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Capítulo 5: Encuentros del pasado y del futuro

Barcelona; Universidad de Bellas Artes

Dejó caer el carboncillo repentinamente sobresaltando a Lucía, su compañera de clase, de piso y además, mejor amiga. Esta dejó el trazo a medio empezar, y miró a su amiga con el rostro lleno de preocupación.

Ruth Ugena recostó la cabeza sobre el papel A2 apoyado en su caballete. El dibujo apenas estaba comenzado, por lo que no lamentó el mareo y lo que este había provocado.

―¿Estás bien Ruth? ―preguntó Lucía apoyando su mano izquierda sobre su espalda.

Ella asintió con la cabeza y observó a su amiga ladeándola e intentando sonreír. Lucía le devolvió la triste sonrisa y miró al frente, donde el modelo de la clase de hoy la observaba preguntándole sin palabras qué ocurría. Ruth todavía no podía creer que a Lucía no le importara que su novio fuera modelo desnudo de dibujo artístico. Mucho menos que lo fuera en su clase. Pero Lucía no era una chica normal. O eso pensó siempre Ruth. Cualquier cosa que a otro podría molestarle, a ella le era indiferente. Eso sí, tenías que ir con cuidado, porque le molestaban cosas que seguramente jamás creerías que pudieran hacerlo.

―No entiendo cómo puedes hablar con él tan campante cuando está desnudo delante de todos nuestros compañeros de Universidad ―comentó Ruth ocultando el rostro en la hoja de papel prácticamente en blanco.

―Técnicamente no estamos hablando ―objetó. Ruth dejó escapar una pequeña risa por debajo la nariz.

― Bueno, al menos está de buen ver. Eres una mujer afortunada, Lucy. Con ese cuerpazo, creo que es normal que no te importe que lo exponga. Apuesto a que muchas te tienen envidia.

Lucia acompañó su risa, sofocándola detrás de su mano. Y utilizó esta misma para sacudirla en dirección de Javier, su novio, restando importancia a lo sucedido.

―Dudo que tú tengas problemas en encontrar a uno, Ruth. Eres preciosa.

La aludida cerró los ojos y sonrió mientras negaba con la cabeza, señalando sin decirlo que su amiga no tenía remedio. Siempre decía ese tipo de cosas, y había aprendido a no contradecirla. Era la mujer más terca que había conocido nunca.

Minutos más tarde, recogió el carboncillo del suelo y se levantó de su sitio sin decir nada. Lucia enarcó una ceja, preguntándole qué ocurría. Ella le hizo un gesto tranquilizador. No era la primera vez que Ruth salía de una clase alegando dolor de cabeza, pero no por eso Lucia se preocupaba menos.

Como ya era habitual, el profesor le dedicó un instante de atención. A diferencia de Lucy, el profesor Hidalgo se había acostumbrado muy eficientemente a sus mareos.

El pasillo desierto reconfortó sus nervios. No había sentido esas sensaciones, tan poco parecidas al mareo y muy semejantes a fuertes intuiciones o presentimientos, hasta que se independizó y se marchó de Tarragona para irse a vivir a Barcelona con Lucy. Y todas eran por culpa de Toni. Su hermano gemelo era como parte de ella. Siempre fue así. Todo lo que le pasaba a él, ella lo sabía. Lo sentía en lo más profundo de su ser. Y desde que se separaron la sensación había aumentado tanto que llegaba a dolerle.

Sacó su teléfono móvil del bolsillo y vio la última conexión de Toni a las 8:15 a.m. No tenía cobertura, como era de esperar. Cada vez que se sentía de ese modo Toni jamás estaba disponible, lo que lograba que su malestar fuera en aumento.

Él no lo sabía, pero Ruth no se conformó con las simples explicaciones de que tenía un nuevo trabajo que lo mantenía ocupado. Había investigado. No por internet, algo que resultó ser inútil, sino en su casa. La última vez que fue de visita, Ruth había trasteado su teléfono. No había nada relevante, salvo un número de teléfono catalogado con la letra N, únicamente.

― Vamos... contesta ―dijo mirando por la ventana y el teléfono móvil en la mano. Una voz al otro lado la animó―. ¡Norma! Soy Ruth.

Sí. Encontró el número de Norma, una de las encargadas de su empresa. Se mostró recelosa al principio, pensando que se trataba de su novia. Cambió de actitud cuando descubrió que era su hermana. Y no una hermana cualquiera, sino su gemela. No terminaba de entender porque era tan considerada ahora, después de contarle los presentimientos que tenía y que necesitaba saber que Toni estaba bien, pero no le importaba.

―¿Está Toni bien?

El silencio antes de una escueta respuesta la puso en alerta.

―Creo que deberías venir, Ruth. Es importante.

Londres, 1775

El viento azotaba la lluvia con tanta fuerza que parecían millones de agujas clavándose al mismo tiempo sobre su rostro. Agachó la cabeza, ocultándola con la capucha de la casaca de cuero especial para ocasiones así. Coral lo seguía, enfundada en unos pantalones bombachos de finales del siglo diecinueve. Eran poco adecuados para la época, pero pasaban desapercibidos tras la tormenta, y ocultos debajo de su propio abrigo de piel.

Pese al sonido de los truenos y la lluvia, Toni podía percibir cada sonido a su alrededor si prestaba atención. Tal vez por su instinto era porque lo habían reclutado. No se le ocurría otra posible razón.

El viento cambió de repente, trayendo un chapoteo distinto y haciendo frenar los pasos de Toni repentinamente. Coral chocó contra su espalda, y reculó dos pasos en el fangoso suelo.

―¿Qué sucede?

―Oigo pasos ―aseguró―. Van muy deprisa. Tal vez sea él ―comentó observándola de reojo. Coral se tensó.

No obstante, si así era, algo más llamó la atención del muchacho. Coral se mantuvo atenta también, confirmando sus sospechas de que alguien corría a gran velocidad cerca de ellos. Entonces lo escuchó.

― Son dos ―sentenció segundos antes de que apareciera una silueta menuda de entre la espesura del bosque.

Toni dio un paso atrás, logrando que Coral hiciera lo mismo. Y entonces alguien más acompañó los pasos de la joven que acababa de detenerse frente a ellos con el rostro oculto tras una capa negra.

Coral se volvió lívida de golpe, y Toni frunció el ceño.

Lord Jeremy Collingwood.

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La joven oculta por la capucha negra alzó las manos dejando el brazo parcialmente encarnado al descubierto. Toni tragó con fuerza. No sabía qué era esa criatura, pero no era un VENCUS, de eso estaba seguro. El manto negro dejó al descubierto un rostro de granito perfecto, de labios rojos, nariz insolente y ojos grandes y tan azules como el mar en un día despejado. No fue el color, sin embargo, lo que sorprendió a Toni y lo que reveló la identidad de la criatura. Las lágrimas secas en sus mejillas la delataban.

Un Alma en Pena.

Coral respiró entrecortadamente al ver a la joven. Pero no fue la única razón. El VENCUS estaba sometiéndola a un minucioso examen, evaluándola con curiosidad. El odio y rencor era palpable en su mirada aunque bien podía tratarse de un reflejo de la suya. Y antes de que su compañero o ella misma pudieran reaccionar de algún modo, la joven que había revelado sus ojos llorosos y su cabello oscuro, emprendió de nuevo la carrera, velozmente y con los ojos clavados en ellos.

Toni reaccionó por instinto, apartando de un empujó a Coral e intentando retener a la mujer de pálida piel. La fuerza que ella demostró dejó realmente sorprendido a Toni, que intentaba evitar los dientes afilados de la joven como le era posible. Fue Coral Ribot quien se la quitó de encima al sacar su bracamarte, deshaciéndose de paso del VENCUS, que siguió el camino del Alma en Pena al atacar a Toni.

Coral Ribot alzó de nuevo el bracamarte en dirección al VENCUS, que reculó evitando el arma que amenazaba con partirlo por la mitad. Toni, que pudo incorporarse y sacó sus dagas Katar cuando dejó de tener las palmas contra el suelo, evitó otra vez al Alma en Pena, insistente en matarlo.

Sus ojos se centraron en su compañera, ocupada con el VENCUS pero pendiente de él al mismo tiempo. Con esos seres no tenía problemas, pero esa mujer era algo distinto. Y Coral no podía preocuparse, además de por su seguridad, por la suya propia.

―¡Puedo con ella! ¡Ocúpate del VENCUS, señorita Ribot! ―le aseguró antes de salir corriendo para alejar al Alma en pena de ella.

Sin saber muy bien por qué razón estaba tan seguro de la reacción de la criatura, ella lo siguió. Sonrió complacido y a la vez aterrado, perdiéndose en el bosque.

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Coral Ribot dio una nueva estocada de su arma, alejando al VENCUS lo suficiente para poder dedicarle unos segundos al muchacho que acababa de salir corriendo perseguido por la joven Alma en Pena.

Que se alejara no consiguió que se sintiera más tranquila, más bien todo lo contrario. Esos seres eran más peligrosos que los VENCUS. Mucho, muchísimo más.

― No has perdido el estilo, veo que has estado practicando en estos cincuenta años ―comentó él. Coral blandió de nuevo el bracamarte, al mismo tiempo que el VENCUS desenfundaba su propia espada.

―Cinco, en realidad. Y sí, he practicado ―gruñó sustituyendo la frialdad por desprecio y odio.

El ser atacó con fuerza, pero no la suficiente como para que la lucha decantara en su favor. Parecía estar blandiendo la espada de modo que solo fuera un juego, una forma de pasar el rato mientras hablaba. Eso la enfureció.

―¿Y por qué tanto esfuerzo? ―preguntó con sorna. Ella embistió con tanta fuerza que consiguió que la espada, débilmente sujeta por su propietario, saliera volando y clavándose a los pies de un árbol grande.

―Para poder matarte.

Jeremy, Lord Collingwood enarcó una ceja, lejos de sentirse realmente amenazado.

―¿Crees que conseguirás hacerlo esta vez? ―se mofó―. ¿O huirás de nuevo como una cobarde?

Coral se puso roja de furia contendida, y con toda la rabia que tenía en su interior, blandió la espada tan veloz y con tanta fuerza como le fue posible. Jeremy Collingwood evitó el ataque sin problemas, pero su rostro se desencajó un poco al percibir el rencor en el movimiento.

―¡Yo no hui! Fuiste tú el que se marchó, el que se rindió. ¡Fuiste tú el cobarde!

El VENCUS dejó escapar una carcajada, y ante su asombro, no hizo amago de correr hacia su arma y volver a atacar.

―¿Qué yo hui? ¡Eso es algo que no he hecho nunca! En cambio tú... ―esbozó una sonrisa―. Tuviste la oportunidad de matarme ese día, pero te aseguro que no volveré a ser tan confiado.

― ¡No será necesario! Soy plenamente capaz de matarte sea como sean las condiciones.

Jeremy esquivó una nueva estocada y sacó un cuchillo, de no más de un palmo de largo, y con fuerza la desarmó. Coral, furiosa, se abalanzó cegada por la ira. El VENCUS, en lugar de finalizar la pelea clavándole el cuchillo o degollándola, la aplacó contra un árbol, reteniéndola con su cuerpo e inmovilizándola con el arma en el cuello. Coral Ribot se quedó quieta, dedicándole una mirada de odio mientras respiraba entrecortadamente.

― Eres una víbora mentirosa. Os jactáis que somos nosotros los monstruos, pero tú serías capaz de matarme a sangre fría ahora mismo pese a lo que pasó, yo en cambio, tengo la punta afilada de un cuchillo sobre tu cuello y todavía no puedo hacerte daño.

―¿Quién miente ahora? ―gruñó. Jeremy apoyó la cabeza en su hombro, pero no retiró el arma.

―Realmente pensé que me amabas ―se lamentó―. Pero no te preocupes, no volveré a cometer ese error.

― Lo superarás ―se burló amargamente.

Jeremy Lord Collingwood la escudriñó con cautela. Podría matarla. Estaba seguro de que era eso lo que debía hacer. Pero el dolor, la frialdad y la angustia en sus ojos se lo impidieron. No era un deber lo que estaba llevando a cabo, conocía esa mirada lo suficiente como para reconocerla. Era una venganza.

―¿Qué te ha pasado? ―Coral ofreció su cuello con orgullo, sin miedo. Y una única lágrima surcó su rostro desconcertando al VENCUS.

―Me destruyeron. Y a diferencia de tus heridas, las mías no se cerrarán jamás ―Lo miró desafiante, segura de que iba a morir. Como debió hacerlo cinco años atrás―. Mátame, Jeremy. Lo estás deseando.

Jeremy Lord Collingwood apretó el cuchillo en su mano resbalosa por el agua que seguía cayendo del cielo. Apretó los dientes sin retirar los ojos de los violáceos de ella. Y en lugar de clavar la hoja en su cuello y deslizarlo para degollarla, lo que deslizó fueron sus labios sobre los de ella. En un beso abrasador y furioso que contenía una pasión reprimida durante cincuenta años.

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Toni Ugena jamás había corrido tan rápido como lo estaba haciendo en esos momentos. A pesar de que le ardían las piernas, la mujer que lo seguía continuaba pisándole los talones. Si al menos recordara qué eran las Almas en Pena exactamente, sabría cómo matarla o combatir contra ella. Por desgracia, era tan malo estudiante como buen guerrero.

La mujer consiguió alcanzar su casaca, rasgándola de arriba abajo con unas uñas largas y afiladas. Toni la esquivó a tiempo de que esas uñas lograran herirle a él.

―¡Maldita sea! ¡Me gustaba esta chaqueta de cuero!

El torrencial lo caló enseguida cuando se despojó de los trozos de tela que habían quedado inservibles. El Alma en pena, lejos de reflejar otra cosa que una decisión imparable, volvió a abalanzarse sobre él. Toni la esquivó de nuevo, y contraatacó con sus dagas Katar sin resultado alguno. En lugar de cortar a la mujer, su piel rompió la daga.

―¿Pero qué...?

La mujer alzó las uñas e hizo crecer la hilera de dientes afilados. Como una bestia de la noche, se abalanzó a por su presa con los ojos rojos en lugar de azules. Toni sacó ambos cuchillos curvos, lanzándolos hacia un árbol de troncos grandes. La rama más gruesa se cortó como la mantequilla y cayó sobre la mujer con fuerza. Toni se alejó tanto como pudo, recogiendo sus dagas y volviendo a guardarlas. Cuando la mujer volvió a alzarse, él ya empuñaba su wheellock, encañonándola y utilizando la única carta que le quedaba.

Lorenzo solía saber lo que se hacía. Tal vez era por ella que le había recomendado la pistola antigua con balas con extracto de piedra volcánica. Era arriesgarse mucho, lo sabía, pero los cuchillos no franqueaban la piel de ese ser. Tal vez la bala de fuego lo hiciera.

―¡Basta! ―gruñó. La mujer precavida, vio el arma y no lo atacó―. Es una Wheellock cargada con balas de lava fosilizada, precalentada en el cañón antes de salir. Puede que los cuchillos no te hagan nada, pero si quieres, podemos probar qué tal te sienta esto.

La mujer apagó sus ojos rojos, devolviéndolos al azul natural. Perdió la posición de ataque, y su rostro adquirió la semejanza más humana que jamás había visto. Ladeó ligeramente la cabeza, mirándolo confusa.

― ¿Quién eres? ―preguntó con voz clara.

―Eso debería preguntártelo yo, ¿no te parece? ―apuntó sin bajar la wheellock―. ¿Por qué quieres matarme?

―No lo sabes... ―susurró con confusión.

― ¿No sé el qué?

La joven se dio la vuelta sin dejar de murmurar para sí. Su actitud logró inquietarlo y desquiciarlo al mismo tiempo. ¿Por qué todos se empeñaban en hacer eso?

―Eres un Alma en Pena, ¿verdad?

La mujer se dio la vuelta al instante, clavando esos mágicos ojos azul eléctrico en los suyos, de un azul más común.

― ¿Y tú qué eres? ―preguntó a su vez. Toni no vaciló el arma, ahora más seguro de lo que ella era y cómo protegerse de sus garras.

― Soy un guerrero. O algo así. Destruyo a los VENCUS. ―Luego la señaló elocuentemente con el arma―. Lo cual debería ser bueno para ti, si no me equivoco. ¿Los VENCUS son enemigos tuyos, no?

―¿VENCUS?

―Los seres que te han matado. Los que se quedan con el alma de los humanos.

El Alma frunció ligeramente y elegantemente el ceño.

―¿Matas a los monstruos? ―La sorpresa en su voz era tan evidente que lo confundió.

― ¿Acaso no haces tú lo mismo? ―Ella sonrió. Toni se sorprendió que pudiera ser más hermosa al sonreír.

― Yo solo mataré a uno de ellos. El que me mató. Para recuperar mi alma. ¿Tú por qué los matas?

―Es mi trabajo ―aseguró. Ella frunció el ceño con desconcierto.

―¿Tu trabajo es matar?

―Son monstruos. Tú lo has dicho.

―Son monstruos para mí, porque ellos me mataron. ¿Ellos te han matado? ―Toni se burló alzando una ceja con descaro.

―¿Ves que esté muerto? ―Ella avanzó un paso, con el rostro inocente.

―¿Entonces, acaso eso no te convierte también en un monstruo? ―Toni enrojeció ante sus palabras.

―Ellos han matado a millones de los nuestros.

―Y tú a millones de los suyos ―contestó descaradamente.

―¿Por qué los defiendes? ¿No fueron ellos los que te mataron?

― Solo uno de ellos lo hizo. No castigo a todos por la acción de uno solo. Tú, en cambio, castigas a todos sin que ninguno te haya hecho nada.

Toni sacudió la cabeza, intentando deshacerse de esas desconcertantes palabras.

―Eso no contesta por qué intentas matarme ―ella sonrió.

―Tal vez sí.

Y antes de que pudiera preguntarle nada más o siquiera disparar su wheellock, ella se alejó tan deprisa que apenas pudo ver por donde se marchaba. Dejándolo solo con millones de preguntas más además de muchísimas dudas.

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