Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

61: Asesino y caballero

Era la hora más tierna de la mañana, cuando el sol perezoso apenas comenzaba su intención de desprenderse de las nubes bajas. Y aunque en el refugio no tenían ventanas, Orión sentía el amanecer en sus huesos, pues su alma estaba de nuevo en comunión con el cielo, con la parte de Áragog que estaba viva y desligada del plano terrenal.

Por eso, muy temprano, incluso antes de salir a desayunar, Orión se postró frente a su cama con Cassio encima de esta, y con una mano sobre la espada, le dijo:

—Hola, amigo.

Visto como espectador, tal vez habrían tachado de extraño —o loco— al caballero que, sin haber recibido respuesta, siguió hablándole al metal forjado con la empatía y naturalidad que se emplea con un ser querido.

—Te necesito —declaró en voz baja, sus dedos deslizándose por la hoja fría como arpegios de un sentimiento que pretendía transmitir—. Y no ha sido mi debilidad la única que me ha hecho extrañarte, sabes que te considero la mejor amistad posible, parte imprescindible de mí. Pero hoy voy a utilizarte, y me gustaría tu consentimiento y colaboración, porque sin ti soy inútil.

Cassio, la imponente espada portadora del cosmo de Enif, parecía palpitar sobre la cama. La espada no estaba en movimiento, pero un aura blanquecina escarchada la rodeaba, y parecía expandirse en ondas y oscilaciones específicas que solo Orión, al sentirlas contra su pulso, sabía interpretar.

Lo que sea que le haya comunicado la espada le dibujó una sonrisa en el rostro. Con un ánimo renovado, el caballero se colgó el arma inmensa a la espalda y salió.

~🖤~

Orión llegó al campo de entrenamiento que Sir Less consagró para esa nueva guardia. Todas las mañanas Ares partía temprano para allá, y regresaba bien entrada la tarde al refugio. Ese día Orión se les unió, aunque horas después de Ares.

El asesino entrenaba en un área confinada para esa tarea. Toda su mañana la había pasado entre barras y escaleras para sus flexiones y estiramientos. En ese instante practicaba cronometrado por uno de los lacayos de Amarok Kolbex. Simulaba una escapada de supervivencia escalando paredes con peldaños, saltando rocas, esquivando los obstáculos de púas y proyectiles de los arqueros, luego arrastrándose por un terreno de charcos.

Esa simulación era una demostración que, al finalizar y dar un par de consejos extras, mandó a recrear a los hombres que lo habían estado observando.

Ares se alejó y bebió de los odres de agua que le llevó un ayudante. Tan acalorado estaba que intentó aplacar el rojo de su rostro y el sudor que lo recorría entero vertiendo el agua sobre su rostro y rizos, dejándola manchar su camisa con esperanza de que eso lo refrescara.

—Podrías bañarte —comentó Orión en reprobatoria al llegar junto a Ares.

Ares se sacudió el agua del cabello asegurándose de que le salpicara al grandote a su lado. Luego echó sus rizos hacia atrás pasando la mano entre su cuero cabelludo.

—Ay... —suspiró—, tus refunfuños son melodía para mis oídos. Por eso somos buenos compañeros —agregó pasándole por el lado y golpeando su hombro—. Me sale natural eso de no prestarte atención.

Ares pasó a Orión y se dirigió a un área de hombres en fila separados en dos grupos.

—Grupo uno: vuelta completa al campo y de regreso. Esta vez no está permitido llevar cuadrilla para el agua, holgazanes —ordenó Ares señalando. A pesar de su puesto de mando, les hablaba como a un montón de colegas, y eso se notaba en sus subordinados, que parecían agradecer tener un líder como ese—. Grupo dos a práctica de tiro.

Orión alcanzó a Ares cuando los grupos tomaron su rumbo.

—¿Y? —le preguntó—. ¿Cómo vamos?

—Si te refieres a «vamos» del «vamos» en plural, no sé de qué me hablas. Pero si te refieres a cómo «vamos» Amarok y yo en nuestro arduo trabajo...

Ares señaló a los hombres que Amarok entrenaba en los combates dobles de espadas.

—Pues excelente —continuó—. Amarok es un increíble espadachín, y ha entrenado bien a sus aprendices, no tienen nada que envidiar a muchos soldados con experiencia. Tienen distintas técnicas a los hombres de la guardia de Sir Less, eso es innegable. Conocen poses y ataques distintos, pero no son inútiles y aprenderán pronto a trabajar en equipo.

—¿Por qué les enseñas en campo abierto? —cuestionó Orión con los brazos cruzados—. Creí que estarías enseñándoles algo de armas.

—Hermano, soy un asesino —expuso Ares—. No entreno para la guerra, aprendo el arte de matar de todas las demás maneras. No sabría qué enseñarles en espada para lo que la van a necesitar, y no creo que les sirva de mucho el veneno y los cuchillos. Por eso me aplico en supervivencia básica, los hago acostumbrarse a la adrenalina, a pelear en cualquier terreno. El resto se lo dejo a los caballeros... Oh, espera, el mejor que conozco ha estado demasiado ocupado delegando estos días.

—Sé que me extrañas, Ares, no es necesario que seas tan evidente. Ya estoy aquí. Reúne a todos, que dejen lo que están haciendo.

—Los acabo de...

Ares vio la expresión de Orión y entendió que discutirle a esa cara de piedra no tenía caso, así que con un resoplido se lanzó a trote para hacer exactamente lo que se le pidió.

~🖤~

Amarok Kolbex estaba delante de todo el ejército. A su lado estaba Efhren —el aprendiz que había sido ascendido a la guardia de honor de Orión en el enfrentamiento en la plaza—, tan firme a pesar de que había dejado todo su aliento en lo que llevaba entrenando. Al otro lado de Amarok estaba Sir Less, señor de grandes tierras en Áragog que prometió los hombres de su familia a la causa del águila luego del espectáculo de su resurrección.

Una cantidad cercana a los quinientos hombres estaban aglomerados. Apenas vieron llegar a Orión se pararon firmes en un saludo militar, llamándole «capitán» al unísono.

—Descansen, soldados —dijo Orión en la piel del general al que idolatraban todas esas personas, el Mesías que los salvó, y que previamente había sobrevivido a la voluntad de Ara destruyendo las Minas de Cráter, burlándose de la ira del rey.

Todos terminaron el saludo, pero permanecieron firmes, formados y prestos a la voz de Orión.

—Me alegra poder saludar al fin a ambos ejércitos, juntos, después de estos días de entrenamiento que han tenido —siguió Orión con las manos a la espalda—. La última vez que vi a la mayoría de ustedes, estaban todos convencidos de la inminencia de sus propias muertes. E incluso así, siguieron luchando por lo que les pareció justo. Por el honor a sus juramentos.

Los hombres de la guardia de Amarok y los aprendices que ahora habían ascendidos, parecieron encogerse ante el recuerdo de lo vivido en aquella plaza, donde estaban tan convencidos del fin, e incluso así se expusieron a la sangre y el horror de luchar antes de ser vencidos.

—Pero no murieron —atronó Orión—. Ninguno de ustedes. Llamen a eso suerte, o llámenlo destino. No importa cómo lo nombren, importa que lo recuerden. Jamás quitaré mérito a cómo lucharon, pero también es importante que no olviden cómo mi participación en ese evento los mantuvo con vida...

Una persona carraspeó junto a Orión, que hizo un esfuerzo imperioso por no estrangularlo por interrumpirle mientras estaba en su papel de capitán.

—Disculpen —corrigió Orión señalando a Ares a su lado—. Me refiero a que están con vida gracias a mí, y a mi escudero aquí presente.

Ares, que miraba a Orión con los ojos entornados y la mandíbula apretada en una mueca tensa, hizo girar varias veces la daga en su mano, lanzándola y atrapándola en una subliminal respuesta al comentario del caballero, que de todos modos no se corrigió.

—Ese día —siguió Orión haciendo caso omiso a la rabieta de Ares—, muchos de ustedes eran aprendices. Hoy son soldados. Caballeros de mi guardia. Han jurado lealtad a una guerra de la que no conocen hora ni locación, ni siquiera un enemigo claro. Lo único que saben es que no sirven a hombre, ni siquiera a mí, que soy un mensajero más. Servimos a una constelación que tuvo carne y hueso en el pasado. Que vivió, amó, pecó y murió defendiendo el discurso de que sus pecados no deberían ser llamados como tal.

»Ustedes lo presenciaron esa madrugada en la plaza de Ara. Es el mensaje que llevan a sus madres, amigas y hermanas cada vez que salen de estos entrenamientos. Es lo que susurran a las mujeres que han salvado de los Guardas de la fe. Es lo que se dice en el boca a boca por la calle: que el águila ha vuelto. Que no pudieron cortar sus alas. Y que necesita aliados. Y esos somos nosotros.

Un rugido de júbilo, aplausos y vítores se alzó entre el ejército presente. El grito de hombres que vivían por la fe, y que estaban dispuestos a morir por el honor de defenderla.

—Y tal vez quinientos hombres no sea un número significativo. Pero nosotros sabemos la verdad, yo la conozco. Que por cada uno de ustedes aquí presente hay al menos dos mujeres en casa que creen. Nosotros somos los aliados de esa fe, la esperanza en alguien que en sus limitaciones humanas venció asesinos y sirios mutantes por igual, y que renunció al trofeo de su victoria. Ahora,
ese alguien, en su eterna divinidad, no nos dejará solos.

»Y yo tengo una fe más —proclamó Orión con una pasión severa que transmitía toda su honestidad a quienes creían en su voz de mando—. La fe en los hombres que, habiendo abierto los ojos, decidieron hacer lo correcto y consagrar sus espadas a esta causa. La fe en los hombres que vi mantenerse firmes en aquella formación contra los soldados de Roth Kolbex. Mi fe es en esos hombres dispuestos a morir por su honor. No dudo ni por un segundo que tendrán la misma firmeza en lo que ha de venir. Solo les falta la dirección adecuada.

»Han entrenado en espada, conocen bien cómo defenderse. Pero yo necesito un ejército, porque iremos a la guerra. Así que a partir de ahora el teniente Amarok, mi segundo, les explicará las formaciones y su importancia. Aprenderán a defender al de al lado tanto como a ustedes mismos. A escuchar la voz de mando y a obedecer sin protestas. A reconocer las órdenes no verbales. A comunicarse entre el furor de la batalla. Confío en que darán todo de sí mismos, como ustedes confiaron en mí en Ara.

»Ahora vuelvan a sus actividades.

—¡Sí, capitán!

—«Amarok, mi segundo» —acusó Ares ofendido apenas se hubo alejado del ejército con Orión.

—Amarok es el segundo mando después de mí, Ares. Tú mismo lo dijiste: eres asesino, no caballero.

—Renuncio.

Orión bufó.

—No seas malcriado, te di el honor de ser mi escudero.

Tal fue la cara de Ares, como la expresión previa a un asesinato, que Orión estalló en una carcajada y encerró al asesino en un medio abrazo a la vez que lo despeinaba.

—Ares, imbécil, eres mi guardia de honor. No confío en nadie para que me cuide la espalda, salvo en ti.

—Solo te importa tu espalda.

—¿Tú la has visto? Hay que cuidarla.

—Asqueroso fanfarrón, suéltame —dijo Ares zafándose debajo del brazo de Orión.

—¡¿Sigues molesto?! —preguntó Orión mientras perseguía a Ares, que se alejaba corriendo.

El asesino se permitió trotar de espalda un segundo solo para sacarle la lengua a Orión y luego seguir su marcha.

—Estoy confiándole mi vida a un bebé —razonó Orión para sí mismo mientras negaba con la cabeza.

El caballero persiguió al asesino. Iba en ascenso por la falda de una colina empinada y a medida que avanzaban un fuerte viento barrió la superficie, arrastrando el petricor y el aroma a ramas mojadas consigo.

Orión había pasado demasiado tiempo entre la sequía absoluta y la infertilidad, y previamente venía de un sol distinto, una ciudad de piedra y lujos donde ocasionalmente se veía algo de vida artificial. Casi había olvidado la visión de una tierra viva. En el campo libre de Sir Less, el verde volvía a ser protagonista de un lienzo tan inmenso. La hierba era más exuberante, las hojas desprendidas acariciaban el suelo con cada nueva ventisca y lamían el agua de lluvia acumulada.

En aquella persecución, las nubes empezaron a descargar su rocío sobre el campo, una llovizna que iba tomando fuerza a medida que se acercaban a la cima por lo que Orión tuvo que habituarse a un camino empapado y lleno de charcos.

Cuando estuvo a punto de alcanzar a Ares, una daga salió volando en su dirección y tuvo que arrojarse hacia atrás, colina abajo, para esquivarla. Aquella caída inesperada lo empujó a acceder al poder que chocaba contra su espalda, el que portaba Cassio.

Ese arrebato de divinidad le abrió las heridas, rebanó la tela de su camisa e hizo espacio a aquel aura eléctrica que acabó por materializarse en las alas blancas que, con un frenazo violento y desesperado, salvaron al caballero de una caída mortal.

Entonces el responsable del ataque se asomó desde la cima de la colina, mirando con diversión al anonadado Orión que sobrevolaba a pocos centímetros del suelo.

Gracias a los sentidos del poder de Pegaso, Orión pudo distinguir sin problema que había sido Ares quien le atacó.

—¿Tan grave te ofendí? —bociferó el caballero debatiéndose entre ofenderse o sucumbir a la ira.

—Viniste a entrenarte, ¿no? —exclamó el asesino desenvainando su espada—. Pues entrena.

Como si vertieran combustible sobre sus venas, el caballero se entregó a un aleteo contracorriente con intención de elevarse.

Su práctica estaba bastante oxidada. Volar lastimaba sus músculos cerebrales, y hacía tiempo que no lo hacía, por lo que la sensación lo fatigaba. Además, levantar su peso sin ejercitar su mente, y más yendo en contra de la dirección de la lluvia que arreciaba, era como intentar pedalear en subida con un bloque de concreto tirando de cada pie.

Pero su mente no tenía la debilidad de un humano promedio. Y no estaba ahí para quejarse y desistir, sino para recordar lo que se sentía ser el cazador del cielo.

Aterrizó junto a Ares y blandió a Cassio contra él tirando a matar. Pero el asesino era ágil y escurridizo, y tenía una movilidad de la que Orión carecía. Dobló la parte superior de su cuerpo hacia atrás y giró hasta quedar agachado frente a Orión. Entonces sacó una daga de su tobillera, y la usó para amenazar la entrepierna de Orión, que previendo el atentado se alzó al vuelo.

Pero el viento y la lluvia entorpecían sus alas. Pudo subir lo suficiente para evitar el ataque original de Ares, pero fue como alzar con una soga un peso muerto: un tirón efectivo hacia arriba, y luego un desafortunado traspié hacia abajo que consiguió que la daga del asesino se clavase en su pantorrilla.

—Te lo he dicho mil veces, Orión —se burló Ares—, hacer dieta no te va a matar, pero te hará medianamente tolerable a las plumas que esperas que te levanten, sostengan y trasladen.

Orión aterrizó dejando caer las alas como hombros abatidos, la punta de las plumas manchándose con la hierba húmeda de barro mientras avanzaba hacia el asesino.

—¿Dieta? Lo dice quien no puede ver una galleta porque se la traga.

Orión blandió a Cassio en una sarta de movimientos que pretendían herir a Ares, pero el asesino bailó con el filo, siguiendo sus movimientos a la inversa y apoyándose con su propia espada para desviar los golpes —pues no tenía la resistencia para frenarlos—. En el último barrido de la espada de Orión, Ares se deslizó debajo del metal, arrastrándose por el suelo ayudado por los charcos. Pasó entre los pies de Orión, rodó y se alzó de un salto a espaldas del caballero alado a la vez que blandía su arma para cercenar.

Orión lo paró con Cassio en un movimiento, pero había perdido impulso al voltearse, por lo que su empuje no lanzó a Ares volando como habría podido pasar.

—Ya practiqué —emitió Orión a modo de sentencia—, ahora corre.

Dicho aquello, una especie de jaula de luz de su cosmo se tejió en la mano de Orión cual guantelete, enlazándolo con el mango de Cassio.

Para probarla, lanzó la espada alrededor de Ares. Debió haber seguido de largo luego de pasar delante de la espalda del asesino, pero ahora estaba sujeta a las leyes de aquel vínculo en la mano de Orión, así que regresó a esta cual bumerang, como si la fuerza de un inmenso imán los conectara.

Cuando la mano de Orión se cerró nuevamente en la empuñadura, la jaula de luz volvió a hacer clic.

A ojos de los demás, era como si Cassio se extendiera en un guante que a la vez compartía la misma luminosidad que el resto del brazo de Orión. Todo como una sola pieza.

Él decidió probar aquel vínculo en un duelo con Ares. Y en medio de tajos y estocadas comprendió que incluso cuando soltaba la espada sin la intención de dejarla caer, esta se mantenía aferrada a esa unión. Sin importar cuán fuerte la golpearan, tendrían que arrancarle el cuello al caballero para desprenderlo del arma, pues ahora estaba sujeta a su mente, no a la carne.

Eso tenía sus desventajas, desde luego. Esa jaula de poder no era gratuita. Orión había tenido que concentrar todo el cosmo de Enif en su brazo —para ser capaz de maniobrar tal espada— y más específicamente en su mano, para asegurar el vínculo divino. Eso dejaba el resto de Orión desprotegido. No tenía la entereza que solía darle empaparse por completo de la esencia de su constelación. No le aumentaba su fuerza, le hacía agotarse como un humano promedio, y en especial le impedía conseguir un vuelo limpio, porque su mente se agotaba como un músculo sin ejercitar al verse forzado.

Pero era algo que estaba dispuesto a tolerar. Algo con lo que tendría que aprender a vivir con la práctica y el entrenamiento, pues se negaba a perder de nuevo a Cassio. Morir como alternativa sonaba piadoso.

Aunque la lluvia amortiguaba los ruidos del entorno y le dificultaba ver mucho más, su combate acabó por inclinarse a su favor. Con un pie sobre el pecho de Ares, apuntó su rostro con la espada y le dijo:

—Estás muerto.

El asesino sonrió y le lanzó una daga que pasó rozando sobre su hombro.

—También tú. Bajaste la guardia y descuidaste tus puntos vitales.

—Es porque estás muerto —ladró Orión.

—Tal vez, pero si esto fuera una batalla real mi amigo, que sin duda no me llamaría escudero, habría aprovechado tu brecha de debilidad lanzando esa daga. Y estarías muerto.

—No acordamos que tendrías un hipotético amigo, Ares.

Ares alejó la espada de Orión de su rostro y luego se removió para levantarse pese al pie en su pecho, consiguiendo en el proceso hacer a Orión trastabillar y tener que apoyarse con sus alas para mantener el equilibrio.

—Dudo mucho que en una batalla real tu oponente cumpla con «lo acordado», así que estás muerto.

—Es más fácil ganarte en un duelo que en una discusión.

—Y al parecer es más probable ver a Leiah salir corriendo desnuda de tu alcoba a que sedas la razón por una vez.

Los dos metros de musculatura de Orión Enif le dieron la espalda a Ares enrojecidos de vergüenza mientras ganaban tiempo guardando las alas y las armas.

—No es lo que...

—No es de mi incumbencia —interrumpió Ares guardando sus dagas.

—Pero eso no parece impedimento a que saques el tema de todos modos, ¿no es así?

—Me gusta ver cómo te pones cuando intentas negar que ella te pone —simplificó Ares con un encogimiento de hombros.

—¿Me pone?

—Sí, como un grandísimo imbécil en negación.

Orión bufó y empezó a caminar como si quisiera huir de la colina, pero solo se sentó al borde, con Cassio colgada a su espalda y soportando la llovizna que ya menguaba.

Ares entendió aquello como una invitación a acompañarlo, así que se sentó a su lado no sin antes darle un ligero apretón de hombros.

—Peleaste bien para tener casi tres años sin tu cosmo. Vuelas como me vería yo intentando bailar ballet, pero... ¿A quién engaño? Soy un asesino grácil y escurridizo, podría bailar ballet con los ojos cerrados mejor de lo que volaste hoy.

Orión rio por lo bajo.

—No sé en qué momento pensé que tu compañía podría ser agradable, pero maldigo ese momento cada vez que abres la boca.

—Descuida, yo entendí con el tiempo que esa es la manera en la que dices que no puedes vivir sin mí.

Orión negó, pero acabó rodeando los hombros de Ares con su brazo.

—Te quiero, Ares, pero solo te lo voy a decir una vez en la vida y será esta porque estoy sugestionado por el regreso de mi cosmo.

Ares le sonrió bajo la tenue lluvia que le refrescaba luego de un agotador día de exigencia física al máximo.

—Te sienta bien —le dijo el asesino.

—¿Qué cosa?

—La vida en tus ojos.

Orión sonrió y lo soltó.

—Todavía no vivo tres décadas y ya he visto morir tres personas que se parecían a mí —dijo Orión pasando la mano por su cabello para escurrirse el agua—. El joven con sueños y familia. El soldado encallecido. El esclavo furibundo. Siento que, desde que recuperé a Cassio, empiezo a aceptar que ya no soy el último. Debo ser el Mesías de estas personas, el guerrero que los dirija y les dé una posibilidad de victoria pese a los malos pronósticos.

—El cazador del cielo —corroboró Ares—. ¿Y estás bien con eso?

—Estoy bien con todo desde que vi bajo esa cama y encontré mi alma en ella.

Aunque Ares intentó reprimirse, no pudo evitar hacer el comentario que le picaba en la lengua.

—Pues a Leiah la vi salir de tu habitación antes de eso...

Orión le lanzó al asesino tal mirada hostil que sus estocadas previas con Cassio parecían un infantil ademán en comparación.

—La muy altanera sabía lo que iba a hacer desde que te regaló ese abrigo, y ni siquiera consideró mencionarlo —continuó Orión luego de un rato de silencio—. Me dijo que para mí tenía «otra cosa», salió a representar su papel en la plaza e inmediatamente después se fue a buscar a Sargas.

—Oye, ¿y sí te gustó esa «otra cosa» que te tenía?

—Ares, hablo de la espada —pronunció Orión con una severidad que pretendía zanjar el tema ahí.

—Oh. Yo creí que el de la espada eras tú.

Orión le propinó tal golpe a Ares con la mano abierta en la nuca que lo mandó a arrastrarse en descenso dos metros ayudado por los charcos creados bajo la hierba.

—Pégame todo lo que quieras —dijo el asesino muerto de risa mientras escalaba de vuelta hacia el grandote—. Enfatizas tu negación y con ello agarran fuerza mis argumentos.

—¿Qué quieres de mí, Ares? ¿No te basta con ser mi escudero?

Ares se detuvo con mala cara y señaló a Orión con un dedo amenazante.

—Para con eso, hablo en serio.

—Ahora ves lo que se siente.

—Tregua, entonces.

Orión asintió y pasó a Ares caminando para regresar abajo.

—Sospecho que no durará mucho —dijo el caballero.

—¿No confías en la palabra de un asesino? —inquirió Ares dejándose deslizar colina abajo con el estilo que solo él podía tener al fluir con un charco de lluvia.

Al llegar a la altura de Orión, Ares frenó y se puso de pie de un salto.

—Ya empiezo a entender qué es lo que pasa.

Orión se armó antes de tiempo con mala cara. Cuando respondió, la manera de pronunciar sus palabras no dejó nada que envidiarle a un gruñido.

—¿Ahora qué obra teatral te estás montando en tu cabeza?

—Cuando Leiah salió de tu cuarto no se veía muy feliz.

—Pues que busque de Ara, yo no soy sacerdote.

—A estas alturas podrías optar por el puesto.

Orión lo miró con los ojos entornados, considerando seriamente la idea de empujarlo y que bajara rodando el resto de la caída de la colina.

—Te juro que ese no era el curso que pretendía para esta conversación —saltó Ares alzando las manos—. Es tu culpa por dejármelo tan fácil con tus gruñidos de sirio mutante.

—Al grano. ¿Qué te importa si Leiah salió de mi cuarto llorando o saltando de felicidad?

—Que, si estaba tan molesta, es que como mínimo no cumpliste con las expectativas.

—Deberías ser guionista, tienes una imaginación que Canis veneraría.

—Como decía... —siguió Ares por encima de los balbuceos malhumorados de Orión—. Creo que se debe a que has olvidado cómo funciona el proceso, así que es momento de que tengamos esta conversación por tu propio bien. A ver...

Ares se rascó la base de sus rizos en la nuca mientras Orión lo veía francamente desconcertado, sin entender a de qué sirios estaba hablando el muchacho.

—Creo que será más fácil si te dibujo un mapa. A ti te enseñan a clavar la espada donde lo permita la armadura, a los asesinos nos hacen vomitar anatomía, así que sí: te haré un mapa. Señalaré los puntos que...

La mano de Orión se cerró con violencia sobre el hombro de Ares, volteándolo de una manera que parecía la previa a un puñetazo.

—Conozco el proceso perfectamente —espetó Orión.

—¿Sí? Porque no deberías avergonzarte si...

—Ares, si te vuelvo a pedir que cierres la boca, probablemente estarás comiendo tierra para entonces.

Ares se agachó y dobló en una maniobra que le quitó la mano de Orión de encima y le permitió trotar en descenso por la falda de la colina.

—Primero tendrás que alcanzarme, ¿no?

—Eres atemorizante, Ares, un icono para los asesinos. ¡Mira cómo tiemblo! —exclamó más alto al final para que el asesino que se alejaba lo escuchara.

Ares se dio la vuelta y empezó a trotar de espalda.

—¡Me suena a envidia porque yo sí sé cómo hacer temblar a una persona!

—¡Púdrete, Ares!

—¡Vaya insulto, Orión, eres un icono para los caballeros, mira cómo tiemblo!

Orión debía tener una expresión patética aguantando la risa pero era lo mejor que podía hacer para no darle el gusto a la ladilla de Ares.

~~~

Nota:

Yo soy feliz porque Ares y Orión están bien, juntos y riendo. Es todo lo que puede pedirle una a Ara.

¿Qué les pareció este capítulo? Cuéntenmelo todo.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro