Capítulo 12: La boda negra
Lyra Cygnus,
día de su boda
En todos los asientos del templo había mujeres con vestidos hermosos de tela gruesa, mangas largas y sin escotes, cubiertos hasta las clavículas. Asimismo, se protegían de las ventiscas heladas que lograban colarse por las rendijas de las puertas y ventanas, con abrigos de piel y pelaje de lobo, y bonetes de tela debajo de sombreros retocados con adornos florales para cubrir sus orejas de las bajas temperaturas y embellecer su apariencia a la vez.
Los hombres, iban con capas pesadas y armaduras de cuero, además de gruesos abrigos de pelaje abundante, pero con la cabeza descubierta para honrar a la que estaba por convertirse en la nueva familia real, la primera de sus tierras.
Lyra estaba en el altar sin nada que la protegiera del frío más que la minúscula capa de tela de su vestido, la transparencia del encaje y la malla de su velo; pero no temblaba, aunque más de una vez las corrientes gélidas del lugar la empujaron al borde de un escalofrío. Porque ella era una Cygnus, descendiente del primer cisne que congeló el lago de Deneb, y construyó el castillo de hielo en el bosque helado. Al menos, así decía la leyenda. Su sangre, si de verdad era la princesa prometida, estaba hecha del mismo material que amenazaba con congelarla.
Antares no se veía tan firme con su traje de alta costura, sin ningún abrigo, pero era una prueba que tendría que pasar hasta que la unión entre su linaje y el de los Cygnus fuese consumada. Entonces, las estrellas se inclinarían ante él, y le darían un alma que ningún hielo podría forjar.
Detrás de la pareja estaba el atril del templo, y sobre este aguardaba, entre rezos silenciosos, el sacerdote de la congregación de Ara en Deneb.
Entre la pareja y el atril, estaba la familia a punto de ser ungida. Justo detrás de Lyra, estaba su padre. Detrás de Antares, la madre. Lyna Cygnus, una mujer de casi dos metros de altura, y piel blanquecina apenas sonrosada, y una trenza de robusto cabello rubio que le alcanzaba la altura de las rodillas.
Lyra le temía al rostro de su progenitora, pues las cicatrices de su trabajo en la forja, la caza y la leña, le daban una dureza difícil de mirar a la belleza que una vez tuvo. Y su expresión, por sobre todo lo demás, era la de alguien que sabía que, dadas las circunstancias, debía convertirse en una tirana para ganar el respeto que su esposo tenía solo por nacimiento. No es que Lyra la juzgara, es que simplemente le costaba verla como una madre. La misma Lyna había sido demasiado mezquina con las palabras que dirigió a su hija desaparecida, como si tuviera asuntos más urgentes qué resolver.
A ambos extremos, una a un lado de la madre y otra del padre, estaban las hermanas de Lyra -Gamma y Freya-. La pequeña era demasiado parecida a su madre: tosca, indómita e inquieta. La grande, casi parecía un pequeño espejo que proyectaba lo que Lyra había sido a su edad.
El sacerdote se acercó a los novios con un discípulo que cargaba un cáliz entre sus manos. El discípulo se colocó en medio de los prometidos, colocando el recipiente lo más cerca entre ambos; así, Lyra pudo ver que dicho artefacto contenía un líquido cristalino.
La princesa deseó haber estudiado mejor su cultura antes de viajar a sus tierras, pues desconocía demasiado, en especial los rituales de unión.
-Hermanos y hermanas -pronunció el sacerdote con las manos elevadas sobre sus hombros-. He aquí el agua sagrada del lago congelado.
»Deneb fue liberada por un Cygnus una vez, uno que separó nuestras tierras del resto de Aragog, haciéndolas inhabitables para todo aquel demasiado frágil para enfrentarse al ardor del frío. El primer cisne congeló el lago, cubrió nuestros hogares con escarcha, secó nuestros árboles de todo fruto que la Capital pudiera codiciar, y nos dio la fuerza para cazar nuestro alimento. Ese Cygnus nos dio todo para la independencia, pero hemos renegado de su poder, por ser demasiado cobardes para tomarlo.
La congregación aplaudió con júbilo, las esposas lloraban con devoción a su fe, a la historia que sus ancestros les habían contando una y otra vez, pero que jamás tuvieron el coraje de creerla.
-Su legado ha seguido -continuó el sacerdote-, todos los años nace un nuevo Cygnus al qué coronar, pero los seguimos llamando «mi lord, mi lady». Y prometemos nuestro poder a los escorpiones, para que ellos lo dañen con su veneno, y nosotros seguir bajo su influencia eterna. Pero hoy, hermanos y hermanas, es un escorpión el que se promete a nosotros, para que un Cygnus al fin nos pueda gobernar. Nos libere.
Lyra estaba llorando en silencio por la emoción que le producía aquel discurso. Hasta ese momento, ni ella misma comprendía lo que su acto significaba. No solo sería una reina, sería una libertadora. La Cygnus que recuperó lo que los escorpiones un día usurparon.
-Nunca más Deneb se arrodillará ante Aragog, porque ya no seremos parte de su territorio, no estaremos al alcance de su Corona, ni de sus leyes, y los hijos de esta unión no volverán a ser prometidos a los escorpiones del otro lado, porque estos formarán una dinastía. Scorp y Cygnus. El primer cisne con aguijón.
Los presentes se levantaron a vitorear al nuevo matrimonio entre lágrimas y aplausos, eufóricos por lo que el nuevo comienzo representaba.
-Con el agua del lago, Lyra Cygnus demostrará la autenticidad de su linaje. Si miente sobre su proceder, el frío detendrá su corazón; de lo contrario, si lleva la sangre del primer cisne, podrá soportarlo. -El sacerdote miró a Lyra-. Sumerge tus manos en el cáliz, hija mía.
Con la frente en alto, e ignorando su desbocado corazón junto a todas las voces que la llamaban farsante en su fuero interno, entregó ambas manos al sacerdote, que con suma delicadeza las liberó de sus guantes y las sumergió en el cáliz.
Lyra dio un respingo apenas las yemas de sus dedos rozaron el agua, fue como si una legión de avispas se insertaran en su piel, aguijoneándola y adormeciéndola. Ella dio un respingo y contuvo la respiración, pero no apartó sus manos en ningún momento. Tuvo que apretar la mandíbula con fuerza, morder uno de sus labios para concentrarse en otro dolor, pero no desistió. Entonces, una pequeña capa recubrió la piel de sus dedos, avanzando como pequeñas cáscaras de cristal, como escamas de hielo, que se extendieron hasta sus muñecas.
Cuando el sacerdote liberó sus manos, posándolas sobre una almohadilla que sostenía un segundo discípulo, el cristal se disolvió con el aire, dejando en su ausencia una humedad que el sacerdote secó con un pañuelo de fino algodón.
-Eres digna, hija mía -pronunció el hombre, inclinándose en un reverencia. Lyra casi rompió en llanto por el orgullo que sentía.
Entonces, levantaron su velo, y quitaron la diadema de su cabeza. El sacerdote acercó el cáliz al rostro de la princesa prometida, y sumergió un dedo su agua para con el mismo, húmedo todavía, ungir la frente de la doncella de un extremo al otro.
El frío fue igual de despiadado con Lyra, pero esta vez ella ni se inmutó. Pudo tolerarlo. Lo que no pudo ver, mas sí sentir, fue cómo por su frente se extendía una especie de diadema hecha de astillas largas y filosas de un azul leve y casi transparente, rodeando por completo su cabeza. La corona de un cisne.
Nunca más sería Lady Lyra.
El sacerdote prosiguió con Antares, el príncipe dorado de los escorpiones. Entre varios discípulos lo despojaron de toda prenda que cubriera su dorso, exponiéndolo a la desnudez tradicional del novio en Deneb.
Gracias a ello, Lyra pudo descubrir que el colgante dorado que había visto en el pecho de Antares era una cadena larga con el dije de un escorpión. Cuando le indicaron que tenía que despojarse también de aquel adorno, el príncipe casi desistió. Sin embargo, y casi a regañadientes, acabó accediendo con cierto temor y lentitud, como si lo estuviesen despojando de un órgano vital.
El Scorp se postró en el suelo con una rodilla hincada, tal como dictaba la tradición, con el rostro inclinado y la mirada fija en el piso. El sacerdote se acercó a su espalda, una zona marcada por cicatrices que ningún príncipe debería poseer, y llamó a un nuevo discípulo para que le acercara un cáliz distinto.
-Aceite ungido -explicó a la congregación-. Santificará el templo que este cuerpo representa, con la bendición de Ara, y el cisne. Esto, representa la aceptación de este pueblo ante tu humillación, hijo mío. Hoy, tu te has postrado ante nosotros para ser ungido por nuestra iglesia; mañana, seremos nosotros los que nos inclinaremos ante ti, y serán tus manos las que ungirán.
El sacerdote sumergió sus dedos índice y pulgar en el aceite, para luego llevarlos a la espalda de Antares. Con cada uno, trazó un punto de la constelación Cygnus, luego trazando líneas de aceite que conectaran unos con otros.
Antares soportó el frío y la desnudez en silencio hasta que el ritual terminó, solo entonces se le permitió ponerse de pie. Una vez estuvo así, se le cubrió con una gruesa capa de abundante pelaje blanco, dejando solo su pecho al ojo público.
-Tomen sus manos -instruyó el sacerdote, y así hicieron ambos novios.
A pesar del rencor, a pesar de que aquella unión naciera de un pacto frío y premeditado, ambos sintieron el poder que manaba de sus manos al conectarse. No era nada tangible, ni visual, iba mucho más allá. El simbolismo de su unión, y de las barreras que derribaban con ella; el poder de sus apellidos juntos, y la vastedad de lo que conseguirían con ello.
Cisne y escorpión unidos, por primera vez, por elección propia.
Un discípulo se acercó con los anillos, lo que fue a su vez la señal de Antares para quitar el de Lyra. Adiós a la piedra del cisne, ahora ambos portarían alianzas hilyrio, el mineral más fuerte en Deneb, platinado con un brillo natural, cada uno grabado con el apellido del otro.
-Es momento de que la unión se consume. Cada uno diga sus votos.
Antares comenzó, tomando una de las alianzas y la pequeña mano de su prometida. A ninguno le habían indicado lo que debían decir, era la única parte de la ceremonia en la que eran libres de escoger el curso.
-Con este anillo, yo te desposo. Y con nuestra unión, te obsequio la única de mis riquezas que seguirá perteneciéndome solo a mí hasta la eternidad: mi palabra. Te ofrezco una promesa, ante tu pueblo que con sus brazos abiertos me ha aceptado. Te prometo mi lealtad. A ti, y a la Corona, mientras esté sobre nuestras cabezas, o sobre la de nuestros sucesores. Y prometo, Lyra Cygnus, que entregaré mi vida si hace falta, para protegerte a ti, y a ella.
Lyra tragó en seco, aceptando el anillo sobre su anular. En ese instante era su turno, pero seguía procesando las palabras del escorpión, y la intensidad con la que sus ojos de oro fundido la invadían mientras eran pronunciadas.
Inspiró con profundidad, y continuó con la ceremonia.
-Con este anillo -juró mientras lo deslizaba por el dedo del escorpión, comprendiendo que nada de lo que dijera, al menos de su parte, podía ser un engaño. Tenía que cumplir con su nueva cultura, y eso implicaba derramar su sinceridad en sus votos-... juro ante Ara, el cisne y todos mis hermanos, que voy a respetarte. Por todo lo que dure nuestra unión, seré el apoyo en donde puedas descansar, si alguna vez te sientes necesitado de hacerlo. Sin embargo, más que cualquier otra cosa, con esta alianza juro a mi pueblo que un nuevo sol brillará sobre Deneb, el sol del progreso, y que entregaré mi vida para que este reinado se edifique sobre torres de justicia.
-En nombre de Ara y el cisne -entonó el sacerdote.
-En nombre de Ara y el cisne -respondieron todos.
-¿Y las coronas? -escuchó Lyra preguntar a su madre con mal genio.
Volteó en dirección a su familia para descubrir a su madre enfrentando a Lord Cygnus con una mirada mordaz.
-¿Las olvidaste? -espetó la mujer a su marido al ver que este no hacía nada.
-No, no las olvidé -replicó este de mala gana por los regaños de su esposa en plena congregación-. Ya vienen, que su santidad prosiga sin ellas por ahora.
El sacerdote asintió y volvió a girarse hacia los novios.
-Al tocarse los labios de esta pareja, el matrimonio se dará por consumado. Si alguien tiene pruebas que deslegitimen esta unión, o si alguien se opone a ella por cualquier motivo, que hable ahora o calle para siempre.
Lyra estaba demasiado nerviosa por tener que besar a Antares, pero aquel mundado sentimiento solo le duró un par de segundos. Luego vino el desconcierto, la incertidumbre, porque en medio de la congregación alguien se había levantado a aplaudir.
Para todos, era una mujer más. Ataviada con sus gruesos abrigos que cubrían casi por completo su vestido. Pero luego los dejó caer, y sus ropajes negros salieron a la luz.
No eran prendas femeninas las que usaba.
Luego, cayó el sombrero junto con el bonete, y su rostro quedó revelado.
-Yo, su santidad -explicó la voz ronca y siseante del intruso, levantando una de sus manos enguatadas con cuero oscuro. Era como si no hablara él, sino las sombras que lo habitaban por dentro, las mismas que parecían correrse por el interior en el cuello hasta su mandíbula-. Yo me opongo.
Lyra lo conocía demasiado bien, pues una vez había sido su prometida.
-Sargas.
-Guardias -conjuró el padre de la futura reina, adelantándose hasta quedar frente a los novios, en medio de las dos hileras de bancos de la congregación.
Entonces, todos los hombres apostados en frente de cada ventana se activaron en respuesta a la voz de mando, bloqueando las entradas, desenfundando sus armamentos, adoptando posiciones ofensivas contra el extraño, aproximándose para formar una muralla delante de la familia real.
Lyra sintió un alivio inhumano. Sargas podía estar ahí para hacer un espectáculo, pero no podría tocarla, no con la muralla de protección de su familia y el pueblo que había jurado lealtad a ella. Estaba a salvo. Todos lo estaban.
Pero entonces, Sargas hizo la última cosa que se le ocurriría hacer a alguien en su posición: sonrió. Una sonrisa tan amplia, que sus ojos se iluminaron con una malicia hiriente, los mismos ojos una vez fueron de un negro absoluto, que ahora estaban manchados por un tono de gris que los consumía casi por completo.
-Padre -saludó Sargas a Lord Cygnus, que arrugó los labios en respuesta.
El Lord bajó la cara al suelo, y suspiró antes de preguntar:
-¿Cumplirás tu promesa?
-Tus pequeñas serán doncellas en mi corte, y tu heredera mi reina. Soy un hombre de palabra.
Lord Cygnus asintió, y todos sus subordinados guardaron su armamento en respuesta como si ya supieran lo que tenían que hacer.
-¡No! -gritó la madre con agonía, y corrió el par de pasos que la separaban de su marido-. ¿Nos traicionaste?
El hombre, cuando al fin habló, lo hizo la voz estrangulada, las pupilas dilatadas de cobardía, y los ojos inundados de lágrimas.
-Nos salvé.
-¡No!
La mujer se agachó, sacando del interior de su falda una espada casi tan larga como su brazo y, sin parpadear ni titubear, le incrustó la hoja hasta el mango, a través de las costillas, al hombre que había prometido amar hasta la muerte.
-Bastardo inútil -musitó mientras retorcía la hoja. Los intestinos salieron al otro lado de la herida, la sangre bañando el suelo en cascadas, la viscosidad rosada de los músculos de su marida asomándose.
-¡Deneb! -gritó la mujer soltando la espada, dejando que el cadáver se desplomara sobre los pies de sus hijas que lloraban y chillaban-. ¡Cumplan las promesas que...!
Pero no pudo terminar la frase, porque a pesar de que el Lord de las tierras nevadas acababa de caer muerto, sus órdenes quedaban. Así que un guardia decapitó a Lyna Cygnus a mitad de sus últimas palabras, en medio del templo, dejando que su cabeza rodara hasta el cadáver de su esposo.
Ahí comenzó el revuelo, el horror, y la sangre.
Freya, la mayor de las pequeñas hermanas de Lyra, fue atrapada por un guardia. El hombre la amordazó y la subió a sus brazos a pesar de lo mucho que esta imploraba entre lágrimas, sin importarle que la pequeña acababa de presenciar a uno de sus padres asesinando al otro, o que la cabeza de quien le dio la vida rodaba cerca de sus pies, sin importarle que acababa de quedar huérfana.
Otro hombre fue por Gamma, la más pequeña de las Cygnus, pero esta se escurrió entre sus piernas y rodó hasta esconderse debajo de los bancos de donde huían los invitados. Empezó a gatear y rodar a través de estos asientos hasta llegar al otro extremo del templo. Ahí, escaló una de las columnas apoyándose de las cortinas, y se subió hasta los tablones del techo.
Desde su escondite en lo alto, pudo sacar el arco que escondía entre la tela que abultaba su vestido y tomar una de las muchas flechas que tenía atadas alrededor de su pierna. Tensó la cuerda, precisó su objetivo, y liberó a su hermana al clavarle el proyectil en el interior de la oreja a quien la tenía cautiva.
Freya no tenía ninguna destreza en armas, así que, al ser liberada por la flecha de Gamma, solo se le ocurrió correr e intentar subir hacia donde estaba su hermana, pero ni sabía escalar ni las cortinas resistían su peso.
Tuvo que quedarse ahí, pegada a la columna, confiando en que su hermana pequeña mataría a cualquiera que se acercara para hacerla prisionera otra vez.
En el resto de la congregación, muchos lores fieles a la familia se revelaron contra los guardias para proteger sus tierras, por lo que cierta mente detrás de aquella emboscada decidió revelar su arma secreta para volver a inclinar la balanza a su favor.
Con solo un chasquido de los dedos enguantados de Sargas, que no se había movido ni un ápice de su puesto, cinco de los guardias que se voltearon a su bando perdieron su forma humana. Sus huesos crecieron, se deformaron y rompieron sus ropajes. Se estaban transformando en Sirios.
Las bestias aterrorizaron a todos, convirtiendo la batalla en una masacre, extendiéndola hasta las afueras de la congregación. Pero los fieles no desistían, y seguían luchando por la protección de sus familias aunque la mayoría cayera en el intento.
Lyra gritó cuando un par de hombres se lanzaron sobre ella para capturarla, descubriéndose sin escapatoria. Retrocedió, con el corazón en la boca, todavía sin digerir las cientos de cosas que estaban sucediendo a la vez, las vueltas que estaba dando su universo. Estaba sola, acorralada, aterrada por su destino y el de sus hermanas, y huérfana otra vez.
Había fracasado de un modo que no tenía comparación alguna. No solo no tenía una corona, ni poder, ni nada que pudiera protegerla, sino que puso en peligro a demasiada gente, y la mayoría alfombraba el suelo con sus cadáveres.
Sobre todo, le ardía el pecho por la traición de su padre, y el orgullo porque horas antes estuvo a punto de decirle que lo amaba, porque así lo había llegado a sentir.
Y, en especial, se sentía inútil. Devastadoramente inútil. Porque Aquía habría acabado con toda la congregación ella sola, incluso Shaula habría sabido cómo defenderse y adornar el suelo con sus enemigos, pero ella no. Ella no sabía ni cómo empuñar una espada.
Tropezó con el atril y volteó para descubrir que el cáliz con el agua del lago estaba encima del mismo. Lo tomó, y arrojó su contenido a la cara de su atacante, sintiendo un alivio abrumador cuando el hombre cayó al suelo sin oxígeno, con los labios morados y la piel como un bloque de hielo.
Lyra corrió, pero, ¿hacia dónde? Si estaba rodeada. Ella era el objetivo principal, no la dejarían escapar.
Intentó tomar la espada del guardia que acababa de matar y así poder defenderse, pero su peso era tal que ni siquiera podía sostenerla en alto sin perder el equilibrio.
A unos pasos de distancia, Antares parecía huir de la batalla, pero se detuvo en una esquina de la congregación, la misma a la que habían confinado sus ropajes.
Buscó desesperado entre el montón de tela hasta conseguir la cadena dorada. Con solo tocarla, fue como si extrajera un fragmento de su alma del artefacto. Su piel comenzó a refulgir con un resplandor blanquecino, casi escarchado, y sus músculos se tensaron a un límite en el que parecía que estaban a punto de reventar.
El escorpión dorado saltó sobre los bancos de la iglesia para impulsarse con mayor velocidad, con sus hebras de plata ondeando a su espalda, destrozando la madera cada vez que sus pies se despegaban de la superficie.
Llegó al altar otra vez, donde su prometida estaba cautiva por tres hombres que la mantenían sometida de pies a cabeza contra el suelo a pesar de su forcejeo.
-¡Lyra! -gritó, consiguiendo que esta lo mirada entre súplicas y lágrimas mientras las manos manchadas de sangre de los guardias le profanaban desde el vestido de bodas hasta su rostro de cisne.
Antares sintió la ira reververar en sus entrañas como veneno sometido al fuego. Ese mismo veneno lo liberó, dejando que se corriera por sus venas, dirigiéndolo a sus manos. Entonces, tomó a uno de los tres traidores desde atrás, rodeando la nuca de este con sus dedos rufulgientes por el poder de Scorp. Y la piel del guardia siseó, como carne sobre metal hirviendo; y se desintegró, carcomiéndose a sí misma, sus huesos y sus vasos sanguíneos, por la intensidad de la ponzoña que el escorpión concentraba en sus manos.
El hombre gritó todo lo que pudo, hasta que el veneno de Scorp alcanzó sus cuerdas bocales y las fulminó.
Antares fue por el siguiente, esta vez tomándolo del rostro, consiguiendo que su piel se derritiera como cera en una fogata.
Cuando el tercero se levantó para huir del poder del Cosmo, Antares no lo perdonó.
-No intentes escapar, maldito cobarde -musitó alcanzando a agarrarle el tobillo-, que de las constelaciones es imposible esconderse.
Antares tiró del tobillo del hombre con ambas manos, dejando marcas de quemaduras en toda la pierna. Luego se subió sobre este, que no dejaba de chillar y luchar por zafarse. El príncipe le propinó un puñetazo que le desvió la mandíbula para que dejara de forcejear. Cuando el guardia cesó en sus movimientos bruscos, Antares llevó sus manos al pecho de su presa, desintegrando la piel hasta abrirse paso al corazón y arrancárselo.
Se volvió hacia Lyra, que a duras penas salió de la conmoción para ponerse de pie.
-¿Estás bien? -Ella asintió-. Quédate detrás de mí, Lyra, ni se te ocurra moverte.
Antares ni siquiera debió decírselo, Lyra no tenía un mejor plan.
Sargas veía desde su asiento cómo Antares defendía a Lyra con eficacia, usando su poder para asesinar en segundos a cualquiera que se acercara a ella. Esto molestó en sobremanera al heredero de Aragog, que con sus manos fulminó la madera del banco que sostenía, dejando un rastro de su poder en los escombros, como tinta negra derramada.
Decidió que era momento de mover el rey de su tablero.
Puso una mano sobre el pomo de la espada en su cinto, y dejó que el poder lo invadiera sin dominarlo. Soportó el dolor de la espalda en segundos, ya acostumbrado a practicar con flagelaciones peores, e indicó a sus nuevas aliadas que lo llevaran hacia su hermano.
Sargas aterrizó frente a Antares con sus alas negras desplegadas detrás de él. El plumaje era como el de un cuervo, pero cada una tenía una punta filosa y brilante hechas de cartílago, como lanzas de hierro negro.
-¿A quién se las robaste? -inquirió Antares con resentimiento.
Sargas, por toda respuesta, sonrió, y desenvainó la espada de la que había sacado el poder.
-Cassio -murmuró el menor, comprendiendo con horror lo que sucedía.
-A pesar de todo -dijo Sargas con fingido pesar-, él fue un mejor hermano que tú.
-Tú no eres mi hermano, bastardo.
Antares pisó el mango del armamento de uno de los caídos, haciéndolo girar en el aire hasta aterrizar en su mano. No esperó a los trucos de Sargas y dio el primer golpe.
El bastardo lo paró atrapando la hoja con una mano, y la fuerza con la que detuvo el golpe hizo temblar a Antares hasta los dientes. La hoja apenas y había cortado el cuero del guante, sin penetrar la piel.
Sargas tenía demasiado poder, y una resistencia insólita que no podía justificarse solo con ser un Cosmo, pues debería estar igualado por la condición de Antares.
Pero el príncipe dorado no se rindió, ni se inmutó ante la sonrisa diabólica de su hermano mayor. Hizo viajar el poder de sus manos por la hoja de su espada, concentrándolo en el área que Sargas sostenía. De la piel del heredero comenzó manar un humo negro y espeso, así que tuvo que soltar la espada y ponerse en guardia con Cassio para no quedarse sin mano.
Su sonrisa había desaparecido.
-¡NO! -gritó Lyra con horror, y Antares tuvo que hacer un esfuerzo enorme por no voltear y perder la concentración.
-¡¿Qué?! -preguntó, todavía en posición defensiva con la espada por si Sargas decidía atacar.
-Mis hermanas.
Freya seguía pegada a la columna, llorando con estruendo y pavor. Gamma estaba todavía oculta en el techo, trataba de mantener a raya a quienes las amenazaban, pero lo único que hacía era apuntar a uno por uno, sin disparar. Eso solo podía significar una cosa: la que tenía era su última flecha, y quienes las rodeaban eran cinco.
-Luego -prometió Antares que había captado la escena de reojo. Necesitaba ocuparse de Sargas antes.
Lyra se acercó a la espalda del escorpión dorado, y puso una mano entre su zona lumbar para que sintiera su tacto, la manera en que temblaba, lo real que eran los sentimientos con los que le hablaba.
-Sálvalas -le rogó llorando.
-¡No! No te voy a dejar con él.
Sargas rio deleitado con la función, con el enrojecimiento del rostro de su hermano por el desespero, la frustración, y su patético intento por ser firme y objetivo.
-Tic tac, hermano -se burló Sargas.
-¡Tú no eres mi hermano!
Antares blandió su espada con intención de decapitar al bastardo, pero este reacciono gracias a sus sentidos maximizados, usando sus alas para impulsarse lejos del alcance del arma.
-Antares -Lyra le tomó el rostro al príncipe, obligándolo a mirarla a pesar de los riesgos. No había amabilidad en su gesto, solo la más cruda de las demandas. Le mostró el dedo anular donde todavía llevaba la alianza-. No me importa lo que pasara después, sino lo que prometiste.
Antares zafó su rostro del agarre de Lyra, dispuesto a volver a enfrentarse a su hermano.
Pero Lyra se interpuso entre ambos, avanzado hacia el escorpión maldito, quien la recibió con una sonrisa de fascinación.
-¡Lyra, no!
La princesa dejó que Sargas la tomara en sus brazos, pero nunca dejó de mirar a Antares.
-Recuerda tu promesa, escorpión.
Antares trató de perseguirlos, pero era demasiado tarde. Sargas ya había elevado vuelo, atravesando el techo amplio del templo hacia el cielo congelado de Deneb.
Ella miró hacia abajo, a través del hueco que abrieron en la madera, y solo alcanzó a ver a Antares mientras su silueta se perdía en el interior de la batalla que todavía quedaba por librar dentro de la iglesia. Entonces, se permitió volver a llorar, porque a pesar de la valentía que había fingido, estaba aterrada, marchita y destrozada.
-Ay, Lyra... -comentó Sargas mientras volaba a las afueras de Deneb. Con sus dedos, destrozó la diadema de cristales que la chica tenía en la cabeza-. Eres tan patética y absolutamente inútil.
Por primera vez, Lyra y el príncipe maldito estaban completamente de acuerdo en algo.
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Nota:
Me estaban preguntando mucho por Sargas, supuse que lo extrañaban. Ya llegó por quien lloraban xD
NECESITO QUE SE DESAHOGUEN AQUÍ. ¿Qué piensan del papá de Lyra, de su mamá, de Freya, de Gamma, de Sargas, de Antares y de Lyra?
Díganme si se esperaban esto, y sus teorías de lo que viene. Aunque... sé que no están preparados para lo que viene. Ya quiero que lo lean.
Este capítulo va dedicado a Kate, Ninfa, que estuvieron haciendo invitaciones y Tiktoks sobre esta boda. También a Anilec, Sonia, Ashly, Javi y el resto de las chicas del grupo de WhatsApp, porque están muy activas promocionando mis libros en Tiktok.
Hasta aquí llegó el maratón, espero lo hayan disfrutado. Subiré nuevo capítulo cuando me exploten los comentarios y los vea súper ansiosos por más (?) Jajaja los amo.
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