63: El arte como dolencia
Leiah mientras Orión y Ares estaban en su labor con el ejército del águila, decidió seguir el ejemplo de Orión y se encerró con el cosmo que una vez se otorgó a Aquía.
No quería tenerlo en la cabeza, así que lo guardó en un anillo para hablarle simbólicamente a su mano.
Con un suspiro de terror, pues estaba a punto de desnudar una piel que ni ella había visto en mucho tiempo, Leiah dijo:
—Sah, ¿estás ahí?
«No, me fui de vacaciones. ¿Dónde más podría estar además de donde tú me dejaste?»
—Te daré vacaciones cuando esto acabe, lo prometo.
«¿Qué? ¿Y perderme el chisme de tu vida? Ni hablar. De hecho deberías sacarme más seguido».
Leiah sonrió titubeante, como un adulto que apenas aprende a hablar y empieza a hacerlo con cautela, y únicamente en soledad para evitar ser juzgado.
—De acuerdo.
«¿Qué te pasa a ti hoy?». La sensación de la voz del cosmo había cambiado a un matiz de preocupación, cayendo en cuenta recién entonces del cambio en la actitud de Leiah. Y es que su vínculo con Aquía había sido puro e inquebrantable desde el primer momento, habían acabado por formar un lazo que le permitía a Sah detectar el ánimo de la asesina incluso antes que ella misma.
Pero con Leiah era distinto. La actriz no la dejaba entrar, como si su desastroso interior no es estuviera apto para visitas.
En eso, Leiah acarició el anillo en su dedo distraída, como si sopesara la pregunta de Sah.
—¿Tú estuviste ahí, Sah? ¿Viste mi sueño?
«¿El que te hizo despertar exaltada y correr semi desnuda al cuarto de Orión? No, no estuve. Tampoco me lo cuentes, por favor. Un mínimo de decoro es necesario para una buena convivencia entre nosotras».
—¿Eres mujer? —preguntó Leiah como si por primera vez reparara en esa duda.
«Soy una fuerza, no tengo género».
—Pero te presentas como... Dijiste «nosotras».
«Porque ustedes me conciben como mujer, así que esa concepción me define en cuanto a tratar con ustedes».
—¿Y eso te molesta?
«No hace diferencia para mí. Ahora, ¿quieres volver a lo de tu sueño erótico? Me llama la atención que lo traigas a colación».
—No creo que haya sido un sueño.
«O sea, ¿cómo? ¿Sí cogieron y no me enteré?»
—¡Sah, cosmo insolente, te estoy hablando en serio!
Leiah resopló.
«Ya, claramente no cogiste si andas con esos ánimos... ¿Qué soñaste?».
Leiah decidió por su propia salud mental ignorar la parte insultante de lo dicho por Sah y saltar directamente a decir:
—Soñé con Aquía. Bueno, no. Ni siquiera eso. Soñé con el pasado, con un evento del que me habló antes un arka extraño. Y Aquía estaba ahí.
«¿En el pasado?»
—En el sueño, como si me mostrara el pasado de alguna forma.
«Es decir que lo asumes como una visión, no como un sueño, ¿no?»
—¿Existen las visiones? ¿Puede llamarse visión a algo que te muestra el pasado y no el futuro?
«Hasta hace poco para ustedes supuestamente no existían los cosmos, ¿no?»
Leiah asintió.
—Hay un reino cósmico. Cuando me hablaste la primera vez dijiste que Aquía ya debería haber ascendido a este, pero hasta ahora no lo había tomado como algo tan literal. Un reino. Una vida más. Tú deberías conocerlo, ¿no? ¿Cómo es?
Una vibración extraña reptó por los dedos de Leiah a través del anillo, como si el cosmo hubiese bufado para ella.
«Si lo conozco no lo recuerdo».
—Pero es real.
«Debe serlo».
—¡Sah! —Leiah le dio un golpe a la cama colmada de frustración—. Decidí hablar contigo porque estoy desesperada. No sé con quién más hablar de esto sin quedar como una loca, o mucho más confundida y sin ninguna respuesta.
«De acuerdo, de acuerdo», cedió el cosmo con un pequeño zumbido como de obstinación. «Dos consciencias razonan más que una, ¿no? Háblame de por qué le das tanta importancia a ese sueño».
—Tengo un tatuaje en la espalda. Un tatuaje que no me hice jamás, y que apareció la mañana después del sueño. Un tatuaje justo donde debería haber una cicatriz por algo que viví durante la visión.
«Dices que la visión te mostró algo que un arka antes te había mencionado. ¿Qué fue?».
—Lo del arka es demasiada información...
«Mejor así. Empecemos a desglosarla».
—El arka me vio la noche de Archernar, el primer reencarnado. ¿Qué hacía ahí? No lo sé, pero ya no creo que fuera coincidencia. Fue como si esperara encontrar algo ahí, como si las estrellas se lo hubiesen susurrado. Y cuando me vio a los ojos pareció encontrarlo. De hecho antes. De espaldas a mí ya me había hablado. Me llamó «Aquiles».
«Aquiles... Es derivado de Aquila».
—Sí, y en la visión Aquía me lo confirmó. Me dijo que su cosmo... Tú. Que eres la parte de Aquila que no se le entregó a Aquiles, o sea que él tiene una gran parte del poder del águila. O lo tuvo, mejor dicho. Y si lo que vi fue real, entonces no pongo en duda ese detalle. El muy maldito destruyó una legión de esclavos armados e incentivados por la rebelión en lo que me tomó a mí matar la tercera parte de esa cantidad en esclavistas.
Leiah negó, sabiendo que se iba por las ramas.
—El arka —se recordó—. También me llamó Leonides. Y me contó una historia de hace dos siglos. El clan Leonides levantándose contra sus esclavistas. Aquiles masacrándolos a todos. Y una única sobreviviente, y cito: «Oras Leonides, un cosmo como los que ya no hay». Y eso fue lo que viví. Ese evento desde la piel de Oras, incluso sentí parte de su cosmo.
«¿Solo una parte?»
—Sí, el resto lo dejé en la sombra.
«¿Por qué?»
Sí, ¿por qué?
—No lo sé. Simplemente era demasiado. Con un sorbo hice desastres que ni soñando... Oras. Oras los hizo. Definitivamente era tremendo cosmo la muy desgraciada.
«Leiah».
—¿Sí?
«¿Qué más te dijo el arka? Y dices que fue como si Aquía te mostrara la visión. ¿Qué te dijo?»
—Que era importante, y que solo podía repetir «eso» una vez. Y el arka de alguna forma dio a entender que ambos, Oras y Aquiles, reencarnaron en mí, atrapados en mi alma al no poder consumar su venganza pasada. Pero no entiendo cómo es eso posible, porque me dijo que «volvieron» sin sus cosmos, pues están atrapados en el brazalete del arka. Y agregó que yo seré quien lo asesine, aunque no tengo ni la más remota idea de cómo o por qué haría eso. En especial el «cómo». ¿Cómo sirios se mata a un arka?
«Leiah».
—¿Sí?
«Déjame entrar y no repitas lo que voy a hacerte sentir. No confío en las paredes. Déjame entrar, y lo entenderás».
~🖤~
Orión salió de una ducha eterna donde descargó todo el sudor, la tierra, la hierba, las ramas y la pestilencia que le había dejado el entrenamiento con Ares. Ya estaba vestido pero todavía tenía un paño entre manos, el que estaba usando para terminar de secar su cabello.
Solo iba a la sala de pasaba pero descubrió que Leiah, Henry y Ares estaban reunidos a la mesa comiendo galletitas y chismeando sin él.
—Empiezo a creer en serio que no les agrado —dijo Orión al acercarse.
—Es que no nos agradas —respondió Leiah.
—Es que no creímos que su malhumorada autoridad quisiera hacernos el honor —explicó Ares por su cuenta.
—No se ofenda, sir —agregó Henry—. Si hubiese querido unirse lo habríamos recibido, pero ya que no se acercó...
—¿Qué diferencia hay? No queda espacio para mí, claramente no esperaban el incordio de mi presencia.
—Luego alegas que la dramática soy yo —bufó Leiah lanzando de soslayo una mirada hacia él—. ¿No fuiste tú quien me dijo la otra noche que sí que había dónde sentarme? No entiendo a qué te refieres ahora al decir que no hay espacio para ti.
Orión arqueó una ceja y buscó los ojos en contraste de Leiah. Al ver que no se inmutaba bajo la presión de su mirada, asintió aceptando el desafío.
Pero Leiah definitivamente no lo creía capaz de lo que él pretendía, solo quería molestarle y tal vez ahuyentarlo. Lo último que esperaba era el brazo de Orión cerrándose alrededor de su cintura, pegándola a él y levantándola como si no resultara esfuerzo alguno. Tal vez protestó, quizá solo tuvo la intención de hacerlo, lo cierto es que en un vertiginoso giro él estaba sentado en la silla y ella sobre su regazo.
—Orión, ¿qué sirios...? —dijo ella con los brazos aferrados a su cuello y el pecho agitado.
—Sshhh —silenció él deshaciendo el nudo que los brazos de ella tenían sobre él—. ¿No le explicaron, majestad, que es de mal gusto hacer confidencias en una reunión?
Señaló hacia los dos estupefactos espectadores del otro lado de la mesa.
—Lo que tenga que decir —agregó el caballero—, puede emitirlo de manera en que todos escuchemos.
Dicho eso, la mano de Orión condujo el rostro de Leiah hacia los demás mientras él se estiraba para agarrar una galleta.
Era insólito, y no solo para Leiah. Estaba sentada sobre sus piernas, acunada en una especie de abrazo posesivo, y era el mismo hombre que días atrás la había pateado para que no la vieran en su cama.
Y aunque ellos no lo veían porque la mesa lo ocultaba, la mano de Orión estaba inocentemente posada sobre el muslo de ella, que por suerte estaba cubierto por tanta falda.
«Estoy soñando...»
La galleta que Orión había tomado la metió en su boca y partió la mitad con sus dientes.
Mirando esos exóticos ojos, animado por la expresión de horror del leoncito que se había cortado al acercarse al hierro, metió la otra parte de la galleta entre los labios de Leiah y empujó hasta que ella la tuvo toda dentro.
Cuando Leiah empezó a masticar desconcertada, Henry carraspeó al otro lado de la mesa.
—Tal vez preferirían algo de privacidad... —sugirió Henry.
—¿Para qué? —preguntó Orión, pero no miraba a quien le hablaba. Sus manos estaban ocupadas: una sosteniendo la barbilla de Leiah, la otra limpiando las migajas que quedaron sobre sus labios.
—Exacto —secundó Leiah, arrancándose de las manos de Orión y volteando al resto—. Si necesitáramos privacidad la pediríamos. Somos adultos, ¿no?
Orión sonrió ladino.
—Por supuesto.
—En fin... —atajó Ares intentando ignorar lo extraño de la situación.
Tenía tanta práctica que incluso pudo sonreír al mirar a Leiah y decir:
—¿Quieres leche?
—¿Qué? —espetó Orión con el ceño fruncido.
Ares miró al caballero con los ojos ligeramente entornados, como si no entendiera la pregunta.
—Le pregunté si quiere leche.
—¿Por qué le ofrecerías leche a Leiah?
Un arco se formó en la ceja de Ares al explicar:
—Para que pueda digerir la galleta con la que la atragantaste, tal vez.
—Ares...
—Sshhh... —Leiah le cubrió la boca a Orión con su mano, dejándolo con los ojos muy abiertos—. Ve a ser insoportable a otro lado, nadie te invitó.
Ella se reclinó hacia adelante, sus codos sobre la mesa, su espalda arqueada para que Orión tuviera una vista ininterrumpida de su figura trasera.
—Sí, cariño —le dijo Leiah a Ares—. Acepto tu leche.
Ares le guiñó un ojo y se levantó a buscar la tan infame leche que le había ofrecido.
Leiah reprimió una maldición e hizo un enfático esfuerzo en moderar su expresión una vez Orión empezó a apretarle la cadera como si quisiera partírsela.
«De acuerdo, caballero, usted lo ha pedido», dijo ella dentro de sí.
Por molestarlo más, Leiah se acomodó sobre sus piernas hasta quedar un poco más arriba en su regazo, donde presionó maliciosa contra su entrepierna, y se removió —solo para prolongar la tortura— como si estuviera incómodamente sentada.
Orión cerró los ojos con fuerza, como rogando una resistencia de la que carecía, pero al final desechó su rezo y decidió lanzarse de cabeza a enseñar a Leiah a jugar.
Con una mano aferrada a la mesa, Orión tiró y los acercó a ambos de forma que quedaran más pegados al borde, más cubiertos por la madera.
Ares llegó con el vaso con leche y se lo entregó a Leiah, que lo agradeció lanzándole un beso.
Orión se acercó a su oído y le susurró:
—¿Vas a seguir con eso?
Ella ocultó la maldad de su sonrisa tras el vaso mientras bebía, y luego de bajarlo respondió:
—Perdone, sir, ¿no fue usted quien dijo que las confidencias en reunión se consideran de mal gusto?
Orión la miró como si quisiera matarla, pero ella lo ignoró y se volvió a mirar a Ares.
—Ares, eres un encanto, me hacía falta —dijo ella dejando el vaso en la mesa.
—Estoy para servirte.
—Para servirle está el servicio —discutió Orión de mal humor.
Debido a sus palabras hostiles, nadie habría imaginado cómo bajo la mesa había estado apartando la falda de Leiah hasta hacerse un espacio por dónde meter su mano y empezar a deambular sobre la piel desnuda de sus piernas.
Leiah ya ni estaba enterada de la conversación, estaba demasiado ocupada intentando respirar con normalidad.
—Orión —atajó Ares con una tensión en sus mejillas que delataba sus ganas de sonreír—, si te molesta tanto que le calme la sed a... Leiah, tal vez deberías atenderla tú.
Orión lo miró con los ojos entornados, una advertencia que no pareció intimidarlo. Así que buscó una víctima más débil, y metió la mano dentro de la ropa íntima de la actriz que ya no respiraba. No indagó mucho, dejó sus dedos en el bajo vientre moviéndose en círculos que crearon estragos en la imaginación y el hambre de ella.
—Bueno —contestó Orión viendo el perfil de Leiah. Ella a toda costa evitaba el contacto visual con una expresión de piedra a la que no se le veía indicios de respiración—. Leiah es una persona inteligente. Si tiene sed, ella sabe lo que puede beberse.
Aunque el cuello de Leiah enrojeció por el resplandor del calor que se extendía desde sus piernas, hizo su mejor esfuerzo en disimular el desastre dentro de ella al decir:
—Desde luego que lo soy —concedió al encogerse de hombros—. Por eso acepté la leche de Ares.
Ares estaba que explotaba de la risa al mirar la expresión de Orión y el encanto triunfal de Leiah, estaba gozando la función una galleta tras otra.
—Empiezo a pensar que tal vez sí deberíamos terminar esta discusión en privado —murmuró Orión a regañadientes.
Leiah lo miró con el ceño fruncido, ignorando a consciencia la mano que acariciaba el interior de su muslo.
—¿Estamos discutiendo?
—Si tiene que preguntarlo es porque hay un claro problema de comunicación, madame.
—Lógico, no suelo dialogar con animales.
—Si lo que te molesta es el diálogo podemos suprimirlo, por eso no te preocupes.
Leiah entornó los ojos hacia Orión.
—¿Que nos queda, entonces, si suprimimos el diálogo?
Orión arqueó una ceja y agarró a Leiah por la nuca para atraerla hasta su boca donde se bebió su jadeo de sorpresa en un beso pasional. A la vez, los dedos bajo la falda presionaron su entrepierna en un ritmo que, de seguir así, la llevaría de vuelta al punto que alcanzó en su cama noches atrás.
Aunque a Leiah le pareció una eternidad, aunque se sintió encerrada en una vorágine de sensaciones que la desorientó, solo pasaron un par de segundos entre el momento en que sus bocas se encontraron y el instante en que él la alejó.
—Eso nos queda —concluyó Orión.
—De acuerdo. Lo tendré en cuenta. —Leiah tragó con dificultad y alzó la mirada hacia Henry. Aunque el guardia estaba tan rojo como un tomate, ella se mostró entera, pues no dejaba de ser la madame a quien él había jurado su servicio—. ¿Nos permites un momento?
Henry asintió e hizo señas a Ares para que lo siguiera. El asesino parecía haber dejado la mandíbula en el piso, Orión tuvo que chasquear los dedos frente a sus ojos para que despertara.
—Ah, sí. Espacio —recordó Ares, tomando el cuenco de galletas y yendo detrás de Henry.
—¿Qué acabas de hacer? —inquirió Leiah volteando hacia Orión nada más desapareció el resto del público.
—Siéntate de frente a mí, Leiah, y abre tus piernas.
Ella abrió la boca y lo miró estupefacta. Sus cejas se alzaron con asombro al no encontrar indicios de broma, fue esa certeza lo que la hizo decidirse por obedecer.
Se bajó solo para acomodarse y quedar subida a su regazo con las piernas abiertas. Y mientras iba sentándose, su entrepierna sentía con dolorosa satisfacción que no era la única tentada. Y como Leiah no le temía al fuego, se restregó contra esa dureza, satisfaciéndose a sí misma en movimientos oscilantes mientras sus manos se enlazaban tras el cuello de Orión.
—Leiah... —jadeó él aferrándose a su nuca, pegándose frente con frente, contribuyendo con sus caderas al movimiento con el que ambos se complacían a través de la ropa.
—¿Qué te impide atravesarme la ropa, Enif? —preguntó ella abriendo los botones de la camisa de Orión, deslizando las mangas lejos de sus hombros para tener cabida libre a la dureza de su piel—. ¿Es el honor? Porque si vas a ser un caballero y a moverte así...
Reprimió un gemido y echó el cuello hacia atrás, arqueando su espalda mientras movía sus caderas con mucha más lentitud, pero todavía más fuerza. Aquella fricción entre ellos, la evidente erección de él maltratando su entrepierna, creaba en Leiah una necesidad perversa.
—Eso cuenta como pecado —terminó ella, clavando las uñas en los fuertes hombros de él para aferrarse mientras seguían frotándose.
—Soy un caballero, Leiah —reconoció él—, pero ni todo el honor del mundo me impediría postrarte en esa mesa y partirte como bien me has pedido.
Él le agarró las caderas y la presionó con más fuerza sobre su erección. Se sentía tembloroso, a pesar de que ella era tan menuda, le estaba desgarrando toda su fortaleza en ese perverso vaivén.
Leiah deslizó sus manos sobre la espalda de Orión, cumpliendo su fantasía de recorrer con alevosía todas esas cicatrices, de apretar y disfrutar con sus manos mientras sus labios comían de la piel del cuello de Orión.
Él la alzó por la cintura y la sentó sobre la mesa.
—Leiah... —pronunció enterrando la mano en su cabello, dirigiéndola para que le mirara desde abajo.
—¿Sí...?
Tenía los labios entreabiertos, los ojos sedientos. Toda su respiración temblaba cuando Orión se acercó, tentando la expectativa de un beso.
—Ve a pedirle leche a Ares.
Orión se alejó dejando una Leiah que tenía el impulso de pegar la frente contra la mesa y quebrarla.
—¡No puedes estar hablando en serio!
—Subestima mi orgullo, majestad.
—Lo que subestimé fue tu inmadurez.
Orión le sonrió ladino, mirándola de arriba abajo. Ella tenía las manos fuertemente aferradas a los bordes de la mesa, el pecho desbocado evidente en su escote, y los labios tan deliciosamente hinchados a pesar de que él no la había besado ni la mitad de lo que pretendía su deseo.
—Ara ha sido equitativa conmigo, madame. Lo que me falta en madurez me sobra...
—En mal genio —cortó ella.
—Ya me dirás tú si es malo.
Leiah rio con incredulidad y negó con la cabeza.
—¿Sabes qué? He decidido seguir tu consejo.
Se levantó e hizo ademán de irse en dirección al cuarto de Ares, pero no había avanzado mucho cuando una mano autoritaria de Orión la volteó para que lo encarara. Pero fue tan desmedido su gesto que ella chocó contra el cuerpo de él, quedando tan pegada a este mientras lo escuchaba decir:
—No me transformes en asesino, Leiah. Ares me cae demasiado bien.
Ella sonrió, sus labios curvados como una luna, sus dientes visibles.
—Estás celoso.
—Estoy siendo egoísta, no celoso. Lo que sea que tengamos es algo que definitivamente no quiero compartir.
Una de las cejas de Leiah se arqueó a profundidad mientras sus brazos se cruzaban bajo su escote, maximizando el volumen de su busto.
—En ese caso vas a tener que esforzarte —le dijo—, porque no alimentaré tu egoísmo estando insatisfecha.
Orión deslizó sus manos por la cintura de ella y se inclinó para susurrarle:
—A media noche nos toca entrenamiento de vuelo. Espero estés lista para entonces.
Todo el buen humor de Leiah se esfumó en lo que tardaban esas palabras en encajar en su mente.
—Tienes que estar bromeando.
—No te retrases —dijo él dándole la espalda—, cada minuto que me dejes esperando será un ejercicio extra para ti.
Leiah bufó con tal desagrado que Orión se volteó solo para decir:
—¿Sucede algo?
—Tú me sucedes.
—Soy el capitán de este equipo y tu entrenador, Leiah. Que quiera desnudarte no cambia eso.
Leiah miró al odioso capitán, a su camisa arrugada, mal puesta y con un único botón abrochado. Se preguntó si todo eso valía la molestia, si de verdad era tan imprescindible, si al final esos brazos estarían a la altura de la letalidad que demostraba en sus entrenamientos. Pero es que lo que hicieron sus dedos bajo la mesa, y lo que había pasado antes en su cama...
—Te voy a denunciar —aseveró Orión con pétrea expresión.
Leiah puso los ojos en blanco y se marchó a su alcoba.
~🖤~
A media noche Orión salió de su habitación y se mudó a la de la única mujer en el refugio.
Tocó la puerta y, luego de ser invitado a pasar, se consiguió con una Leiah que leía Dorian Gray y anotaba en un rollo de pergamino las diferencias entre la novela y su adaptación a guión de teatro.
No sonrió, pero esa paz en su rostro al mirarla venía a ser exactamente lo mismo. Él conocía las alabanzas y polémicas de su trayectoria como actriz. Él mismo la había visto entrar en la piel de Dorian un día de escapada al teatro junto a Aquía. Solo que en aquel entonces ni imaginaba que a quien había visto hacer ese papel era una mujer. Y vaya mujer.
—¿Lista? —le preguntó.
Lo que quería preguntar era «¿Lo extrañas? ¿Quisieras volver a actuar?», pero su lengua actuaba como autómata de su rol de liderazgo.
—No —zanjó ella, haciendo otro trazo con la pluma sobre un párrafo del libro ayudada del marcapáginas para crear una línea recta.
Acabado el trazo, colocó el marcapáginas en aquella hoja para cerrar el libro y preceder a hacer las anotaciones en el pergamino.
A Orión no le gustaba sentirse ignorado, toleraba muy poco la insubordinación, así que con sus brazos cruzados miró a Leiah desde arriba y le recordó:
—Tienes trabajo, Leiah.
—El arte es mi trabajo, Orión.
—“¿Qué es el arte?”
—No me...
—“Una dolencia.”
Leiah, pasmada desde sus ojos hasta el flujo de aire en su pecho, alzó la vista de su libro. Aunque estaba demasiado segura de estar equivocada, de haber entendido todo mal, hizo un patético intento al decir:
—“¿Y el amor?”
—“Una ilusión.”
El corazón de Leiah dio un vuelco en su pecho. Empezó a gatear en la cama acercándose a él, que se había sentado en el borde.
—“¿Y la religión?” —siguió ella con su voz perdida en una emotividad frágil.
—“Lo que sustituye elegantemente a la fe.”
Leiah sonrió más al confirmar sin lugar a duda lo que estaban haciendo. El retrato de Dorian Gray no solo era su libro, guión y obra favorita de todos los tiempos, sino que significaba muchísimo en su vida. Y Orión la conocía. Ambos estaban citando uno de sus diálogos favoritos.
Para entonces Leiah sonreía tanto sus mejillas cosquillearon de vida y contagiaron sus ojos cuando agregó:
—“Eres un escéptico.”
—“Nunca —continuó él, metiendo su mano entre el cabello de ella, acercándola a su propio rostro—. El escepticismo es el comienzo de la fe.”
—“¿Qué eres entonces?” —musitó con los ojos entrecerrados, su respiración embriagada y sus labios rozando los de él.
—“Definir es limitar.”
Orión acabó la cita en un beso, tan pasivo como la paciencia que se había tenido a sí mismo al evitar sucumbir antes a esos labios; tan intenso como las veces que mintió diciendo que no moría por vivir un momento similar, aunque sea una vez, mientras fuera con ella.
—Entonces... —dijo ella al apartarse, degustando en sus labios el sabor de él—. Sabes leer.
Orión cerró los ojos e inspiró para no responder eso con un insulto más cruel.
—Tú estás empezando —dijo él.
—No puedes juzgarme por ser quien empiece una vez.
Él sonrió, y acarició su mejilla. No sabía en qué momento había dejado de asustarle tenerla tan cerca y había pasado a convertirse en una necesidad.
—Empecé a leer por... tu hermana.
Orión sabía que no podía ser del todo agradable esa mención, y más en ese momento, pero tendrían que aprender a vivir con eso. Estaba cansado de enterrar, de ignorar, y de convencerse de mentiras para evitar sus propios sentimientos. Quería poder vivir con el recuerdo de Aquía, no sepultarlo.
Por suerte, si Leiah tuvo alguna incomodidad supo ocultarla muy bien.
—Tenía buen gusto si te hizo leer El retrato de Dorian Gray.
—Lo leímos para tu obra.
Leiah abrió los ojos y entonces sí desvió la mirada. No por Aquía, pues tenía muy presente que la había invitado. Fue por Draco, que fue a quien hizo mover cielo y tierra para conseguir que la asesina de Áragog asistiera a su debut.
—Leiah...
—Está bien —cortó ella—. Es que no había pensado en Draco desde... Solo olvídalo.
Orión frunció el ceño. No sabía qué tenía que ver Draco en todo eso, pero de todos modos no quería dejarlo así.
Por desgracia ya Leiah se había puesto de pie e iba en busca de su calzado.
—Leiah, podemos...
—Estoy lista.
~~~
Nota:
Necesito saber qué les pareció esto, cada detallito, desde la conversación con Sah, pasando por Ares molestando a Orión al ofrecerle leche a Leiah, hasta Orión y Leiah citando pasionalmente a Dorian Gray.
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