2. Atracción 🌹
Mi locura está descontrolada y corriendo hacia ti
Por favor llévame a lugares que nadie conoce
Me tienes enganchado a este sentimiento
Me tienes colgando de los techos
Tan arriba que apenas puedo respirar
Así que no, no me dejes ir
Necesito un gangster
Que me ame mejor que todos los demás
Que siempre me perdone
Que me acompañe o muera conmigo
Eso es lo que los gangsters hacen...
Gangsta, Kehlani
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Do KyungSoo le había dicho que lo esperase unos quince minutos, y JongIn había asentido sin «peros» de por medio. Se había dedicado con prisa, a guardar todas las plantas y flores dentro del puesto para cerrarlo y estar listo en cuanto el hombre saliese, no fuese a ser que se arruinaba aquella única oportunidad, sólo por su tardanza o inexistentes titubeos.
JongIn estaba muy decidido a lo que quería de aquello, y la sola idea de tener sexo con ese extraño al cual sentía conocer más de lo creído, tras un largo mes de verlo entre semanas, le bastaba para hacerle perder la cordura o cualquier pensamiento razonable respecto a salir con un desconocido. Le bastaba para evitarse cualquier cuestionamiento de quién fuese.
Además, con una vida como la que llevaba, donde las carencias eran algo habitual, donde los estudios se le dificultaban cada día más, ¿qué tantos frutos podría dar su esfuerzo si cada día su camino se veía truncado por las fuerzas del destino? ¿En qué le perjudicaría salir y divertirse un rato con ese hombre arrebatador de sueños? Protagonista de fantasías y deseos prohibidos, de fetiches que ni sabía que tenía. Un joven tan apuesto y atractivo, yendo al hospital por las noches, sólo para ver a su madre en coma. Eso era tan bueno para ser cierto, que probablemente tendría un gran lado malo.
Quizá Do KyungSoo tenía gustos extravagantes en la cama, quizá quería tener sexo rudo, quizá tras su faz calma había un hombre sádico, o quizá al revés, quizá muy masoquista. O quizá, al igual que él, sólo era otro hombre muy necesitado por contacto con alguien más que le hiciese saber que no estaban solos. Que siempre había alguien o algo más por lo que valía la pena vivir.
Quizá sólo era otra alma en pena durante las noches, buscando consuelo, buscando un cuerpo en el cual descargar su cansancio y frustraciones.
Tal vez KyungSoo, al igual que él, también estaba en busca de ese placer de hacerse de alguien tan diferente a sí mismo, de poseerlo por unos instantes y reafirmarse que hasta un joven como él, en sus veinte, con todas por perder y ganar, igual de atrevido y animado, de coqueto cuando así lo deseaba, podía fijarse en un hombre solitario. JongIn sabía que podía ser muy seductor cuando lo deseaba; sólo que la diferencia de estatus entre ambos, era tan extrema, que temía simplemente ser rechazado o repudiado, y así darse cuenta de que su idealización, había sido una completa farsa.
Porque, un joven como él, con una piel varios tonos más oscura, asoleada tras trabajar en el campo algunos años, con la tierra y el sol en todo su cuerpo, claro que hacían estragos; claro que hacían notarse esas diferencias a la hora de vestirse, cuando el dinero no alcanzaba para prendas nuevas, y sólo las ya usadas por primos era lo único a lo que podía aspirar como "nuevo". JongIn era seguro de sí mismo, y claro que se amaba, pero en ese mundo de apariencias, lo único que le quedaba para sobrevivir, era idealizar y desconfiar cuando todo era demasiado bueno.
Aunque KyungSoo parecía ser una excepción, porque bajo ningún motivo, le inspiraba desconfianza. Y quizá ese era el resultado de todo un mes viendo su buen trato y modales, cada vez que éste le saludaba tan amablemente y le sonreía como si en verdad, adorase verle sonreír en respuesta a él también. Como si en verdad estuviese contemplando su rostro con la misma devoción que él lo hacía.
Admirando el opuesto en cada uno, atrayéndose en un vaivén de miradas, de compra y venta, de intercambio de dinero en manos que ansiaban tocarse más de la cuenta. KyungSoo admirando las flores que daban vida a todo su puesto, y JongIn admirando como éste se dirigía hacia el hospital con sus flores, llevando un poco de aquella vitalidad y colores, que parecían perderse una vez se introducía en esas paredes frías y blancas, llenas de incertidumbre y pesar.
Ahí regresaba KyungSoo, sin el ramo naranja de narcisos, pero con una sonrisa que no podía contener. Y JongIn por su lado, no podía dejar de morderse su labio ansioso y nervioso, desconociendo lo que acontecería, pero queriéndolo ya.
—Tomemos un taxi —le sonrió KyungSoo con seguridad, tomándolo por la cintura y arrastrándolo hasta el cordón de la vereda—. Haz hecho rápido, ¿nadie te robará?
—A nadie le interesa robar flores frente a un hospital.
—La gente es capaz de robar tantas cosas, JongIn. No deberías ser tan ingenuo —le observó un instante, luego alzó su brazo para detener un taxi. En los pocos segundos que duró el estacionar, su cerebro trabajó veloz, y en cuanto KyungSoo le abría la puerta para dejarle pasar, él lo miró también por primera vez, con duda y desconfianza ante su destino—. Sube, ¿o te estás arrepintiendo? —consultó inquieto.
—¿Debería? ¿No sería muy ingenuo de mi parte subir a un auto con un extraño?
—Te he visto durante todo un mes. Y... No finjas que no insinuaste esto —entonó con reproche.
—¿Lo hice?
—¿Con cuántas personas más coqueteas?
—Con nadie más, eres el primero —murmuró igual de intrigado, adentrándose finalmente en el auto. No podía negar que estaba deseando aquella aventura.
Pero tampoco que todo estaba haciéndose en demasía, desconcertante, ¿tan obvias habían sido sus miradas para con KyungSoo? ¿Tan insinuantes habrían sido sus saludos? ¿Sus despedidas? Sus «¿cómo ha estado su día?», y eso si es que llevaba al extremo su amabilidad, sólo para mantener a su cliente favorito de las noches. Porque ante todo debía ser amable y considerado, le había dicho su madre, si querían mantener a los clientes y seguir teniendo una fuente de ingresos diaria.
Ningún comprador era seguro de por vida, había que manipularlos a veces, entre charlas y cuentos, retenerlos, contarles alguna historia o chisme, interesarse aún si era falsamente, sólo para que éste luego se sintiese siempre bienvenido y en confianza. Y claro que lo hacía con todos. No se trataba de un coqueterío barato, como KyungSoo estaba inquiriendo. Pero en verdad, tampoco recordarba más que sus simples compras de cada noche; y en su interior, creía absolutamente imposible olvidar el nombre de alguien que invadía su completo interés en el último mes.
Ahora que lo sabía, que lo conocía, lo retendría en su mente para siempre. JongIn ya no se sentía el vendedor de flores. Ahora era el comprador de sonrisas, esas que KyungSoo extendía cada vez que él le entregaba una flor extra cada noche, una que él mismo elegía según el aura que sentía emanar.
Una noche de liberador sexo, había sido el inicio de esa complicidad día tras día. El inicio de muchas cenas, de muchas noches de dormir en el hotel que en efecto, KyungSoo administraba en el centro.
La florería ahora durante las madrugadas descansaba, JongIn la atendía más por obligación durante las mañanas, cuando más gente visitaba el hospital. Durante la tarde, se iba a la facultad, y era como si el mundo dejase de existir. Porque lo único que existía en su mundo, en esas últimas semanas, era Do KyungSoo.
Do KyungSoo invadiendo su cuerpo por las noches, haciéndole sudar del placer, estremeciéndole en orgasmos. Haciéndole olvidar de quién era, o el propósito de su propia existencia.
Durante el tiempo que estaba con él, las flores podían marchitarse y con ellas, su verdadero ser. Consumiendo ese deseo, durante ese mes, podía olvidarse de los problemas, de su madre, de las peleas con su padre. No necesitaba regresar a su casa y afrontar la realidad. Esa cama, y ese cuarto en el hotel, eran toda su realidad y la amaba.
—KyungSoo, nunca te lo dije... —murmuró mientras era abrazado con fuerza por la espalda.
Las manos firmes de KyungSoo acariciaban su desnudo abdomen tras haberle hecho eyacular en unas sacudidas; ahí en el lecho, bajo su cobijo, se sentía protegido de cualquier locura de la que se sintiese propenso a cometer. Pero lo cierto era que en esos instantes, las locuras eran lo último en lo que podía pensar con claridad; su mente ya estaba otra vez nublada en olas sofocantes del placer.
—¿Qué JongIn?
—Tengo miedo...
—¿De qué?
—De que al regresar... mi madre pueda estar muerta —confesó aferrándose al brazo sosteniéndole.
—¿Cómo dices eso?
—Mi padre está loco... Muy loco —se giró a contemplarle con los ojos lagrimeantes—. Ya le ha pegado varias veces, y yo a él. Pero él es más fuerte...
—JongIn... No puedes escapar de ello, tienes que denunciarlo.
—Ayúdame, por favor... —pidió hundiendo su rostro en el torso que había besado minutos atrás al montarse en su entrepierna, comenzando a mecerse nuevamente, sabiendo que aquello haría delirar a KyungSoo, y tal vez... lograría hacerlo acceder más rápido.
—Dile a tu madre que venga al hotel, por la mañana... Ah —jadeó cuando volvió a montarse, dejándose penetrar nuevamente—. Le daré una habitación...
—Sabía que eras un buen hombre, KyungSoo... —besó sus labios, dejándose llevar también por la excitación, por segunda vez en esa noche.
Quizá, creyó tener las riendas por ese momento. Quizá, creyó demasiado rápido en KyungSoo. En que todo estaría bien, y se resolvería. Pero nada lo estaba. Claro que su madre nunca iría hasta el hotel. No era eso lo que necesitaba. Tal vez sólo necesitaban un poco más de tiempo.
KyungSoo tenía que confiar plenamente en JongIn. Así como JongIn ya ciegamente, creía en KyungSoo.
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