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Capítulo 17

Capítulo 17

No sé qué fue lo que me impulsó a hablar —puede que fuera la pesadilla, el miedo, la ansiedad o lo bien que se había portado conmigo en todo momento—, solo sé que cuando salí con una toalla enrollada en la cabeza y las mejillas sonrojadas por el vapor del agua y lo vi allí sentado, sobre la cama, con los ojos llenos de curiosidad, no pude negarme.

Antes de procesar siquiera lo que estaba pasando, estaba cantando como un pajarito. Cada palabra enviaba una cuchilladas lacerante a mis entrañas, pero, por raro que parezca, me sentí aliviada de compartir aquello con otra persona.

—Cuando era pequeña, asesinaron a mis padres —confesé en apenas un susurro. Me dejé caer a su lado y lo miré directamente a los ojos. Sus iris no perdieron detalle de mi rostro. Tomé una profunda bocanada de aire para darme las fuerzas que necesitaba para continuar—. Tenía tres años y lo poco que recuerdo es estar con mi madre en mi habitación mientras papá cocinaba en el piso de abajo.

Se me llenaron los ojos de lágrimas al recordarlo.

»Hacía un día horrible. Recuerdo que las gotas de agua golpeaban contra el cristal con fuerza, que el viento ululaba contra el cristal y los truenos resonaban con fuerza. Pero no tenía miedo. Mamá estaba conmigo. Decía que siempre debíamos enfrentarnos a los miedos, que no debíamos dejar que dirigieran nuestra vida.

—La echas de menos.

Fruncí los labios en un intento por contener las lágrimas, en balde, pues noté cómo se deslizaban por mi mejilla.

—Todos los días. Me pregunto... si habría jugado al fútbol de haber seguido con vida, si habría sido una niña feliz.

Los dedos de Maxwell en mi barbilla me obligaron a mirarlo. Aquellos ojos azules se clavaron en los míos y enviaron oleadas cálidas por todo mi cuerpo.

»Entraron en tropel, oí muchos disparos y me asusté mucho. Mamá actuó sin pensar y lo primero que hizo fue esconderme para que nadie me viera. ¡Fue horrible! Mataron a mis padres delante de mis narices y lo peor de todo es que no puedo quitármelo de la cabeza. Ese dichoso recuerdo me atormenta todas las noches.

Maxwell estaba atónito, descompuesto.

—No sé qué decir. «Lo siento» me parece muy frío. Lo que viviste de pequeña ha debido de ser muy traumático. ¿Qué pasó después?

Tragué saliva con fuerza. Aquello solo se lo había contado a la gente que consideraba de confianza. Esperaba que supiera apreciar el gran salto de fe que estaba dando para compartir algo tan personal como lo era el asesinato de mis padres. Era como si una parte del muro que había construido con los años se estuviera derrumbando.

—No fui capaz de moverme, ni siquiera cuando se marcharon. Tuvieron que pasar horas hasta que me animara a salir. —Se me encogió el corazón al recordar los hechos: la sangre a mi alrededor, el impacto de ver sus cuerpos inertes en el suelo...—. Me quedé abrazada a ellos, llorando en silencio, hasta que vino la policía. Al parecer, un vecino los había avisado al escuchar el alboroto.

»Al no tener familiares que se hicieran cargo de mí, pasé a las manos de los Servicios Sociales. Mi experiencia en las casas de acogida no ha sido muy buena: desde pequeña he aprendido que mi lugar era estar callada, no decir nada, no molestar y obedecer. Daba igual lo que pensara, si tenía hambre, sed o sueño. No importaba. Por eso soy tan cerrada ahora, por eso me cuesta tanto abrirme y confiar.

»La vida me ha enseñado que la confianza hay que ganársela, ¿sabes? Me cuesta mucho abrirme, me da miedo salir lastimada de nuevo.

Su expresión de horror, la manera en la que tensaba los hombros y su ceño fruncido al escucharme me hicieron volver de esa nube de recuerdos en la que me había sumergido. Y sus caricias en mis brazos me hacían sentir en un universo alternativo donde la luz brillaba en cada recoveco y la oscuridad no tenía cabida.

—Dime que no has sufrido abuso.

Hice una mueca.

—No abuso sexual, pero sí que muchas de esas familias por las que he pasado me gritaban, me hacían sentirme como si no valiera nada, me descuidaban y me encerraban durante horas.

A mi mente acudieron los gritos, los insultos, las palabras llenas de veneno. Incluso ya desde muy pequeña prefería jugar con los niños al fútbol y eso a la gran mayoría de mis padres de acogida no les gustaba. Habrían preferido tener una muñequita.

—¡No eres suficiente!

—¿Por qué no puedes ser como las demás niñas?

—¡Las niñas juegan con muñecas! Deja el fútbol para los niños.

Parpadeé.

Maxwell parecía incapaz de quedarse quieto. Se levantó de la cama y dio vueltas como un león enjaulado, todavía procesando toda la información que acababa de soltarle.

—Ahora rememoro los gritos y el dolor por las noches en forma de pesadilla.

—¡Tiene que ser terrible! —exclamó.

—Lo es. —Me pasé las manos por la cabeza, aunque pronto recordé que seguía con la toalla enrollada. Me deshice de ella antes de continuar—. Mi madre ha hecho todo lo posible para que lo superara, pero ¿cómo me recupero de algo así? No puedo olvidarlo, por mucho que quiera.

Aquel mar claro me recorrió de arriba abajo antes de quedarse en mi rostro.

—No sabes lo fuerte que eres. Cualquier persona habría dejado que toda esta presión pudiera con ella, pero tú luchas día a día por ser la persona que eres.

Ladeé la cabeza.

—¿Qué tipo de persona soy?

Se quedó a solo unos pasos de mí, con las manos apoyadas en mis rodillas desnudas. Su calidez provocó una sensación de tranquilidad y seguridad inmediata.

—Eres una mujer llena de enigmas por descubrir, con una personalidad explosiva, que no se muerde la lengua, que ama con locura a su familia. Si alguien de verdad te importa, lo das todo por él. Te cuesta abrirte, pero en cuanto dejas que los demás entren, te transformas en la chica dulce que eres. Pareces la típica persona dura, pero en el fondo sé que te gusta recibir mimos, que te abracen y que te digan que todo va a salir bien cuando crees que no es así.

Maldije por lo bajo. Esto se suponía que no debía estar pasando, Maxwell no debería saber tanto de mí. ¿En qué momento le había dejado conocerme así de bien en tan poco tiempo? ¡Si ni siquiera le conocía! No sabía nada de él, por el amor de Dios, solo lo que dejaba entrever en sus redes, que si bien sobre sí mismo era bastante, de su familia nada.

¿Por qué a una parte de mí apenas le importaba que se inmiscuyera en mi vida?

Porque lo quieras o no, se está convirtiendo en una pieza fundamental de ti, me dijo mi mente.

No sé qué me asustaba más, si haberle dado un nombre a todo lo que Maxwell provocaba en mi interior o si la certeza de que no me importaría seguir conociéndolo, mostrarme más a él e incluso que llegara a comprender cada uno de mis comportamientos.

—Eh, no te avergüences por ser quien eres. —En algún punto debí haber desviado la vista para otro lado sin darme cuenta, puesto que se encargó de fijar mis ojos en los suyos. Sus dedos viajaron a mis mejillas y las recorrieron con dulzura, enviando un suave cosquilleo por todo mi cuerpo—. Levanta la cabeza y sonríele a la vida. Te ha dado una segunda oportunidad de ser feliz; no vivas en el pasado.

»No sé lo doloroso que ha tenido que ser todo lo que has vivido de pequeña, pero me alegro que al final encontraras una familia que te quiere con locura. Eres una afortunada. Piensa en la cantidad de niños que desearían estar en tu lugar.

Tenía razón. Desde que fui muy consciente de la situación supe que había tenido suerte de haber conocido a mamá.

—Pese a todo lo malo, la vida me ha dado muchas cosas por las que luchar y personas buenas. No sé qué habría sido de mí si mi madre no me hubiese adoptado.

—¿Cómo fue el proceso? ¿Recuerdas algo?

Asentí. ¿Cómo olvidarme del momento que ha cambiado mi vida?

—Vivía en una casa de acogida con unos padres horribles. Tenían una hija biológica que era perfecta: sacaba buenas notas, llevaba ropa preciosa y era amable con todos... salvo conmigo. Iba a clase sin ganas de aprender y casi nunca llevaba los deberes hechos.

—¿Cuántos años tenías?

No sé qué tenía Maxwell, pero esa curiosidad que brillaba en los ojos era la que me animaba a continuar, a mostrar quién era y lo que había vivido.

—Seis años. Christina, mi madre, era mi tutora y se dio cuenta de que algo no marchaba bien en casa: mi aspecto era desaliñado, no jugaba y todos los dibujos que hacía siempre eran de color negro. No sé cómo lo hizo, solo sé que unos meses después me llevó a su casa, mi casa. Desde entonces he aprendido a confiar, poco a poco.

—Tuvo que ser un gran cambio.

Sonreí, evocando los recuerdos.

—Me costó adaptarme y les hice la vida imposible a Kevin y a mamá. Maddie ya no vivía en casa, así que se libró de mis gritos, mi mal comportamiento y los llantos. Fui una niña difícil al principio.

Me miró de arriba abajo, sin poder creérselo.

—Me cuesta mucho verte actuando de esa manera, aunque he de decir que tienes mucho carácter.

Reí.

—Lo que ves son años de terapia y mucha paciencia. Además, Kevin también fue un chico problemático cuando era pequeño y supo entenderme a la perfección. Es mi héroe particular, la persona que sabe calmarme tras una noche mala.

Movió la cabeza arriba y abajo, comprendiendo por qué le había pedido con desesperación que lo llamara.

—Por eso me suplicaste que querías hablar con él.

Recordé la conversación, cómo me había escuchado y cómo se había preocupado por mí. Le había dicho que me había quedado a dormir en casa de Des, que estaba bien; pero mi hermano mayor sabía cuándo mentía y supo que no lo estaba. Hice una mueca al recordar esos ojos, me sacudí con fuerza en un intento por borrarlos de mi mente.

—Eh, ¿estás bien?

Forcé una sonrisa. Era eso o involucrarlo más en toda la mierda que me pasaba. Suficiente había hecho ya por mí.

—Sí, lo estoy.

Pero no parecía muy convencido. Se arrodilló con las manos apoyadas en mi rodilla, como si aquello fuera ya una costumbre, y clavó esos ojazos en mi interior. Me sentía pequeña, desprotegida, ante su interrogatorio silencioso. Arqueó una ceja.

—Ambos sabemos que me estás mintiendo, así que haznos un favor y no lo hagas. No me gusta que la gente mienta.

Desvié la mirada. Jugueteé con un hilo suelto de manera distraída mientras me mordía el labio inferior.

—Lo siento. Me cuesta... Me cuesta confiar en los demás.

Sus dedos me recorrieron el pelo con mimo, lo que hizo que volviera la vista a él de nuevo. Tenía el ceño fruncido y la mandíbula apretada. Sin pensarlo, le acaricié las pequeñas arrugas que se habían formado en su frente hasta suavizarlas.

—Puedes confiar en mí, ¿cuántas veces he de repetírtelo?

Tragué saliva.

—Temo que me hagan daño.

—Jamás lo haría. Eres la mujer más maravillosa que he conocido y no mereces que traten como un basura.

No sabía cómo tomarme sus palabras. ¿Era un halago?

—¿Cuándo confiarás en mí? Vamos, me acabas de contar algo tan personal como lo es tu pasado.

Lo miré largo y tendido. Su pelo alborotado, sus músculos en tensión, su mirada preocupada... y esos ojos, esos ojos que despertaban tantos sentimientos y que revolucionaban cada célula de mi cuerpo. Y esa boca que me moría por besar.

¡Tenía que centrarme!

—Por favor... confía en mí.

No sé qué fue lo que me llevó a destruir lo poco que quedaba de mi muro, si fue su mirada suplicante o mi instinto gritando que lo hiciera. Solo sé que en aquellos instantes, estando él arrodillado ante mí y yo con las manos aún en su rostro, se terminó de desplomar hasta que el último ladrillo de miedo y recelo, y todo quedó convertido en polvo.

—Está bien, confiaré en ti.

Ninguno de los dos estábamos preparados para la que se avecinaba, para el gran cambio que supondría para nuestra historia. Poco sabía sobre la gran sorpresa que me daría la vida.

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Nota de autora:

¡Feliz lunes, Moni Lovers!

¿Cómo estáis? Estoy muy emocionada. ¿Os habéis fijado en la nueva portada de «Venus. Luz y oscuridad»? La ha hecho loquefue y es una fantasía.

Espero que el capítulo haya mejorado vuestro día. ¿Qué os ha parecido? Repasemos:

1. Venus le cuenta todo a Maxwell.

2. ¡Venus confía en Maxwell!

3. Ya es oficial: ¡se gustan! ¿Cuándo darán el paso?

Espero que el capítulo os haya gustado. ¡Nos vemos el viernes! Os quiero. Un besote.

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