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Capítulo 34: Cautiva y cautivadora





Cuando Leiah despertó, sin siquiera recordar en qué momento se quedó dormida, tenía al lado de su cama una única mesita. Sobre ella, había un plato con frijoles y una hogaza de pan. También un vaso con algo que podría ser agua.

Se encontraba en un habitáculo de piedra, de máximo dos metros cuadrados. Una enorme y pesada puerta de madera revestida con hierro la apresaba, y junto a ella había un hombre sentado leyendo...

«¿Está leyendo las sagradas escrituras de Ara?»

Era el fugitivo que la raptó.

—Puedes llevarte estos platos de aquí. Malgastan espacio, pues no pienso comer.

Al escuchar su amarga y despectiva voz, Orión suspiró y cerró el libro, cruzando las manos sobre este para mirar a Leiah.

—En general me tiene sin cuidado si comes o respiras, pero tarde o temprano tendremos que caminar, y ni siquiera sueñes que voy a cargarte. Así que come —Orión señaló la bandeja—. Necesitas tener la fuerza para que tus pies soporten tu peso.

Le estaba ofreciendo comida y había dicho que pronto tendrían que caminar, así que el Leiah concluyó que el hombre no pretendía dejarla pudrirse en ese calabozo en particular. Su mente maquinaba a toda prisa. Tal vez, ese hombre no era el verdugo, sino el mensajero. Entendió que les faltaba otro trayecto para su destino, pero... ¿Cuál? ¿Con quién? ¿Por qué?

Necesitaba más información, pero por el momento no iba a darle el gusto a ese tipo de hacer las cosas a su modo.

—Repito: puedes llevarte la comida. No la voy a tocar.

—Ya. Dime eso mañana.

Orión, despreocupado, volvió a su lectura.

Leiah no pudo contener el impulso de hacer la siguiente pregunta.

—¿Cuánto tiempo pretendes tenerme aquí?

—Hasta que comas —dijo Orión pasando las páginas, sus ojos fijos en ellas.

—Imagino que sabes que soy una novata en esto de ser secuestrada, pero tengo la experiencia suficiente para entender que estás cosas nunca son así de sencillas.

Leiah se arrimó más al borde de la cama para sentarse. Su vigía ni siquiera se inmutó, lo que le hizo pensar a ella que tal vez tenía una oportunidad de tomarlo distraído y hacer algo.

Pero, desde luego, Leiah no era estúpida. Lo había visto pelear. Mejor no jugarse el cuello a la suerte.

En cambio, prefirió decir:

—¿Draco está bien?

Los dedos de Orión se detuvieron a mitad del pasar de las páginas, sus cabeza siguió inmóvil en dirección al libro, pero sus ojos se alzaron hacia Leiah con una de sus cejas ligeramente arqueadas.

—Te di mi palabra, ¿no?

La ahora prisionera reaccionó riendo con amargura.

—¿Tu palabra? He expulsado mocos que valen mucho más.

—Deben ser unos mocos maravillosos entonces, madame.

Leiah se volvió a tirar al colchón, frustrada.

Al menos agradecía el alivio de haber despertado intacta, con la ropa en su lugar y cubierta entera con las mantas para que así que no podía verse toda la piel que revelaban sus escotes.

—Háblame cuando hayas comido —dijo Orión antes de salir y cerrar la puerta tras de sí.

~~~

Leiah despertó de nuevo con la sensación de que todo había sido un sueño, pero las mismas paredes de piedra se burlaron en su cara.

¿Cuánto tiempo había estado dormida? Seguía aislada, sin ni una ventana que le esclareciera la hora. Pudo haber dormido un par de minutos o un día entero.

Lo cierto es que la comida permanecía sobre su mesita, y el estómago de Leiah ya no soportaba la huelga.

Y el ex caballero tenía razón. No le serviría de nada matarse de hambre. No es como si fuese a despertar la empatía de su captor de pronto y la dejaría ir. Tenía que aprovechar mientras le dieran comida, pues no había forma de saber hasta cuánto se prolongaría esa muestra de bondad.

Mientras se devoraba los frijoles tomó su tiempo para pensar.

¿Qué hacía ahí? Pudieron haber tenido a Draco, quien era un hombre con mucho más dinero y poder que ella. ¿Por qué dejarlo? ¿Por qué raptarla a ella?

Dado cómo surgió todo, a Leiah no le quedaba duda de que ese siempre fue el objetivo. El fugitivo era buscado por todo el reino, no tenía sentido que justo se dejara ver en la capital, el peor lugar para esconderse de los escorpiones y tan lejano de las minas de Cráter. Mucho menos sentido había en que se hubiese dejado atrapar por unos cuantos guardias.

Debió haber sido parte de su plan: dejarse cazar en la capital por los hombres de Draco para acceder a la mansión al ser encerrado en los calabozos. Una vez ahí, compró de alguna forma el favor de los cuatro guardias en su custodia y fingió que se negaba a hablar hasta que estuviese en presencia del dueño y...

Draco le había dicho a Leiah que la hacía presenciar esa discusión porque quería que ella influyera en todas sus decisiones, pero... ¿Y si el fugitivo pidió explícitamente la presencia de ella también para poder hablar? ¿Draco accedería a algo como eso y se lo ocultaría?

De todos modos, él no tenía forma de saber lo que pasaría. Había suficiente seguridad. Leiah no podía culparlo por nada. Pero sin duda él si estaría haciéndolo... ¡Por Ara! Debía estar castigándose hasta el deceso, y lo haría más si algo le pasaba a Leiah, si no lograba encontrarla.

Ella misma estaba temblando por dentro. Todavía no la habían tocado de ninguna forma, pero eso no era alivio suficiente. Tal vez ese hombre era el mediador entre quien realmente quería tenerla. Y cuando estuviese al fin en su poder... ¿Qué le haría? ¿Para qué la usaría?

Siguió comiendo, tanto para calmar el hambre como para distraer sus pensamientos con el sonido que hacía al masticar. Bebió del vaso y descubrió que no era agua, sino una especie de bebida gaseosa muy refrescante.

Se levantó de la cama y se acercó a la mirilla de la puerta, lo único que no estaba trabado por algún cerrojo. Su captor estaba de pie en la pared al otro lado. Al encontrarse con sus ojos desiguales, alzó una mano a modo de saludo.

Ella cerró la mirilla enseguida y volvió a la cama.

No mucho después Orión entró a la habitación.

—Ten —dijo lanzándole una manzana.

Ella la atrapó, pero la dejó en el colchón sin intensión de probarla.

Con los dientes apretados apenas conteniendo la ira, Leiah espetó hacia Orión.

—¿Así que de eso trata tu plan? ¿De envenenarme?

Una sonrisa ladina fue lo que recibió del caballero.

—Me ha descubierto, madame. Admito que no tenía nada más productivo que hacer que infiltrarme en la mansión de Sagitar, robarme a su prometida, encerrarla y luego matarla con veneno y no con mis propias manos como pude haber hecho en su calabozo sin problema.

Orión se volteó para asegurar todos los cerrojos de la puerta. Al terminar, se recostó de ella con la mirada en la mujer sentada en la cama.

—¿Cómo lo hiciste? ¿Cómo compraste a sus guardias?

—Igual que lo hiciste tú una vez: les pagué más.

—Me has estado espiando... —Leiah se llevó las manos a la cabeza, sus dedos enterrándose en sus mechones de cabello—. Maldita sea, ¿desde cuándo?

Orión movió la cabeza de un lado a otro de forma dubitativa.

—Yo no lo diría así.

—¿Cómo lo dirías tú?

Orión, todavía recostado con una rodilla flexionada y un pie pegado a la puerta, se encogió de hombros.

—Digamos que soy tu más grande fan.

—Por la vagina de Ara... Eres uno de esos locos.

Orión soltó una risita.

—Soy muchos tipos de locos, sí. Menos el que tú piensas. No voy a tocarte.

—¿Entonces?

Orión volvió a encogerse de hombros y no dijo una palabra más.

—Si tenías cómo pagarle a los guardias más que Draco... —Leiah conjeturó para sí misma—. Entonces sí eres el fugitivo que busca la corona, el que destruyó las minas. Draco tenía razón. Y entonces... Sí tienes los malditos cristales.

—No todos, por supuesto —contestó Orión con tal tranquilidad que parecía que estaba confesando una travesura—. La mayoría se perdió en las minas.

—¿Por qué?

—¿Me devuelves mi manzana? Yo sí la quiero.

Leiah agarró la maldita manzana y le metió un mordisco que le arrancó casi la mitad. La masticó con toda la rabia que pudo reunir mientras miraba al hombre con sus ojos exhumando fuego.

Orión rio, negando con la cabeza, y se sentó en la silla contigua a la puerta con la vista todavía en Leiah.

—¿Qué me habías preguntado? Ah, sí: «¿por qué?». Pues, básicamente, porque se me antojó.

—Se te antojó joder la estabilidad de toda una nación, volvernos unos contra otros, desatar la hambruna y poner a la corona a sufrir los dolores de parto más grandes que ha experimentado en milenios.

—Sí, Leiah. Acabas de poner en palabras mi definición de placer.

¿Cómo se atrevía a usar su nombre?

Leiah tragó a duras penas todo el bocado de manzana y procedió a cazar otro con sus dientes, imaginando que hacía lo mismo con la yugular de Orión.

—¿Me dirás para qué me quieres?

—Hagamos un ejercicio de confianza —propuso Orión cruzando sus piernas—. ¿Tú para qué crees que te quiero?

—Púdrete —espetó Leiah lanzándole el resto de la manzana con toda la ira que llevaba contenida.

Orión la atrapó con una mano, apenas moviendo su rostro para esquivarla, y con la misma tranquilidad de siempre arrancó de un mordisco el pedazo que le quedaba.

—¿Sabes qué? —La señaló con la mano en la que tenía el corazón de la manzana—. Voy a buscarte más comida.

—¿Tu plan es engordarme y luego hacerme el desayuno de tu sirio mascota?

—Tus conjeturas son cada una peor que la anterior.

Leiah le sostuvo la mirada. Encontró discordancia en la oscuridad de sus iris, la cicatriz de su ojo y en general toda la violencia que sabía que aquel hombre era capaz de desatar, una vez comparada con su despreocupación, con la manera en que nada parecía importarle más que no perder ese brillo de burla en toda su semblante. En una mirada, que tal vez le tomó más de lo debido, Leiah entendió que él se reía de todo, y de todos, en lo más profundo de su ser.

—Draco va a atraparte —soltó Leiah en voz fría y baja sin romper el agresivo contacto visual ni para permitirse un pestañeo—. Espero lo sepas. Te buscará en la niebla y en las estrellas, las barrerá una por una, pues tú le arrancaste lo que más aprecia. Va a destruirte.

—Pues... —Orión suspiró con pesar—... mis condolencias por el tiempo que perderá. Cada estrella en el cielo ya persigue mi sombra. Si estoy libre a estas alturas podemos concluir que podré seguir así algún tiempo.

Leiah contuvo sus labios, no permitiéndoles maldecir como querían, y levantó el mentón para acompañar las palabras que escogió transmitir.

—Presumes de una inmunidad idílica, pero a mí no me puedes engañar con supersticiones. Los hechos tienen un valor irreemplazable, y la realidad aquí es que una vez te atraparon. Estuviste preso en las minas. Dos años. Volverán a atraparte, Enif. Y si lo hace Draco esta vez no habrá misericordia para tu vida.

Orión cayó un rato, dejó que la ira de las palabras de Leiah se incineraran entre sí hasta que el vapor que dejaron empezó a tornarse sofocante.

Él siguió mirando esos ojos desiguales, agudos como hierro afilado, con la dureza de un muro de piedra. Ahí estaba lo que había ido a buscar.

—Entiendo ahora por qué Draco te quiere.

—¿Perdón?

—Ya lo sabía, pero necesitaba... Confirmación.

—¿Pero de qué sirios hablas?

—Descansa hoy. Mañana tenemos trabajo qué hacer.

~~~

Nota:

Hoy termina la maratón, pero si ustedes quieren seguimos hasta el lunes ya que adelanté otros capítulos. Comenten aquí.

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