Mirae X
La espalda de la joven golpeó el suelo, luego su cabeza, en el proceso perdió una de las horquillas que sostenían su denso y largo cabello, permitiendo que este se liberara del intrincado peinado. Lamentable y poco digna la caída. Tenía que decirle algo después de ese pobre espectáculo.
La esposa de Darius permaneció en el suelo unos segundos, vio su pecho alzarse y sus musculos ganar tensión antes de levantarse. Yì Rén se alzó en su escasa estatura y se volvió a posicionar frente a Lant, quien le arrojó con desgano la espada de madera, ambas volvieron al entrenamiento.
En los orbes grises de la más joven había fuego ardiendo. Una ambición desmedida no necesariamente haría una guerrera pero concedía que a diferencia de las otras aureas, ella no sostenía el arma por temor a perder el techo sobre su cabeza ni el deseo de complacer a un amo. Las demás eran el grupo más triste y suave que había visto jamás, jamás serían soldados pero si corderos para sacrificar. Darius jamás le había pedido su opinión para sus medidas y sus planes que estaban diseñados para el fracaso. Era una pena entrenar tan duro para fallar.
No es que fuera a compartir jamás sus pensamientos con nadie, consideraba que sus vidas eran suyas para malgastar.
Pronto Yì Rén la miró y a esa mirada le siguió la de Lant, esta última siempre había resultado dificil. Más que no pensar similar, eran esencialmente diferentes. A veces lamentaba haber desafiado al «antiguo» y haber sido arrojada a la vida terrenal y tener que contentarse con las labores domesticas del día a día. Les sonrió a las mujeres que la miraban, ninguna fue reciproca.
El cabello era largo, el de Yì Rén, le llegaba a las corvas y parecía pesado. Lo más practico habría sido cortarlo o impedir al enemigo acercarse y ella permitía demasiada cercanía. También era una terrible arquera, no era fuerte para tal arma y tampoco era tan precisa a grandes distancias. Pero podía respetar que no se detuviera jamás.
Sabía que Lant no le tenía aprecio, el ángel era aficionada a quebrar espiritus y le habían puesto enfrente a alguien que estaba negada a la renuncia, era aquello por lo que gustaba de verlas. Se decía que de vez en cuando cada ser disfruta de ver fallar a los demás.
En lo más distante del patio, Marja. Quizá la más patetica de todas, ávida por el favor de Darius y la aprobación de Cythara. Siempre necesitada y eternamente insuficiente. Era la de cuerpo más fuerte y más grande y aun así, la mente más frágil. Al igual que Cythara, Marja había perdido un hijo y se aferraba a lo que fuera.
¿En qué momento Yì Rén se le había escapado del campo visual?
—Mirae —Su voz era irritante, airosa y áspera de una forma femenina y que sonaba permanentemente perniciosa—. ¿Me obsequias algo de tu tiempo?
Yì Rén se le enganchó del brazo, aquello no había sido realmente una pregunta sino una imposición.
—Yì Rén —respondió a modo de saludo—. ¿Qué podrías requerir de mi?
—Muchas cosas —afirmó—. Cosas que me...
Dejó la frase al aire, dudando de lo que debía decir. Mirae se negó a llenar el vacío.
—Cosas que me gustaría preguntar —concluyó.
—Ven y sientate conmigo —indicó y ambas se dirigieron hacia un banco de madera bajo un árbol de gran sombra, una vez ahí, compartieron el asiento.
El lugar era tranquilo, cercano a una arboleda, con mucha luz, los sonidos de la naturaleza y el ligero movimiento del resto del santuario. Vio a Lant tomar sus cosas y retirarse.
—Entonces, ¿de que te gustaría hacer preguntas?
—¿Por qué ayudan a Maeve? Con su relación con Heloise —preguntó yendo directo a aquello que le interesaba.
—¿Cuál es la razón de que me preguntes eso, Yì Rén? —Quiso saber.
—No sólo importan las acciones, también las motivaciones y las intenciones —contestó la más joven—. Y algo de valor encuentro en diferentes perspectivas.
—Sé que mi sobrino considera esto como una muestra de debilidad e ingenuidad, que piensa que somos unos ingratos y hasta unos traidores —dijo, tratando de ser vaga, la respuesta en su caso era complicada, así que decidió mentir—. Hacemos esto por que amamos a Maeve, si no la hubiéramos aceptado no habría dejado a Heloise pero se habría puesto en peligro, se verían en lugares menos seguros y viviría con miedo, pero la amamos, la queremos a salvo y la queremos feliz.
Su interlocutora pareció creer su respuesta.
—Suena a que tienes tus reservas —Le contestó Yì Rén.
¿Cómo llegó a tal conclusión? No era una equivocada pero se cuestionó sobre que fue lo que la delató.
—No soy ninguna imbécil, no importa cuánto quieran creer eso —concedió—. Tengo mis reservas por supuesto, existe la posibilidad de que Heloise sólo esté buscando un escape de la aldea, que nos traicione y demás pero ya perdí demasiado en manos de los mortales, me niego a darles más, no les voy a dar mi vida, vivir con temor es agotador, no sé cómo Darius y Lant lo soportan.
Las manos le sudaban y tenía la tentación de apretarse los nudillos .
—¿Crees que Darius tiene miedo? —increpó Yì Rén.
Sabía que si. Lo veía en sus noches de sueño inquieto y en las de insomnio, en la mano lista para alcanzar su daga, en la leve vacilación a entrar en ciertos lugares. Miedo que trataba de hacer pasar por asco hacia los mortales, su sobrino sólo era un triste niño tembloroso y asustado, en él entre poco y nada había del ángel que lo dio a luz.
—Todos tenemos miedo —señaló—. Darius y Lant le temen a lo que hay fuera.
—¿Y tú, Mirae?
No pudo evitar sonreir y negar ligeramente.
—¿Qué otra cosa quieres saber, Yì Rén? —preguntó, si la dejaba pensarlo mucho, pronto la mujer estaría tratando de presionar y encontrar grietas.
—¿También los odias?
«¿Quién odia a los gusanos bajo sus pies?» Se preguntó. Otra cosa que no pronunciaría.
—¿A los mortales?
Sabía que a lo que quería llegar la mujer era a saber si ella respaldaba la debilidad de Darius, la resignación de Cythara o la violencia de Lant. Yì Rén asintió.
—No, no los odio —contestó—Hay una cosa que he tratado de deducir, Yì Rén, pero no he sido capaz de determinarla.
—Me parece justo responderte dada tu franqueza —aseveró la joven mujer frente a ella.
—¿Qué haces aquí? —preguntó.
Yì Rén miró al cielo un instante, luego al suelo. En su mirada podía ver sus ideas danzando. Estaba por mentirle.
—Hablo contigo —indicó finalmente.
«¿Cómo se atreve?» Se cuestionó pero se permitió una sonrisa, era esperado que la mujer no fuese abierta con sus deseos y ambiciones. ¿Qué podría haberle ofrecido Darius para que ella se sometiera al entrenamiento monótono y mediocre que le era proveído?
—No soy imbécil, Yì Rén, no pretendas que crea que no esperas una retribución a tus huesos rotos, las callosidades en tus manos y el esfuerzo mental al que te sometes —señaló.
—Darius me prometió su sangre para vivir por siempre —Le contestó con sorna, no estaba segura de si era en serio o no—. A cambio tengo que ser lo que él quiera.
Aquello tenía sentido pero también habría sido una decisión temeraria de parte de su sobrino. Quizá no era tan débil como pensaba.
—Y aún así, no te haz convertido en madre —contestó.
Sabía muy bien que su sobrino deseaba continuar con un linaje condenado a la destrucción. Eso o que fantaseaba con la idea de una familia que nunca conoció, pese a que sus padres habían dado la vida por él, eran ya más un concepto que un recuerdo. Darius, como los mortales, también buscaba y codiciaba aquello que no poseía.
—Tengo cosas que hacer antes de entrgar mi vida a mis hijos —respondió la mujer secamente.
—Y dime, ¿para que querrías vivir por siempre? —preguntó.
—La pregunta correcta, Mirae, es el por qué —dijo—. Y mis por qué, infortunadamente, deben permanecer un misterio pero he de admitir que soy una mujer simple.
La esposa de su sobrino era una mujer ambiciosa, más no la podía visualizar queriendo una corona sobre su cabeza o un ejército bajo su mando. Quizá el infinito conocimiento, miles de preguntas sin respuestas. ¿Qué podría querer tanto como para desear eternidad?
—Por estas cosas no le agradas a nadie, Yì Rén —señaló Mirae—. Dime, ¿de verdad no te molesta que se te vea como egoísta, frívola e interesada?
—Yo sé quién soy —contestó—. Y tú eres agradable cuando no eres amable y servil todo el tiempo, Mirae, ha sido una grata sorpresa esta pequeña conversación.
—Tengo otra pregunta, Mirae, ¿cómo era tu existencia antes de venir a la tierra?
Mirae apretó los labios pensativa.
—Era todo, verlo todo y a todos al mismo tiempo y un calor tan abrasador al que no tienes opción más que entregarte, sientes el calor y eres el calor también —explicó.
No tenía mucho sentido paro no existían palabras para describir el estado de perpetua paz y poder que era estar en la gravedad del «antiguo.»
—Cuando cantas y logras hechizar a alguien, ponerlo de rodillas con tu voz, Yì Rén, ¿cómo se siente?
—Dulce en la boca, como si el pecho pudiese estallar del placer y satisfacción y el encantador coqueteo de la oscuridad, la dulce tentación de ir más lejos. Lo agrio de saberse más grande y lo dulce de saber que no necesita aplastar a nadie. Puro poder, crudo, inconsumible, ilimitado e innecesario y aún así, fascinante. Quien tiene poder no necesita probar que lo posee —contestó con pausas entre algunas palabras, buscando las sensaciones—. Como que no hay nada más que eso y que eso es lo que debería estar haciendo. ¿Y Dios?
—Para nosotros es «El antiguo» —contestó—. Lo es todo, si lo que deseas saber es si él lo creó todo no lo sé, si él los creo a ustedes tampoco, sólo sé que no tiene fin, que es tan poderoso que quienes intentaron entrar en él fueron expulsados a la tierra, cayeron.
—¿A qué te refieres? —cuestionó la mujer.
—Hubo muchos, especialmente del primer anillo que quisieron tomar un fragmento de «El antiguo» —contestó—. Su castigo fue ser despojados de la paz y vivir en esta tierra.
—Comprendo —contestó, Mirae se dio cuenta que Yì Rén no necesitaba más, su interés realmente no estaba ahí—. El poder de Darius, no lo he visto en nadie más.
—Ni lo verás, Yì Rén.
Ella no lo utilizaría, mejor que todos olvidaran que lo poseía. Y las demás no lo tenían, sólo quedaban ella y Darius.
—¿Me explicarías la razón?
—El gris de tus ojos, ¿lo heredaste?
—Entendí, gracias, Mirae —contestó.
—Tengo una última pregunta para ti ¿Le tienes algo de estima? —Mirae le buscó los ojos y la otra huyó a su mirada.
—Si —contestó—. Algo de afecto le tengo.
—Escuchar eso me alivia un poco —confesó Mirae—. Al menos sé que tienes un corazón.
—Todos lo tienen —señaló Yì Rén.
—Y aún así hablas desde la distancia, «todos lo tienen» y no «todos lo tenemos» —refutó Mirae.
Tenía algo que decirle, esa era la razón inicial de que se detuviera a mirarlas fallar.
—Yì Rén, sé que Maeve y Heloise son cercanas a ti ahora —Mirae habló con duda y en voz baja, queriendo sonar titubeante—. Pero hay algo que me inquieta y lo comento contigo pues la otra opción es ir a Darius y preferiría no tener que hacerlo.
—Dime, Mirae.
—Fui a la aldea a comprar telas y me encontré con Heloise en compañía de un caballero —afirmó—. Un caballero sin lengua...
Hizo una pausa que le resultó deliciosa, la alargó lo suficiente para ver a Yì Rén comenzar a llenar el vacío en silencio.
—Y yo sé que me entrometí pero hice algunas preguntas y ese caballero es Máté, es tío de Heloise.
No había preguntado demasiado y en realidad había sido simple llegar a aquel hecho pero sabía que la información corroborada valía más que la que sólo se intuía.
—¿Qué es lo que te inquieta? —preguntó.
—Sé que Heloise quiere a Maeve pero —Hizo una breve pausa por segunda ocasión—, pero la familia es sagrada y una mutilación no es una afrenta que pueda ser fácilmente olvidada, creo que es importante que Darius lo sepa de alguien que tenga más habilidad para hablarle de cosas complicadas.
Yì Rén no dio reacción a su cumplido velado, sólo un leve movimiento de cabeza.
¿Se veía lo suficientemente inquieta?¿Yì Rén creería su temor? Le parecía que plantaba una inquietud razonable. Más Darius no manejaría de la forma más adecuada aquella información, viniese de quien viniese, él actuaría primero y preguntaría después.
Y Mirae contaba con ello.
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