de los chicos —porque en el primer instituto al que fuimos siguieron insistiendo en llamarla por su nombre de chico y la obligaron a reprimir su verdadero yo— y lloraba hasta que no le quedaban lágrimas.
En el último al que fuimos, por suerte, dejaron que fuera ella misma, que se vistiera como la mujer que era y que, incluso, usara el baño y el vestuario de chicas. Fue difícil para el resto, eso no lo voy a negar, y parte de nuestros compañeros no fueron tan tolerantes con ella. Si bien por fuera y por dentro era una mujer, esa panda de adolescentes con la que compartíamos clase empezó a tacharla y a repudiarla.
Me había quedado a su lado a pesar de todo lo malo que nos había pasado, de todas las bromas crueles que habíamos tenido que soportar y de los insultos lacerantes. Des era mi mejor amiga y jamás dejaría que volviera sufrir de nuevo.
Sus palabras dulces me trajeron a la realidad y me sacaron de esa burbuja de malos recuerdos:
—Cuando compongo, soy la titiritera que mueve los hilos, la que tiene todo el poder. La vida me ha enseñado que ser como soy es malo, pero no me escondo. Ya no.
Estaba muy de acuerdo con sus palabras, muy orgullosa. No se ha rendido, ni siquiera cuando toda su vida le habían intentado hacer creer que algo estaba mal en ella.
—La vida sería aburrida si todos fuésemos iguales, ¿no crees?
Asintió con energía.
—Totalmente. Me gusta ser como soy. Adoro mi pelo largo, mis ojos, el poder explorar lo que me gusta y lo que no... He aprendido a amarme y todo te lo debo a ti. —Sus ojos color tierra se clavaron en los míos con intensidad. Una gran sonrisa se extendió por sus labios y le iluminó los ojos—. No sé si hubiese llegado a ser quien soy de no haber sido por ti.
La abracé con fuerza, perdiéndome en su fragancia femenina tan familiar y que me transportaba a un lugar seguro.
—Eres la mujer más valiente que conozco.
—Tú si que eres valiente. Estás aquí pese a todo lo malo que te ha pasado de pequeña.
Hice una mueca. No me gustaba hablar de mi infancia antes de que Christina, mi madre, me adoptara. Solo había hablado de mi pasado con mi psicóloga, con mamá, con Kevin y con mi mejor amiga. Para mí era muy difícil confiar en los demás, sobre todo cuando en la niñez aquellas personas que creía buenas me traicionaron y me apuñalaron por la espalda.
—Te quiero, Des.
—Y yo. ¿Qué haría sin ti?
—Probablemente te aburrirías como un mono.
Me dio un pequeño golpe en el brazo.
—¡Eso no es verdad! La que se aburriría serías tú. ¿Quién, si no, te llevaría a las fiestas?
Reímos a carcajada limpia la una recostada sobre la otra. En momentos así, me alegraba de haberla conocido hacía más de diez años atrás. Todos necesitamos a alguien que nos apoye y que nos motive, que nos recuerde una y mil veces que no debemos dejar de ser nosotros mismos. Destiny era la amiga con la que soñé durante todos esos años de oscuridad y que con solo una sonrisa consiguió ganarse un gran hueco de mi corazón.
—¡Jack, pásasela a Irish! —bramé desde mi posición—. ¿No ves que está sola?
—Es una niña y nunca recibe bien los pases.
Apreté la mandíbula. Entrenar a un equipo mixto estaba siendo más duro de lo que creía. Aquel era mi primer año como entrenadora de los Wild Lions, el equipo de fútbol oficial de un centro escolar que estaba no muy lejos de la universidad. Me había pasado los primeros años compaginando mis estudios con el fútbol y mi trabajo como camarera, pero, sinceramente, serlo no me llenaba nada. Por eso, cuando aquel año mi entrenadora me habló del puesto, ni siquiera lo dudé.
No lo voy a negar: las primeras semanas fueron agotadoras. No estaba acostumbrada a tener que lidiar con niños pequeños —solo con mis sobrinos— y había estado a punto de renunciar en varias ocasiones porque no creía estar lo suficientemente capacitada para el puesto. Sin embargo, tras las primeras semanas, me di cuenta de que me estaba ahogando en un vaso de agua y pronto hallé mi lugar entre esos mocosos encantadores, aunque a veces me gustaría callarle la boca a más de uno, tal y como pasó aquella tarde.
—¡Jack! —Me metí en medio del campo y me acerqué hasta donde estaba. Paré el juego—. ¿Acaso crees que las niñas no pueden ser tan buenas jugadoras como los niños?
Sí, admito que fui demasiado cortante con el crío de siete años. Al instante, sus mejillas salpicadas de pecas se tiñeron de rojo.
—Lo... lo siento, entrenadora —se disculpó. Se volvió hacia su compañera y se acercó a ella, situada en el medio campo. Aquella niñita pelirroja natural miraba la escena con seriedad, sin inmutarse de las palabras hirientes que le había lanzado su compañero. ¿Cuántas veces habría tenido que escucharlas para haberse habituado?—. Lo siento, Irish. Soy un niño tonto por pensar esas cosas.
La niña le quitó importancia esbozando una sonrisa de oreja a oreja.
—No pasa nada, pero deja de decir eso. Si no me ayudas, si nunca me pasas el balón, jamás podré mejorar.
—Irish tiene razón. ¿Cómo crees que he aprendido a jugar yo? Probando y probando, practicando mucho.
Les di unos minutos de descanso antes de pedirles que volvieran al campo y que continuaran jugando. Miré la hora en mi reloj de pulsera y me sorprendió comprobar lo rápido que se me había pasado el tiempo.
—Los niños están aprendiendo mucho con usted, señorita Turner —dijo una de las madres que se había quedado a ver el partido.
—Gracias, señora Bird.
—Mi pequeña me ha dicho que de mayor quiere ser como usted. Quiere dedicarse al fútbol, pero teme no poder vivir de ello. ¿Cuándo Rose ha crecido tanto?
Cuando tenía la misma edad que su hija ni siquiera me había parado a pensar qué haría en el futuro; solo quería salir a la calle y pasarme horas jugando al fútbol ya fuera sola o con mi equipo. No me di de bruces contra la realidad hasta pasados unos años, cuando comprendí que siendo mujer tendría menos posibilidades de poder dedicarme a ello y que necesitaría, con total probabilidad, un plan B. Por eso estaba estudiando en la universidad aquel Grado en Publicidad y Relaciones Públicas. Si no podía dedicarme a lo que más me llenaba, al menos trabajaría en algo que me llamara la atención.
—Los niños son mucho más listos de lo que creemos. Se habrá dado cuenta que para que una mujer sea reconocida en el mundillo del fútbol tiene que hacer una hazaña mil veces mejor que un hombre —hablé mirando cómo los críos se pasaban la pelota unos a otros. Sonreí cuando Jack le ayudó a su compañera a recibir un pase—. No se preocupe por ello. Intentaré que los niños destaquen en la liga. De momento, hemos ganado todos los partidos. Son buenos, todos.
Los partidos de la liga infantil habían comenzado en octubre. Llevábamos un total de dos partidos jugados, casi a uno por mes. Nos encontrábamos a principios de diciembre. El frío se calaba en los huesos, aunque, por suerte, no llovía.
Veinte minutos después, di por terminada la clase y esperé a que cada crío saliera de los vestuarios mientras recogía todo el material que había utilizado para la sesión de aquel día. Me gustaba dejarles un tiempo de juego al final del entrenamiento porque, al fin y al cabo, seguían siendo niños.
—Hasta mañana, señorita Turner —se despidió de mí cada uno de ellos.
Con el tiempo había acabado amando esas clases y disfrutando como una niña de cada sesión. Cuando ya el último de ellos salió de las instalaciones de la mano de su padre, me encargué de cerrar el almacén y salí de allí. Debía coger un autobús en diez minutos que me llevara de vuelta a la universidad. El trayecto no era muy largo y llegaría justo a tiempo para el entrenamiento con las Golden Scorpions.
Sin embargo, al subirme al autobús me encontré con una de las personas con las que menos me gustaba encontrarme: Maxwell Bristow. Llevaba, como siempre, esa ropa de marca coronada con esa mirada que quitaba el hipo. Cámara en mano, supuse que habría estado en la búsqueda de material nuevo para sus vídeos.
Su sola presencia me ponía nerviosa y despertaba en mí algo que no comprendía. ¿Cómo una sola presencia podía alterarme tanto?
Intenté pasar desapercibida, lo juro, pero en cuanto sus ojos azul verdosos se clavaron en los míos me quedé parada en sitio, como si mis pies hubiesen echado raíces. Me había quedado atrapada, con la respiración entrecortada y las mejillas coloradas. ¿Qué me estaba pasando?
—No esperaba verte aquí, Venus.
La forma en la que pronunció mi nombre, como si lo saboreara, hizo que mis mejillas se encendieran aún más.
—Todos los jueves cojo el bus sobre esta hora —respondí aparentando calma cuando no la sentía para nada. ¿Sería capaz de notar lo rápido que me latía el corazón?
—¡Oh! Siéntate a mi lado.
Lo miré recelosa dar golpecitos en el único asiento libre que había. Me debatí mentalmente si aceptar su oferta o quedarme de pie, aunque pensándolo mejor decidí tomar el lugar que me señalaba.
—¿Vienes hasta aquí por trabajo?
Vale, puede que haya exagerado un poco diciéndoos que Maxwell era un chulito y un engreído. Para ser un influencer y una persona famosa entre los jóvenes, era bastante humilde.
—Sí, entreno a un grupo de niños pequeños.
—Vaya, eso es fenomenal. ¿Qué deporte?
Crucé las piernas y me desabroché el abrigo. Allí dentro estaba puesta la calefacción. Maxwell no me quitó ojo.
—Soy la entrenadora de un equipo de fútbol.
—¿Fútbol?
Estaba perplejo.
—Ajá. Soy la capitana del equipo femenino de la universidad y este año mi entrenadora creía que podría gustarme estar con los críos de un colegio —me expliqué. La cara de ese tío era todo un poema. Se había quedado sin habla y, sinceramente, me gustó dejarle así.
—¡No tenía ni idea! Tampoco sabía que tuviésemos un equipo femenino.
Sus palabras no iban a malas, pero fue hiriente que no supiera que la universidad tenía a uno de los mejores equipos de fútbol femenino. Claro, como no habíamos nacido con un par de pelotas...
En vez de enfadarme, me encogí de hombros.
—Da igual. —Sí, me salió bastante frío y borde y, para enmendarlo, añadí—: ¿Qué se te ha perdido por un barrio como este?
Maxwell habló como si fuésemos amigos de toda la vida y no simples conocidos.
—Necesitaba sacar unas cuantas fotografías para el artículo que estoy escribiendo para la revista en la que trabajo.
—Suena interesante. ¿Sobre qué trata?
—Nada importante. Es una recomendación gastronómica. Me han pedido que vaya en persona a entrevistar a un chef y he sacado unas cuantas instantáneas.
—¡Qué bien! Me encantaría tener el don de saber expresarme bien usando las palabras. Soy demasiado brusca y en los exámenes no es la primera vez que me han bajado la nota por mis faltas.
—Puedo ayudarte en eso.
—¿A cambio de qué?
Vale, sí, lo admito, estaba siendo demasiado recelosa y saltaba a la mínima, pero en mi defensa diré que la vida me había enseñado a ni fiarme de buenas a primeras,
El brillo en los ojos de aquel chico provocó que mi ya alterado pulso latiera más frenético.
—No quiero nada. Puede que creas que por tener tantos seguidores en las redes sea un creído, pero no lo soy. Estoy acostumbrado a que la gente me tache sin conocerme.
Vaya, me sentí una idiota.
—Lo... siento. Yo...
—No pasa nada. Estoy acostumbrado.
Parecía despreocupado, pero algo en el fondo de esos ojazos me hizo ver más allá de esa capa de calma.
Le di un apretón en la rodilla sin apartar la vista de él.
—Siento ser tan arisca. No estoy acostumbrada a abrirme así, de buenas a primeras, a la gente. Soy de las que necesitan tiempo para todo.
—Así que tiempo, eh.
¿Por qué no me gustaron sus palabras?
Por suerte, no tuve que añadir nada más. El autobús paró justo delante de la universidad y yo bajé a todo correr, aunque no me libré de Maxwell. Siguiéndome muy de cerca.
—Ha sido un placer hablar contigo, Venus.
—Lo mismo digo.
—¡Nos vemos mañana! Ten una buena tarde.
Se marchó y me dejó con el corazón desbocado, las mejillas sonrosadas y una sonrisa boba en los labios.
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Nota de autora:
¡Feliz lunes, Moni Lovers!
¿Qué tal estáis? Espero que muy bien y llenos de salud. Yo estoy un poquito nerviosa. Me daba miedo mostraros este capítulo por si no os gustaba que Destiny fuera transexual. ¿Qué os ha parecido el capítulo? Repasemos:
1. Los sacrificios que Venus ha tenido que hacer por el fútbol.
2. Sabemos que Destiny es transexual.
3. La desigualdad en el fútbol.
4. Maxwell y Venus coinciden en el autobús de vuelta a la universidad.
5. La conversación.
6. ¿Soy yo o Venus se ha alterado por la presencia de Maxwell?
Espero que el capítulo os haya gustado. ¡Nos vemos! Os quiero. Un beso gigantesco.
Mis redes:
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