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Capítulo 2

Vilwmen olía el vino agriamente fermentado entrelazándose con el combustible de las lámparas, conformando una sinfonía de aromas insólitos. Era un día rutinario, propio de la taberna del viejo Ostex: un lugar clandestino donde los pecados, las apuestas, la venta de órganos y armas de fuego y blancas fluían bajo la intermitencia de luces titilantes y carcajadas embriagadas.

Vilwmen era un brujo del caos e investigador de las artes oscuras de renombre, pero tenía una peculiar forma de ganarse la vida. No solo resolvía casos y perseguía la verdad, sino que también se dedicaba a la vida delictiva desde hace tres años.

Los mercados negros eran su hábitat natural, donde se juntaban los criminales más peligrosos y nobles asquerosos para intercambiar recusos.

En esta ocasión, Vilwmen se encontraba en algo normal para él. Su objetivo era robarle a unos clientes de la taberna, por mera diversión, siendo el epicentro de su plan nada menos que Melymar, su amada, que portaba con gracia una bandeja de plata cargada de jarros de vino añejo, fingiendo ser una mesera.

Con su cabellera oscura, Melymar hipnotizaba a todos con su sonrisa radiante y mirada enigmática. Su figura, esculpida como una obra de arte, se realzaba aún más gracias a su vestido negro ajustado y a las medias de malla que envolvían sus largas y seductoras piernas. Pero lo que verdaderamente llamaba la atención de todos eran sus botas de tacón, que se extendían desde sus rodillas hasta abajo, en un juego de seductor que desafiaba las leyes de la atracción.

Sus ojos profundos y penetrantes, eran complices con los suyos. Y ella engañaría a esos hijos de puta, aprovechando la distracción para sustraerles valiosos objetos.

«Espero y todo salga como lo planeamos. Vaya que es díficil tener que rebajarme a este nivel, pero supongo que, como son todos son imbéciles, no lograran entender tan "compleja" situación, pero es lo que tengo que hacer», pensó Vilwmen con la barbilla en alto.

Aquellos payasos siquiera lo reconocían, y aunque su popularidad no era la mejor, pero prefería que le subestimaran. Mientras en su interior, su ingenio se movía a la velocidad de un relámpago.

Algunos jugaban cartas, y otros, disfrutaban de los servicios de las putas que movían sus ardientes cuerpos como serpentes tratando de asesinar a su presa. La mayoría de ellas estaban desnudas, naturalmente. Aunque sabía que aquella buena vista lo estaba distrayendo, y poniendo celosa a Melymar, así que miró a otro sitio.

Pero esta vez, hubo algo diferente que llamó su atención: clamores de festejo provenientes del exterior. ¿Qué carajos era eso? Aquellos gritos apasionados parecían la ansiada llegada de un ejército guerrero.

Las puertas de la taberna se balancearon violentamente por el embate del viento, permitiendo a Vilwmen ver a un tumulto en la calle, un grupo de malditos nobles. Vilwmen los odiaba con fervor y esa exuberancia era casi ofensiva.

«¡Qué vivan los Maynet!», se escuchaba al unísono en la calle Shelgin. La familia Maynet, una de las cinco casas más poderosas y corruptas del reino.

La marcha triunfal de aquellos repugnantes individuos se acompañaba de una fiesta excesiva y ruidosa. Una multitud de caballeros con armaduras, que desprendían un brillo sombrío, los rodeaba, protegiéndolos como si fueran los reyes en un cuento de hadas retorcido.

¿Qué podían estar celebrando? Se preguntó Vilwmen, su rostro fruncido por la la indignación hacia aquellos que aborrecía. La figura principal de la procesión era Lady Shely, la esposa de Lord Marter, el líder de los Maynet.

La mujer sostenía en sus brazos a alguien envuelto en una fina tela blanca. Vilwmen acarició su barbilla, incapaz de entender el motivo de tanta algarabía. ¿Quién podía ser esa persona que despertaba tanto júbilo en la familia Maynet? Un sentimiento de desconfianza y curiosidad se apoderó de él. Sus ojos marrones reflejaban destellaban fuego.

Pero Vilwmen, aunque odiara a los Maynet, sabía que la astucia no era su virtud más destacada. Seis años atrás, habían sido testigos de la desaparición de Seuri, hija de Lady Shely, llevándose consigo valiosos consorcios políticos con una de las cinco familias nobles de Ayngord. Aquella desaparición había dejado un vacío en el oscuro corazón de la casa noble, pero también había mostró las fisuras expuestas y debilidades de los Maynet, quienes se creían intocables, algo que era propio de los aristócratas.

De repente, entre puerta emergió de la luz como si fue el centro del universo: Romal Maynet, otro hijo de Lord Marter y Lady Shely. ¿No podía simplemente entrar como una persona normal? Pero no, él tenía que hacer una entrada dramática. Sus ojos azules observaron con desprecio a los presentes.

Su cabello era largo como las telas más extravagantes. ¿En serio? ¿Se esforzaba tanto en parecer diferente que incluso su pelo tenía que ser inusual? Y luego estaba su atuendo. Una toga que pretendía añadir un toque de esplendor aristocrático, pero que solo lograba resaltar su falta de sentido común. Sus botas, eran más parecidas a las de un bufón de la corte que a las de un aristócrata. Parecía que la moda no era su fuerte.

Mientras caminaba con esa confianza tan irritante, contrastaba con su traje negro y camisa blanca. No podía evitar pensar cuánto prefería su estilo sombrío.

«Ah, mira qué tenemos aquí. Este tipo parece más afeminado que la última vez, si eso es posible. En verdad, parece un imbécil, y estoy siendo generoso al decirlo. Pero, bueno, algo tendrá que decir. Es un verdadero estúpido.»

A pesar de eso, gracias a su poder de noble proporcionaba los recursos necesarios para las operaciones mafiosas de Vilwmen. Este último, a su vez, se encargaba de distribuir esos recursos y venderlos al más alto postor entre los jefes criminales de Ayngord. Era un juego peligroso, pero uno en el que ambos eran maestros.

Esta alianza entre nobles y criminales más común de lo que a Vilwmen le gustaría admitir. Nadie podía salvarse.

De hecho, hace poco me encontraba en el sector Wesel. Vegir, un patético jefe mafioso, pensó que podía desafiarlo, que podía faltarle al respeto y salir ileso. Oh, su querido Vegir, qué error tan fatal. Ordenó su ejecución con la misma indiferencia con la que otros elegirían su comida. ¿Fue extremo? Quizás, pero la falta de respeto merecía una respuesta contundente. No permitiría que la debilidad se arraigara en su territorio. La sangre derramada es la tinta con la que escribía su historia, y cada gota tenía una justificación.

A medida que Romal se acercaba, su sonrisa desaparecía. Verlo allí, temblando ante su presencia, era un recordatorio constante de la posición de Vilwmen en esta alianza; después de todo Romal era un niño de veintitrés años, siete años menos que él.

—¿Cómo se encuentra el mejor investigador de las artes oscuras de Ayngord? —Emitió Romal con efusividad.

—Como siempre. —Se volvió hacia él—. ¿Y tus guardias personales?

—Están yendo a sus hogares.

—Bien así te matan más rápido. ¿Sabes que mierda está ocurriendo allá afuera? —El brujo indicó con un leve ademán de cabeza.

Romal, se rascó su sedoso cabello.

—Lamentablemente, no puedo decir eso —murmuró.

Vilwmen, ahora disfrutando de su pipa, elevó una ceja.

—Oye, no es nada grave. De hecho, es algo bueno, créeme.

El brujo liberó una bocanada de humo de su pipa.

—Según veo, no es así. Dices que son buenas noticias. No obstante, no es común ver a tantos nobles reunidos, especialmente en medio de la calle, para celebrar. Sería normal si no fueran nobles. Así que cualquier otra puta cosa que haga ustedes salgan no es menor. —Meditó y añadió después con tono firme:— Y si son tan buenas noticias como dices, seguramente se difundirán tarde o temprano.

»Además, sin mi no tendrías un nombre en las calles y esa «poción alucinogena» no la habrías vendido. Así que te insisto a decir lo que sabes, imbécil —dijo en un tono de voz más severo—. ¿O quieres que yo mismo le diga a Lord Marter sobre los negocios en los que estás metido que tanto repudía, que usabas el dinero de la familia para invertirlo en el mercado negro? Y supongo que tu esposa no le gustará saber que metes a la cama con otras jóvenes putitas.

Romal se quedó perplejo ante la amenaza.

Esto era normal entre Romal y Viwmen. Su relación siempre estuvo marcada por una tensión constante. Aunque trabajaban bien juntos, no se soportaban. La vida personal de Romal tampoco escapaba a la crítica de Vilwmen. No le importaba que fuera tuviera sexo con otras mujeres que a espaldas a su esposa, Lady Aramel. Para él, era un asunto personal, aunque no era sinonimo de que le daba buen visto.

—No es necesario revelar nada. Puedo decirlo sin problemas. —Su mirada explorando los alrededores, y se inclinó hacia Vilwmen—. Este alboroto es por la reaparición de mi querida Seuri.

El payaso de Romal, por primera vez, se veía triste, aunque había algo más que tristeza en esa mirada.

—¿Seuri? —inquirió Vilwmen, sorprendido. No lo vio venir—. Han pasado años desde su desaparición. Su cuerpo no fue encontrado y se declaró muerta.

—Cierto, pero al menos Seuri ha regresado, ¿no? En ocasiones, conversar contigo me recuerda a cuando hablo con uno de esos avaros traficantes de órganos con una gran arrogancia.

»Además, es menester recordar que yo soy un legítimo miembro de la familia Maynet. Exijo el debido respeto. ¡Nadie me amenaza! —afirmó, rozando lo bufonesco—. Seguramente, anhelas ocupar mi posición, gozar de mi opulencia y mis mujeres, estimado desdichado. ¿No te das cuenta de que eres muy inferior a mí?

Viwlmen ni siquiera le dirigió una mirada.

—¿Tú superior a mí?

Romal arrugó su entrecejo en un evidente desacuerdo.

—Al parecer, en la actualidad, la superioridad se relaciona con la ropa femenina y la pasión por «cierto líquido que te hace ver arcoiris». Ustedes los nobles, mocoso, desconocen por completo el concepto de superioridad.

Romal temblaba, de rubia. Pero de manera inesperada, Melymar sensualmente se acercó a él lentamente, sus tacones resonando en el suelo de madera desgastada. Con un rápido movimiento, elevó su rodilla, dejando contacto su pierna voluptuosa. Romal atónito, abrió la boca.

El brujo, observando con malévola satisfacción, vio cómo la mano de Melymar se se deslizaba hacia uno de sus bolsillos para deslizar velozmente la mano y arrebatarle unas monedas. Romal, en cambio, embelesado por su belleza, no podía darse cuenta de lo que pasaba. Separándose de él con la gracia de una mariposa, Melymar se acercó a Vilwmen y colocó sus brazos en su pecho, entregándole las monedas obtenidas de su presa.

La tensión en el ambiente se palpaba, mientras el humo de la pipa de Vilwmen se mezclaba con el aire enrarecido. Separándose de él con la gracia de una mariposa, Melymar se aproximó a Vilwmen, rodeando sus brazos alrededor de él.

El brujo, sin titubear, le dio un apasionado beso en los labios, deleitándose con los sabores dulces de Melymar. Era un acto de amor, pero también de desprecio hacia Romal.

Luego, Melymar le susurró al oído:

—Vaya que me amas, mi amor. —Sonrió, coqueta—, debes ser más cuidadoso, no puedes demostrar nuestro amor mientras trabajamos. Sabes que te amo, pero es lo que hay que hacer.

Vilwmen vio las monedas en sus manos, y las estrujó entre sus dedos con codicia.

Sin embargo, volteó, y vio entre la multitud de criminales a alguien que notó las monedas y, al revisar sus vacíos bolsillos, se dio cuenta con horror que su dinero no estaba. Les apuntó con furia.

—¡Miren muchachos, esos malditos nos han robado!

Los demás clientes de la taberna, ahora alertados por el grito, siguieron su dedo acusador y miraron hacia la pareja. Fruncieron el ceño en ira al darse cuenta de que habían sido víctimas de un crímen, uno levantó su botella de cerveza y la lanzó hacia Melymar y Vilwmen, quienes buscan una forma de huir del proyectil de vidrio.

Tras eso, miraron hacia puerta de la taberna y corrieron con prisa, aprovechando que los clientes estaban en shock, debido a lo poco común que era ver a la Magia del Caos en acción.

«¡¿Por qué no me hace caso?!» —Pensó—. «No puede abusar de la Yhygar. —Suspiró con preocupación—. Por eso es que yo deje de abusar de ella.

»Pero supongo que es díficil no caer en una magia tan autodestructiva con lo que a ella le pasó. No puedo si quiera imaginármelo», meditó con melancolía.

En medio de la carrera, vio en la entrada de la taberna a Romal, cuyo rostro destilaba desprecio.

«Vaya que se encariña rápido el niño. Bueno, supongo que lo más seguro es que le hizo en falta cariño femenino», rió.

Vilwmen y Melymar se detuvieron en la calle. Y rápidamente, Vilwmen se apoderó de la mano de su amada Melymar, deteniendo su avance de manera firme y decidida. El rostro de Vilwmen se arrugo en desaprobación. Melymar, por su parte, desvió la mirada, revelando un atisbo de culpa en su expresión.

—Sabes que no puedes usar la Yhygar de esa manera. Solo la usamos cuando el estrictamente necesario. Es una magia peligrosa —advirtió Vilwmen con un tono de voz que reflejaba preocupación y una cierta autoridad.

Los ojos de Melymar brillaban con tristeza.

—Realmente me molestó la idea de que te hicieran daño, mi amor. Sabes que eso es lo que me empuja a usar este poder.

Vilwmen, con una comprensión que permeaba su voz, respondió con pesar:

—Entiendo tu preocupación, entiendo porque lo haces. —Su voz cargada de tristeza—. Pero un así no puedes hacerlo, sabes lo peligrosa que es la Oscuridad del Caos.

Vilwmen sabía de buena mano las consecuencias de la magia del caos, debido a que era un investigador de las artes oscuras. Si no dejaba de usarla así, se convertiría en un monstruo. Habían dos formas de volverse un hasgyn y esa era una. Por eso frustración se encendía como una llama por el derroche de Melymar, quién la usa como un juguete.

Como investigador especializado en las artes oscuras, su destreza en el manejo de armas y técnicas no tenía comparación... en ser malo. Aunque, realidad, en lo que nadie podía superarlo era en la manipulación de la Yhygar. La esencia vital y la fuente de poder mismísimo Gloder. Su magia se nutría de emociones negativas, por eso incluso él había moderado su uso.

La prudencia era una aliada, aunque no siempre le restaba fácil mantenerla.

Melymar, meditabunda, contraatacó:

—Lo único que tengo para proteger a quienes amo es esto, no puedes quitármelo.

—Sí tu furia sigue creciendo no podré ayudarme, permíteme hacerlo. Sé que quieres venganza, justicia; y la obtendrás, pero debes aprender a controlarte.

—Con cada mirada tuya aprendo a hacerlo. Por ahora, no necesito más que eso.

De repente, los ojos de ambos se encontraron. El momento se volvía más intenso con los segundos, y sin poder resistirse más, se inclinó hacia ella para sellar su amor con un beso. Sin embargo, un estruendo siniestro rompió el mágico silencio. Un disparo de bala.

Sin pensarlo, apartó a Melymar y le dio la espalda.

—¡Creo que tendremos que dejarlo para otro momento!

—Te acompañaré, Vilwmen, no puedo dejar que vayas solo —dijo Melymar con valentía.

Vilwmen la miró por encima de su hombro.

—No, Melymar, debes alejarte lo más que puedas y buscar un refugio. —Cerró los ojos, inhaló profundo, y los abrió de nuevo rayando en lo indomable—. Voy a trabajar.

Sin dudar, se abalanzó hacia la dirección del sonido, corriendo a través de las calles empedradas. Corrió hasta alcanzar la esquina de la taberna. Entonces se detuvo. Su mirada se posó en un hombr bocarriba, víctima de un asesinato.

La cara del desdichado yacía desfigurada, era un grotesco cariz, y el líquido escarlata fluía y se desplazaba hasta el suelo, como una ofrenda sangrienta. Su torso, víctima de cortes meticulosos, era una macabra obra maestra de la violencia.

«Ashbil, apiádate», aquella frase roja en su pecho fue escrita con un cuchillo afilado.

Ni siquiera lograba distinguir su rostro, pero por sus ropas descubrió que era el bastardo de Romal. Aunque su muerte le daba cierta alegría, el deceso de su socio conlleva que él buscara a toda costa al responsable por perturbar su trabajo. Tenía muchos más socios pero este era un duro golpe.

Por ende, frunció el ceño.

El crimen organizado gozaba de la protección de los aristócratas, a cambio de financiar los turbios negocios en la economía sumergida de la ciudad. Se les perseguía, en apariencia, para mantener oculta su alianza, aunque en realidad eso no era secreto para nadie. Entre más socios tuviese un mafioso más protección tendría. Por lo tanto, Vilwmen había perdido protección.

De súbito, un dedo tocó varias veces su hombro. Se volteó. Melymar sonría con las manos en la espada tiernamente. ¿Qué mierda hacía allí? ¿Acaso no le había advertido que se marchara? ¿No entendió lo que le dijo? La frustración se reflejó en sus ojos mientras observaba el cadáver a sus pies. Sin pensarlo dos veces, cubrió los ojos de Melymar.

Luego, la agarró de los hombros y la giró. Melymar empezó a quedarse, confudida. Vilwmen solo le dijo que había un cadáver en detrás y que por eso le había tapado los ojos. Melymar abrió los ojos, cómo si eso fuera lo último que quisiera escuchar.

—Debes irte de aquí. No es buena idea que entres en mi mundo.

Melymar se mordía el dedo pulgar.

—Sé que quieres que esté bien, pero tú debes estarlo primero —dijo Vilwmen.

—Me iba a despedir de tí —Mintió, triste.

Vilwmen respiró hondo antes de tomar una decisión.

—Bien, puedes quedarte.

La actitud de Melymar cambió al instante. Una sonrisa iluminó su rostro y se lanzó hacia Vilwmen en un abrazo afectuoso. Para ella, estar sola era insoportable. Siempre esperaba a Vilwmen, incapaz de concentrarse o pensar en nada cuando él no estaba presente. Por eso era tan insistente en quedarse con él. Por eso lo ayudaba en algunos trabajos turbios, por más que nunca le dijese algo al respecto.

¿Era negativo? ¿Era dependiente de él? Quizás sí o quizás no. La conocía muy bien. Era una mujer fuerte e independiente, pero tenía razones muy dolorosas para ser así...

En ese momento, Vilwmen divisó a un guardia que se aproximaba, su armadura destellando un brillo molesto. Se dirigió hacia el guardia y le comunicó el descubrimiento del crimen. El hombre, al contemplar la escena y observar las ropas empapadas y raídas de noble cuna, abrió los ojos como sendos cántaros.

Si no se tratara de un aristócrata, no habría hecho nada; solo habría pasado de largo tras ver el cadáver. El guardia se alejó de él, moviéndose con premura.



No llegaba nadie aun, para su mala suerte.

—¡Siempre estoy cocinando yo! ¿Por qué no puedes ayudar en la cocina?

Vilwmen sonría, pícaro.

—Cariño, la cocina es un lugar peligroso.

Melymar frunció el ceño.

—¡Oh, por favor! No seas dramático. Es solo cocinar. ¿Cuál es tu excusa esta vez?

—Ey, tranquila. Cocinar es un arte, y ya sabes que soy más de apreciarlo que de crearlo —dijo con ligereza.

—¡Arte, dices! ¿Recuerdas la última vez que intentaste cocinar? Casi incendias la cocina.

El recuerdo provocaba una risa disimulada en él.

—Bueno, al menos el fuego se apagó rápido. Soy un experto en extinguir llamas, ya sabes. —Le guiñó el ojo.

Melymar bajó los párpados.

—No es gracioso, Vilwmen.

—Mira, querida, soy un criminal, hago muchas cosas, pero cocinar no es una de ellas. ¿Qué tal si contratamos a alguien que lo haga por ti?

—¿De qué estás hablando? —respondió, molesta—. Lo que necesitamos es un milagro en la cocina. ¡Y eso no eres tú!

Vilwmen se quedó en silencio.

—¿Ahora te quedaste sin palabras? Eso sí es un milagro.

—No es un milagro, es estrategia. Cuando estoy en silencio, es cuando realmente estoy planeando cómo solucionar los problemas.

—¿Solucionarlos? ¿Tienes un plan maestro para aprender a cocinar?

Lo había desarmado con astucia y no tenía otra arma bajo la manga. Melymar lo miró directo a los ojos, desafiándolo.

—Bueno, no te molestes. —Subió las manos—. La próxima vez cocinaré yo, y será una explosión de sabores... sin fuegos reales esta vez.

Vilwmen volteó, escuchando ruido a lo lejos. Unos segundos después, vio una procesión de equinos montados por caballeros, junto con carromatos tirados por bestias. El estruendo de las herraduras golpeando el pavimento y las ruedas contra el empedrado resonaba en el aire. Los guardias, a la servidumbre de los aristócratas, adoptaban una expresión ceñuda.

Todos se detuvieron alrededor de la esquina de la taberna. Los investigadores de las artes oscuras y oficiales de la justicia descendieron de sus carromatos y se dirigieron hacia Vilwmen y Melymar.

La calle Shelgin, generalmente casi vacía, se llenó por la afluencia de oficiales y estudiosos de lo oculto. La curiosidad atrajo a formando una multitud que se congregó alrededor de los guardias, que ostruían el paso. Los homicidios era de los más común en Ayngord, pero a este lo trataban cómo si fuera el único en todo el año.

—¡Ashbil, gracias por matar a este tipo. Nosotros somos buenos, ¡evita que esto nos pase!— rezaron unos santurrones con las manos en entrelazadas.

Vilwmen escuchaba a sus compañeros, sin oírlos realmente. Asentía con la cabeza y los retenía, dando tiempo a los oficiales para hicieran un perimetro con una cinta. Si pasaban iban a descubrir algo, tenía que ser precavido y por lo tanto no podían enterarse de que Romal era su socio. Todo este teatro lo hacía con él fin de que el asesino, si lo veía o no, supiera que lo iba a encontrar hasta llevarlo a la tumba.

Un investigador avanzó entre la multitud, y se identificó con los guardias, quienes le permitieron pasar. Era su capitán, Alger Montinge, de barba espesa, tenía una mente lógica que rivalizaba la de Vilwmen.

Se acercaron, y los dos asintieron con la cabeza, en seña de saludo, aunque los ojos de Alger centellaban desprecio.

—Dime, ¿sabes lo pasó? ¿Viste al asesino? —interrogó con firmeza.

—Únicamente escuché un disparo a lo lejos, y lo encontré ahí, en el suelo.

Alger bajó la cabeza, pensando.

—Bien. Eso es todo. Aunque yo siendo tú no me calmaría, maldito bastardo —dijo con furia.

—Te deseo suerte, sigue intentado —dijo con sarcasmo.

Lo interrogará más tarde para confirmar que era el asesino, o sacarle información y hacer hablar de sus criminales y así encerrarlo. Estaría una hora sentado en una silla respondiendo preguntas. Qué «divertido.»

Vilwmen y Montige eran tan amigos como un león hambriento y una gacela cojeando. Él quería verlo tras las rejas, pero Viwlmen quería mantener su «pequeño» negocio. Pero claro, el buen capitán no se rendía fácilmente. Él era la roca es su camino, el grano en su zapato, el tipo que hacía que su desayuno de crimen fuera un poco más difícil de tragar.

Vilwmen tenía sus tentáculos en todos lados, aliados en las altas esferas y aquellos dispuestos a hacer cualquier cosa por un puñado de monedas. Su red de contactos era su escudo, y cada intento de Montige por atraparlo se encontraba con una muralla de influencias y complicidades.

Melymar se quedó atrás y ambos se acercaron al cadáver. Luego Vilwmen se arrodilló y levantó la tela blanca que ahora cubría el cuerpo. Las heridas parecían haber sido hechas con un arma afilada y brutal. Observó su cara grotesca, no parecía la misma persona.

«¿Qué hizo esto? ¿Un schorwes? —Se masajeó el mentón—. No, si hubiese tenido un arma así de pesada no se habría escapado tan rápido, debío tirar el arma en ese caso y no hay ninguna a la vista. ¿Y si...? Fue un boskyer —afirmó—. El arma tiene el perfil que busco.

»La pregunta real es ¿porque mataría a un noble aquí?»

—Mire, Montinge, esto no parece un acto de mero oportunismo. Las heridas son precisas y limpias, quería verlo sufrir. El motivo del disparo en la cabeza es simplemente porque está completamente loco.

Tenía que decirle todo lo que pudiera, ya que abrirían el caso y cualquier pista se le haría saber a Montige y, aunque sospecharía, no encontraría nada para incriminarlo.

Montinge, con su mirada aguda, aún estaba a la defensiva.

—No es un novato, pero es muy impulsivo. Si conoce de anatomía eso significa que se informó al respecto antes de dar el golpe. Lo que dices es cierto, bastardo. Esto es mucho más que un simple atraco. Parece un asesino con un propósito. Tal vez un motivo personal.

Vilwmen reflexionó en voz alta, sin prestarle atención al insulto.

—Hay que considerar la posibilidad de que este asesino haya actuado antes en otro lugar. Puede que esta no sea su primera víctima.

Frunció el ceño. «Lo más probable es que ninguno sea un noble, si ese es el caso, estoy solo, no contaré con el apoyo de la realeza.»

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