PROMETE QUE...
—Creo que ahí, hay algo —Dijo la niña, señalando al cielo estrellado.
—¿Como qué? —Le respondió el pequeño.
—¿No crees que pueda haber alguien allá arriba? Así como nosotros.
—No sé, tal vez solo estés diciendo tonterías.
—Vamos Kaelos, si lo que dijeras fuera cierto, yo no estaría aquí —Respondió entre risas —. ¿Los extrañas?
Con su cuerpo completamente recostado en la hierba y sus manos bajo su nuca, abrió su boca y tomo aire, postrando su mirada en el colgante que descansaba en su pecho.
—Demasiado.
—¡Ay! No tienes por qué. Además, a ellos jamás les habría gustado verte así.
—¿Así como?
Aquella niña se desvaneció de su lado, y en un parpadeo, apareció frente al rostro de aquel chico, sentada justo a su lado.
—Mmm. Cabizbajo, desanimado, enojón... ¡Gruñón!
—¡Oye! ya te lo he dicho, no soy un gruñón.
—¡Gruñón, gruñón, gruñón!
—Ven aquí.
Ambos se levantaron de aquel claro entre la hierba, ella para escapar y él para perseguirla. Corrieron bajo las luces de las estrellas. La niña desbocando dicha a través de su constante risa, y el chico, tenso. Pero al fin con otra expresión fuera de aquel "Gruñón" que su amiga tanto le enfatizaba.
Rápidos, terminaron por alejarse de la "Oficina" que ellos llamaban a su escondite, su lugar entre la paradera, su escape del mundo real. Testigo de tan importante "Reunión Ultra Secreta" que habían estado teniendo hace unos instantes, transformándola en un juego del gato y el ratón.
Kaelos se acercaba y en un instante se abalanzo sobre su amiga, abrazándola con sus brazos, y con ello ambos rodaron colina abajo, envueltos entre sus carcajadas y la hierba que desprendían a su camino cuesta abajo.
—Creo que me maree. Pero ¡Ya no eres un gruñón! —Dijo aquella chica tan pronto las vueltas cesaron.
—Te lo dije.
Entonces ambos se levantaron, limpiaron sus ropas e hicieron un intento por arreglarse el cabello lleno de hierba y talvez insectos.
—Si, me lo dijiste —Respondió la niña, poniendo su mano en la mejilla del chico.
El terminaba de limpiar su colgante, cuando la tibia palma de su amiga pareció estirarse en su mejilla, levanto su mirada lentamente, para percatarse que su amiga había sido transformada una mujer mucho más alta y de piel morena, con una mirada familiar y una voz que memorias reprimidas le despertaba, con el extra de que ahora un dibujo adornaba su piel, uno que era cubierto por sus ropas y que se asomaba sobre el lado izquierdo entre su pecho y su hombro.
—Kaelos, ¿No crees que pueda haber alguien allá arriba?
—¿Tú? Elizabeth.
—Puedes decirme Cleo. Pero la respuesta es si mi amor.
—Cleo, ¿Te volveré a ver alguna vez? —Dijo entre el tambaleo de su labio.
Entonces la mujer se arrodillo, mirando a través de los llorosos ojos del pequeño.
—No sabes cuanto deseo poder estar contigo mi amor. Pero para ello debo pedirte una cosa.
—¿Qué cosa Cleo?
—Lo entenderás, cuando seas mayor... Cuando conquistes los cielos.
—Kaelos, promete que te volverás más fuerte. Prométeme que cada cosa que te propongas en tu vida, la conseguirás a como dé lugar.
—¿Promesa?
—Me gusta tu collar Kaelos, es lindo.
—Lo quieres, tómalo, te lo regalo —Dijo el niño ofreciendo el collar con sus manitas—. Así me recordaras cuando lo veas.
—Por supuesto, es hermoso. Pero, guárdalo por mí. Así sabrás que volverás a verme.
Aquella mujer se empezó a desvanecer entre sus ojos, el cálido tacto en su mejilla se enfriaba, y sus palabras se dispersaban.
—¿Regresaras?
—Promételo Kaelos —Se escucho entre difusos susurros.
—Cleo... ¡Cleo! Lo, lo prometo.
El viento cruzo por su rostro, ignorándolo como el rio a una roca, pero llevándose la sombra de aquella mujer que ahora tanto extrañaba, con la que hace poco jugaba, la que tanto anhelaba tener en su vida. Pero su fantasma al igual que el llanto que jamás salió de sus ojos, se los llevó el viento, y con ellos su rostro desemboco en esa sobriedad que tanto le caracterizaba, carente de emoción o de un propósito, de un objetivo fuera su neutral existencia.
Tomo su tiempo para contemplar los alrededores, acariciando la hierba, y perderse entre los cientos de trazos por hacer en los miles de estrellas que decoraban el cielo. Y para cuando decidió que fue suficiente, tomo el colgante en su pecho y camino rumbo a casa.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro