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Capítulo 10

Samanta

Hoy es un día importante.

Hoy empiezo un camino, pequeño, pero es un camino para mi cambio. Tengo una entrevista de admisión en una de las mejores universidades de la ciudad a la cual apliqué para poder estudiar mi carrera en medicina y una vez concluida esta entrevista tengo otra más en una heladería para un empleo formal. La heladería cuenta con veinticinco sucursales en el país y el gerente de la que queda en la 6ta Avenida está buscando una persona con conocimientos contables para que ayude a manejar las cuentas. Es bueno que en mi colegio te graduaras como técnico contable y que continuara un módulo más en el instituto comunitario y ahora tenga un título acreditado por una institución reconocida.

El salario es bueno, al igual que el horario. Solo me necesita cuatro horas, tres días a la semana. Teniendo en cuenta que las clases en la universidad son todas en la mañana, podría trabajar aquí en la tarde y con Soraya en las noches. No tendré mucho tiempo libre, pero haré lo que sea para cambiar mi vida.

Quiero ser médico y también quiero dejar de hacer lo que hago hoy en día. Todavía no puedo dejar de trabajar en lo otro, necesito el dinero, pero espero que poco a poco pueda salir de ello, con lo que ganaré en la heladería puedo disminuir las horas en mi otro trabajo y así tendré menos dependencia de la "generosidad de Soraya".

Camino la última cuadra hacia mi destino con una sonrisa en mi rostro y mi corazón lleno de esperanza. Sé que seré admitida, me fue muy bien en el examen, sólo espero caer en gracia de la persona que va a entrevistarme. Justo en la puerta de la oficina de admisiones, cierro los ojos y hago una pequeña oración:

—Dios, sé que es mi responsabilidad aprobar estas entrevistas, pero por favor, si todavía me quieres... Ayúdame. No te pido nada más, sé que no soy digna de pedir tu ayuda, pero conoces mi corazón y sabes que hago esto para poder ser una mejor persona y ganar de nuevo el respeto por mí misma que ya he perdido. Ayúdame, por favor, te lo ruego.

****

La enorme sonrisa no se ha ido de mi rostro.

Me siento como si caminara en las nubes. Esta es la mejor sensación que he tenido en un largo, muy largo tiempo. Siento que he abonado un poco a la deuda que tengo conmigo misma y que un poquito de libertad me abraza.

Fui aceptada, en ambas entrevistas.

¡Sí!

En mi mano llevo los folletos de la universidad. La verdad es que pensé que tardarían días en comunicarme si había sido aceptada o no, pero sólo tomó una hora. Una larga hora de espera junto a tres personas más. Todos pasamos. No sé si fue por lo que dijo uno de mis futuros compañeros: "que se inscribieron muy pocas personas a la carrera y la universidad necesitaba mantener el mismo número de inscritos para poder continuar su programa de medicina, debido a los altos niveles de deserción universitaria y ausentismo", o si es fue porque todos caímos en gracia. Pero entré y eso es lo que realmente importa para mí.

¡Voy a ser médico!

Y como un gran bono, tengo empleo. Dios tuvo que haberme escuchado, de las cuatro personas que estaban citadas para la entrevista nos presentamos dos, la mujer que también estaba detrás de mi puesto, a pesar de estar muy bien preparada y contar con unos años de experiencia en el campo no logró pasar la prueba de conocimiento con la que nos evaluaron. No sé si estaba muy nerviosa, pero una vez que ambas terminamos, a nuestro entrevistador le tomó sólo quience minutos decidirse.

—¿Cómo te fue? —pregunta ansiosa Margot, una vez cruzo la puerta de mi casa.

Sonrío y corro a abrazarla. —Lo hice. Estás viendo a la nueva estudiante de medica de la Universidad Laspriella y empleada de Dulce Locura.

—Oh Dios mío, niña. La gloria sea del todopoderoso —exclama y palmea mi espalda—. Estoy muy orgullosa de ti. Te felicito mi querida.

—Gracias, esto es muy importante para mí.

—Lo sé. Te dije, Dios aprieta, pero no ahorca.

—¿Mamá está tomando su siesta?

—Sí. Después de almorzar se recostó un rato. Dentro de una hora hay que despertarla para que tome su medicina. ¿Ya comiste?

—Gracias Margot. Voy a darme una ducha y luego como algo.

Asiente y regresa al sofá para ver la televisión, reviso a mamá en su cama, duerme profundamente, beso su mejilla y le susurro que la amo. En el baño me relajo un poco, dejo que el agua fría golpee mi espalda y cierro los ojos. Agradezco a Dios por la oportunidad que me brinda y hago promesas a él y a mí misma de no echar a perder esto.

Una vez que he terminado de vestirme, regreso a la sala donde Margot me espera con un plato de espaguetis y carne asada. Me siento a comer a su lado y mientras ella sigue viendo la televisión, aprovecho para leer el libro que compré hace unas semanas. Me lo recomendó una compañera del trabajo, Patricia, dijo que el libro la ayudaba a soñar con algo mejor. Es una novela erótico-romántica de una escritora en auge.

No soy mucho de leer novelas eróticas o románticas, soy más de fantasía y esas cosas, pero Patricia ha estado preguntándome si ya la leí, así que aquí estoy.

****

El calor y el hambre me despiertan. A pesar de que realmente me enganché con el libro, me quedé dormida y por los números a los que apuntan las manecillas del reloj, me pasé la hora de la cena.

Mi estómago retumba y me levanto de la cama decidida a hacer algo al respecto. Margot ya debe haberse ido, pero se aseguró de arroparme con una manta antes de hacerlo. Voy a revisar a mamá y la veo en su cama viendo la televisión, me mira y me da su media sonrisa, me acerco y la abrazo, beso su cabeza y después de decirle que pausaré la película para verla en un momento con ella, voy a la cocina y encuentro la cena empacada para mí y al arrojar el papel de aluminio a la basura noto que está a rebosar.

Son casi las diez, justo la hora en la que el camión pasa. Sino la saco de inmediato, tendré que quedarme con la basura un par de días más. Mirando con anhelo el plato de fideos y arroz, tomo la bolsa y me dirijo al contenedor. Salir a esta hora a arrojar la basura me da pánico, primero, el contenedor queda en el pequeño callejón al final del estacionamiento y los apartamentos, además de que detrás hay un gran lote abandonado; segundo, no tiene ningún tipo de iluminación excepto por la tenue luz que se filtra de las ventanas de los apartamentos del último bloque; y tercero, es el lugar favorito de los jibaros para traficar, de los borrachos para hacer sus necesidades fisiológicas cuando no pueden llegar a sus propias casas y cuarto, es el lugar favorito para los idiotas que quieren partirse la madre unos a otros.

A ninguno de los residentes nos ha pasado algo ahí, es curioso que la mayoría de los problemas de el callejón de basura sea entre gente aledaña y no a nosotros, pero realmente prefiero no presenciar en ninguno de los escenarios mencionados anteriormente. Es por eso por lo que apenas y veo una de las esquinas del contendor, arrojo la basura sin importar donde caiga y retrocedo a la seguridad de mi casa.

—¡Déjame en paz!

Me detengo apenas y escucho la voz de la mujer y lo que parece ser un golpe.

—¡Maldita zorra! Te pagué por esto. —La voz iracunda del tipo me hace encogerme un poco de miedo. Ya he escuchado esas palabras antes.

—¡Y yo te dije que al diablo!

Otro golpe. Trato de bloquear los siguientes sonidos del callejón y ordenarles a mis piernas que vuelen hasta mi casa. En ese callejón día a día suceden infinidad de cosas, cosas que no tienen nada que ver conmigo y que será mejor que no interrumpa sino quiero meterme en problemas.

Pero mis malditas piernas no colaboran y los sonidos del callejón se vuelven más fuertes a mis oídos, especialmente cuando la mujer grita por ayuda y ruega.

—¡No me toques, no, no, no!

Mierda, mierda, mierda.

Por fin mis piernas colaboran, pero se unen al resto de mi cuerpo y en vez de correr hacia mi casa, me agacho y termino asomándome hacia el bendito callejón. Hay una sombra enorme que se retuerce contra la pared, otra vez la voz de la chica suplicando y al del hombre gruñendo y siseando. La sombra se sacude y entonces puedo ver dos figuras oscuras, una más pequeña que la otra, y por la forma en que ambas se sacuden, es un fuerte forcejeo.

¿Qué carajo hago?

La mujer sigue gritando y el hombre le gruñe feas palabras. Miro frenéticamente a mi alrededor buscando algo que em ayude a defendernos. Y digo defendernos porque es obvio que una vez interrumpa su disputa yo también seré objetivo del tipo.

Lo único que hay a mi alrededor son bolsas de basura, decido tomar una en cada mano y rezar porque el tipo salga corriendo al pensar que podrá contraer alguna enfermedad por tener basura sobre sí mismo.

Sí, claro.

—¡Oiga! Déjela en paz. —Intento que mi voz suene poderosa, segura, fuerte, mientras me adentro un poco en el callejón, no debo alejarme mucho de mi vía de escape.

—Siga su camino, metiche —responde el hombre, en tono de burla.

—¡Llama a la policía! —grita, casi sin aliento, la mujer.

Me adentro sólo un poco más y es cuando veo, gracias al pequeño reflejo de la luz de algunas ventanas, el rostro de la mujer.

—¿Laura?

—¿Sami?, Sami ayúdame, llama a la policía, rápido.

—Tú no vas a hacer eso —me grita el hombre una vez que le da una cachetada a Laura—. Y tú mejor te quedas callada y dispuesta. Me debes y vas a pagarme justo ahora, o llevaré esto dentro de tu casa, donde duerme tu pequeño.

Mis ojos se abren en su totalidad y por fin recuerdo las bolsas en mis manos, con fuerza, arrojo una a lo que creo que es su espalda.

—¿Qué mierda?

—Suéltala —Amenazo, levantando la otra bolsa que es un poco más pesada, ojalá contenga botellas de vidrio.

El tipo se ríe y concentra toda su atención en mí, olvidando a Laura. Furioso y resoplando, frota la parte de su cabeza donde la bolsa de basura lo golpeó, para luego dar un paso hacia mí y amenazarme.

—Vas a aprender lo que le pasa a las metiches.

No soy muy lista en situaciones de peligro, eso lo he notado, antes y ahora que, en vez de correr por mi vida, permaneciendo impávida ante este hombre, le permito que se acerque a mí y me empuje fuertemente. Suelto un chillido cuando mi trasero golpea el suelo fuertemente, eso duele, no importa que tenga buena nacha de amortiguador, igual dolió.

El tipo se alza sobre mí y prepara su mano para golpearme, sus ropas desprenden un fuerte olor a licor y me percato de que está ebrio y furioso. Su mano se levanta, entonces una bolsa de basura vuela hacia él y lo golpea, sorprendida, veo como Laura no se detiene y busca otra para arrojársela mientras grita por ayuda.

—¡Llamen a la policía! ¡Ayuda!

Su voz me saca de mi estupor y me arrastro en mis pies y rodillas hasta el contenedor de basura, aprovechando que el hombre se vuelve hacia Laura. Tomo la bolsa más cercana que huele espantoso y me escudo se al arrojo, bolsa tras bolsa es arrojada al tipo, algunas se abren apenas y lo golpean, derramando su asqueroso contenido sobre él y sobre el suelo.

El tipo, que intenta sacudirse los desperdicios, ahora se ve mucho más enojado que antes, profiere una cantidad de maldiciones que haría llorar al cristo redentor, no se da por vencido y nos mira, dejándonos ver sus deseos de lastimarnos por esto. Mete la mano bajo su camisa y saca una navaja. Una navaja de tamaño considerable. Entro en pánico.

—¡Tiene un arma! —chillo y miro a Laura que sigue tirándole cosas y devolviendo cada una de sus maldiciones.

—¡Vete, maldito hijo de puta!

Realmente no sé cómo sucede lo siguiente, a veces creo que simplemente soy propensa a los accidentes o soy un imán de los golpes, pero, en un minuto estoy tratando de arrojar basura hacia el tipo que retenía a Laura, y al siguiente, recibo un duro golpe en el rostro que me tira contra el contenedor de basura.

Un jadeo ahogado sale de mi boca, mientras una mano me toma de mi brazo y tira de mi hacia arriba.

—Maldita zorra. Voy a cortarte la garganta —gruñe el hombre en mi oído y me paralizo. Laura lo mira iracunda pero su mano se detiene de arrojarle nuevos desperdicios cuando el cuchillo se apoya en mi garganta.

Muerdo mi labio que empieza a temblar, las lagrimas comienzan a nublar mi visión y dejo de ver claramente la angustia y la rabia en los delicados pero cansados rasgos de Laura. Ella debe hacer algún movimiento, pues el borracho que amenaza con abrirme el cuello le advierte que no lo haga y le exige que le pague, sólo así me soltará y dejará en paz a Oliver.

En esos segundos me permito reprenderme a mí misma por siempre ponerme en estas situaciones, por no seguir mi instinto de supervivencia; si fuera más sensata y menos impulsiva y curiosa, no me encontraría con un frío cuchillo en mi garganta esperando y rezando a los cielos que el brusco pulso del borracho no se equivoque y termine cortándome.

—¿Te vas a mover o le corto el cue... ¡Mierda! —nuevamente soy arrojada al piso, sobre mis manos y rodillas. Asustada, me vuelvo hacia el borracho que patalea y chilla como un animal herido y asustado—. ¡Quítenmela!

Él sigue pataleando, chillando y saltando. Laura me mira y me pide que corra, pero antes de que ambas podamos movernos una enorme rata desciende de la pierna del borracho y las luces de la policía nos anuncian que por fin ha acudido la ayuda.

Estamos a salvo, gracias a una rata y a quién quiera que llamó a la policía.  

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