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Capítulo 3

Garvy atravesó la puerta chirriante, consciente de la reunión que le esperaba. Miró de reojo a las figuras sentadas en un sillón. Estaban allí por la misma razón que él: la muerte de Romal Maynet que tuvo lugar escasas veinticuatro horas atrás. Todas vestían de negro. Entre ellas, destacaban las credúlas Lady Shely y Aramel; suegra y nuera emitían sollozos y se abrazaban, envolviéndose en la misma congoja. Obviamente, no tenían idea de quién era Romal realmente.

Durante años, había convivido con un peligroso mafioso sin siquiera sospecharlo. Romal era escurridizo y ocultó su historial criminal a los ojos de todos. Su amor por la justicia le impedía no ser duro consigo mismo, tuvo que hacer algo.

Mirla, a su lado, irradiaba una belleza que eclipsaba al propio castillo, pero su rostro inmóvil delataba el aprecio hacia su amigo Romal. Había dedicado esmerados cuidados a su apariencia, preparando su cabello en una ondulante cascada. La piel morena de su futura esposa normalmente exhibía un gran resplandor, pero hoy parecía desvaída y carente de vida; su rostro solía ser erguido y enhiesto, hoy estaba inclinado; sus ojos, de un verde radiante y hechicero, hoy se veían oscurecidos.

Sin mirarlo, avanzó hacia las atribuladas damas. Al verlas a los ojos, arqueó las cejas, luego se sentó a un costado de Lady Shely y tomó sus manos entre las suyas. Garvy frunció el ceño, mientras veía a Mirla.

La conoció hace una semana. Se iban a casar gracias a que se redactaron y firmaron los acuerdos prenupciales. Era evidente para cualquiera que este matrimonio no era más que político y económico, y la prueba era que Mirla nunca le dirigió una sola palabra; en cambio, lo evitaba. No se le podía reprochar nada porque a ojos de Ashbil: una pareja de esposos debía casarse antes de compartir la misma cama.

Entonces, la condesa Elahyr Mortiel, madre de Mirla, se levantó y se acercó a Garvy. La mujer tenía el rostro arrugado y sereno. Lady Elahhy calidez, en contraste con su hija.

Ella lo miró y se rascó el cabello blanco, extrañada, y después se volvió, mirando a Mirla.

—¿Problemas? —preguntó la anciana, sonriendo.

—Alguno parecido —Elahyr asintió—. Entre nosotros, su hija es un alguien difícil de tratar. No tengo idea del por qué, la última vez que intente hacerlo no me dijo nada. —Cuidó sus palabras.

—No tienes que decírmelo, yo estaba ahí.

—En serio. —Garvy frunció el ceño.

—Sí, estaba justo a tu lado cuando nos visitaste, solo que estabas tan incómodo que ni te diste cuenta. —Sonrió.

Garvy se acarició la barbilla.

—Seré sincero, milady, creo que su hija es una maleducada —dijo con desdén.

A pesar del comentario, la mujer no pareció verlo como una falta respeto.

—Se nota que no la conoces bien.

Garvy no parpadeó después. Quizás tenía razón. Mirla era una mujer interesante, estaba constantemente participando en la corte del rey, practicaba esgrima, se graduó en ciencias políticas con honores y era sumamente talentosa en la pintura. Pero era amargada, siempre con el ceño fruncido, y miraba a todos desde arriba, o eso se quería hacer creer. Lo cierto es que eso solo pasaba cuando él estaba cerca. Una vez la vio conversando con unas doncellas, y vio algo en ella extraña para él: una sonrisa.

—Ella no suele ser así, es raro... —dijo la anciana, como si quisiera decirle algo entre líneas.

Aún con eso, estaba de acuerdo. Garvy era un conde muy apuesto, las mujeres, desde su juventud, lo perseguían como mariposas fascinadas por la luz. Lord y teniente respetado, un caballero de destreza insuperable, cualquier mujer debía arrodillarse con solo verlo.

—Ah, y por cierto, no olvide decirle a Well que estamos preparando una cena por su boda —dijo, burlona.

Garvy se despidió de Elahyr en seco y ascendió por las escaleras. Las paredes del palacio, aunque pulcras, parecían sordidamente manchadas. Arrugó la nariz. Era como si las entrañas mismas del edificio exhalasen un hedor del crimen que, con despiadada determinación, buscaba corroer su ser desde lo más profundo.

Con cada nuevo escalón, el peso de los sollozos y la tristeza de aquellas nobles se adherían a su espalda como capas de plomo. Una vez en frente de la puerta, dos guardias reales se mantenían erguidos a ambos lados. Ellos presentaban la justicia ejecutada, era bueno verlos allí. La justicia lo era todo en este mundo.

Luego, Garvy ajustó el cuello de su traje negro y empujó la puerta; esta crujió, anunciando su entrada en la sala. Alrededor de la mesa estaban los líderes de las casas más grandes de Ayngord. Sus semblantes estaban ensombrecidos por la preocupación.

Al frente de la mesa se encontraba el rey Well Inshall; su cabello cano prematuro brillaba, tenía una mirada arrugada y una solemnidad abrumadora. Well no desvió su mirada a pesar de que él fuera su gran amigo.

Después se puso enfrente de Well, colocó su mano en su pecho y se inclinó. El rey Inshall lo miró, asintió y extendió la mano hacia la silla desocupada a su lado, indicándole que tomara asiento.

—Su Majestad —Asintió, con un respeto y admiración enormes.

Garvy se sentó y miró a los lores que ocupaban las demás sillas. Detrás del rey estaba hombre de estatura colosal, envuelto en una armadura plateada que relucía con la luz del sol como si estuviera forjada en las llamas de la muerte. Una capucha roja se alzaba sobre su cabeza y una máscara dorada ocultaba su rostro. En el centro del peto de la armadura, tenía una espada roja empalada en unos tentáculos: el símbolo de la religión ashbiliana.

Era el Ejecutor de la Iglesia, la máxima autoridad de los Guerreros Ashbilianos. Durante años, ellos fueron los que impartían la «justicia» en Ayngord. El Ejecutor se veía como alguien de pocos amigos e incluso con armadura se denotaban sus músculos. Pero, era seguro sobre todo lo más que era un hombre peligroso. Era alguien al que incluso el rey temía.

Por suerte, el rey Solomhen Inshall hace una década decidió crear órganos civiles con el objetivo de arrebatarle poder a la Iglesia; para su mala suerte, tardó mucho en pasar y no completó sus planes. Evidentemente, el Ejecutor buscaba al asesino o el Supremo Sacerdote le iba indicado que protegiera al rey. Una de dos.

Se fijó en Lord Marter Maynet, cuya mandíbula apretada denotaba su furia, y el destello de sus ojos parecía ser fuego ardiendo, mientras el rey Well Inshall entrelazaba sus dedos.

—Si deseamos encontrar a ese desalmado, debemos actuar de inmediato. No podemos permitir que una ciudad plagada de inservibles nos haga temblar de miedo. !Tarde o temprano, enfrentaremos las consecuencias de nuestra inactividad!

—¿Cómo podemos estar completamente seguros de que hay una conspiración detrás de todo esto? —preguntó Vormel Mortiel, inocentemente.

Al instante, todas las miradas se posaron en él, adornadas con sonrisas cómplices. Era obvio que diría algo así; después de todo, era el más joven.

—Joven, debe comprender que es bastante obvio que así es —dijo Lord Hertir Olwen, alzando una ceja con gesto burlón—. La ciudad está plagada de personas temerosas, de mente estrecha, y de fanáticos ashbilianos. Si alguien llevó a cabo este acto no fue una simple casualidad.

Garvy se inclinó hacia adelante.

—Además —dijo—, he visto los informes del departamento de policia y hay cosas que nos dicen está ocurriendo algo. Este asesino esta pensando en grande.

—¿Cuándo ellos han sido de utilidad? —Hertir lo miró, sonriendo.

Un hombre singular, a decir verdad. Parecía que buscaba romper sus argumentos, pero Hertir estaba muy equivocado.

—Y lo dice usted —dijo sin pestañear.

Hertir frunció el ceño súbitamente, con razón. Él era el Gran Consejero, el hombre de mayor confianza del rey, responsable de la corte real y de gobernar en caso de que Well estuviera ausente o indispuesto, pero era un inútil. Se preocupaba más por las mujeres y hombres que por hacer bien su trabajo. Sabía que podría ser peligroso hablarle así, pero él era un militar muy poderoso. Si había alguien con el que no se quisiera entrometerse, era con él.

—Bueno, basta. Creo que no están viendo el panorama completo —dijo Lord Marter Maynet con firmeza—. Es obvio que esos gloderistas lo hicieron.

El rey Well Inshall lo miró con el semblante sombrío.

—Los fieles de gloder, ellos son los culpables. —Apretó el puño—. Esa secta nos acecha desde hace años y ayer encontraron un objetivo, ¡¿no lo ven?!

—Calma... amigo mío —dijo el rey—. No fueron ellos, y si lo fueran, ¿por qué matarían en nombre de Ashbil?

—Cualquiera pudo haber sido.

—Ellos están convencidos de que pueden convertir a esta ciudad a la fe gloredista. ¿Qué conseguirían matando para Ashbil? ¿Qué obtendrían causando un escándalo?

Garvy, antes de hablar, recorrió la sala con la mirada.

—Lo más posible es que el asesino sea alguien que estuvo en la aglomeración —dijo Garvy, decidido—, aunque todavía está por verse.

—¿Por qué alguien querría matar a Romal? —preguntó Marter, incrédulo.

Garvy sonrío, denotando la ironía.

—Su hijo, milord, era un hombre que estaba muy metido en el negocio del mercado negro, ¿qué esperaba? —Marter abrió los ojos—. Ah, no lo sabía.

Lord Marter se acariciaba la cara, procesándolo. El mundo de la mafia era un sitio peligroso, y Romal parecía ser una figura muy importante; aún así, estaba demasiado oculto. No debería ser así.

Lord Marter estaba sudando y las gotas caían sobre la mesa como lluvia. Su cara se veía pálida; hacía poco se notaba el color. Él dijo que se marchaba, para luego ceder ante el peso de la revelación. Cayó de rodillas, con dificultad, se levantó nuevamente. El rey pidió al Ejecutor de la Iglesia que lo ayudara; este actuó rápido, abrió la puerta y se llevó a Marter.

«Vigila que esté a salvo», le susurró el rey Well. Luego, Garvy se despidió y se marchó por el umbral. Cerró la puerta y miró a los lados, no encontrando al Ejecutor ni a Marter.

Fue entonces cuando recordó lo último que le dijo Lady Elahyr y sabía que no tendría tiempo para decirlo más tarde, ya que estaría muy ocupado. No era algo que le gustase hacer, y generalmente, mandaba a un sirviente a hacer esas cosas sin importancia.

Dio una vuelta. «Milores, me gustaría invitarlos a la cena para celebrar mi boda», eran las palabras que casi salieron de su boca.

—Todos aquí sabemos quién mató a Romal y aprovechó la oportunidad para vengarse de nosotros y poner fin a esta nación. Si alguien es responsable de la muerte de Romal, esa es Lady Seuri. —Su voz se volvió grave.

¡¿Seuri?! Pero, ¿qué está diciendo el rey? ¿Qué pasaba? Esa era una conclusión demasiado apresurada.

La puerta estaba un poco entreabierta, aunque no podía verlos con claridad.

—Mmm... estoy de acuerdo —aseveró Lord Vormel Mortiel.

—Es lógico —dijo Lord Hertir Olwen, asintiendo.

—Necesitamos avisarles a los demás sobre esto —dijo Well con preocupación—. Si hay algo nuevo al respecto, les avisaré cuando pueda. Por ahora, solo hay que vigilarla.

—Creo que necesitamos irnos ya —dijo Vormel, ojeando a los lados. Garvy reaccionó y se escondió.

¿Qué fue eso? ¿Debía preocuparse? No parecía; tenía sentido que estuviera preocupado. Seuri apareció de la nada. Era una de las sospechosas más posibles entre muchos, pero no era seguro.

Well no solo era un buen rey, sino que era un hombre que había forjado su destino con la fragua de la superación. El monarca en su juventud estuvo marcada por errores infames que podrían haber definido un destino sombrío. Sin embargo, Well se alzó sobre las adversidades, transformándose en un monarca digno de admiración y creía en su benevolencia y en su capacidad para liderar con sabiduría.

El rey solo estaba siendo precavido, o acaso...

De repente, escuchó ruidos y se asomó por el parapeto. Observó a Lady Shely, angustiada por su esposo y decidió ir a ayudar.



Garvy estaba en su oficina, sumergido en un silencio que contrastaba con la bulliciosa monotonía de la reunión. Había salido hastiado, no porque fuera un día duro, sino porque el resto de lo que siguió de la reunión no había sido interesante. Conversaron sobre sus esposas, o trivialidades como lo que comían y otras cosas por el estilo. La nobleza estaba consumida por cosas superficiales.

La opulenta decoración de la estancia, con cortinas pesadas y muebles tallados a mano, fue elegida por él mismo. Se dejó caer en la silla de su escritorio, las manos reposando sobre la pulida madera con el vaivén de los papeles, que agarraba de varias torres blancas y de algunas carpetas; el tedioso proceso de revisar documentos. Compras, contratos, préstamos; responsabilidades de la casa Maynet que no podía eludir.

Los Hervul eran una familia de lo más normal en Ayngord dedicada al negocio del crimen. Garvy era un noble con deberes de un caballero y luchaba contra lo que su familia hacía, sumergido en el mundo de robos, tráfico de sustancias ilícitas y lavado de dinero. Un trabajo complejo y peligroso que, a pesar de todo, poseía su encanto.

Después de enfrentar el papeleo, tendría que dirigirse directo a su otra oficina en el Cuartel General. No había descanso para un hombre como él.

Sin embargo, aún con todas esas cosas en su mente, no podía dejar de pensar en la conversación que los lores y el rey tuvieron cuando se fue. Había oído que Seuri volvió como una masa de carne, otros decían que fue una prostituta y que, descaradamente, regresó con sus padres, e incluso que era seguidora de Gloder y por eso desapareció; pero al final solo eran rumores.

¿Era el rey presa del miedo? ¿Creía en esas patrañas? La mente lógica del monarca parecía chocar con sus palabras, y Garvy se veía consumido por preguntas sin respuesta, como una masa de insectos revoloteando en su cabeza.

«Debería averiguarlo por mí mismo. —Se levantó—. Podría hacer esto más tarde, aunque se va a acumular.»

Garvy salió, pero en su camino se interponía una doncella, con vestiduras modestas y ojos ansiosos. El rostro de la mujer palideció al encontrarse con la mirada furiosa de Garvy. Temblorosa, retrocedió un paso, pero ya era muy tarde.

—M-Milord —balbuceó la doncella, haciendo una breve reverencia—. Quería avisarle que pronto será la hora de las peticiones de los vasallos.

Garvy la observó con intensidad, sus ojos centelleando desdén. Se acercó lentamente a su oído, y la doncella se estremeció al sentir su presencia imponente.

—Sí, de casualidad, llegas de nuevo a obstruir mi paso —murmuró Garvy, su voz grave y rasposa resonando en el silencio tenso—, te corto la cabeza.

La doncella se apartó rápidamente con los ojos perplejos.



En los pasillos de la mansión Maynet, veía con desinterés las obras de arte que adornaban las paredes y no merecían un segundo vistazo. Aunque no era la primera vez que se encontraba en la mansión Maynet, cada visita a una mansión de las grandes casas le recordaba su posición.

De repente, vio a Lady Ashby, una mujer única; probablemente sería una esposa mucho mejor que Mirla. La tristeza estaba impresa en sus ojos vacíos, y sus movimientos eran como los de una sombra sin ruido aparente.

La saludó, presentándose.

—¿Cree usted que su hermana ya se recuperó? —preguntó Garvy con premura.

—No. —Sacudió la cabeza—, ¿por qué lo dice?

—Porque el caso de su hermana lleva años archivado. Ni siquiera los mejores detectives descubrieron algo al respecto, y yo quisiera saberlo.

Los sirvientes los estaban escuchando y viendo; eso le molestó. Con un gesto rápido, Garvy indicó a los sirvientes que se retiraran, dejándolos a solas.

—¿No saben algo más? ¿Le gustaría contarme que pasó después de que Seuri se fue?

—Cómo le dije hace unos años, después de que usted hiciera la denuncia al respecto, se envió a un grupo de expedición. Vieron a hombres sin identificar que se escaparon y encontraron a Maguel Olwel, herido de una pierna, pero nada más. —Lo cierto es que no fue tan sencillo; buscaron a Seuri por todos lados, pero no había rastro. Ahora que apareció casi por arte de magia, quería suponer que se equivocaron. Hasta empezaba a creerse las historias de la gente.

»Digame, ¿cómo y dónde encontraron a Seuri?

Ashby frunció el ceño.

—Lord Garvy, la encontramos en la calle y nos avisó su amigo, Esthir Mortiel. Parece que estaba emborrachándose en ese momento.

No sabía si «amigo» era la palabra correcta para referirse a Esthir.

—Propio del bastardo. —Sonrió y Ashby lo miró extrañada. Sonreír no era algo que hiciera con frecuencia.

—¿Usted cree que el asesino sea el mismo que provocó su desaparición? —dijo Lady Ashby con los ojos aguados.

—Es una posibilidad de una en un millón, pero sigue siendo una posibilidad.

Desde de todo, la mafia estaba en cada uno de los rincones de la ciudad. Puede que ella se metió con la mafia o con algún noble relacionado con ella, sin embargo, el problema radicaba en que decían que la muchacha era correcta, no se metía con nadie, aunque ya conocía muchas cómo Seuri y aún así terminaban en las garras de Jharkyn «El Tendero.»

—Qué cruel destino. ¡No puede ser posible! ¡Cuando recuperó a un hermana, pierdo a un hermano! —dijo Ashby casi llorando.

Se contuvo porque no lo conocía, aunque Garvy jamás le diría algo semejante.

—Cierto, me olvidé de eso —dijo, sin un solo sentimiento—, usted estaba presente en la celebración, sino mal escuché. —Ashby asintió varias veces—. Romal murió justo después de separarse de la aglomeración, ¿vio algo inusual antes de eso?

Ashby negó con la cabeza.

Desde lejos, una joven noble avanzaba con determinación. Su porte elegante y su mirada resuelta destacaban entre las sombras que se proyectaban en las paredes desiertas. La noble, Mayni Olwen, se aproximó con gracia y elegancia.

«Seuri está despertando», susurró en un tono suave, pero cargado de esperanza. Aquellas simples palabras resonaron en el pasillo vacío como un eco de vida en un lugar que parecía suspendido en el tiempo.

El rostro de Ashby denotaba una mezcla de emoción y ansiedad. Obviamente, era su hermana. Su mirada se perdió por unos instantes antes de salir corriendo junto con Mayni.

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