Capítulo 1: El viaje en el tiempo
Tarragona, 2010.
Se levantó de la cama después de una noche de descanso intenso. Se vistió rápidamente para ir después al baño. Se peinó, se lavó los dientes y la cara, se maquilló y regresó a su cuarto. Allí cogió los pendientes, un collar sencillo y su brazalete favorito. Se puso los zapatos de tacón, buscó el bolso, cogió el móvil, las llaves, la cartera y salió de casa sin mirar ni un segundo el reloj que descansaba en su muñeca. Mientras bajaba de su piso por el ascensor, revisaba su aspecto en el espejo por última vez. Salió del bloque donde vivía, y con un movimiento de mano presiono el botón del mando de su coche. Abrió la puerta, entró en el vehículo y arrancó.
A simple vista, cualquiera habría asegurado que era una mujer sofisticada, elegante, de vida refinada. Si mirabas un poco más, podías ver en ella a una mujer de empresa, dueña de sí misma y entregada a su trabajo. No se trataba de una persona con la que pudieras hablar a la ligera. Se trataba, sin duda, de una mujer con la que era mejor no discutir.
Como todas las mañanas, su Mercedes gris giró a la derecha en la tercera calle y buscó un lugar donde detenerse. Esperó con fría impaciencia a que su compañero de trabajo llegara.
A pesar de la diferencia de edad, Toni Ugena, el muchacho que minutos más tarde se acomodó en el asiento del copiloto, era más alto que la mujer que lo conducía.
Tal vez se debiera a la juventud, o a la actitud formal de la mujer, en cualquier caso, podía discernirse perfectamente a los dos por su forma de comportarse; el muchacho, no mayor de dieciocho, acabado de salir del instituto, ella, no más joven de veinticinco, empresaria responsable e implacable. Como también por su modo de vestir; él, cabellos castaños y desordenados, ojos azules avispados, combinados con una camiseta básica negra y unos tejanos que podrían haber sido lavados por última vez meses atrás. Ella, con traje, cabellos perfectamente lisos y rectos a media espalda, maquillaje discreto, zapatos de tacón.
― Buenos días ―dijo el muchacho mientras bostezaba―. ¿Cómo has dormido? ―Ella lo miró durante un segundo fugaz―. Bueno, no contestes si no quieres.
El joven podía haber esperado ya algo parecido. No era la primera vez que intentaba entablar conversación con esa bella mujer sin obtener resultados favorables, o simplemente resultados. Era bastante insólito verlos juntos, sobre todo por lo poco que el muchacho encajaba en todo aquello.
Toni Ugena no era un muchacho excepcionalmente inteligente, o un niño prodigio. Su atractivo físico era el de un joven adolescente corriente. Nunca había sido popular entre las chicas, pero tampoco había carecido de la atención del sexo femenino. Así que, pese a lo que se podría suponer, Toni Ugena había sido contratado expresamente por la empresa en la que trabajaba la fría mujer sentada a su lado sin ningún tipo de aliciente a su favor.
Coral Ribot era el nombre al que respondía la mujer que conducía el Mercedes plateado. Desde hacía tres meses era la encargada de guiar e instruir al joven muchacho, una tarea que no había sido acogida con demasiado entusiasmo.
La CIES, Compañía Internacional de Exterminio Secreta, era la empresa en la que Coral Ribot llevaba trabajando desde hacía años. Se trataba de una compañía científica que, tiempo atrás, fueron los descubridores de los viajes en el tiempo. En consecuencia, hallaron la mayor catástrofe que iba a presenciar la tierra.
Durante el siglo XVIII, las Islas Británicas fueron el punto de origen de la aparición de unos seres capaces de hacer desaparecer la raza humana, pues esta era su fuente de alimento. Los bautizaron con el nombre de VENCUS, y gracias a la máquina de viajes temporales que habían usado para descubrir tal hallazgo, podrían impedir el futuro de su civilización. Cuando los científicos supieron lo que le deparaba a la tierra y consiguieron llegar al punto de origen de la catástrofe, encontraron como consecuencia un modo de impedirlo. Debían exterminar a los VENCUS cuando estos todavía eran neófitos. A pesar de ello, había un enorme problema que tuvieron que solucionar para poder llevar a cabo dicha misión. Ellos no podían exterminar a los VENCUS solo con los Viajes en el Tiempo. Para poder vencer la nueva raza, debían unirse con una fuerza distinta. De ese modo, la compañía científica empleó a soldados que pudieran ejercer de fuerza para un plan que requería un exterminio.
Coral y otros empleados más de la CIES eran los brazos y las piernas de la Compañía, y su cometido consistía en viajar al pasado y exterminar a los VENCUS para evitar así la destrucción futura del mundo. O lo que era lo mismo para ellos, de la raza humana.
Para Toni, la razón por la que la compañía lo había reclutado para formar parte de ese reducido séquito militar, era un completo misterio. Había intentado preguntárselo muchas veces a la señorita Ribot, como ella se empeñaba en ser llamada, pero como había aprendido en los tres meses que llevaba trabajando para la CIES, era completamente imposible entablar una conversación que conllevara más de tres o cuatro palabras juntas. Coral Ribot, por lo que Toni sabía, era amante de los monosílabos.
― Ponte el cinturón, muchacho.
Toni sonrió. Cuatro palabras exactas. Deberían darle una medalla solo por eso. O duplicarle el sueldo. Por suerte ―recordó con una sonrisa todavía más amplia en su descarado rostro―, el sueldo que ganaba y por el que había aceptado el trabajo, era tan alto que si lo duplicaban, en un solo mes podría jubilarse.
― Me llamo Toni, no muchacho ―replicó instantes más tarde ignorando por completo la sugerencia de la mujer.
El silencio evidente recordó a Toni que no importaba cuan desagradable se mostrase con ella, Coral Ribot no tenía pinta de ser humana. Su teléfono móvil, probablemente demostraría más sentimientos que esa mujer.
Todavía recordaba la primera vez que la vio. Salía del instituto, y sus compañeros le habían dedicado pequeños empujones y chistes amistosos, pícaros, cuando la vieron esperándolo en la puerta. Toni, que evidentemente no sabía quién era ella, se sorprendió de su voz helada llamándolo con una seguridad escalofriante. Como era mucho más alto que ella, y aparentemente más fuerte, pues la señorita Ribot era una mujer diminuta, no se le ocurrió salir corriendo. Después de tres meses, tal vez empezaba a ser una buena idea.
No. No escapó. Ni se negó a escuchar lo que la mujer tenía que decirle. Simplemente hizo lo que cualquiera habría esperado que hiciese; Seguir a la hermosa mujer a pesar de que, a diferencia de sus amigos ―los cuales habían visto solo a una mujer despampanante y adulta―, lo único que la señorita Ribot le inspiraba era una desconcertante familiaridad que lo llenó de una muy recomendable desconfianza.
Como ya era de suponer, la explicación de la señorita Ribot sobre la CIES, la importancia de su confidencialidad a riesgo de su propia vida, y la existencia de los VENCUS, no consiguió hacer mella en el muchacho. Toni no se creía un chico escéptico, pero sí era desconfiado. Y Coral Ribot no le inspiraba ni un ápice de confianza. Leyó minuciosamente el contrato de confidencialidad antes de que la señorita Ribot accediera a llevarlo a la empresa. El único modo que Toni contempló para poder creerla. Y cuando estuvo seguro que nada de lo que contenía el papel podría ser utilizado en su contra, firmó.
Ver la empresa con sus propios ojos, contemplar la máquina del tiempo y ser testigo de su entera veracidad y utilidad, solo consiguió convencerlo de la autenticidad de las palabras de la señorita Ribot. No fue suficiente para que aceptara. Entonces conoció al jefe de la CIES, el señor Cooper. Y también el originar inventor de la máquina del tiempo.
El señor Cooper jamás le reveló la importancia que tenía para la empresa que él accediera a acompañar a Coral Ribot en sus viajes en el tiempo. Ni que aprendiera a luchar para combatir a los VENCUS, o conociera el modo de actuar de esas violentas criaturas. En realidad, en ningún momento afirmó que tuviera la menor relevancia su existencia. Pero todo eso dejó de tener importancia gracias a una simple cifra numérica.
No estaba seguro de si debía sentirse avergonzado ante tamaña sumisión materialista. Sí. Toni Ugena había aceptado trabajar para la CIES a cambio de una sustanciosa cantidad de dinero que solucionaba absolutamente todos sus posibles futuros problemas financieros. ¿Pero qué más podía hacer? El mundo entero era una fábrica de supervivencia materialista que exterminaba a todo aquel que se opusiera a ella. Así que no le importaba decir que le daban absolutamente igual los motivos que tuvieran de meterlo en esa empresa, siempre y cuando su billetera siguiera llena a reventar. A pesar de tener un trabajo que no aseguraba demasiado su integridad física, Toni tenía la esperanza de tener un futuro. Ir a la universidad, era uno de sus objetivos, e irse a vivir con su actual novia, tal vez casarse y tener hijos, era otra de las opciones que barajaba. Así que el dinero no le iba nada mal para lograr sus objetivos. ¿Quién podía culparlo por ser ambicioso?
Sin previo aviso, la responsable de su nueva vida frenó con brusquedad el Mercedes y aparcó hábilmente en el único sitio vacío, y que siempre estaba reservado para ella. Toni se despegó de la guantera del coche para observar de reojo el enorme edificio del Corte Inglés justo al otro lado de la calle. Luego se volvió hacia ella.
― ¡Oye! ―le recriminó. Ella se encogió de hombros.
― Te dije que te pusieras el cinturón.
Siete malditas palabras, y eran para pronunciar la frase más retorcidamente desquiciante que jamás haya existido. Una frase que podía reducirse en tres palabras; <<Te lo dije>>. Muchos lo juzgaban por haber aceptado el trabajo gustosamente solo cuando le dijeron lo que iba a cobrar, pero ninguno de ellos había pasado ni cinco minutos al lado de esa mujer. El precio le pareció insuficiente mientras salía del coche y avanzaba con paso pesado hacia el centro comercial.
Coral lo seguía de cerca, evitando a la gente que iba y venía de un lado a otro, concentrados en sus compras. Caminaron sin detenerse hasta llegar fuera de la zona comercial. A la derecha los servicios, al otro lado el ascensor. Ni siquiera se detuvo a esperar que Coral Ribot lo alcanzara, entró en el ascensor y abrió un pequeño compartimento justo debajo de los botones para acceder a las plantas superiores. Toni presionó el único botón que escondía y las puertas se cerraron segundos después que Coral entrara y se cruzara de brazos sin decir ni una palabra.
El ascensor descendió tres plantas y abrió sus puertas a un pasillo largo, estrecho y metalizado iluminado por lets. Toni abandonó el ascensor y emprendió la marcha con decisión. Se sabía ese camino de memoria después de tres meses recorriéndolo todos los días, o todos los que no estaba en el pasado cumpliendo con alguna misión. El pasillo daba a una puerta en la que debías introducir tu huella dactilar. Solo entonces, si eras aceptado, la puerta se abría y te mostraba el lugar que escondía el Corte Inglés debajo de su enorme edificio; la empresa CIES.
La CIES era un lugar que mezclaba la más alta tecnología, con materiales, colores y objetos de mecanismos antiguos. La estética de la época victoriana con la tecnología moderna. La primera vez que lo vio, pensó que se trataba de alguna especie de broma. No todos los días veías algo tan extraordinario. Los viajes en el tiempo tenían una gran importancia, pero eran muy delicados. No podías llegar al pasado e irrumpir en la vida de los que vivieron a riesgo de cambiar el futuro más de lo que se pretendía. Así pues, el objetivo de las misiones era eliminar al VENCUS adecuado sin alterar la vida ni los sucesos que pasaron en ese periodo de tiempo. Para ello, tomaban una identidad falsa y se disfrazaban acorde al momento para pasar desapercibidos.
En los tres meses que llevaba trabajando para la CIES, Toni había aprendido no solo a luchar, sino a comportarse y a saber la etiqueta y las normas sociales de la época. En comparación, saber cómo tirar un cuchillo para partir por la mitad a un VENCUS era un juego de niños.
La primera vez que le contaron el único modo de matar a un VENCUS, estuvo tentado de reírse. No porque fuera algo gracioso, sino porque no lo había creído posible. Partir por la mitad a una persona, por mucho que en las películas pareciera algo sencillo, era realmente difícil. Un humano normal y corriente no era tan blando como la mantequilla. Se requería mucha fuerza y destreza para poder partir a alguien por la mitad. Teniendo en cuenta que un VENCUS era mucho más fuerte y hábil que un ser humano, dado que era su depredador natural, se hacía evidente que la tarea de eliminarlo sería mucho más complicada.
Para conseguirlo, por supuesto, le habían mostrado el tipo de armas que usaría. La hoja de los cuchillos estaba confeccionada con un material duro, resistente y extremadamente cortante en el filo gracias a la incrustación de diminutos fragmentos de diamante. Por lo que los cuchillos que Toni usaba para ir al pasado podían cortar cualquier tipo de material, y por supuesto, a cualquier VENCUS. Aunque las armas más empleadas eran cuchillos, espadas y todo tipo de artefacto cortante porque los VENCUS solo podían morir de una única forma, también disponían de pistolas, rifles, ballestas, entre otras muchas armas de largo alcance. La razón era simple; donde iban no solo había VENCUS. Por desgracia, la existencia de estos seres había dado como resultado la aparición de otros. Pero a esos, Toni solo los había podido ver en los libros que la señorita Ribot le había dado para que se estudiara.
― Entrad ―La voz grave del señor Cooper lo sobresaltó como de costumbre. Ese hombre tenía la insufrible manía de aparecer de la puerta menos esperada. Como era habitual, le sonrió un instante, avanzó por el extenso recinto de paso donde conectaban todas las habitaciones y despachos y entró en el suyo―. Habéis realizado vuestro último trabajo con éxito ―prosiguió sin detenerse a comprobar que tanto Toni como la señorita Ribot lo seguían―. El que exterminasteis en la fiesta de los Davenport era uno de los VENCUS infiltrados en la clase alta con mayores influencias, tanto en la elite Londinense como entre los suyos. Ha sido un buen trabajo ―aseguró sentándose en el enorme butacón delante de una mesa de madera de finales del siglo XIX.
― ¿Qué ocurre, jefe? ―Toni se concedió unos instantes para evaluar lo que había ignorado.
Por una fracción de segundo, los ojos del Señor Cooper tomaron una expresión angustiada. Una que, si no estaba muy equivocado, habría dejado ver instantes antes. Coral se había dado cuenta. Era muy observadora, lista y rápida. Endiabladamente rápida. Intentar seguir el ritmo de esa mujer durante los tres meses anteriores le había resultado un verdadero infierno.
― Sé que te prometí en su día que no te obligaría a ir en su busca de nuevo ―consiguió decir el señor Cooper sin que el rostro se le desencajara por completo―. Pero me temo que no tengo otra alternativa.
Toni no tenía ni la más remota idea de quién estaban hablando, pero se mantuvo callado al deducir que pronto lo sabría. El Señor Cooper se encargaría de ello, pues parecía ser que estaba delante de una nueva misión.
― ¿Qué hay que hacer? ―preguntó Coral segundos más tarde con el rostro petrificado.
Más, si eso era posible, pensó Toni.
― Matarle ―contestó de forma escueta―. Ya lo sabes. ―Coral asintió.
Toni observó a uno y a otro alternativamente, y al darse cuenta de que no iban a contestar, se levantó del sillón donde estaba sentado y se revolvió inquieto el cabello de la nuca.
― Esto... ―llamó la atención―. Si no es mucho pedir; ¿a quién tenemos que matar?
El señor Cooper miró a Coral un instante antes de contestar, como si necesitara su aprobación.
― A Lord Collingwood. Jeremy Collingwood. ―Toni asintió.
― Perfecto ―se volvió hacia Coral, la cual evitaba cualquier contacto visual con ninguno de los presentes. Frunció ligeramente el ceño antes de dirigirse de nuevo al señor Cooper―. ¿Quién es exactamente ese tal Lord Collin-lo-que-sea?
― Lord Collingwood ―Y aunque la pregunta iba dirigida al señor Cooper, fue Coral la que contestó con una voz que helaba la sangre―. Es uno de los de alto rango. Uno de los primeros VENCUS. Con más influencias tanto entre esos seres como entre los nobles más destacados de Londres. Incluso de toda Inglaterra ―explicó sin detenerse―. Es peligroso.
― Todos los VENCUS lo son. ¿Por qué habéis dejado a este para el final? ―preguntó ignorando por un instante que, excluyendo el primer día que la conoció, ese era el párrafo más largo que había escuchado de su parte.
― No lo dejamos para el final. ―Toni frunció el ceño.
― Lo que Coral quiere decir es que este es especialmente peligroso porque ya consiguió evitar la muerte hacia cinco años ―se apresuró a explicar el señor Cooper. Toni pareció interesarle ese punto más que cualquier otro.
― ¿No pudisteis matarlo?
― Fracasamos ―gruñó Coral Ribot con una voz cargada de resentimiento.
― ¿Y qué le hace pensar que esta vez irá mejor, señor Cooper? ―consiguió decir Toni sin salir de su asombro.
― Hemos tenido tiempo para mejorar. Tenemos mejores armas. Un plan mucho más elaborado. Nos hemos encargado de eliminar posibles contratiempos, exterminando VENCUS que pudieran molestar en la liquidación de Jeremy... de Lord Collingwood ―se corrigió. Toni alzó una ceja, incapaz de comprender la razón de su aparente e inexplicable metedura de pata―. Y además, te tenemos a ti.
Toni olvidó al instante cualquier otra pregunta que pudiera habérsele ocurrido a raíz de sus novedosas sospechas al escuchar la última razón del señor Cooper.
― Habla como si yo fuera la diferencia más plausible.
Su jefe sonrió.
― En efecto.
La respuesta lo dejó tan desconcertado como el día que le ofrecieron ese trabajo. Era la primera vez que el Señor Cooper o la señorita Ribot le mostraban su importancia en las misiones. Si bien era cierto que no le habían contado por qué, había quedado claro en cuestión de segundos que había una razón. Que realmente era él importante y esencial. Es decir, sus sospechas de que lo habían reclutado por una razón concreta eran ciertas. Lo que le faltaba saber ahora era por qué.
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