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ANHELOS

Girar estas ruedas, lo que, para mí, ahora es meramente avanzar, antes le podría haber llamado caminar, correr u trotar, tres meses atrás. Cuando ese Quetzalcóatl rasgo mi carne hasta el hueso, y para cuando Alexa pudo atender mis heridas propiamente, mi pierna simplemente se desprendió.

Mutilado, humillado y parcialmente inutilizado. Ya no soy ni la mitad del hombre que alguna vez fui. Ese joven Soldado entusiasta, tonto e imprudente, pero veloz e invencible. Al menos hace sesenta años, cuando Alexa, James y yo, no éramos más que unos jóvenes deseosos de gloria, medallas y retirarnos con la reputación del "Mas fuerte" "El/la más valiente" dentro de la Legión. Tiempos que añoro, una época a la que quisiera regresar.

—¡Maxiimo! —Escuche a mis espaldas.

—Si —Respondí.

Desbloque las ruedas de la silla a la que ahora estaba condenado a usar si pretendo desplazarme. Y así permitirme girar para ver a quien en mis espaldas se encontraba. Y allí estaba, aquel chico melancólico y de mirada perdida. El prodigio durmiente, la sombra del hombre cuyas hazañas eran admirables, Kaelos Dalton, el hijo de James Dalton.

—¿Qué sucede? —Añadí.

Sus ojos se desviaron de mi rostro, enfocados en el lugar donde tendría que estar mi pierna izquierda, esa extremidad que se me arrebatada protegiendo la viva memoria de mi amigo.

—Mis ojos están aquí arriba chico ¿Qué sucede?

—Lamento que hayas salido herido por mi culpa, por mi incompetencia en esa caza.

—Escucha chico, no es tu culpa. Ni tú, ni yo hubiéramos podido saber que estábamos sobre su nido.

—Pero hui... Te deje solo contra esa cosa en lugar de ayudarte —Sus ojos se vieron sumergidos y el llanto pronto broto de sus parpados—. Igual que con mi padre.

Rompió en llanto, allí, justo frente a mí. Aquel chico que por meses había pensado era inmutable a los sentimientos, a las acciones que el mundo le lanzaba, impermeable a las sensaciones de las personas que le rodeaban.

—Ven aquí chico.

Tome su brazo y lo levante hasta sentarlo en mi regazo, sosteniéndolo entre mis brazos, nuevamente voltee mi silla mirando hacia el exterior del porche, avistando el exterior de aquel bosque donde mi pierna fue comprometida. Contemplando aquel atardecer en el horizonte, que se asomaba entre las copas de los árboles. Alexa, quien pronto estuvo a mi lado cuando escucho los llantos del chico, se mantuvo acariciando su cabello, intentando alejar todo mal pensamiento con su tacto en la cabeza del chico. Por mi parte, solo podía abrazar con fuerza al hijo prodigo de mi mejor amigo, cumplir el sueño que por tanto tiempo tuvo junto a su esposa y que la causalidad le arrebato. Sin nada que decir, sin nada que pronunciar que nuestras acciones no pudieran expresarle al chico.

El frio de la noche pronto empezó a silbar en mi oído, anunciando su llegada a la vez que los últimos rayos del día nos abandonaban.

—Quiero ser más fuerte —El leve susurro del pequeño refugiado entre mis brazos.

—Vayamos a dentro Kaelos, ayúdame a poner la mesa —Pronuncio Alexa.

Se levanto de mi regazo, asistido por la mano de Alexa, dejando el porche atrás rumbo al interior de la cabaña. Con su cabeza abajo y las lágrimas ya evaporadas sobre sus mejillas. Solo prestaba atención a aquel colgante que caía por su cuello hasta su pecho, el mismo que no se quita desde que enterramos el cuerpo de Soren.

—¡Oye Kaelos! —Gire para mirarlo—. Mañana en las afueras de la huerta a las 0, 500 horas. Deseas fuerza, te volveré digno de la fuerza que tanto anhelas chico.

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