ⵌ 13 𔒅
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⸼۰ ۪۪۫۫ ﹍𝐁𝐄𝐓𝐓𝐄𝐑 𝐓𝐇𝐀𝐍 𝐑𝐄𝐕𝐄𝐍𝐆𝐄﹎
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Kitty despertó primero y automáticamente se arrepintió. El reloj digital de la mesita de noche marcaba las diez de la mañana. Realmente no tenía planes para nada, todo dependía de Agust y lo que quisiera hacer en contra de Shadow, así que lo mejor que pudo hacer fue girarse para mirarlo, esperando a que despertase.
Algo aburrido comenzó a peinar su rubio flequillo, después a acariciar con su índice el puente de la nariz redonda y corta hasta recorrer su labio inferior. De haber estado despierto le habría robado un beso, había descubierto lo mucho que le gustaba saborearlos, o también sentir sus manos por el cuerpo. Sin duda esa noche había sido de las mejores, de sólo recordarlo sonrió.
Agust, movido por su reloj natural y las cosquillas en su cara, se humedeció los labios con molestia y descubrió una intrusión. Al abrir los ojos, adormilado, vio la mano de Kitty.
—¿Qué haces? —balbuceó.
Kitty le observó removerse contra la almohada para ahuyentar las cosquillas, pero él volvió a acercarse para morderle el labio con relativa fuerza sin poder resistirse más. El rubio se quejó, pero no intentó zafarse.
—¿A qué viene eso? —murmuró con el ceño fruncido, dándose la vuelta en la cama.
El pelirosa rió un poco y se pego a él para oler su cabello. Tenía una fragancia buenísima a champú de hotel.
—Sabes y hueles bien —canturreó, acariciando su espalda desnuda llena de pequeñas cicatrices que prefería no comentar—. ¿Me prestas otro beso?
Agust gruñó mientras se ponía finalmente boca arriba, sin importarle estar tan desnudo como él y mirándole de reojo.
—Pensé que sólo era sexo —replicó.
Kitty, sin pudor, dejó la mano en su pecho para acariciarlo y se apoyó en su propio codo para mirarlo desde arriba con un brillo juguetón en los ojos.
—Sólo es un beso, no te estoy pidiendo matrimonio. —Soltó una risita.
Agust rodó los ojos y se alzó apenas para darle un pico, sin embargo eso no era lo que el pelirosa esperaba, él quería desgastar sus labios, le costaba admitirlo pero le hacía sentir un cosquilleo extraño en su estómago.
—Otro —pidió con un puchero.
Pero el rubio tenía otros planes, así que antes de que pudiese insistirle o algo parecido se levantó de la cama con pereza y se dirigió a la cocina, como si estuviese en su propio apartamento.
—Hora de desayunar, quizá si te portas bien te dé otro —refunfuñó.
Kitty no recordaba en qué momento había comenzado a gustarle ese papel sumiso y el juego de querer cada vez más de Agust, pero no podía quejarse. De hecho, no le daba miedo admitir que quizá esperaba esa segunda ronda con más ganas de las esperadas.
Cuando llegó a la cocina el rubio buscaba algo en la nevera, lo que le hizo reír porque no había prácticamente nada comestible. También se fijó que había recogido su ropa inferior para ponérsela, a diferencia de él que seguía desnudo y sin una pizca de vergüenza.
—¿Desayunamos fuera?; hay una cafetería cerca —sugirió desde el marco de la puerta.
Agust le miró de arriba abajo sin poder evitarlo y sus orejas adoptaron un color carmesí.
—Vale, pero hazme el favor y vístete.
Kitty ahogó a duras penas una carcajada mientras se acercaba y localizaba la botella de ron que habían dejado allí por la noche. Sabía que le sentaría mal, pero dio un trago largo.
—¿Por qué?, ¿te intimido? —Le picó con una sonrisa torcida.
El rubio rodó sus ojos y buscó la camiseta para ponérsela, pero a Kitty le llegó un olor poco agradable.
—Puedes usar la ducha y te juro que tengo ropa más... seria para tí —sugirió.
Agust rió entre dientes, pero no podía rechazar el ofrecimiento después de oler un poco su camiseta.
—Tardaré diez minutos —murmuró.
Kitty asintió sin ganas, sabiendo que no podría colarse en la ducha con él. Debería verse tan sexy emapapado...
—Te dejaré la ropa en la habitación, iré a buscar un par de armas y algo de dinero —explicó, recibiendo un murmullo de confirmación.
Entonces el pelirosa volvió primero al cuarto casi a regañadientes. Si por él hubiese sido se habría quedado desnudo todo el día, pero tenía obligaciones que atender.
Mientras devoraba sus waffles con sirope de chocolate Kitty observó al otro sicario frente a él. Agust parecía ausente mientras bebía de su café helado y apenas se había terminado las tostadas.
—¿Pasa algo? —susurró, tratando de que las mesas de más allá no los escuchasen.
Agust negó con la mirada en la ventana, viendo la gente pasar por la calle.
—Vamos, ¿eres de los que solo confiesan con cosquillas? —Bromeó Kitty, insistiendo.
El rubio finalmente terminó el café y le dirigió una mirada cansada.
—Este sitio me recuerda a un restaurante en Daegu, eso es todo —murmuró.
Kitty terminó de desayunar y se levantó para sentarse en el trozo de sofá a su lado y así hablar más privadamente y, por supuesto, poder acariciar su regazo.
—Adivino, tienes buenos recuerdos allí —musitó, tocando su nariz con el índice para molestarlo.
—Claro. —Suspiró apartando su mano—. Iba con mi mujer e hija casi cada fin de semana.
En el momento en que vio el destello triste en sus ojos Kitty se sintió mal por haber insistido tanto.
—Oh, vaya. No lo sabía... —susurró, apartando la mirada.
Agust negó y le obligó con su mano a volver a mirarlo, solo para tomar una servilleta y limpiarle una de las comisuras de sus labios. El pelirosa le observó en silencio mientras parpadeaba confuso, sintiendo un nervioso cosquilleo en el estómago.
—Está bien, ya hace tiempo que se marcharon, al menos tengo los buenos recuerdos —respondió.
Kitty asintió de acuerdo, esperando a que apartase el papel para huir de su mirada, pero él le siguió sujetando el mentón. De alguna forma se sentía pequeño, vulnerable, y no le gustó.
A punto de replicar abrió la boca pero Agust le calló rápidamente con un beso lento, más calmado y paciente que los que habían experimentado la noche anterior. Sus labios sabían a café y mermelada de fresa, era una mezcla extraña, pero Kitty se volvió loco y los saboreó con un jadeo sorprendido.
Agust mordió su labio inferior antes de tomar algo de distancia mientras abrían sus ojos al unísono y dejaban un momento para asimilarlo.
—¿Quieres hablar de ellas? —susurró Kitty.
Delante del rubio no se había mostrado tan serio, pero por supuesto seguía siendo un ser humano con sentimientos, debilidades y personalidad propia. Y si algo era sagrado para Kitty, era la familia.
—No —murmuró el rubio, dejándole una caricia en la mejilla antes de separarse un poco ignorando algunas miradas—. Es decir, sé que no volverán y estoy bien, la vida sigue adelante. —Se encogió de hombros.
Kitty esbozó una sonrisa triste.
—Yo también tenía una familia, ¿sabes? —comentó en un murmullo, jugando con el mantel de la mesa.
Agust apoyó el brazo en el asiento, rodeando sus hombros, y lo atrajo como si no fuese la primera vez que mantenían una conversación tan íntima.
—¿Antes del club? —Adivinó.
El pelirosa asintió con un suspiro largo, atreviéndose a girar el mentón para mirarlo y dejar la cabeza sobre su hombro.
—Me crié en un orfanato, pero una familia americana me adoptó —explicó con una sonrisa distante—. Tenía dos padres, una hermana mayor y un hermano pequeño —explicó.
Agust pudo notar un brillo acuoso en sus lagrimales, pero parecía de algún modo feliz, así que sonrió.
—¿Eran buenos padres? —susurró.
Kitty asintió de inmediato, copiando su sonrisa aunque de forma nostálgica.
—Los mejores —afirmó—. Me encantaba ser el hijo mediano, mi hermana me cuidaba y yo cuidaba a mi hermanito.
Mientras recordaba todos aquellos recuerdos en aquella casita de San Francisco notó el índice de Agust limpiar una de sus lágrimas.
—Perdón. —Rió un poco, limpiándose el rostro rápidamente—. No he hablado de esto con nadie.
—Tranquilo, lo entiendo —respondió Agust en seguida, viéndole con unos ojos más humanos—. ¿Qué les pasó? —preguntó con genuina curiosidad, pues la sutileza no era lo suyo.
Kitty se encogió de hombros y se recostó un poquito más en él, agradeciendo su apoyo en ese momento.
—No lo sé, una tarde estaba saliendo de la escuela a casa y luego todo es borroso —susurró con la voz débil—. Recuerdo una furgoneta, pero nada más, y después estaba atrapado en el Nightmare.
—El club donde Lie te conoció —siguió Agust, conteniendo el aliento—. ¿Qué edad tenías...?
Kitty se encogió de hombros y se alejó un poco, apartando la mirada con vergüenza. Al recordar aquello se sentía asqueroso.
—No la suficiente —replicó entre dientes.
Durante muchos años sus deseos de cumpleaños habían sido despertar de nuevo en San Francisco junto a su familia, nada más.
—Es horrible —susurró el rubio sin apartarle la mirada, inclinándose hacia él—. Kitty eso...
—No intento darte pena. —Le cortó él—. Eso no justifica muchas de las cosas que hice o hago.
Agust calló, porque sabía que era cierto. Sin embargo, hasta ese momento no le había visto tan humano. Kitty había sufrido cosas que ningún niño debía experimentar.
Este último intentó recomponerse después de soltar aquello, notando la mirada del otro sicario sobre él. Sacó una billetera pequeña de su bota de tacón y dejó dos billetes sobre la mesa antes de poner rumbo a la puerta.
Agust le siguió un poco después, despidiendo a la mesera que tomaba el dinero.
—Kitty —llamó afuera, viéndole detenerse entre la gente—. Tengo que hacer una llamada, espérame.
El pelirosa asintió, pero seguía teniendo algo que hacer.
—Bien, vuelvo en unos minutos.
Se despidieron con un ademán de su cabeza y Kitty se dirigió a una tienda de lencería mientras el rubio se quedaba junto a una cabina de teléfono. Agust había roto una de sus prendas favoritas y además quería impresionarlo si había una segunda vez.
—¿Puedo ayudarle en algo? —preguntó en su dirección una mujer de mediana edad, mirándolo algo extrañada.
—No, gracias —replicó malhumorado.
Sabía que ella no tenía la culpa, pero se sentía mal por haberse mostrado tan vulnerable frente a Agust y también estaba frustrado por no sacárselo de la mente aún cuando no estaba allí. Además aquella mirada no ayudaba.
En cuanto la mujer volvió tras el mostrador con un bufido, se puso a mirar las prendas inferiores, sobretodo los tangas. Quería algo que a Agust le gustase y se odiaba por ello, su vida era más sencilla antes de que él entrase en ella.
Tomó de los colgadores un par de muestras. Una era de color rojo y la otra negra, pero considerando que el sicario casi siempre vestía de negro, escogió la segunda.
Al acercarse con el tanga al mostrador, la mujer esbozó una sonrisa falsa, pero él no se molestó en disimular su desagrado.
—¿Quiere bolsa? —preguntó rutinariamente.
Kitty negó, quería esconderlo y para ello tenía un par de preciosas botas rosas hasta las rodillas.
Después de pagar escondió el tanga tal y como había pensado. Era algo incómodo caminar de esa forma, pero por suerte la tela no abultaba demasiado.
—¡Tenga un buen día! —gritó casi en la salida, sin siquiera mirar a la mujer.
Casi siempre que entraba en tiendas "femeninas" o caminaba por la calle vestido de esa forma se llevaba malas miradas, insultos o incluso algún escupitajo, así que ese día no fue para tanto.
Al volver a la cabina de teléfonos, encontró a Agust aún hablando por ese teléfono oxidado, así que esperó a una distancia prudencial, pero le fue imposible no escuchar parte de la conversación.
—... Tengo que irme —dijo el rubio—. Volveré a llamar en cuanto pueda, ¿sí? —Hubo una pausa—. Yo también os quiero, regresaré a por vosotros, lo prometo.
Al colgar se giró hacia Kitty. Tenía a nariz y los ojos rojos como si hubiese llorado, pero el pelirosa no dijo nada al respecto.
—¿Tus padres? —Supuso.
Agust asintió mientras metía las manos en los bolsillos, encogiéndose en el suéter negro que él le había prestado. A Kitty le pareció casi adorable, no solo por el gesto sino por el mechón de flequillo rebelde que cayó en sus ojos. Avanzó hasta apartarlo y entonces captó su mirada, una que seguramente había tenido él en la cafetería minutos atrás.
—Oye... —murmuró, poniéndose cerca de él entre toda la gente que pasaba, sin importarle si alguien escuchaba a esas alturas—. ¿Y si olvidamos todo?
Agust, que no entendió la pregunta, frunció el ceño.
—Honestamente estoy cansado de esto, de hacer planes y de asesinar en nombre de otro. —Suspiró—. Puedes hacer lo que quieras, pero creo que corres demasiados riesgos con tus padres y de todos modos vamos a seguir huyendo pase lo que pase.
—¿A qué te refieres? —preguntó el rubio.
—A que no quiero hacerme con una mafia, solo quiero venganza. —Rió con ironía, agotado mentalmente—. Matemos a Lie y a Shadow y seamos libres, sin nadie a quien responder o dirigir.
Se apoyó en sus hombros y Agust, aunque no parecía convencido, sostuvo su cintura.
—Pero gatita sabes que intentarían matarnos por ello, seguirían teniendo el favor de las mafias —susurró cerca.
—¿Y qué? —replicó Kitty—. Si ocupamos su posición huimos de los aliados, si sólo los matamos huimos de los segundos en el escalón, sea como sea tendríamos que escondernos igual que lo hacemos ahora. —Se encogió de hombros.
Agust apoyó su frente en la de él sin romper el contacto de sus ojos.
—De ese modo podrías volver con tus padres y protegerlos tú mismo, sin subyugados a los que responder o jefes —concluyó el pelirosa.
—Y nuestra alianza terminaría —añadió Agust—. Podrías buscar a tu familia.
Kitty sintió un vacío en el pecho, pero asintió conforme se abrazaba de él.
—Sí, podría —susurró.
El rubio lo estrechó fuerte contra su cuerpo y besó lo alto de su cabeza antes de asentir.
—Me parece una buena salida.
Kitty sonrió para sí. Hacía años y años que no conocía la palabra libertad y le sonaba un concepto demasiado lejano, pero en ese instante no pareció más que un futuro próximo.
Aún así, una parte de él se encogió al saber que no incluía a Agust en sus planes.
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々 〆 〩 あ の を
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