Capítulo 21
Capítulo 21
El lunes fue un día lleno de emociones. Tras mi primera cita oficial con Maxwell, lo veía todo de color rosa... hasta que choqué de lleno contra la realidad. Y es que, ¿cómo debíamos actuar en público? ¿Deberíamos anunciarlo ya, gritarlo a los cuatro vientos, o esperar unas semanas?
—¿Quieres dejar de actuar como una idiota y mover tu culo de una puta vez? —bramó mi mejor amiga. Irrumpió en mi espacio sin ni siquiera molestarse en llamar, aunque al verme dar vueltas como un tiovivo cambió el tono de voz—. ¿Qué te pasa, nena?
Bufé. Por primera vez en diez minutos, me quedé anclada al suelo. Me rasqué en el hombro.
—No sé qué va a pasar ahora —murmuré en apenas un hilillo de voz.
Des al verme tan frágil e indecisa, se acercó, me colocó con suavidad las manos sobre las mías y me miró a los ojos con una sonrisa cálida en sus labios. Aquella mañana se los había pintado de un tono burdeos precioso y sus ojos parecían mucho más grandes y expresivos gracias al lápiz de ojos.
—Cariño, ¿qué no va a pasar? Estás saliendo con uno de los influencers de moda del país. Las chicas se pondrán celosas, te aviso, y ya sabes lo víboras que pueden ser cuando no se salen con la suya o ven que alguien que consideraban insignificante logra algo que ellas no. No debes dejar que lo que tengan que decirte te afecte, ¿me oyes? Se la Venus de siempre; levanta la cabeza y camina con orgullo. ¿Quiénes son ellas para opinar sobre ti o tu vida?
La miré con los ojos llenos de lágrimas. Tenía razón. No debía dejar que los demás dirigieran mi vida, no ahora que sentía que estaba rozando el cielo con los dedos.
—Te he dicho alguna vez cuánto te quiero.
Se me tiró encima y me abrazó con tanta fuerza que pensaba que iba a partirme en dos.
—Solo un par de veces, pero no está mal volver a escucharlo.
Reí con ganas. Destiny tenía ese efecto en mí; podía hacer que pasara de la tristeza a la felicidad en menos de un segundo.
—Quiero que hoy vayas a clase y seas la Venus que conozco, no dejes que nada ni nadie te detenga.
Me sentía tan emocionada e ilusionada que sabia que nadie podría pararme.
«Espero que hoy tengas un buen día. Te veré en unas horas. No me eches mucho de menos.»
Su mensaje me sacó una gran sonrisa. Era tan él.
Por desgracia, las primeras tres horas se me hicieron eternas. Estaba de los nervios; no sabía qué esperar del día y me inquietaba.
En un momento dado, Des me dio una patada por debajo de la mesa.
—¿Quieres calmarte? Estoy intentando prestar atención y no me estás ayudando.
Me tragué un quejido de dolor.
—Siento estar inquieta, pero no puedo evitarlo. En menos de una hora estaremos en la misma clase y me horroriza no saber qué va a pasar —expuse sin apenas pararme a respirar—. No sé si me besará delante de todos, si me tratará como a una amiga o pasará de mi cara.
Mi amiga miró a Gideon Reed para asegurarse que se encontraba lo suficientemente lejos como para no escucharnos cuchichear. Estaba explicando las pautas que debíamos seguir a la hora de hacer un proyecto en pareja.
Suspiró.
—No te comas la cabeza con estas cosas, por favor. Enfócate en el ahora y ya verás cómo todo fluye.
Ojalá no se equivocara.
Cuando por fin la hora se acabó, creí que podría respirar tranquila... pero no fue así.
—¿Puedo hablar un segundo con usted, señorita Turner?
Era Gideon. Tragué saliva. Pese a ser un profesor guay y moderno, una parte de mí temía que se hubiese molestado conmigo.
—Claro, señor.
Lo seguí hasta el escritorio que el profesor ocupaba durante sus clases y me quedé de pie en tensión. Pese a la edad, era uno de los pocos hombres que conservaban todo el pelo. Tampoco aparentaba los más de sesenta años que sabía que tenía, con el pelo marrón oscuro bien cuidado y esos ojos azules llenos de vida. Desde el principio me transmitieron tanta confianza que mi instinto de supervivencia, esa vocecita interna, me animó a fiarme de él.
—¿Quería hablar conmigo?
—Quiero que sepas que estás exenta de hacer este proyecto. —Abrí la boca para protestar, pero se me adelantó—. Sé que me vas a decir que es injusto para el resto, pero quiero que te enfoques en el partido de este sábado. Sé que si ganáis, tendrás que viajar por otros Estados.
—Pero...
Me hizo callar.
—No vas a ser la excepción —aclaró—. Me voy a reunir con los dos chicos del equipo de fútbol también para que también se enfoquen en los partidos. Soy consciente de que soñáis con jugar con los grandes equipos, no pasaros un montón de horas frente al ordenador o yendo a reuniones aburridas. Sé que esta carrera es solo tu plan B, tu vía de escape si algo marcha mal en tu sueño; por eso quiero facilitarte las cosas, al menos en mi asignatura.
—No quiero que me den nada regalado.
Una sonrisa amigable se instaló en sus labios.
—Sé que te gusta ganarte las cosas por tu propio mérito. No te preocupes, valoraré lo que hayas hecho hasta ahora más la nota de tu examen final. Eres una chica inteligente; no me cabe duda de que lograrás superar cada examen como lo has hecho hasta ahora: con notables altos tirando a sobresalientes.
¿Había orgullo en su voz? Una parte de mí se enterneció al ver que al menos a un profesor le importaba mi carrera profesional como jugadora de fútbol y no solo que aprobara su asignatura.
—Gracias. Es... demasiado. —Estaba sin palabras, de verdad, con un nudo en la garganta. No sabéis el peso que me estaba quitando de encima.
Me dio un apretón cordial en el hombro.
—No hay por qué darlas. Deberían daros más visibilidad a las chicas. Por cierto, el otro día vi un poco de vuestro entrenamiento al aire libre y he de decir que jugaste de manera sensacional. Se me pusieron los pelos de punta cuando le metiste un gol a tu compañera.
Sentí que se me calentaban las mejillas.
—Intento dar lo mejor de mí misma en el campo.
—Me alegra escuchar eso.
Volví a mi sitio unos minutos después. El grupo de Maxwell ya había llegado y él se encontraba rodeado de ese séquito de chicas que no paraban de coquetear. Crystal no paraba de buscar cualquier excusa para tocarle el brazo. No sé cómo no se daban cuenta de lo incómodo que se sentía, con los hombros en tensión y el ligero balanceo de piernas.
—¿Qué quería el señor Reed? Parecía urgente —me preguntó ansiosa Des.
Le expliqué todo lo que me había dicho. Todavía era incapaz de asimilar lo permisivo que había sido conmigo. Por el rabillo del ojo vi cómo los otros compañeros del equipo masculino hablaban con él, tal y como me había asegurado que haría.
—¡Qué morro me das, cabrona! Qué más quisiera librarme del trabajo sucio —lloriqueó.
Reí.
—No seas niña. Te encanta hacer cada trabajo que nos mandan y te encanta ponerlos bonitos después.
Se encogió de hombros.
—¿Qué se le va a hacer? Adoro el tema de la maqueración y que cada palabra y párrafo quede perfecto con su tipografía, interlineado y ese tipo de cosas. No entiendo cómo los demás podéis entregar trabajos tan cutres.
Le di un codazo.
—¡Eh!
—Se me caería la cara de la vergüenza si entrego los proyectos como tú.
—No tienes ni idea de...
Pero me quedé a medio camino en cuanto unas manos me taparon los ojos. ¿Qué demonios? Sin pensarlo, di un manotazo hacia atrás. Un jadeo ahogado salió de los labios de la persona que no me permitía ver. Cuando me volví para fulminar al gracioso de turno, me encontré con un adolorido Maxwell frotándose la barriga, una mueca de dolor instalada en sus labios.
—Ups, pesaba que eras otra persona.
—Si lo sé, no me acerco. Había olvidado que por muy delicadas que parezcan las rosas, tienen espinas.
¿Me había comparado con una rosa?
—Eso te pasa por intentar sorprende. ¿No me conoces? No me gustan las sorpresas ni que se me acerquen por la espalda.
Hace unos años, cuando apenas llevaba viviendo un año con mamá, Kevin entró en mi habitación sigilosamente mientras estaba jugando muy concentrada. No me di cuenta de que estaba allí hasta que me atacó por sorpresa. Me dio un ataque de pánico, grité y mi mente evocó mi pasado. La broma le salió cara y con ella aprendió por las malas a no pasarse de listo.
Levantó las manos en señal de paz.
—Lo siento. —Pero por la sonrisa que tiraba sus labios hacia arriba sabía que no lo sentía del todo. Acercó su boca a mi oreja. Su cálido aliento me hizo cosquillas—. ¿Qué se le va a hacer si eres irresistible?
Puse los ojos en blanco. Sí, claro.
Des se llevo lo dedos a la boca y fingió que vomitaba.
—Como sigáis así, me va a dar un subidón de azúcar.
Reí.
—Hablamos cuando te declares a cierto chico. —Le guiñé un ojo con picardía mirando con disimulo a uno de los mejores amigos de Maxwell.
Se puso roja como un tomate. Me jacté.
—¿Quién es ese chico? A lo mejor puedo ayudarte.
Sonreí de manera malvada. Des abrió los ojos de par en par y me envió una mirada de socorro.
—¡No! Ni se te ocurra decírselo. Pienso ponerte piojos en tu cama como se lo cuentes —me amenazó.
—Tan dulce como siempre —se burló Maxwell con una sonrisa.
No comprendía qué había podido pasar entre ellos dos el día anterior. Solo sé que hablaron mientras me daba una ducha y que cuando salí parecía que había domado a la bestia que habitaba en mi mejor amiga.
Miré la hora. Aún quedaban quince minutos del descanso largo. Me mordisqueé el labio inferior indecisa hasta que al final me decidí. Tiré con suavidad de las mangas de su jersey para llamar su atención. Cuando aquel mar azul verdoso se clavó en mí, creí que me pondría a boquear como un pez.
—¿Podemos hablar un minuto en privado?
Me había dado cuenta de la miradita indiscreta que nos lanzaba más de un compañero. Lo que menos quería era mantener esa conversación rodeado de aquellos cotillas sedientos de chismes.
—Claro.
Lo guié con un movimiento de cabeza hasta un rincón que había en el pasillo alejado un poco de todos. Allí, me quedé plantada como un pasmarote sin saber qué decir a continuación.
—¿Qué pasa? —preguntó. Le brillaban los ojos de la curiosidad.
Tomé una bocanada de aire.
—Estamos juntos.
Vale, incluso yo me había dado cuenta de lo tonto que había sonado.
Maxwell soltó una serie de carcajadas antes de volver a mirarme a los ojos.
—¿Eso era tan importante? —Se acercó un par de pasos hasta quedar cara a cara. Me acarició las mejillas con los pulgares, las cejas y los labios. Después, entrelazó nuestros dedos—. Mírame, no te escondas de mí, no de nuevo.
—¿Cómo vamos a actuar a partir de ahora? —expresé por primera vez en palabras lo que me había estado rondando por la cabeza.
Se rascó la barbilla, confuso.
—¿Que cómo vamos a actuar con qué?
Nos señalé.
—Estamos juntos —repetí—. ¿Vamos a mantenerlo en secreto unas semanas para ver cómo se desarrolla lo que estamos teniendo? ¿Seremos de los que se dan besos en público? Mira que no soy de las que están todo el día encima del chico... bueno... supongo. Es mi primera vez... ¿Sabes?, hablar de estoy está siendo muy vergonzoso. Seguro que tienes cosas mejores qué hacer que estar escuchando mi vómito verbal.
Me sujetó por los hombros. Sus dedos poco a poco escalaron hasta mi rostro, donde jugaron con varios mechones de pelo suelto. Había determinación en sus ojos.
—No me parece para nada una chorrada lo que has dicho. Es más, tiene todo el sentido del mundo que te sientas insegura. ¿Quieres que esperemos unas semanas? Esperaré el tiempo que haga falta con tal de que sientas cómoda.
Se me llenaron los ojos de lágrimas.
—¿En serio?
Asintió con decisión.
—No hay prisa. Lo importante es lo que sintamos el uno por el otro; no necesitamos la aprobación de nadie más.
Rehuí su mirada.
—Tengo miedo de todo lo que va a suceder después. Las chicas van a ser muy malas conmigo y Crystal no dudará en atacarme en cuanto se entere.
Me acarició la barbilla.
—No dudo de que soltarás alguna respuesta al puro estilo Venus, ese que tanto me gusta. Nunca te lo he dicho, pero una de las cosas que me gustan de ti es que tienes las agallas para decir lo que piensas y que peleas con todas tus fuerzas si lo crees necesario.
Arrugué el morro.
—Esa chica tiene un grave problema de atención.
—¿Sabes qué será lo bueno de actuar como pareja?
—No. ¿Qué?
—Que ya no se colgará de mis brazos y mantendrá las distancias.
—Esperemos.
Me pellizcó en la mejilla.
—¿Celosa?
—¿De ella? Nunca.
—Así me gusta. —Miró el reloj en la pantalla de su teléfono—. Será mejor que entremos si no queremos quedarnos fuera.
—Tienes razón.
Fuimos juntos hasta la puerta. Maxwell me dejó entrar primero, esperó unos segundos antes de seguirme y sentarse en su lugar, a unas mesas de distancia. Cuando el profesor ya estaba comenzando con su asignatura, recibí un mensaje de su parte:
«Mantén la cabeza arriba y no pierdas la sonrisa. Eres la persona más increíble que conozco.»
Eso me dio la esperanza que necesitaba.
—Últimamente pasas mucho tiempo con ese youtuber —me comentó mamá una semana después. En los ratos de mi tiempo libre había estado ayudándola a instalarse en su nuevo apartamento y decorándolo como a ella le gustaba. Por fin se había mudado a Wilmington, era un hecho.
Por poco se me cae la taza al suelo del impacto. Maldije. Lo que me faltaba, manchar la alfombra nueva.
—Solo somos amigos, mamá —mentí.
Me estudió de esa manera que tanto me sacaba de quicio.
—Sí, claro, y yo me chupo el dedo. Sé cuándo me ocultas algo y ahora mismo lo estás haciendo.
—¡No es verdad! —repliqué con demasiada brusquedad. Opté por la salida más rápida: cambiar de tema—. ¿Cuándo llegará tu hombre misterioso? Me muero de ganas de conocerlo de una vez.
El mismo lunes que se mudó a Wilmington, mientras la ayudaba con los detalles de la mudanza y la decoración de la casa, me preguntó si me apetecía cenar con ella y su pareja el sábado y, como no tenía planes ni con Des ni con Maxwell, había aceptado. Me entusiasmaba conocer a la persona de la que mamá se había enamorado.
Miró la hora en el reloj de pared que habíamos instalado en la pequeña sala de estar.
—En menos de media hora debería estar aquí. —Se mordisqueó el labio de la misma forma en la que yo lo hacía—. ¿Qué tal estoy?
Le di un gran repaso. Con ese vestido blanco y negro con tul cuya falda le llegaba casi hasta el suelo, de manga larga y de escote recatado, el pelo suelto en esos rizos que me encantaban, unos zapatos de tacón negros como la falda y el rostro maquillado con sutileza. Se había dado color en los labios, pintados en un elegante tono melocotón. Estaba radiante.
—Preciosa. No debes preocuparte por nada. Saldremos a cenar, charlaremos y pasaremos un buen rato.
Me dio un beso en la coronilla. Benditos sean los pintalabios que no manchaban.
—Ojalá te caiga bien. Me gusta mucho mucho.
Mamá parecía una adolescente en su primera cita en vez de la mujer adulta que era.
Le di un beso en la mejilla.
—Lo hará. Prometo verle el lado bueno —aseguré—. Si ha conseguido conquistar tu corazón, es un hombre de fiar.
Poco tiempo después, llamaron al portero.
—¡AH! ¡Ya está aquí!
No pude evitar reírme de su reacción de quinceañera. Me gané una de sus miraditas fulminantes.
—Deja de mirarme así. Por mucho que lo intentes, no vas a intimidarme. Cuando dejes de comportarte como una niña pequeña, hablamos. Ahora, ábrele al buen hombre y compórtate como la adulta que se supone que eres.
Me encerré en el cuarto de baño. Mientras me lavaba las manos después de haber hecho mis necesidades básicas, escuché una conversación amortiguada y la risa histérica de mamá.
Lo que jamás me hubiese esperado era encontrarme con él.
Gideon Reed.
¿Qué hacía mi profesor de Técnicas de comunicación oral en mi casa? Tardé un par de segundos en hallar la respuesta.
¡Gideon Reed, ese profe guay, era el novio de mamá!
Me quedé parada como un pasmarote en el umbral de la sala. Por suerte, la primera en verme fue mamá, quien me dedicó una sonrisa arrebatadora.
—Cariño —habló con dulzura—, ven, quiero presentarte a Gideon. Llevamos saliendo unos meses. Gid, ella es Venus, mi hija.
Me acerqué con paso lento hasta quedarme a pocos pasos de la pareja. En cuanto esos ojos azules como zafiros se posaron en los míos, ambos nos miramos ojipláticos. Tardamos un rato en recuperarnos de la impresión. ¿Quién iba a decirme que de entre todos los hombres que había en el planeta mamá se había fijado en uno de mis profesores? Si es que el mundo era un pañuelo.
—Venus, es un placer verte en otro ambiente —me tuteó por primera vez.
Sonreí. Gideon me caía bien, siempre lo había hecho.
—Lo mismo digo, señor Re..., perdón, Gideon. Es la costumbre —me corregí con una sonrisa culpable.
Mamá nos miró a ambos con la boca abierta.
—Pero ¿vosotros ya os conocíais?
Compartimos una miradita cómplice antes de que le respondiera:
—Mamá, él me da clases en la universidad. Es ese profesor tan guay del que te he hablado, el mismo que ha hecho una excepción conmigo.
La cara de mi madre era todo un poema.
—No me digas que es el mismo. —Se llevó una mano a la boca. Todos estábamos igual de sorprendidos. Se le escapó una risita nerviosa—. No me lo esperaba.
—No sabía que tuvieras una hija tan guapa.
Zalamero.
—¿Estás lista, tesoro?
—Sí.
Gideon nos hizo un gesto para que pasáramos por delante y esperó pacientemente a que mamá cerrara la puerta con llave.
—Tienes un apartamento muy bonito —le dijo su cita.
—En cuanto lo vi, me he enamorado de él. Es un poco más pequeño que el que tenía en Nueva York, pero no me importa. Tanto espacio para una sola persona no me gustaba nada. Antes, cuando los niños vivían conmigo, cumplía con su papel; ahora solo era un nido vacío. Además, quería vivir cerca de esta preciosidad de hija que tengo porque quiero apoyarla en todos los partidos. —Se inclinó hacia delante como si lo que fuera a contarle fuese el mayor de sus secretos—. Soy su fan número uno.
Dejé que me cobijara bajo su ala protectora. Gideon veía la escena con una gran sonrisa.
—En el partido del viernes estuviste peleona. Guió a su equipo hacia la victoria. No dudaba de que este año, al igual que el anterior, el grupo clasificaría para participar en las grandes ligas.
Sentí que mis mejillas ardían y no exactamente por el aire frío de la noche de finales de enero. Fuimos a pie hasta el restaurante, un sitio elegante pero no de esos que costaban un riñón, lo que agradecí. No necesitaba pomposidades ni florituras para conquistarme.
En cuanto estuvimos sentados y pedimos, fue mi turno de hacer las preguntas. Entrelacé los dedos por encima de la mesa y le presté toda mi atención.
—Dime, ¿tienes hijos?
—¡Venus! —me recriminó mi madre con la cara ruborizada—. ¿Podrías ser menos directa? Gracias.
Gideon no parecía para nada afectado; se le escapó una pequeña risa.
—No te preocupes, Chris. Suerte que la conozca lo suficiente para saber qué esperar.
—Las ventajas de ser mi tutor.
Mamá chasqueó la lengua.
—Lo había olvidado.
Me incliné sobre la mesa.
—Desembucha, ¿cuántos hijos tienes? ¿Con cuántas mujeres te has casado? No serás de esos hombres que no se atan a nadie, ¿verdad?
Gideon se rió mientras mamá deseaba que la tierra la tragara. Que fuera tan directa no lo alteró para nada.
—No tengo hijos. Nunca me he casado. Y no, no soy de los que no se atan; simplemente, no he dado con la indicada aún. ¿Estás contenta?
—Un poco. —Me quedé un par de minutos en silencio pensando qué más preguntas hacerle. ¿Que si iba a vengarme por la vez en la que mamá ahuyentó al chico que me gustaba cuando tenía dieciséis años? Por supuesto—. ¿Cómo os habéis conocido? Sois de distintos Estados, ¿cómo es que ahora estáis juntos? ¿Fue gracias a esas aplicaciones de citas por Internet? Si es así, debería sentirme molesta porque no me hayas pedido consejo. A veces le cuesta utilizar las Nuevas Tecnologías y... ¡Auch!
Me acababa de dar una toba en la nuca.
—¿Quieres dejar de ponerme en ridículo?
—Podría, pero no. Te la debo.
Mi profesor se rió ante la situación.
—No pasa nada, Chris. Me parece adorable que se preocupe por ti —comentó mirándola. Después, desvió de nuevo la vista hasta ponerla sobre la mía—. Conocí a tu madre en un seminario en Nueva York hace unos meses. De casualidad, no sentamos al lado y, como soy un inquieto, me puse a hablar con ella. Tras las sesiones, decidimos quedar y el resto es historia.
—¡Qué bonito! Es como esas novelas románticas que a Des tanto le gustan.
Gideon se aclaró la garganta.
—¿Puedo hacer una pregunta indiscreta?
—Puedes —le respondió mamá—. Ya decidiré si te contesto o no.
Me alegraba verla tan feliz, en su salsa. Estaba cómoda. Ese hombre la hacía sentir de la misma manera que Maxwell hacía conmigo. ¿Me vería igual que mi madre cuando estaba con él, con ese brillo en los ojos y esa sonrisa imborrable?
—Se me hace raro que no compartáis apellido.
Se me formó una gran sonrisa para nada tensa.
—Has tardado en preguntarlo...
—Soy adoptada —me adelanté. No era ningún misterio y ni un gran secreto—. Mis padres... murieron cuando era pequeña, por eso conservo su apellido, pero en mi documento de identidad mi nombre oficial es Venus Turner-Price. Puede que no nos parezcamos físicamente, pero en lo demás somos muy parecidas.
Ninguno de los dos se esperaba esa confesión, lo vi en sus expresiones.
—Lo... siento. No he debido preguntarte.
Me encogí de hombros.
—No es ningún secreto. Todos la confunden con mi abuela por la diferencia de edad, cosa que me parece fatal. Mamá se conserva muy buen. Qué más quisiera estar tan guapa cuando tenga sus mismos años.
Mi madre me dio un sonoro beso en la mejilla.
—Eres igual de zalamera que tu hermano.
—Por algo somos familia. —Le guiñé un ojo con complicidad.
La cena fue divertida y me vi involucrándome en la conversación, charlando y metiéndome de vez en cuando con mamá. Al final, se me acabó escapando algún que otro vacile para Gideon, aunque en vez de molestarle parecía agradarle que hubiésemos podido congeniar.
Cuando regresamos a casa, después de que nos dejara en el portal y se despidieran con un beso de película, estaba tan contenta y llena de energía.
—Me cae muy bien. Es un buen hombre —declaré con total sinceridad.
Mi instinto me decía que era de confianza. Nunca me había fallado, ¿por qué no fiarme de él? Además, me encantaba ver a mi madre tan feliz y enérgica, como si la vida la hubiera llenado de un chute de energía renovada. No la había visto tan emocionada en meses y eso se debía a Gideon y todo lo que provocaba en ella.
La comprendía. Me sentía igual. Pero muy en el fondo temía que algo saliera mal y se estropeara, que la vida me arrebatara de nuevo lo que más quería en el mundo y me llenara de tinieblas, de esa oscuridad que habitaba en mi interior y que Maxwell vencía con la luz que irradiaba, que me contagiaba.
¿Cuándo sería capaz de vivir sin ese miedo irracional que me carcomía por dentro?
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Nota de autora:
¡Feliz lunes, Moni Lovers!
¿Qué tal habéis empezado la semana? Yo he aprovechado para hacer unas cosillas.
Me ha gustado mucho escribir este capítulo y tenía ganas de subirlo. ¿Qué os ha parecido a vosotros? Repasemos:
1. Las inseguridades de Venus.
2. La conversación con Gideon Reed.
3. Venus y Maxwell pactan salir en secreto durante un tiempo. ¿Qué opináis?
4. Venus conoce a la pareja de Christina.
5. ¡La pareja de Christina es Gideon Reed! ¿Os lo esperabais?
6. La cena y el interrogatorio de tercer grado.
7. ¿Qué opináis sobre Gideon Reed?
8. Los miedos de Venus.
Espero que el capítulo os haya gustado. ¡Nos vemos el viernes! Os quiero. Un besote.
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