Capítulo uno
Lisa revuelve la sopa dentro de la olla para que no se pegara. Suelta un suspiro alto, tocando la parte baja de su espalda. Apenas tiene cuatro meses de embarazo pero no es eso lo que le lastima la espalda. Hoy, después de clases, tuvo que volver a pie desde la preparatoria, que está en el centro y ella vive en su pequeña casa del norte.
Niega con la cabeza, echándole un poquito de agua a la mezcla. Recuerda como era su vida hace tres semanas, antes de venirse a vivir con una alfa que gracias y sabe su nombre. Cuando vivía con sus padres, todo era diferente. No eran ricos, vivían bien, sin embargo era hija única, todos los regalos iban para ella. Cuando le dijo a su madre, una beta, que estaba en espera, ella dijo que estaba bien, que ella tenía la última decisión, sobre quedarse o irse con la alfa responsable.
En Seúl era así, como una costumbre. Cuando un alfa dejaba en estado a un omega, él debía llevárselo y arreglárselas solas. Lisa estaba decidida a quedarse con sus padres, y disfrutar de las comodidades que ellos le darían a ella y su bebé. Pero no, Jennie llegó una noche diciendo que la omega (ni siquiera se acordaba de su nombre) se iría con ella, porque el cachorro que llevaba dentro era suyo. Los padres de Lisa la vieron confiable y dejaron a su hija ir con Kim. La omega nunca se quejó.
Ahora desea haberse quejado, pero estaba tan aturdida que nada salió de sus labios, sólo empacó su ropa en una pequeña maleta y con la misma, bajó.
Lisa sabe que Jennie la trajo a su casa por una razón. Y no era por el bebé o porque ella sea su omega, no. La simple razón por la que estaba aquí, ahora, era porque si la alfa no lo hubiese hecho, su ego de dominante hubiese sido dañado, y se hubiera sentido humillada.
Vuelve a negar, no pudiendo creer que tan tonta fue. O sea, el cortejo de Jennie fue el más vergonzoso. Un día, la puerta de la casa de sus padres fue tocada, Lisa la abrió, encontrándose con cierta alfa ahí parada, con la cara seria y mirada sin titubear.
"¿Puedo ayudarte en algo?" la tailandesa había preguntado, con medio cuerpo escondido detrás de la puerta, sólo viendo como la más baja asentía.
"Quiero que me ayudes en mi próximo celo" dijo, tendiendo una caja de chicles de menta. Los ojos de Lisa brillaron. Eran sus favoritos. Ella amaba los chicles.
"Está bien, creo. ¿Cuándo es?" preguntó, tomando la caja entre sus manos.
"El próximo sábado" y con eso, la castaña se dió la vuelta, caminando lejos de la casa.
Jennie era una alfa que estudiaba en la misma escuela que ella. Ambas compartían clases, pero Lisa nunca creyó que supiera de su existencia porque, bueno, nunca volteaba a verla. Sólo hablaba con sus dos amigos, Jisoo, una alfa, y Taehyung, un beta. La coreana era una alfa muy cerrada, sólo con sus cercanos podía entenderse bien. Ellas duermen en la misma cama, porque en realidad no hay otra.
Hay noches en las que Jennie se va a la sala o simplemente se queda lo más alejada a Lisa.
Y, mierda. Lisa es una omega embarazada, necesita el calor de una alfa más que nunca, de su alfa. Ni siquiera sabía si Jennie era su alfa en verdad.
Cuando ve que la sopa está lista, apaga la hornilla. Toma un cucharón y sirve un poco en su plato hondo. Se sienta en su silla y suspira. Está otra vez sola, pero no se queja, porque Jennie se hallaba trabajando. O al menos es lo que ella dijo.
Introduce los palillos absorbiendo los fideos, quemando su lengua. Rápidamente, para aliviar el dolor, toma un sorbo de su jugo de uvas, natural. Porque a Jennie no le gustaba que tomara cosas sintéticas, por el bebé.
Oye la puerta abrirse, el tintineo de las llaves siendo colgadas en su lugar y unos pasos firmes. La figura de Jennie aparece por el umbral, con el cabello algo húmedo y la camisa blanca que llevaba puesta manchada... sangre.
—¡J-Jennie! —jadea. La rubia se para de su silla, yendo hasta la alfa. Intenta tomar su rostro para ver de donde provenía la sangre pero antes la castaña se aleja.
—Estoy bien. Sólo es un pequeño corte en la mejilla —se abre paso a donde está la olla de sopa. Gruñe al verla.
—¿Quieres cenar? —ve a la alfa asentir. Jennie va caminando fuera de la cocina mientras dice:
—Sírvelo. Iré al baño.
Lisa pone la sopa en otro plato hondo, haciendo que ahora la olla quede vacía. Rebusca entre los cajones un poco de pan que su madre le había traído por la tarde. Es dulce y algunos son de chocolate. También los pone en la mesa, y sirve el refresco de uvas. Jennie vuelve, se ha cambiado la ropa y su moño luce más peinado. Se sienta y la menor la imita, tomando su antiguo lugar.
—Y... ¿cómo te pasó lo de la ceja? —Jennie encoge sus hombros, decidida a no contestar—. Esta bien... —dice la rubia resignada, jugando con la cuchara.
Ella ya no tiene hambre. Jennie le da nervios, no sabe como tratarla y eso la pone incómoda. Juega con los palillos y el ramen, aburrida y sin saber que más decir o hacer. Estaba harta que todos los días sea lo mismo. Ella iba a la escuela, sóla, porque la alfa se levantaba muy temprano y se iba. Por la tarde, cuando tenía algo de dinero, ella venía a su casa en camión. Descansaba un rato, luego se paraba a hacer sus tareas y preparar su almuerzo. Comía sola. Para más tarde, casi las siete, hacía o salía a comprar sería la cena. La mayoría de veces cenaba sola, otras con la alfa. Aunque era lo mismo, ya que Jennie no hablaba. A Lisa le hartaba encontrarse todo el día sola.
—No juegues con la comida. Tienes diecinueve, no cinco —la rasposa voz de la coreana resuena, sacándola de sus pensamientos. La alfa toma un pan, lo parte y se da cuenta que es pegajoso y de dulce, así que lo deja en su lugar nuevamente—. Este pan no lo compraste tú —dice, mirándola por primera vez en toda la noche, o semana quizás.
—Eh, no. Mi mamá lo trajó.
—Yo no quiero que comas nada de lo que tu mamá te da. Para eso estoy yo, la alfa de esta casa, para mantenerte y darte de comer, con lo mucho o poco que tenga.
—Pero ella sólo quería-
—No me importa, Lalisa. No vas a comer nada que no sea comprado con mi dinero.
Y una vez terminada su cena, Lisa deja todo en el lavatrastes y se va a tomar un baño. La rubia suspira, parándose para lavar todo. Lo hace rápido y sin ganas. Odiaba que la alfa sea así, era una pesada y orgullosa de lo peor. Ella seca sus manos, pesadez a la habitación. La única que había y la misma que compartía con la alfa.
—¿De qué lado vas a dormir hoy? —Jennie entra, con un short topándose por sus caderas, sin nada encima más que un sujetador, y secando su largo cabello oscuro con una toalla—. ¿O prefieres que duerma en la sala? Estoy cansada y no quiero que molestes.
Los labios de Lisa se tuercen. Con molestar se refería a estar acercándose a ella, para sentir su calor. Porque la necesita, su omega y su cachorro lloran por sentir a la alfa cerca.
—¡No! Digo, no. Duerme aquí. ¿Por favor?
Jennie asiente, yendo al armario por una de sus mismas camisas. Rebusca entre los cajones hasta encontrar una, se lo coloca cerrando los botones, y sin decir más se mete dentro de las sábanas.
—Cuando termines de hacer tus cosas apagas la luz, y no hagas ruido —la alfa pone un brazo sobre sus ojos con delicadeza, tapando la claridad.
La rubia asiente por más que sabe que no la está viendo. Se cambia la ropa con cuidado de no ser torpe y chocar con algo, pero ella no puede. Su rodilla choca contra caminando con un mueble y Jennie gruñe. Cuidadosamente, busca entre la ropa de la alfa por una camisa o suéter para dormir bien. Quita su propia vestimemta, y se pasa una de las prendas de Jennie por la cabeza de tallas más anchas que casi le termina cayendo por sus finos hombros.
Aspira fuerte, sonriendo. Huele a la alfa, mucho. Es totalmente a olor al café y muy fuerte. El olor de una auténtica alfa terca y obstinada. La omega se ríe muy bajo de su pensamiento.
Apaga las luces, yendo a su lugar de la cama. Se acuesta, frente a la espalda de Jennie.
—Jen... —le habla ella en un susurro, la omega tenía una voz tan delgada y dulce. La alfa sólo gruñe en respuesta—. Jen...
—¿Que mierda, Lalisa? Te dije que estaba cansada y que no fastidiaras.
—Lo sé, pero quiero pedirte algo, Jennie...
—¿Estás enferma?
—Ah, no.
—Entonces cállate y deja dormir.
—Estoy enferma.
—Acabas de decir que no. No seas niña y duérmete.
—¡Pero quiero abrazarte! —Lisa tapa su boca con sus manos, sintiendo como la mediana espalda de la alfa se ponía rígida.
—...Ya que —dice la castaña, aceptando.
Con morosidad, Lisa se acerca a Jennie, pasando un brazo por la cintura de la otra. Ella, junto con su omega, ronronean de gusto al sentir el olor y calor que la alfa les está dando. Huele a café y un poco a humo de tabaco, se siente bien. Es un olor de protección. Lisa cierra los ojos, tierna, aspirando una vez más, para recordarse de que estaba ahí, con su posible alfa.
Y Jennie, ella nunca va a aceptar que una sonrisa se atravesó por su rostro cuando sintió el, apenas hinchado vientre de la omega, chocar con su espalda.
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