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Capítulo 4

Seuri escuchaba susurros; no podía discernir claramente las palabras. Abrió los ojos, y entonces observó que estaba en una cama. Ashby y Mayni la veían perplejas; el corazón de Seuri se aceleró. Bajó la cabeza y mechones dorados y desaliñados cayeron sobre su rostro. La tristeza que sentía era tan grande, tasnto, que no podía mirarlas directamente.

Su hermana alzó con ternura su mentón con sus dedos. Se encontró con unos ojos, tan grandes y resplandecientes, que parecían una noche estrellada. Ashby e postró de rodillas, desprendiendo lágrimas.

Su hermana mayor titubeó antes de hablar.

—Bienvenida a casa, mi hermanita —musitó con la mano en su rostro, intentando enjugar sus ojos.

Luego desplegó sus brazos en un abrazo de calidez y su corazón palpitó con tal intensidad que parecía dispuesto a escapar de su pecho. No recordaba la última que vez que abrazo a alguien, no de esta manera. No había sentimiento para expresar cuán alegre se sentía de volver a verla, sin percatarse, un torrente de lágrimas que surcaba su rostro.

Quería seguir abrazando a Ashby, pero tenía asuntos que resolver.

Arrugó la nariz, la apartó y arrojó las suntuosas sábanas de terciopelo que cubrían su cuerpo. Ashby abrió los ojos de par en par y Mayni retrocedió; sin pestañear, la miraron fijamente.

—Es peor de lo que creíamos —dijo Mayni, mordiéndose la uñas.

Seuri se inclinó hacia adelante. Uno de sus brazos, ennegrecido de la misma manera que el carbón, parecía haber sido corroído por malévolas llamas. Por otro lado, su otro brazo poseía un color vivo y natural.

Corrió hacia el espejo en la esquina de la habitación. Su rostro casi era el mismo, de no ser por la mitad. Estaba totalmente abrasada y carbonizada, semejante a un moho repugnante que se aferraba a su piel con una malevolencia despiadada. Eran dos caras de la misma moneda: una conservaba su belleza y rasgos faciales, mientras la otra exhibía algo desconocido y aterrador.

Rasguñó su rostro con fuerza, intentando quitar la parte negra. Pronto notó que resultaba imposible. La piel oscura se sentía rugosa y dura como la piedra. Esto era lo que Yarnya le intentaba decir, ahora entiendía por qué no lo hizo.

«¡Ese Gloder! —pensó, frustrada—. ¿Qué me hiciste?»

Las llamas de su corazón volvieron a crepitar, un fuego tan avasallador que amenazaba con devorar su alma por completo, oscureciéndola en su totalidad. En su interior, una tormenta de emociones se desataba.

—Necesito saber cuántos días han pasado desde que me fui. —Su tono, elevado y cargado de determinación.

Las nobles no le hicieron caso a sus palabras.

—Seuri, me alegra que... —Dirigió una fugaz mirada a Mayni, quien se hallaba casi tan abatida como Ashby—. Nos alegra... —Le propinó un suave codazo a Mayni.

—Eh, sí. Estamos muy contentas de tu regreso, Seuri. Estamos... tu eres muy... importante para nosotras. —Se detuvo, luchando por contener sus emociones. Mayni no era la mejor con las expresando sus sentimientos, le costaba mucho. Tenía una expresión sombría y apartaba la mirada, nunca la había visto así.

«Ustedes también me hicieron en falta. Las amo», esas eran las palabras las quizo decir.

—Insisto, ¿cuánto tiempo ha pasado? —dijo con aparente indiferencia.

Ellas se miraron cara a cara, sorprendidas, pensando quizás que hablaban con alguien que no conocían; y estaban en su derecho de hacerlo. Después de todo, Seuri siempre se caracterizó por ser honesta, no evasiva.

La gente en el pasillo jadeó y quedaron en silencio al verla salir. Las miradas de sorpresa y asco se reflejaban en los rostros de aquellos que conocían a la joven vivaz que solía ser. Se sintió abrumada por las miradas, no veían a una persona, observaban a un monstruo.

Su corazón se aceleró y corrió, embargada por la angustia. En medio de una maraña de personas, una figura de gran estatura se interpuso. Seuri intentó esquivarla, pero colisionó bruscamente contra desconocido para que luego su espalda impactara contra el piso.

La silueta le ofreció la mano y elevó su mirada. Era... ¡¿Maguel?! ¿Qué hacía él ahí? ¿No estaba muerto? Lo que sí sabía era que su sonrisa deslumbraba y sus ojos eran hipnotizantes.

Agarró su mano y se levantó. Sin embargo, Maguel tenía una mirada distinta al verla directamente. Solo observó su parte corrupta, probablemente lamentándose de no haberla ayudado. Las manos de ambos estaban entrelazadas, eso en cualquier otro momento habría sido un momento de éxtasis; ahora no había nada. Era como si la chispa de su amor se hubiera desvanecido.

De repente, escuchó una voz y se volteó, viendo que una noble furiosa, se acercaba a ellos. Sin previo aviso, la mujer separó las manos de Seuri y Maguel y le sonrió, algo que, en lugar de ser genuino, era una mueca forzada y alargada.

¿Cómo se atrevía a hacer eso? ¿Qué se pasaba? ¿Acaso le había hecho algo malo? No. Estaba celosa, celosa de que a Maguel le atrajera Seuri y no la petulante esa.

—Ahhh... ¿cómo está, Lady Seuri? —Rompió el silencio la insolente.

Seuri tensionó la mandíbula.

—¿Quién eres tú?

—Yo soy Mumna, hija del duque Felomer Ishall.

—Sí, sé quien eres. —respondió con los párpados caídos.

»¿Qué haces aquí?

—¿Cómo qué «qué hago aquí»?

—Estorbas.

La intrusa esbozó una sonrisa de desdén y asquerosamente burlona.

—¿Qué? ¿Ahora impedir que mi esposo se bese con otra mujer se considera «estorbar»? Más bien diría que lo hice con destreza.

Al escuchar «esposo», abrió los labios y miró a Maguel, quién solo asintió.

Lady Mumna ojeó a los lados.

—¿Qué sucede? —inquirió con cierta arrogancia—. ¿Algo le picó que ahora está boquiabierta? —Munha parpadeó varias veces. —Ahhh... —Sus cejos arqueadas—. Ya entiendo. Sí, Lady Seuri. Recuerdo cuando Maguel me contó de usted. Dijo tantos elogios que me di cuenta de que estaba enamorado. Lamento que se halla enterado de esta forma.

»Por cierto, le sugiero que se ponga «mucho» maquillaje. Se ve como la mierda.

Maguel miró con furia a Mumna y esta encogió los hombros.

«Perra», insultó para sí.

Se tenía que retractar, si bien muchos aristócratas se casaban en función de sus necesidades políticas o económicas, dependiendo de la propia familia. Desde que recordaba, Maguel siempre fue uno de los que se proyectaba a tener una alianza económica. Y debido a que todas las familias tenían buen flujo de efectivo, podía escoger a la mujer que prefiriera. Y pudiendo elegir a una buena mujer, como ella, escogió a Mumna.

Aunque... ahora que lo pensaba, Mumna era más hermosa que ella. Su cabello crespo y esponjoso que llegaba hasta sus hombros realzaba aún más su belleza. Su vestido púrpura con patrones florales se ceñía perfectamente a su figura esbelta, que era mucho más atlética que la suya. Su escote resaltaba su feminidad, algo que quizás Seuri carecía.

Ya entendía el por qué de la decisión.

—¿Sabes dónde está mi madre? No la he visto —dijo sin mirar a Maguel.

—Está en la sala de invitados, y se encuentra con.... —Maguel, se quedó en silencio, mirando a Seuri.

Sabía que hablar con sus padres sobre sus problemas no era la mejor opción, pero ellos tenían el suficiente poder para detener a Well. Si es que la escuchaban por una vez en la vida.

—¿Con quién? —preguntó con firmeza.

Enfurecida, les dio la espalda.



Cuando avistó a Esthir Mortiel, este último se hallaba recostado de la pared. Vestía como cualquier otro noble: chaleco negro y corbata, aunque que esa ropa significa que tenían que hacer el mínimo esfuerzo para colocársela, diferencia de las mujeres.

Esthir la miró y esbozó una sonrisa (a pesar de su cara) y, con gracia, levantó su mano al aire en saludo.

—¿Cómo estás, Seuri? —Su voz, grave y serena.

Seuri lo saludo de vuelta, y de súbito, Esthir giró su cabeza.

—¿Qué?

Era extraño, pues no había nadie más presente. ¿Qué tenía? ¿Qué escuchó? ¿Alguien lo llamó? Sí era lo último, entonces también era raro porque no oyó nada.

El rostro de desorientación en Esthir solo hizo que Seuri se sintiera aún más atónita. La situación se volvía incómoda entre pasaban los segundos, como si una espesa niebla envolviese el ambiente.

—Ejem. —Carraspeó—. Me tengo que retirar.

Cruzó hacia otro pasillo y ella alzó una ceja.

Luego, se puso enfrente de una puerta de madera ornamentada. Los detalles refinados de la puerta contrastaban con el estruendo que la acompañó al abrirla de golpe, rompiendo el silencio que había reinado en la estancia.

Los ojos de su madre revelaban una mezcla de emociones: sorpresa, preocupación y un atisbo de alegría por el inesperado encuentro. Los dedos se enredaban en los mechones oscuros de su cabello del nerviosismo.

Con una sonrisa, caminó por el frío suelo de mármol para abrazarla. Sin embargo, había alguien más sentado, dándole la espalda, que se levantó. La figura de pelos plateados la miró por encima de su hombro. Era el maldito de Well Inshall.

Tenía una mirada aguda como navaja, y sus labios se curvaron en una sonrisa sádica. ¿Cómo se atrevía a venir aquí? ¿Era muy valiente o muy estúpido?

—Madre, tengo que decirte algo. ¡Vamos! —Su brazo extendido en un ademán.

Su madre tenía los ojos vidriosos.

—Mi querida Seuri... —su voz quebrantada, como una suave frisa que se deslizaba entre las grietas de sus paredes emocionales.

—Vaya que eres maleducada. ¿Por qué no saludas a tu rey?

La joven parpadeó, desconcertada. ¿Rey? ¿Cómo era posible? Hortir, su padre, estaba sano y en plenitud de facultades. La idea de que él pudiera entregar su trono le parecía inconcebible. Algo terrible debió de haber ocurrido en su ausencia.

—Madre, dime, ¿que está pasando? No lo entiendo, todo ha cambiado.

Lady Shely pensó antes de hablar.

—Ahhh... —dijo con un deje de melancolía—. ¿Qué te digo? Han pasado muchas cosas desde que te fuiste, creí que no volverías. Querida hija, te perdiste por seis años.

«¿Cómo?», se quedó paralizada. ¿Seis años? Pero si no parecío tanto tiempo. La realidad se desmoronaba a su alrededor, y en su interior, una mezcla de incredulidad y furia se gestaba.

«¿Por qué tanto tiempo? ¡No se suponía que debía ser así! ¿Gloder lo hizo completamente a propósito?»

Cada latido de su corazón resonaba con más fuerza que el anterior, martillando en un psique con un clavo que se hundía más y más. La habitación parecía encogerse mientras Seuri luchaba contra la marea de emociones que la invadían. Deseaba desvanecerse como polvo en el viento, en cambio, apretaba sus puños. Su mundo se había vuelto del revés. Todo lo que conocía ya no era igual.

No había hecho nada malo y todo le caía encima. Ojalá eso lo hubiese pensado antes de hacer ese trato.

Su madre le dio varias palmadas en la espalda.

—Mi hijita, te tengo una sorpresa. Y te va a encantar. —Sus dedos estaban tan abiertos y su sonrisa tan alargada que era evidentemente falsa.

»Va a ser espectacular, ¿no? Será increíble. Sé que te gustan las sorpresas, ¿no? Me pregunto si seguirás gustando los libros, nah, es mentira. Te conozco lo suficiente para saber que así es. Eres mi hija, mi pequeña, después de todo. Bueno, lo importante ahora es que te debes quedar en tu alcoba y no salir, ¿entendido?

Seuri asintió. Su madre actuaba raro, como si quisiera aparentar que nunca se fue. Le siguió hablando sobre cualquier cosa, comida o jardinería, realmente no importaba. Se dirigieron a su habitación y acabó el duro día cerrando la puerta. En cuanto la puerta sonó, Seuri soltó un suspiro de fatiga y se lanzó de cara en la cama.

Después, exploró su alcoba. No recordaba mucho, como si fuera un lugar desconocido. Las paredes tenían un diseño floral en dorado y azul, no lo escogió ella, de hecho fue Ashby. La luz de las velas se reflejaba desde el candelabro, al menos eso permitía disipar la asquerosa oscuridad. Se acercó a la ventana y apartó las grandes y pesadas cortinas. Vio a la gente caminar a lo lejos.

Ayngord, un reino más que machacado por manos oportunistas. Observó la ciudad y lo único que le molestaba era la oscuridad; faltaba poco para la noche, y la negrura aumentaría. No es que no le gustara, aunque parecía lo contrario; es que había pasado tanto tiempo observando las Paredes de Oscuridad y escuchando las atrocidades que ocurrían en las calles que se preguntaba si había algo más que eso.

—Es imposible salir de aquí; muchos lo han intentado. —Se preguntó con cierta desilusión—. Sabía que el poder de Gloder era grande, pero no creí que la realidad fuera aún peor. Si ellos pudieran siquiera imaginar lo que es capaz de hacer, no podrían dormir.

¿Cómo era Ayngord antes de esto? Esta pregunta se le hizo una vez y fue respondida en El Mundo antes del Caos, donde leyó que hace siglos hubiera sido impensable vivir sin luz, principalmente por la comida. Las plantas hacían la fotosíntesis absorbiendo la energía solar y eso derivaba en múltiples formas alimenticias. Sin embargo, todo cambió después de la Caída del Caos. En medio de la devastación y la incertidumbre, las expectativas sobre el sino de las plantas fueron alteradas. Contrario a lo que se esperaba, en lugar de marchitarse y desaparecer, las plantas continuaron floreciendo y prosperando.

Sin embargo, no todo fue bueno. La falta de importaciones y asociaciones comerciales externas desaparecieron, y por consiguiente, hubo hambruna.

Con un suspiro, decidió explorar su propia alcoba. Caminó en círculos por la habitación, examinando cada rincón en busca de algo que pudiera captar su interés. Revisó estantes llenos de libros, inspeccionó cada objeto en su escritorio y abrió cajones en busca de algo olvidado. Sin embargo, la monotonía dominaba su pequeño reino, y no encontró absolutamente nada que la motivara.

Sus ojos se posaron en una silla tapizada en carmesí, un destello de color en medio de la habitación. Se acercó y se dejó caer en ella, sintiendo la suavidad del tejido bajo sus dedos. Suspiró nuevamente, con las manos jugueteando con el borde de la silla.

«La niña», chasqueó los dedos, tendío y la apretó con fuerza, imitando el peculiar ritual de los brujos del caos. La tensión se apoderó de su brazo, que tembló ligeramente por el esfuerzo, pero la magia se resistía a obedecer. Pasaron segundos y... nada. No se rindió, persistió por liberar el poder en su interior.

Tres minutos se extendieron como horas, con su brazo elevado en un gesto casi heroico, pero el resultado era tan nulo como al principio. Incluso comenzó a sentir la amenaza de una hernia asomándose por el esfuerzo sobrehumano.

—Hay, por Ashbil. —Se quejó con un jadeo pesado. Acarició su mentón con su dedo índice. ¿Qué había hecho ella para liberar a Yarnya? —Puse en frente de ella, y la... ¡y la toque! Sí. Pero, un momento ella no está, no puedo tocarla.

Se miró a sí misma con ojos llenos de duda. Después de meditar, golpeó su pecho con firmeza, como si buscara la verdad oculta dentro de sí.

Una luz tenue titiló en su pecho. Seuri sintió una fuerza inexplicable que la recorrió desde lo más profundo de su ser hasta la superficie de su piel. Como una corriente eléctrica, la luz tomó forma y salió disparada con determinación.

Frente a ella, Yarnya sacudia la cabeza, para luego mirarla fijamente.

—¿Por qué estoy aquí? —dijo.

—Te liberé. —Sonrió.

—Lo sé. Es más que obvio.

—Solo estoy jugando contigo. —Yarnya frunció el ceño, tiernamente—. Debe ser muy divertido estar dentro de mí.

—Cuando estoy ahí, duermo.

—Ósea, estás molesta porque te desperté —dijo, burlona.

La niña flotante se cruzó de brazos.

—No, ¡estoy furiosa porque si no, perderás tu rostro humano por completo! —Yarnya se llevó la mano a la boca y abrió los ojos.

Seuri bajó la vista, cambiando drásticamente su actitud. Ahora todo tenía sentido; esa era la razón por la cual no se le reveló la verdad. Fue algo tan fuerte que de seguro, si Yarnya se lo decía ahí mismo, se quedaría sin poder moverse, justo como en este momento.

—No quería quitarte la felicidad. Te hubieras visto, es difícil decir algo cuando sabes que la otra persona no verá las cosas iguales después.

La joven noble miró su mano oscura.

—En eso tienes razón, Yarnya. Me habría gustado no saberlo.

—No todo fue malo, regresaste a casa. —La niña la escudriñó con culpa.

«¿Qué es mejor? Morir siendo recordada, o regresar siendo un monstruo», reflexionó sin ver a Yarnya.

—Eres muy buena —dijo, a lo que la niña se sonrojó.

—No es por presumir, pero ya que tú lo dijiste, sí. Lo soy. —Carcajeó.

—Yarnya, escucha. —La niña prestó atención al instante— desde que te fuiste ha pasado mucho tiempo, en verdad mucho tiempo. Y no sé si pueda encontrar a tu madre. —Yarnya soltó una lágrima—. Sin embargo, hay una posibilidad para hacerlo. Tengo que encontrar a tus familiares.

»¿Recuerdas tu apellido?

La niña negó con la cabeza. Debía ser triste que ella estuviera buscando a su madre. No quería decirle la cruda verdad. Ya Seuri tuvo una probada de ese tipo de verdad. Haría lo mismo por Yarnya, protegerla. Si no fuera por su aspecto de niña, Yarnya aparentaba mayor edad que Seuri, sus palabras y conclusiones eran las de un adulto. Y con mucha razón.

—No importa, entonces. Veré qué puedo hacer. —dijo. Pero, había algo más... —. Yarnya, ¿qué sucedería exactamente si toda mi piel se vuelve gris?

—No lo sé con exactitud, ya que nunca vi algo parecido. Generalmente, las personas se transforman en Monstruos del Caos al instante, pero tú eres distinta. Tienes apariencia de humana y eso es extraño. De hecho, Gloder se refirió a ti como la Emisaria del Caos.

Ya había oído eso varias veces. En un principio no le importó, pero ahora parecía que era la clave para descubrir la naturaleza de los planes del Dios del Caos. Además, podía liberar almas, algo que, evidentemente, no era propio de la Yhygar.

—¿Sabes qué significa?

—No, no lo sé.

—Entonces solo me queda investigar en la biblioteca y así aprovecho y disfruto de una grata lectura. —«Aunque mi madre me dijo que no lo hiciera», rió ligeramente.

—Pero si es de noche. ¿No puedes esperar hasta mañana? —Seuri negó, después Yarnya asintió y regresó su cuerpo.

Con manos ágiles, rebuscó entre su armario hasta que sus dedos encontraron el tejido suave de una capucha. Se cubrió con ella, dejando que la tela cayera delicadamente sobre su cabello, ocultando su rostro y las marcas negras.

Salió y avanzó con cautela por los ya oscuros pasillos, sus pasos apenas un susurro en en el silencio sepulcral que la rodeaba. La tenue luz de las velas parpadeantes apenas iluminaba el camino, dejando sombras misteriosas en cada esquina.

Desde lejos, una familiar fragancia envolvió sus sentidos, capturando su atención de inmediato. Intrigada, Seuri siguió el aroma y oyó murmullos de rezos hasta llegar a una esquina. Allí, observó a un sacerdote ataviado con una túnica blanca adornada con motivos dorados, esparcía incienso por cada rincón de la mansión.

La neblina perfumada se elevaba en espirales caprichosas, llenando el aire. Las manos movían con morbosidad el incensario. Era un hombre de semblante sereno, sus rasgos revelaban su avaricia y la falta de escrúpulos. El destello dorado de su vestimenta contrastaba con la perturbación que irradiaba.

Pero, no lo podía echar, lo que hacía era la única esperanza para la ciudad. Los ashbilianos, a través de su fe, conseguían la bendición de Ashbil. Gracias a este vínculo divino, habían desarrollado rituales de purificación. Funcionaban, pero tenían un precio. Cada purificación exigía un pago. Eso estaba bien, porque muchos vivían de eso.

El problema radicaba en la avaricia de muchos de los sacerdotes, exigían sumas exorbitantes y repitiéndolos semanalmente, el tiempo que duraba la purificación. Además, sumando a los altos impuestos y los gastos personales de los ayngordinos, resultó en pobreza extrema y gente en las calles. Esto pesaba sobre Seuri como una losa.

La Iglesia, según los rumores, tenía más dinero que el propio gobierno. Algo quizás osado, pero no ilógico. Ellos habían estado por encima incluso de los nobles, ahora era un poco distinto, pero no tanto.

De repente, emergió de la penumbra un gigante. El Ejecutor de la Iglesia. Parecía acompañar al sacerdote que, en comparación con él, era enano. Seuri dio un paso atrás, invadida por el miedo, al ver al gigante acercarse con pasos pesados y deliberados. Cada pisada resonaba en el aire como un eco siniestro y terrorífico.

El ejecutor, como si hubiera detectado su presencia en la oscuridad, giró lentamente la cabeza hacia ella. Aunque su máscara no revelaba ningún rasgo humano, la joven pudo sentir una mirada penetrante que parecía atravesar su alma.

Un escalofrío recorrió su espalda mientras la figura encapuchada inclinaba la cabeza gélidamente hacia ella, inhalando profundamente, como un depredador olfateando a su presa. La joven estaba desconcertada, y el silencio se hizo más espeso, solo roto por el sonido del turíbulo del sacerdote a lo lejos.

¿Qué estaba haciendo este tipo? ¿Acaso era un enfermo? Sin decir una sola palabra, siguió su camino.

Se acercó al sacerdote para explicarle lo acontecido. Su expresión cambió a una de miedo. Theraker, era su nombre por boca de él mismo.

—Discúlpelo. Él tiene su estilo, no se preocupe. Lo más seguro es que creyó que era un intruso. —Cubrió su boca con su mano—, es que él cuenta con un olfato tan agudizado que es capaz de detener a alguien a kilómetros de distancia.

Lo último hizo preocupar a Seuri, y arrugó la nariz.

—¿Qué hace ese aquí?

El sacerdote miró a los lados.

—No le llame «ese», la puede oír. Y respondiendo su pregunta, tiene la orden directa de su Santidad de proteger a la familia Maynet, debido al reciente ataque y muerte que recibió uno de sus miembros. ¿Cómo se llamaba...?

—No sé de qué habla —dijo con indiferencia.

—¿En serio? ¿Es usted es una sirvienta? —preguntó, confundido.

—No, soy una aristócrata. Soy parte de esta familia.

—Entonces vive con la cabeza metida en la arena, porque todos lo saben.

Lo miró con los párpados caídos.

—Sí, lo sé. Es raro, pero así es.

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