Capítulo 5: Ser mala es la mejor opción
Lyra
Existe todo un milenio de fábulas y canciones, que entre sus versos, historias y rimas, han perpetuado un ideal para la perfección femenina.
Versos que relatan la vida de princesas encerradas en torres, pueblerinas que sueñan con el amor verdadero, señoritas de la baja sociedad que aspiran un buen matrimonio. Diosas mitológicas que curan la infertilidad, que cuidan de la tierra y sus frutos. Madres que aman y mueren por sus hijos, esposas que callan, mujeres entregadas a cualquier misión cuyo objetivo principal sea la satisfacción de otro, en especial si este es un hombre.
Aunque de forma tan sutil que ha pasado desapercibida, los guiones de teatro, la poesía y la literatura en general, han ayudado a perpetuar la imagen de lo que es, y siempre deberá ser, una buena mujer.
Lyra supo, aquella primera vez que se le permitió tomar un libro, que ni siquiera en la ficción eran libres, o auténticas.
Una buena mujer está ligada a la imagen de la pureza. Un angel. Todo lo vinculado con la paz, el autocontrol, un espacio de relajación en el que los hombres puedan sentirse cómodos y reposar sus cargas. El silencio, la abnegación, la entrega no remunerada; todo es una contribución al arquetipo.
Recatada, pulcra y silenciosa, con un extra de belleza, era la fórmula con la que construyeron a Lyra: la dama intachable.
Por otro lado, todo lo que se relacionara con el ruido, la inconformidad, la irreverencia, el desorden, el escándalo, las quejas, la acción, el libertinaje, la autonomía y cualquier muestra de aspirar lo que solo un hombre puede ser y poseer; no solo quebrantaban el muro de aceptación y tolerancia que demostraba la sociedad para con las mujeres, sino que la transformaban en algo peor que malas. Víboras. Perras.
Lyra había llegado a comprender, en un punto inexacto de su silenciosa existencia, que ser una perra es lo mejor a lo que podía aspirar. Si el reino hacía un esfuerzo tan exhaustivo por demonizar aquel nombre, entonces era algo digno de adoptar.
Sin embargo, aunque había conseguido burlarse de quienes crearon aquella versión pacífica y abnegada suya, al estar a tan poco de convertirse en reina, todavía era incapaz de renunciar a su origen, a pesar de que este encadenara sus más honestas emociones. Todavía no se conocía a sí misma.
Esos pensamientos la atormentaban mientras observaba la piedra de su anillo de compromiso, un diamante perfecto de las minas de hielo, enmarcado por las alas y el cuello de un cisne, delgadas piezas de plata que rodeaban su dedo; un símbolo de lo que sería, y de lo que estaba a punto de entregar para serlo.
Si le preguntaras cómo se sentía al respecto, te diría «muy bien» o «nerviosa», dependiendo del momento en que la sorprendieras. Sin embargo, ella en el fondo sabía que no existía respuesta para ese cuestionamiento. Y no porque Lyra no sintiera nada, sino porque no tenía idea de cómo debía sentirse.
—¿No vas a mirarme?
Antares seguía esperando en el marco de la puerta. Llevaba varios minutos en silencio sin moverse, aguardando mientras Lyra agotaba la preocupación que parecía profesar por el anillo en su dedo.
—Te juro... —El príncipe dorado se pasó las manos a través de las hebras de su cabello, símbolo de desespero y consternación de su parte—. No lo entiendo. Estamos consiguiendo lo que siempre has querido, he hecho todo lo que me pediste, pero me esquivas como si tuvieras algo qué recriminarme.
—No. Son ideas tuyas, no estoy esquivando nada —zanjó Lyra, y miró a su prometido.
El saco blanco satinado, a pesar de que representaba el comienzo de un nuevo reinado, tenía bordado en hilos de oro el escorpión coronado que siempre ha sido el emblema de los Scorps. Era la idea inicial, que Aragog no lo viera como una afrenta sino como el comienzo de una alianza, la expansión de la dinastía Scorp, solo que encabezada por otro de sus miembros.
Antares permanecía recostado del marco de la puerta con los brazos dentro de los bolsillos de su pantalón, escrutando a Lyra con la cabeza ladeada. Su larga y lacia cabellera plateada iba suelta y peinada detrás de sus orejas, y a pesar de tener puesto el saco, su camisa estaba desabotonada hasta la mitad con la corbata colgando de su cuello sin atar.
—¿Me contarás algún día qué has venido a hacer aquí? —inquirió Lyra. Para su desagrado extremo, él era de las pocas personas que la sacaban de su casilla de compostura y buenos modales al dirigirle la palabra.
El príncipe escorpión se encogió de hombros y dio unos pasos hacia ella, agachándose al llegar a su altura.
—No vine a importunarte, solo necesito tu ayuda.
—¿Para qué?
Antares se señaló el cuello.
—Tengo horas batallando con esta cosa, a este paso no habrá un novio en el altar nunca.
—No. —Lyra se irguió—. Sin tocarnos, ¿recuerdas? Es parte de nuestro acuerdo.
—Pero, princesa, yo no te voy a tocar. Además, tú fuiste la única que especificó su negativa al contacto físico.
—¿Cómo esperabas que intuyera eso? No es como si te hubieses puesto muy negociante cuando acordábamos esto, ¿o sí? Creí que era una regla de ambas partes.
—¿Querías que te expresara explícitamente que me puedes tocar, Lyra? —Antares se mordió los labios para domar su sonrisa juguetona, y Lyra tuvo que voltear, en extremo avergonzada, para que su prometido no viera el resultado del calor de sus mejillas.
—Sin chistes, escorpión.
—Como ordene el Cisne. Pero sepa que se está perdiendo la mejor versión de mí.
—No creo que exista tal cosa.
La mirada de Antares se ensombreció, y Lyra supo que había llegado demasiado lejos. Sus palabras no habían sido sinceras, no del todo. Aquel acuerdo había sido posible porque él quería una corona, sí; sin embargo, no había puesto oposición en todos los parámetros que ella había estipulado para lo que sería su relación y su próximo reinado.
Al principio de aquella artimaña, cuando todavía estaban en le castillo de Ara recién conociéndose, sus interacciones habían sido falsas; con ella tonteando con él, fingiendo que se sentía cautivada por su presencia, riendo de sus chistes, pestañeando con cada historia que él le relataba. Pero eso solo fue mientras Lyra decidía cómo atacar, mientras descubría sus motivaciones, debilidades, su manera de referirse a los demás y su comodidad con su reino. Y descubrió su punto de acceso, que a la vez era su debilidad y su aspiración más grande: a Antares le importaba todo lo que le rodeaba por una sola razón, y podía dejar de importarle con suma facilidad si consiguiera ese triunfo en otro lado. Estaba orgulloso de ser un Scorp, pero los traicionaría a todos por una corona.
Una vez estuvieron en Deneb ella dejó de fingir. Le puso las cartas sobre la mesa, y él aceptó, más inspirado que nunca a pesar de que aquello implicó confesarle que no, Lyra no sentía ninguna afinidad hacia él, que sus risas y comportamiento previo habían sido calculados, que él no le atraía y que no tenían ninguna posibilidad juntos.
Entonces, empezaron las reglas, y a pesar de que ella quería mantener una actitud profesional y serena a su lado, había algo en él que la irritaba sobremanera. Y ni siquiera era él, era lo que ella experimentaba cuando lo tenía cerca. Se avergonzaba a sí misma, así que prefería esquivarlo.
—¿Así planeas llevar este reino, Cygnus? —Antares solía reservarse sus quejas y objeciones, pero esa vez sí expresó su desagrado ante el comentario de su prometida, tal vez alentado por la cercanía de la ceremonia—. ¿Con esos prejuicios? Somos aliados, no sé cuándo lo vas a aceptar, y si desconfías de que yo pueda cambiar a pesar de lo que te he demostrado, deberías preparar la hoguera donde quemar a todos estos hombres porque te apuesto mi nombre y apellido a que cada uno de ellos, tu padre incluido, ha hecho cosas que a ti te escandalizarían sin siquiera pensar que están haciendo algo mal. Alianzha's Taha. Recuerda la base de nuestro reinado.
«Todos nacemos empujando los engranajes que mantiene en movimiento este sistema, pero llega un punto en el que todos debemos escoger si seguimos empujando, o los quemamos.» Lo escribieron juntos, era parte del discurso de instauración del nuevo reino.
Antares nació para reinar Aragog, tenía sus leyes muy arraigadas, vivió cumpliéndolas, lo que indicaba que era incompatible con los ideales de Lyra. Pero era arrolladoramente inteligente, su preparación lo hacía perfecto para idear discursos, y escuchaba. Escuchaba con atención y en silencio, y su retentiva era igual de ágil. Así que entendió lo que Lyra quería, y le consiguió un lema, un enunciado y un discurso digno de inmortalizar en estandartes y libros de historias épicas, además de escribirle a su padre la tan controversial carta de la que todavía no recibían respuesta.
—Déjame ayudarte con eso —Lyra quitó importancia al asunto inclinándose hacia adelante, más cerca del escorpión plateado.
Las manos delicadas de ella rozaron la tela satinada de la corbata, pero sus dedos hicieron contacto con la piel caliente de quien sería el compañero de su vida, y al experimentar el magnetismo, dio un respingo en consecuencia. Así que decidió que sería mejor empezar con los botones, a pesar de que él no se lo había pedido.
Hizo un gran esfuerzo por contener la respiración. Los perfumes de Antares siempre habían sido ostentosos y envolventes, de esos que puedes transformar sin problema en tu droga nasal, pero ese día todavía no se había aplicado. Olía a él mismo, exhumaba la fragancia de los jabones masculinos de Deneb, mezclado con el aroma de su huella personal. Y era demasiado tentador. Lo era tanto, que si Lyra no estuviera racionando sus inhalaciones se habría acercado al lateral de su cuello para aspirarlo a profundidad.
Lyra se fijó en lo que había en el pecho de Antares, más allá de la sombra de la camisa. Una cadena dorado cuyo dije quedaba oculto muy por debajo de los botones abiertos. Ella tuvo el impulso de tomarla y averiguar qué ocultaba, puede que incluso entendiera sus dedos en su dirección, pero pronto recuperó su lucidez y cerró su mano en un puño, volviendo a su tarea inicial.
Lady Cygnus tomó el botón más bajo y el otro lado de la camisa para abrocharlos, intentó no enfocarse en que su piel estaba tan dorada como una hoja en otoño, ni en las pequeñas cicatrices que un príncipe no debería poseer, y se concentró en cerrar la camisa para no tener que seguir luchando contra su curiosidad, pero las manos de Antares de cerraron sobre las suyas en un agarre delicado, pero firme, que limitaba su alcance.
Lyra levantó los ojos y se consiguió con la mirada intensa del príncipe. Le recordó otros ojos que había visto en el pasado. No a los de su hermano bastardo con el que una vez estuvo comprometida, sino a un escorpión distinto por el que una vez estuvo perdida. Tenían esa particular habilidad de envenenarte con una mirada. Uno vez caes en sus ojos, dejas de pertenecerte.
—Sin tocar —musitó Lyra, y Antares fue bajando las manos, pero sin soltar las de ella ni interrumpir el contacto visual, hasta que las tuvo lejos de su camisa. Entonces negó lento con su cabeza, y las dejó ir.
—Me sé abrochar la camisa, pequeño cisne, no necesito ayuda con eso.
—Entonces he de suponer que podrás arreglártelas con la corbata también.
Él sonrió, y eso la descompuso a ella. No podía comprenderlo. Antes pensaba que sí, mientras coqueteaban en el castillo, pero entonces ambos no eran más que la cara pública de sí mismos, representando el papel que imaginaban que el otro necesitaba.
—¿Qué? —inquirió ella.
—Jamás te he visto reaccionar ante nadie como lo haces conmigo.
—¿Cómo?
—Tan arisca.
Lyra frunció el ceño y alzó una ceja antes de decir:
—A veces me canso de ser una buena chica.
—No te preocupes, conmigo quiero que seas de todo menos buena.
—Basta. —Lyra se enderezó, acomodando los pliegues que se habían formado en su vestido. En consecuencia, Antares se levantó y se fue al otro extremo de la habitación, recostándose de un aparador, mirando a Lady Cygnus ladino y pensativo.
—¿Qué? —inquirió ella.
—¿Alguna vez podremos siquiera ser amigos?
—Lo que sea que seamos hoy es lo que seremos mañana, pasado y siempre, escorpión. No aspires más.
Él sonrió con una de sus cejas arqueadas, gesto que gritaba toda su incredulidad y diversión con el asunto.
—Es curioso que quien limite mis aspiraciones seas tú, la misma que aspiró más que ninguna, y mira hasta dónde ha llegado.
—Yo todo lo que quería en la vida era ser Preparadora. Lo demás fue suerte.
—¿Fue suerte cómo me manipulaste para hacerme tu súbdito?
Lyra contuvo una sonrisa halagada.
—No eres mi súbdito, somos aliados.
—Ajá. —Antares se despegó del aparador—. Termina de arreglarte, supongo que nos vemos en el altar.
Le guiñó un ojo antes de darle la espalda y salir de la habitación. Solo cuando la puerta estuvo cerrada Lyra comprendió que había estado conteniendo el aliento.
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Nota:
¿qué tal el nuevo capítulo? ¿Qué piensan de Antares y de Lyra?
El nuevo capítulo lo subiré el próximo miércoles. Sin embargo, si esta capítulo iguala o supera la cantidad de comentarios del capítulo 2, este mismo viernes tendrán actualización.
Los amo ♡
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