Capítulo 2
Capítulo 2
—Ostras, tu último video se ha hecho viral. ¿Cómo lo haces? —comentó con asombro Jordan, mi mejor amigo, aquella mañana.
Habíamos ido a clase una hora antes para ponernos al día con Reputación corporativa, una asignatura que tenía bastante atragantada. Entre las clases, los trabajos, mi trabajo extra en una revista que estaba muy de moda y las horas que le invertía a las redes apenas tenía tiempo ni para desconectar, aunque no podía quejarme. Al fin y al cabo estaba haciendo algo que me encantaba y el puesto en la revista era un plus para mi currículum, un trabajo que no esperaba tener.
De la asignatura habíamos pasado a hablar sobre números y habíamos acabado viendo las estadísticas del vídeo que había subido a Youtube la tarde anterior. Intentaba ser muy activo en las redes y subir al menos un vídeo a la semana, si bien casi siempre podía darme el lujo de grabar dos o incluso tres si estaba de vacaciones. Me encantaba ser youtuber, subir vídeos semanales de todo tipo, desde challenges hasta los más reflexivos. Recuerdo que una vez hice uno aceptando el reto de un booktuber muy conocido de leer cada mes un género distinto y la verdad es que fue divertido.
Mi canal de Youtube, Maxwell's rules, llevaba activo desde hacía cuatro años, cuando decidí abrirlo para compartir con los demás temas que a mí me interesaban. Os juro que en ningún momento pensé que tendría tanto éxito como lo estaba teniendo ni que acabaría teniendo casi un millón de suscriptores. Solo quería desahogarme y hablar de temas que a mí me importaban; no esperaba que a los demás también pudieran serles de interés.
—No tengo ni idea. Ya sabes que solo subo aquello que me gusta.
—Por cierto, estamos ya a primeros de mes. ¿Cuándo subirás la recomendación mensual de las novelas que has leído?
Sonreí.
—Ya he grabado el vídeo. Tengo planeado editarlo esta tarde y aprovechar así la tarde libre.
—No sé cómo eres capaz de llevar un trabajo, las redes y una carrera universitaria que no es nada sencilla.
Me encogí de hombros.
—Me encanta lo que hago y si algo te gusta deja de ser un trabajo.
Porque hacía un tiempo había dejado de serlo. Cada vez que me levantaba por la mañana, no me sentía abrumado por la cantidad desbordante de cosas que tuviera que hacer durante la jornada porque amaba lo que hacía. Sí que había días que quería quedarme en casa y no hacer nada. Por favor, era un ser humano y podía permitirme tener días malos, como todos.
Cuando quedaban diez minutos para que diera la hora, mis compañeros fueron entrando poco a poco. En la carrera, en tercer año, teníamos la opción de decidir cursar entre un montón de optativas a parte de las asignaturas troncales. Reputación corporativa era una asignatura obligatoria para todos. Por lo general, la clase no estaba tan abarrotada, solo en aquella en la que coincidíamos todos.
Adoraba la carrera. Durante aquellos años había aprendido mucho acerca del manejo de las redes sociales y lo había podido poner en práctica. Además, no se me hacía muy pesado estudiar para los exámenes. No os voy a mentir: nunca he sido un estudiante de sobresalientes, aunque ahora, al hacer algo que de verdad me llenaba, mi media había subido considerablemente.
Tal y como pasaba desde que había comenzado los estudios, un grupo de compañeras muy guapas se sentaron alrededor de nosotros y empezaron a hablarnos. Me había acostado con la gran mayoría y había salido lo suficiente para saber que no eran mi tipo; y, sin embargo, dejaba que pulularan a mi alrededor porque la imagen lo era todo.
Una de ellas, cuyo nombre no recordaba si era Candance o Carly —estaba seguro de que empezaba por C—, arrugó el morro al ver a una de nuestras compañeras entrar en el aula. Vestía una chaqueta enorme, unos pantalones que no resaltaban su figura y unas deportivas desgastadas. Su pelo estaba recogido en una coleta de la que varios mechones rebeldes se escapaban.
Se llamaba Venus y, como su nombre, era una rareza, un misterio andante. No había tenido la oportunidad de trabajar con ella —ni siquiera habíamos hablado—.
—Uy, si la marimacho ha llegado —escupió con veneno aquella chica nada más verla.
—Amable como siempre, Crystal —masculló por lo bajo al llegar a nuestra altura. Se sentaba unas filas por delante, junto a aquella chica que había hecho reír a mucha gente gracias al vídeo que subí ayer a mis redes. Su tropiezo se había vuelto trendding topic.
—Es que no entiendo cómo alguien como ella, una chica del montón, puede estudiar siquiera con nosotros. ¿Cómo se paga los estudios la plebe?
Vi cómo Venus apretaba la mandíbula, pero no añadió nada al respecto. Dejó la mochila en el suelo, se quitó el abrigo y se sentó en la silla. Haciendo caso omiso de las risitas de las chicas —no entendía en realidad por qué le habían cogido tanta manía sin conocerla siquiera—, se puso a hablar con su amiga como si no escuchase los comentarios hirientes de las demás.
—¿Por qué no la dejas tranquila? No te ha hecho nada —objeté.
La tal Crystal me puso ojitos dándose así un aire coqueto artificial.
—Vamos, todos saben que ella no está aquí por su posición social. Se rumorea que sus padres no tienen dinero y que es una pobretona en busca de dinero fácil.
Tenía que decir que el comentario de aquella chica fue de lo más fantasioso. No creía que Venus fuera una pobretona.
—Ves demasiadas películas.
—¿Yo? Si ni siquiera tiene ordenador ni un móvil decente.
Eso era cierto. En ningún momento había llevado a clase un portátil y su teléfono no era de los de última generación, ni siquiera era moderno —lo había dejado sobre la mesa nada más sentarse, junto al cuaderno de anillas y al estuche—. Tenía tapa y todo, chapado a la antigua.
Aquella muchacha de pelo castaño y ojos color tierra me tenía muy intrigado.
—Da igual. Pasa de ella si no te cae bien.
Crystal frunció los labios.
—Es imposible cuando su aura de chicarrón se huele a distancia.
Aquel comentario les hizo gracia a todos los que lo escucharon, salvo a mis amigos y a mí. Connor y Jordan, de todos los que me rodeaban los únicos amigos verdaderos y fieles que tenía, me miraron sin entender el chiste.
—Y tu aura de desesperada es apestosa —masculló por lo bajo aquel rubito. Ahí sí que ambos reímos.
Por suerte, no tuvimos que decir nada más, ya que el señor Edwards, un hombre mayor a pocos años de jubilarse, entró en el aula cargado con mogollón de papeles. Nos mandó callar con una mirada. Pese a su edad —ya que lo primero que pensé de ese hombre calvo, rechoncho y feo fue que sería muy estricto con nosotros—, era un profesor muy guay y casi todas las clases se me pasaban en un suspiro.
El día fue pasando con rapidez y, pronto, nos encontramos en el descanso largo de media hora. Por suerte, las chicas se habían ido al campus y nos habían dado un respiro a Connor, a Jordan y a mí. Estuve más de quince minutos escuchando a mis amigos hablar mientras apuntaba en mi cuaderno de ideas una que me había venido, intentando que fuera lo más detallada posible. En un momento dado, noté que Jordan se había quedado boqueando como un pez fuera del agua al ver a la amiga de Venus. Se acercó a su amiga y se pusieron a hablar de vete-a-saber-qué-cosas.
Miré a Jordan con picardía.
—¿Cuándo vas a armarte de valor? Llevas pillado por ella desde comienzos de curso, campeón.
Aquel hombre de pelo oscuro se hizo el tonto.
—¿Yo? Qué va.
Puse los ojos en blanco.
—No dejas de mirarla y se nota que te atrae. ¿Por qué no la invitas a salir?
—¿Y si me rechaza?
—¿Y si, por el contrario, acepta? —objetó Connor.
—¿Qué hacéis? No la miréis, a ver si se va a dar cuenta de algo.
Sí, claro, como si fuera tan evidente que...
—¿Os pasa algo? ¿Por qué no dejáis de mirarnos? —soltó aquella mujer de pelo castaño claro clavando la mirada llena de rabia especialmente en mí—. ¿Acaso no habéis tenido suficiente con humillar a mi amiga en el vídeo de ayer? No fue gracioso. No se debe jugar así con los sentimientos de las personas. Es cruel.
Chasqueé la lengua.
—Discrepo. Fue divertido y para nada intencionado. No pensé que te molestarías.
Su amiga, cuyo nombre no recordaba porque no era usual, torció el gesto.
—No fue divertido. No me gusta que me expongan en las redes de esa manera cruel. No sabes el gran daño que pueden hacer si se usan para el mal.
La miré. Comprendía por qué a Jordan le gustaba. Aquella muchacha era muy guapa. Con el pelo rubio largo y suelto en suaves ondas que caían en cascada y que perfilaban sus delicados rasgos, los ojos marrones llenos de calidez y aquellos labios seductores pintados de un suave tono rosa, era una de las chicas más deseadas de la clase. Tenía muy buen gusto para la moda y lamenté que su amiga no siguiera un poco sus pasos. Parecía que se acababa de levantar de la cama hacía un momento.
—Lo siento...
—Destiny, me llamo Destiny.
Sí, su nombre no era a lo que estaba acostumbrado.
—Lamento si te he hecho sentir incómoda. Quiero que sepas que no quise hacerte ningún mal, en serio. Pensé que te causaría gracia y que te reirías de esto; yo lo hago cada vez que meto la pata.
Se cruzó de brazos en un intento de poner una barrera entre nosotros.
—No sabes la cantidad de tíos que me han escrito preguntándome mi talla de sujetador o si les doy mi número de teléfono personal. Y eso es lo más light.
Vaya, no tenía ni idea de ello. Pobre mujer.
—No lo sabía. Por lo general, cuando subo vídeos y taggeo a mis amigos no pasan esas cosas.
—Eso es porque sois chicos y no os acosan tanto como a las mujeres. No sabes la cantidad de veces que he recibido mensajes obscenos en mis redes —puntualizó Venus.
Sí, claro, como si eso fuera a pasar. No es que fuera una mujer fea —todo lo contrario, era preciosa—, pero no la imaginaba de esa clase de chicas a la que los chicos acosaban en las redes solo porque estaban buenas. A decir verdad, era incapaz de visualizarla vestida como una su amiga, cuya ropa le sentaba como un guante.
Connor arrugó el ceño.
—No te ofendas, pero no eres la clase de tía que buscaría en las redes.
Aquella morenita se cruzó de brazos.
—Gracias, hombre, por ese pedazo de piropo que me has soltado —dijo con sarcasmo.
—Eso es porque no conoces a la verdadera Venus, tarugo —contraatacó Destiny—. Mi amiga es mucho más que una cara bonita, ¿verdad?
—Por supuesto —estuvo de acuerdo esta—. Solo os quedáis con lo de fuera y olvidáis a la persona que hay dentro, su personalidad, qué hace y qué le gusta. —Se volvió dando por terminada la charla, pero, como si recordara algo repentinamente, se giró de nuevo y clavó aquellos ojos exclusivamente en mí—. Que mi madre sea una maestra no quita que no sea una persona maravillosa. Estoy aquí por mis propias metas. Puedes decírselo a la tonta de Crystal si quieres.
Y ahora sí ambas nos dieron la espalda y volvieron a su conversación. Iba a replicar, os lo juro, pero en aquel preciso instante empezaron a llegar el resto de compañeros, incluida las chicas con las que nos sentábamos en clase, que, como era habitual, nos lanzaron miraditas coquetas muy descaradas.
Antes de centrarme de nuevo en la clase, no se me pasó cómo Venus puso los ojos en blanco al vernos y cómo le susurraba algo a su amiga.
Os juraba que aquella morenita era todo un misterio para mí y poco sabía todo lo que nos tendría deparado el destino.
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Nota de autora:
¡Feliz Navidad, Moni Lovers!
Este es mi segundo regalo para vosotros, un nuevo capítulo de la historia de Venus y Maxwell. Estos dos me tienen tan enamorada y enganchada que no he podido resistirme a compartir con vosotros un pedacito de su historia. ¿Qué os ha parecido? Repasemos:
1. El canal de YouTube de Maxwell.
2. Maxwell es famoso.
3. La personalidad Maxwell.
4. Jordan y Connor.
5. La pesada de Crystal.
6. Venus en acción.
7. Parece que a Maxwell Venus no le es tan indiferente.
Espero que esta sorpresa de Navidad os haya gustado. ¡Nos vemos la semana que viene! Un beso enorme. Os quiero.
Mis redes:
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