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Capítulo 4: Alma en pena

Londres, 1775

La lluvia caía sin cesar sobre las calles desiertas de Londres. La oscuridad de la tormenta daba aspecto de negra noche. Era extraño ver a alguien paseando por el exterior. Ni siquiera las calesas se atrevían a circular por los caminos. Tan solo la luz de los rayos iluminaba las casas oscuras por el agua y las negras nubes.

Aun así, ni la tormenta, ni la oscuridad, ni los rayos parecían afectar al hombre que paseaba tranquilamente más allá del rio Támesis. Permanecer en casa no era una opción para él. Su instinto corría lejos de las cuatro paredes de un hogar. Era una criatura libre, y el frío, la lluvia y la oscuridad no era algo de lo que debía esconderse. Se sentía cómodo bajo las gotas de agua cayendo del cielo. Y aunque no hubiese sido así, sus propias preocupaciones lograban aislarlo lo suficiente como para prestar atención a nada más.

Había regresado. Después de cincuenta años, había regresado para terminar con él. Recordaba perfectamente la última vez que la vio. Recordaba a esos seres del futuro, dispuestos a terminar con su gente para siempre. Y sabía perfectamente que volverían. Nunca olvidaban. El tiempo transcurría de forma distinta para ellos, el pasado, su pasado, podía ir tan rápido o tan lento como quisieran. Así que no era extraño que lo hubiesen sorprendido. Esperaba su llegada, pero no sabía cuándo iba a suceder.

Por fin. Al fin. La espera había terminado.

Lord Jeremy Collingwood, cuarto conde de Strathmore era considerado uno de los más antiguos VENCUS existentes. Hace años, su importancia le precedía. Un alto rango en la aristocracia humana, y uno superior entre su gente. Las cosas habían cambiado cincuenta años atrás, cuando Coral Ribot y su gente habían llegado a su mundo para desmoronarlo por completo. Y lo había perdido prácticamente todo. Incluso su hogar era considerado una leyenda de fantasmas y almas atormentadas. Su título, aunque elevado, ya no estaba tan bien visto.

Aminoró la marcha, saliendo por fin de sus tormentosos pensamientos. Alguien lo estaba siguiendo. Había sentido su presencia desde que la lluvia hizo a su persecutor más valiente creyendo que no iba a reparar en su presencia. Por desgracia para él, aunque todos los seres existentes conocían su caída, seguía siendo el VENCUS más antiguo existente. Y el más experto. Si albergaba alguna ventaja a su antigüedad, era el tiempo. Tiempo para perfeccionarse. Para ser el ser más letal.

Intentó averiguar quién o qué estaría siguiéndole. Y por qué razón. Podría tratarse de un humano. Muchos de ellos sentían cierta envidia y celos por el interés que mostraban sus mujeres en él. No era extraño. Durante años, Jeremy Collingwood había desarrollado un modo mucho más eficaz y sencillo de alimentarse. Las mujeres viudas no eran reclamadas por nadie, pero podían suponer habladurías si desaparecían. Pero los hombres, borrachos o de mala reputación, eran una buena opción. Nadie los echaba en falta, y si así era, sería más probable que se sintieran agradecidos de su desaparición. Y la peligrosidad que Lord Collingwood desprendía, atraía a muchas mujeres de alta sociedad, aburridas de sus esposos pomposos y las fiestas insípidas.

También podría tratarse de uno de los suyos, resentido por algún motivo que prefería olvidar.

Pero ninguna de ambas opciones parecía la acertada. El ser se desplazaba demasiado deprisa para ser un humano. Y con demasiado sigilo, incluso para él, como para tratarse de alguno de los suyos. Se trataba, sin duda, de otra cosa.

Se detuvo para que lo alcanzara. Fuera quien fuese, no temía que intentara matarlo. Había muy pocas cosas que pudieran hacerlo. Pero quien lo perseguía, no se descubrió. Se paró en el mismo instante que lo hizo él, y en lugar de abalanzarse para un imprudente ataque, se dio media vuelta y salió corriendo.

Lord Jeremy Collingwood apretó los dientes lleno de frustración. Le habría ido bien que lo atacara, tenía ganas de darle una paliza a alguien. Descargar la irritación y la adrenalina. Así que, siguiendo su instinto, giró en redondo y se apresuró a seguir al intruso.

Consiguió verlo instantes más tarde, corriendo delante de él bajo la lluvia con una agilidad sorprendente. Antes solo era una suposición, pero ahora estaba seguro; ese ser no era humano, ni un VENCUS. Su velocidad lograba retarlo. No era alto, mucho menos corpulento. Cubría su cuerpo con una capa negra que ocultaba su cabeza y ondeaba por detrás esparciendo múltiples gotas de agua que cayeron sobre su rostro. Lord Collingwood se limpió las gotas con la manga de su casaca mojada, y unas pocas mancharon sus manos desnudas. Pero no fue agua lo que vio en ellas, sino sangre. El intruso o estaba herido o...

Con la sospecha creciente, Jeremy Collingwood aceleró el paso consiguiendo que su antes persecutor entorpeciera sus zancadas gráciles. Tropezó un par de veces antes de que el claro del rio Támesis se divisara delante de él. El intruso jugó su última carta y se tiró al rio.

El VENCUS maldijo su suerte, pero lejos de desistir, fue en pos de su persecutor a pesar de no estar seguro de que pudiera alcanzarle. Si ese ser se había hundido en el agua, tal vez se trataba de una criatura capaz de nadar mejor que él.

No fue así. El sujeto parecía debilitado por la carrera, y su intento de huir de él había sido en vano. El impacto del agua, el rio corriendo con mayor caudal por la lluvia, había hecho que perdiera la consciencia, y el conde se vio arrastrando su liviano cuerpo inconsciente a la orilla del Támesis.

Cansado por el baño y la carrera, dejó el cuerpo frío como el hielo sobre la hierba y el barro de la orilla del rio. Lo volvió hacia arriba y la prenda negra dejó al descubierto un rostro blanquecino, de labios rojos como la sangre y cabellos oscuros como el carbón. De sus ojos, cerrados e inconscientes, brotaban las lágrimas que habían manchado sus manos de sangre. Un rio rojo alteraba e intensificaba el blanco de su rostro carente de vida.

Un Alma en Pena.

Se sorprendió al reconocerla por sus lágrimas rojas. Había visto antes Almas en Pena, pero todas ellas perseguían únicamente a su asesino. El VENCUS que les arrebató su vida dejando su cuerpo todavía con su alma en el interior. Inspeccionó el de la mujer. Antaño debía tratarse de una humana realmente bella, y seguía siéndolo. Como había supuesto, parte del brazo izquierdo estaba descompuesto, permaneciendo el hombro y parte del antebrazo y la mano intactos. El frío y el tiempo habían hecho que la herida, o la parte devorada, se cicatrizara de un modo extraño, dejando a la vista los ligamentos y los huesos. Parte de su cadera, aunque no podía verlo por el vestido y el corsé, parecía también hundida, seguramente también devorada en su día. Las piernas, sin embargo, permanecían íntegras, igual que su rostro ceniciento.

El VENCUS que habría matado a esa mujer para devorarla, no había terminado su trabajo ni mucho menos. La mayoría de Almas en Pena estaban mucho más descompuestas, y su aspecto era aterrador. Esa, sin embargo, era hermosa.

Ante su asombro, sus ojos empezaron a abrirse, recobrando la consciencia. El rojo había sido intenso bajo el blanco de sus mejillas, pero era realmente sorprendente cuando vio el intenso azul electico de su iris. No esperaba que pudiera hablar, la mayoría no tenían esa capacidad. Pero tampoco ninguna tenía su aspecto impoluto. Así que cuando la dulce voz del Alma en Pena pronunció las primeras palabras, no lo sorprendió más de lo que ya lo estaba.

―Estaba aquí ―susurró―. Tengo que encontrarle... ―Lord Jeremy Collingwood frunció el ceño. Había fallado en su suposición.

Las Almas en Pena tenían un único cometido en su existencia. Su alma había sido casi arrebatada, pero no del todo. Estaban a medio construir, como una pluma que le falta la tinta, o un rio con poca agua. Tenían que encontrar a su asesino y matarlo para recuperar el alma que les faltaba. Su alma fragmentada.

Él jamás había cometido el error de dejar un trabajo a medio terminar. Los humanos que había devorado, habían muerto todos. Jamás había creado ni una sola Alma en Pena. Por lo tanto, sabía que ella no podía estar buscándole a él.

Entonces...

―¿Por qué me seguías, Alma? ¿Quién es tu asesino? ―exigió.

Ella enfocó la azulada mirada en él. La sorpresa la dejó sin habla momentáneamente. Jeremy dedujo que no esperaba encontrar al que había estado persiguiendo justo delante de ella.

―Tu sangre... Tu alma... Se parece. Se parecen mucho ―aseguró con confusión.

Lord Collingwood le dejó espacio para que pudiera incorporarse. Su brazo descompuesto quedó oculto por la capa, prudentemente tapada a consciencia de ella. Sus cabellos ondulados y completamente negros cayeron sobre su rostro, manchando algunos mechones con sus lágrimas rojas.

―Eso es imposible. Nadie más que tu asesino puede atraer a un Alma en Pena.

―No estaba. Hace años que no estaba ―consiguió decir con la voz trémula―. Tampoco tú. Ninguna pista. No tenía nada, hasta que él regresó...

Jeremy Lord Collingwood pareció sorprendido por un instante. El Alma en Pena albergaba confusión en su rostro carente de vida.

―¿No perseguisteis a vuestro asesino? ―Pues las Almas en Pena, rara vez se separaban de su asesino hasta que recuperaban el alma o bien eran eliminadas por su único depredador.

Ella contrajo el gesto, ocultando su rostro en su cabello mojado y enredado. Tenía unos rasgos duros, de rostro ligeramente cuadrado y labios plenos. Pómulos altos, nariz pequeña y perfecta. Ojos almendrados y enormes ocultos detrás de esas rojizas lágrimas.

―No. No pude. Él se fue. Se marchó a un lugar donde yo no podía ir. Desapareció. Debo encontrarle... ―gimoteó. Las lágrimas mancharon su vestido mojado, extendiéndose por la tela oscurecida de colores vivos. No se trataba de una ropa destacable, era el tipo de vestimenta que usaban las gitanas.

― ¿Cómo te llamas? ¿Quién erais antes de morir? ―preguntó guiado por la curiosidad. Intentando comprobar si su consciencia seguía tan intacta como su cuerpo.

― Mi nombre... ―murmuró alzando el mentón y mirándolo con ojos avispados―. Clara. Clara West. Y tú eres Lord Collingwood. El monstruo más antiguo de Londres. Nadie quiso creerme... Lo lamentaron. Lo lamentarán.

― ¿Cómo sabes eso? ―exigió sorprendido. Ella esbozó una lenta sonrisa.

― Porque puedo verlo. Siempre he podido ver más allá de lo que ve todo el mundo. Pero nunca nadie me ha creído. Pensaban que estaba loca. Iban a encerrarme. Escapé. Escondí lo que hacía, pero me obligaste a confesar. Escapé. No muy lejos. Y él me mató.

El Alma hablaba de forma confusa. Frases cortas y desordenadas. Pero parecía evidente que conocía quién era y qué era. Ella lo había sabido incluso antes de convertirse en lo que era.

―¿Quién? ¿Qué relación tiene conmigo? ¿Por qué lo has confundido conmigo? ―lo miró sin pestañear, y sus ojos dejaron de derramas sangre. Jeremy Collingwood sintió la alarma crecer en su interior cuando reconoció la reacción.

― Está aquí.

Como si no hubiese tropezado nunca, como si el agua del rio no hubiera provocado su desmayo y recobrando la fuerza, agilidad y rapidez, Clara West salió corriendo en busca de su asesino. En busca de su alma.


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Actualidad,

El suave roce del viento helado le producía un intenso dolor de cabeza. Todavía tenía que coger un autobús en Pere Martell para poder llegar a casa. Calculaba que hasta las diez de la noche no conseguiría abrir la puerta y tumbarse en su cama.

Estaba agotado. Tanto física como mentalmente. El nuevo encargo del señor Cooper, había supuesto para Toni una liberación. Era su última misión. La última vez que iría al pasado para matar a uno de esos seres. Y cuando finalizase, podría volver a centrarse en su vida. Su futuro.

Pero se equivocaba. Parte de su futuro acababa de perderlo hacía no más de media hora. Ni siquiera se acordaba de haber pasado tanto tiempo sin ir a verla. Pero ella si lo había notado. Rebeca. Su novia. O al menos lo había sido hasta ese día.

―¡Lárgate!―le había gritado cuando fue a su apartamento para invitarla a cenar―. ¡Hace tres días que no sé nada de ti! Me dijiste que íbamos a vivir juntos, pero parece que lo has olvidado. Estoy harta de esperar que me llames, que te acuerdes de mí. ¡Es más importante ese nuevo trabajo tuyo y esa mujer con la que vas siempre que el futuro que dijiste que tendríamos juntos! ―La furia de sus palabras lo habían dejado sin habla―. Me duele que sea yo la única que intenta que esto funcione. ¡Has dejado los estudios, jurándome que este nuevo trabajo, que ni siquiera sé qué es, nos dará una vida juntos! ―Sus lágrimas lo hirieron como nada antes lo había hecho―. No pasaré una sola noche más esperando que te acuerdes de mí. No voy a esperarte más, Toni. Te quiero, pero se acabó. No puedo más ―exclamó sin aliento―. No pienso esperar más a que vuelvas y me digas que me quieres. Porque eso ya no existe.

Toni sabía que podría haber hecho muchas cosas para aplacar la tristeza de sus palabras. Para convencer a Rebeca que estaba equivocada. Que la amaba y quería seguir a su lado. Que lo sentía y que iba a cambiar.

Pero no lo hizo.

Se mantuvo en silencio, dejando que ella descargara toda su furia y tristeza contenidas.

―Siento haberte hecho daño, Rebe. Nunca quise hacerlo ―fue lo único que fue capaz de decir. Ella le cerró la puerta en las narices, todavía furiosa, y Toni no pudo hacer otra cosa que darse la vuelta y marcharse. Regresar a su casa.

No se sentía tan dolido ni tan mal como cabría esperar. Había empezado a salir con Rebeca un año atrás porque era con la que mejor se llevaba del instituto. Pasaban horas juntos, se divertía con ella y era muy hermosa. Desde que la vio por primera vez que lo había atraído, tanto física como intelectualmente. Pero solo había sido fascinación. Algo que fue extinguiéndose poco a poco y que sustituyó fácilmente con su nuevo trabajo como guerrero de la CIES. Y así fue como supo que no la quería realmente. Luchar contra los VENCUS lo llenaba tanto como lo había hecho Rebeca.

Suspiró resignado y entró en el autobús. Pasó el bono por la máquina y se dirigió al final del vehículo para sentarse al lado de la ventana. El bus estaba prácticamente vacío y una ligera lluvia comenzaba a caer del cielo manchando el cristal con diminutas líneas de agua. Mientras el autobús arrancaba de nuevo, la imagen de Rebeca volvió a invadir su memoria. En realidad era mejor así. Su trabajo podría haberles traído su futuro, pero tal vez solo lo llevaba a su muerte. No había garantía, cada vez que iba al pasado, que sería él quien acabara con la vida del ser que perseguían. En cualquiera de las misiones en las que había participado, era consciente de que podía no regresar.

Rebeca estaba mejor sin él. Mejor sin la incertidumbre de si serían solo tres días sin tener noticias o el resto de su vida. Ahora ya no se preocuparía por eso. Y no tenía a nadie a quien hacer daño.

Bueno. Nadie excepto su hermana; Ruth.

Toni sacudió la cabeza para eliminar por completo ese pensamiento. Ruth estaba en Barcelona, estudiando para un futuro que tenía más al alcance de la mano que él. Era mejor no pensar en ella ahora. Primero tenía que terminar con Jeremy Lord Collin-lo-que-sea, y luego ya iría a ver a su hermana y la felicitaría por haber cumplido su sueño.

Llegó a su parada antes de lo que había pensado. Miró el reloj. Las diez y tres minutos. Caminó sin muchos ánimos mientras la lluvia mojaba poco a poco su cabello castaño revuelto, cayendo por sus mejillas y mojando sus hombros enfundados en una chaqueta negra deportiva.

No había llegado todavía a su casa cuando la voz de un hombre hablando por teléfono llamó su atención. Parecía enfadado, y colgó de forma brusca ocultando su teléfono en el bolsillo de su pantalón. Le dirigió una mirada airada antes de seguir su camino.

Toni se detuvo un segundo, impactado por un ligero mareo. No era la primera vez, ni sería la última que lo abordaría esa sensación. Cuando se lo hizo saber al señor Cooper, este le aseguró que era los efectos del viaje en el tiempo.

Por desgracia, esa vez el mareo lo noqueó hasta tal punto que perdió la consciencia. O tal vez estaba tan cansado que no recordó cómo ni en qué momento regresó a casa.


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Eran las ocho y cuarto de la mañana cuando Toni Ugena despertó dolorosamente en su cama. Abrió los ojos repentinamente y se levantó a toda prisa.

―¡Las ocho y cuarto! ―gritó como si hubiese alguien más en su apartamento que pudiera oírle.

Antes de quedarse solo en la casa que había compartido desde los dieciséis años con su hermana gemela, el apartamento había pertenecido a sus padres adoptivos. Habían vivido allí desde que tenía uso de razón. Ni siquiera recordaba quienes fueron sus verdaderos padres. Y sus substitutos jamás quisieron hablar de ellos. Toni nunca había encontrado ni una pequeña pista de quienes podrían haber sido, y después de su época de rebeldía adolescente, Toni Ugena desistió.

Dejó de importarle el tema. Si los habían abandonado, era porque no les preocupaba lo que pudiera sucederles, así que por qué razón debería importarle a él. Sus padres adoptivos, por el contrario, sí habían mostrado interés en ellos. Los habían cuidado y protegido, alimentado y querido. Y cuando cumplieron los dieciséis, su madre murió en un estúpido accidente de tráfico. Desde entonces, su padre los había dejado solos en la casa. Dándoles dinero y apareciendo de vez en cuando hasta que cumplieron los dieciocho y la ley ya no pudo meter las narices. Ruth, su hermana gemela, había decidido marcharse a Barcelona con el dinero que su padre había ido subvencionándoles, y meses más tarde, Toni entró a formar parte de la CIES.

Así que vivía solo en la casa donde apenas cuatro años atrás habían vivido cuatro personas. No sabía nada de su padre desde hacía meses, y recibía mensajes y llamadas de su hermana gemela de vez en cuando. La única que había visto diariamente era a Rebeca, y desde que aceptó formar parte de la CIES, ni eso.

Miró el reloj; las ocho treintaicinco. A menos veinte llegaría Coral Ribot con su flamante mercedes plateado, preparada para ir al trabajo. Se preguntaba si esta vez terminarían con la vida del VENCUS, los mataría él antes o volverían a marcharse con las manos vacías y el cuerpo intacto.

Resignado, cogió la chaqueta de cuero marrón, la que acostumbraba a utilizar para ir al trabajo, y se marchó sin ducharse ni peinarse, con pasta dental y agua en el rostro como único método para desperezarse. Al otro lado de la calle, subida al bordillo de la acera, Coral Ribot ya lo esperaba impaciente.

―¿Qué ha sido esta vez? ―preguntó la señorita Ribot cuando Toni abrió la puerta del coche.

― Me he dormido.

Como ya imaginaba y se había acostumbrado, Coral Ribot no hizo ningún otro comentario. No lo regañó, ni le recriminó la tardanza. Su rostro pétreo era suficiente. Y Toni se mantuvo callado todo el trayecto, observando el exterior por la ventana tintada del Mercedes plateado de su compañera de trabajo.

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Al llegar a la CIES, Lorenzo ya los esperaba con las armas adecuadas preparadas. Como ya imaginaba Toni, las dos hojas afiladas de sus dagas Katar estaban en sus respectivos guantes de cuero, enfundadas debidamente. Un bracamarte pulido y cuidadosamente expuesto sobre la mesa de madera llamó su atención, pero sabía perfectamente que era propiedad de la señorita Ribot, y no albergaba esperanza alguna de empuñar el arma. Por el contrario, sí supo que iba a guardarse en ambos lados de su cuerpo las dos dagas curvas con incrustación de diamante.

Le sorprendió ver, entre las armas blancas, una Wheelock de dos cañones. Una réplica exacta de la Wheelock que se utilizó durante el reinado del emperador Carlos V. La sujetó con una mano, maravillándose con el complejo mecanismo hecho parcialmente con madera.

―¿Me he perdido algo? ¿Para qué voy a utilizar esta preciosidad? ―preguntó, no queriendo ofender a Lorenzo con un desprecio hacia sus armas, pues las quería como si fueran sus hijos.

―Norma ha dicho que vais a encontraros con algo más que VENCUS esta vez. Tal vez la necesites.

Toni esbozó una sonrisa, y se sobresaltó al escuchar el acero del bracamarte. La señorita Ribot había alzado el arma con un gesto hostil que no le pasó por alto. La misión empezaba a inquietarla de nuevo. Hizo lo propio con todas las armas, percatándose que iba ya adecuadamente vestida y equipada.

―Date prisa, muchacho. No tenemos todo el día ―le gruñó abandonando de nuevo la sala ya armada y preparada para la acción.

Toni se quedó pasmado. Apenas hacía cinco minutos que habían llegado.

―Será mejor que sigas su consejo, chaval ―comentó Lorenzo. Luego esbozó una sonrisa apiadada―. Que tengas suerte.

Nuevamente en la sala de la máquina del tiempo, Toni se despidió de Norma de un modo distinto al que acostumbraba. La abrazó con fuerza y le dio un mensaje que susurró cerca de su oído.

―Si no regreso... Norma, podrías darle esto a mi hermana. Está estudiando en la universidad de Bellas Artes de Barcelona. Por favor ―Norma abrió los ojos de par en par, aceptando el pequeño sobre abultado.

― Toni... No vas a morir. Eres más fuerte de lo que crees ―le aseguró. Él esbozó una triste sonrisa despreocupada, o que intentaba serlo, y se encogió de hombros.

―Por si acaso.

Una vez dentro del recinto de cristal blindado y cuidadosamente protegido, Norma Cooper se dispuso a encender la máquina del tiempo. Sonrió a ambos, dedicándole una enigmática mirada triste a Coral Ribot.

― Mucha suerte, chicos. Taparos bien. Llueve... y hace mucho frío.

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