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Capítulo 3: Fuego


Jamás pensé que unos desconocidos fueran a importarme tanto.

                         

                                Porsha




   Observaba las pequeñas gotas de lluvia deslizarse a través del cristal, en una lenta y agotadora carrera. El olor a tierra húmeda inundó mis fosas nasales, haciéndome degustar del entorno. El ambiente me hizo olvidar a el perturbador niño y los sucesos tan extraños que transcurrían en mi vida. La paranoia de encontrar una nueva escena protagonizada por ese demonio, se fue disipando. Relajé mi mente y físico cerrando los ojos, inhalando y exhalando en repeticiones profundas.

   Y cuando ya creía que la paz podía reinar en mi interior, una voz me despista de la serenidad.

   Abrí los ojos de nuevo, divisando a la misma científica que me había atendido tan gentil la última vez.

- Señorita Wickens, ya todo está listo. Sólo necesito que chequee este documento - me hizo la entrega del papel y lo recibí a gusto. Leí con detenimiento las palabras escritas y firmé en el cuadro indicado.

- Listo. ¿Hay algo más? - pronuncié, procurando esconder lo descolocada que me dejó la escena del infante.

- No, todo está en orden. En cuanto entregue el papel podrá ser dada de alta; claro, luego de hacer la prueba. - liberó una risa, cubriendo sus labios con una de sus manos.

   Le devolví la sonrisa y el manuscrito. Nuestras miradas se conectaron por un instante, suficiente como para quedar embelesada con el misterio que proyectaba esa mirada. Sin querer rocé sus dedos, un contacto efímero pero que me hizo crear una chispa. La chica desvió la mirada y recogió la cuartilla, a punto de retirarse.

   En un impulso tiré de su brazo, una conexión que la detuvo y contempló mis pupilas. Lo que antes habría sido el presentimiento de algo, se convirtió en una clara evidencia. No sabía cómo, pero la persona frente a mí estaba mintiendo, o al menos, escondía su verdadera identidad.

- Eres un demonio - hablé sin rodeos, proyectando la seguridad de mi afirmación.

   La chica me vió por unos segundos y luego comenzó a reír. Esa acción perduró poco y después paso a verme. Cómo esperando a que le dijera que todo se trataba de una especie de broma.

   Le solté el brazo, sintiéndome tonta. Quería darle una disculpa por el comentario cuando un abrazo me llegó desde atrás.

   Por el susto casi le proporcionaba una patada, hasta que reconocí de quién era:

   Mi hermano Sebastián.

   Sentí como su cabeza descansaba en mis hombros, conteniendo una respiración agitada y algunas lágrimas. Envolvió sus brazos con más fervor, impidiendo que pudiera escapar en la más mínima oportunidad.

   Me separé de él y volteó a verlo. Acaricié su mejilla, buscando en mejorar su ánimo. Mire sus hermosos ojos azules, dedicándole una sonrisa de boca cerrada. Sebastián por otro lado, no se contuvo más y dejó salir su llanto. Me sujeto de los hombros asegurando que nuestras miradas se enlazara, sabía que iba a regañarme.

-¡No vuelvas a hacer algo tan peligroso! - demandó, ahora frunciendo el seño.

- Lo siento, debí haberte avisado. -bajé la cabeza, conocía de sobra que actúe muy individual.

- Sí, y ni siquiera pudiste decirme la verdad. ¡Soy tu hermano, Porsha! Cuenta conmigo para lo que desees. - Me estrechó en su pecho, acariciando la parte trasera de mi cabeza.

   Yo correspondía su afecto.

- No me gustaría tener que interrumpir su reencuentro pero debemos pasar a la siguiente sala. - habló un hombre de aspecto robusto y voz ronca. Tal vez uno de los integrantes laborales de la institución pues también poseía una bata blanca.

   Ambos nos separamos al mismo tiempo y nos miramos una última vez.

- ¿Yo también debo seguirle? - indagó mi acompañante.

- Si. Te necesito presente junto a tu hermana.

- ¿Para qué? - Le interrumpí, antes de que diera el primer paso.

- Lo explicaré cuando lleguemos. - Fueron sus últimas palabras.

   Así que sin más respuestas, le seguimos en silencio por el corredor.

   El edificio del hospital no presentaba el mejor de los estados, algunas paredes tenían grietas, falta de pintura o las marcas que deja la humedad; y las ventanas sin cristales fueron sustituidos por ventanales de madera. Aún así el centro funciona de buena manera con alguna que otra tecnología avanzada.

   Me pareció extraño que la mujer se esfumará, sin embargo no le di vueltas al asunto y empujé el hombro de mi hermano. Él correspondió al gesto. Ambos reímos hasta que la mirada dura de nuestro guía cortó las risas.

   Él hombre se detuvo enfrente de unas enormes puertas de metal, estas tenían una especie de cerraduras gastadas. Las empujó, cediendo el paso.

   La habitación exhibida ante nuestra presencia fue espeluznante. Los muros habían sido pintados, pretendiendo esconder las antiguas manchas de sangre. En el fondo del cuarto, un portón de hierro se alzaba a lo alto. Por la gran cantidad de cerrojos de notaba una seguridad mayor a la que con anterioridad habíamos pasado.

   Estar en ese sitio me disgustaba. Cuando rote sobre mis pies para mirar atrás el científico nos empujó. Lo hizo con tanta fuerza que los dos caímos al suelo. Al incorporarme de la superficie corrí lo más que pude.
   Las puertas fueron cerradas antes de que pudiera hacer algo. Escuché como el seguro era colocado del otro lado.

- Bienvenidos a la fase DOS - Se logró oír a través del metal.

   Golpeé el metal con todas mis fuerzas, resultando en fracaso. Un escalofrío me recorrió la médula espinal, provocando que mis bellos se pusieran de punta. Me dirigí a mi familiar con la preocupación impregnada en su rostro.

- ¿Qué está pasando? - interrogó con angustia.

- No estoy segura. - Posicioné a Sebastián detrás de mi cuerpo. - Pase lo que pase, quédate atrás.

   Al mirar su expresión supe que no estaba de acuerdo, pero tampoco iba a desacatar mi orden.

   Un estruendo hizo que mi atención fuera puesta en la otra puerta. Los seguros estaban siendo retirados. El fuerte chirrido avisaba de las secciones que eran liberadas.

   El miedo se proyectó como una sensación de hormigueo que recorría las extremidades. Los sentidos se activaron, dejándome saber aquello que resguardaban tras tanta seguridad.

   Al fin el último estruendo se escuchó y los marcos de metal se abrieron, revelando a la criatura.

- ¡No te muevas! - Ordené, obteniendo en respuesta un quejido asustado.

   Destiné mi vista al enemigo que salía de su guarida.

   Su complexión es pequeña, de un cuero marrón oscuro como escamas afiladas. Varias púas sobresalían desiguales, moviéndose como antenas detectando alguna señal. En el lugar donde debía estar la cabeza había un cuero cabelludo caído y un rostro putrefacto sin ojos. Por las cuencas vacías brotaba sangre y algunos de sus colmillos atravesaban la propia piel de sus labios. El cuerpo deforme con los huesos bien marcados bajo la piel, y brazos largos que terminaban en dedos retorcidos. Aquella bestia dejó salir su larga lengua que arrastraba por el suelo. Su respiración agitada sonaba como un gemido lastimero.

- ¿Qué hacemos? - susurro mi compañero. Le tape la boca, haciendo la seña de que no emitiera ningún sonido.

   El rugido provino del oscuro, sus espinas se movieron a una mayor velocidad captando las ondas sonoras y dirigiéndose hacia la dirección escuchada. Se detuvo un instante emitiendo otro gruñido. Exhibió los colmillos, la prolongada lengua y la secreción de saliva que salía de su boca. Las cuencas vacías seguían escurriendo sangre y daba la impresión de que podía observarnos.

   Algo comenzó a surgir en mi interior. Una furia que ardía entre mis entrañas y se esparcía como la fiebre por el cuerpo. No sólo era valor, sino una fuerza que iba mucho más allá de lo que podría explicar con palabras: La capacidad y determinación de comerme al mundo entero.

   El demonio se abalanzó feroz hacia nosotros, dispuesto a dar un mordisco de nuestra carne. Apreté las manos en forma de puños predispuesta a darle una golpiza. Al tenerlo enfrente lancé un puñetazo sin dudarlo. Este le impactó en la cara haciéndolo volar, literalmente, contra la pared. Un fuerte estruendo resonó en el cuarto. La criatura quedó pegada al concreto y se deslizó, dejando un rastro de sangre y una grieta en el muro. Gimoteó al querer levantarse.

   La ira recorrió cada célula por la que estaba constituido mi organismo. De las manos brotaron dos llamaradas, creciendo según la intensidad de mis emociones.

   Me aproximé al demonio aún intentando levantarse y contrarrestar. A una distancia prudente lancé las bolas de fuego y quemé vivo al monstruo, admirando su resistencia ante las llamas que lo deterioraban.

   No quedaron ni los huesos.

   El frenesí se disipó con el tiempo, cayendo en cuenta de la hazaña recién cometida: Mate a mi primer demonio.

   Aprecié las palmas de mis manos, asombrada del nuevo poder y la fuerza que poseía. Sonriendo, giré sobre los talones para observar a mi hermano. Necesitaba saber si él había visto lo mismo. Su boca y pupilas bien abiertas reflejaban su impresión y miedo.

   Después salió corriendo en mi dirección, gritando y quitándose la camiseta.

-¡Fuego! ¡Hay fuego en tu cabeza! - Llegó a mí, envolviendo la tela en la cabeza.

   Me asusté por los gritos, ayudándole a frotar la ropa en mis cabellos.

   Los minutos pasaban y las brasas no desistían. El empeño de nuestra acción nos despistó del movimiento exterior.

  Una tonada llamó nuestra atención.

- Señorita Wickens, ha pasado con éxito la fase DOS.

   Atendimos al llamado, dejando de lado el hecho de que mi cabello se convirtió en un crematorio. Y antes de poder formar algún alboroto, el doctor habló.

- Es normal este cambio en tu melena. Sucede en la manifestación de tus poderes. - Expresó. Haciendo alusión a mi crisma.

   Me les acerqué dispuesta a quemarlos de la misma manera que al demonio. El hombre robusto de antes se interpuso en mi camino, cortando el paso. Quería hacer que se apartara pero mi cuerpo no respondió. En cambió ahora se sentía ligero, despegando los pies del suelo, flotando en el aire.

- Quédate quieta y escucha. - Miró a mi semejante, advirtiéndole con su expresión de que no intentara nada.

- Sé que no debes de entender lo que está pasando - Hablo de nuevo el doctor. - Pero nuestra intención no fue hacerles daño.

- Pues me parece una mierda su intención - Demandó Sebastián, cruzando sus brazos y sin despegar la vista de la persona que me hacia levitar.

   Ignoraron sus palabras y continúo hablando.

- La fase DOS consiste en encerrar al nuevo cazador con algún ser querido. En caso de no tenerlo, se toman otras medidas. Esto se hace para que los reclutas sean capaces de liberar su fuerza gracias al deseo de proteger, justo como sucedió contigo. Y en el caso de que no puedas hacerlo, el cazador Ethan intervendría. - señaló al individuo corpulento.

   El señor me dejó caer al suelo. Y para mí gran sorpresa aterricé de pie.

- Felicidades, seria un gusto tenerte en mi escuadra. - Ethan se dirigió a mi, buscando estrechar mi mano.

   Lo dejé plantado, revelando cara de molestia. Él retracto su brazo.

   Luego de aquel incidente, nos condujeron a otra sesión. No me confiaba de ellos, así que todo el tiempo me la pase prendida del brazo de mi hermano. Ahí me inyectaron un sedante para retener mis poderes. Volvería a usarlos el día siguiente.

   Estuve rodeada de enfermeras, las cuales me hacían preguntas y daban indicaciones de lo que debía de hacer ahora en adelante. Pasó como una hora antes de poder salir del centro y dirigirnos a la casa. Las instrucciones y exámenes requirieron tiempo.

   Una vez afuera, la tranquilidad nos abordó. Vivíamos en una casa pequeña, un poco apartada de la residencia de edificios que rodeaban el hospital. El horizonte se hallaba casi destruído con sus toques de humanidad. Las sábanas colgaban de los balcones. Las personas caminaban con normalidad, aprovechando cada rato de luz. Alguna que otra tienda ambulante, niños jugando en frente de sus hogares y una comunidad unida protegiéndose del peligro.

   Faltaban un par de cuadras para llegar a la vivienda, cuando Sebastián rompió el silencio.

- Porsha... hay una cosa que quiero hablar contigo. - Se notaba nervioso, escondiendo su mirada para no encontrarse con la mía. - A ti no te gusta el trabajo de cazador, y se que haces esto por mí.

   Detuve la caminata, posando mi mano en su mejilla y lo obligue a mirarme.

   Analicé las facciones de su rostro, detallando como sus cachetitos habían desaparecido. Su cara perdió color, en conjunto con los labios. Debajo de sus ojos azules surcan par de ojeras y el cabello rizo castaño perdía viveza. Toda su complexión era más delgada, reafirmado que la enfermedad avanzaba.

- Todo estará bien. Te prometo que cuando tenga el dinero suficiente, dejare este trabajo.

   El aguanto las lágrimas, ocultando inquietud y luego acarició mi pelo con dulzura.

- Sólo no quiero que mueras por mi culpa. - Trago con fuerza llevándose la tristeza consigo.

- Volvamos a casa - Le abracé con firmeza.

   Continuamos con nuestro camino, regresando al lugar que nos hacia sentir seguros.


                                      ...




   Abriendo la puerta de la vivienda, me golpeó ese sentimiento extraño. La sensación de que alguien más estaba ahí. Recordé entonces el pacto y las condiciones que este traía.

   Divisé la sala, buscando cualquier cosa extraña.

   Mis ojos no fueron capaces de captar la presencia, pero sí la sentía.

   Pasé al interior, investigando el pasillo que daba a los cuartos. Sebastián cerró la puerta detrás de si, dirigiéndose a la cocina.

   Me centré tanto en investigar los rincones, que por el bullicio inesperado brinqué del susto.

- ¡Copito! i Aquí estas! - Clamaron desde la cocina.

   Aceleré el paso a ver que pasaba. Y me encontré con una escena ya conocida para mí.

- ¿Ese gato de dónde lo sacaste?

   Tenía la mala costumbre de traer gatos callejeros a casa, a pesar de su alergia a estos. Cargó al minino en sus brazos, quedando acurrucado como un bebé.

- Lo encontré en la puerta de la casa un día después de que te fueras. Lo he cuidado desde entonces. - Acarició la barbilla del gato y este respondió con un ronroneo. - Ayer no lo ví en la casa y creí que no regresaría.

   El felino en si es hermoso, tiene un pelaje muy abundante y blanco. Posee unos ojos grises encantadores, orejas pequeñas y una cola peluda. Parecía un principe.
La apariencia embelesada no era su único rasgo característico. A pesar de su belleza, seis pares de patas sobresalían del cuerpecito, tres en cada lado. Aquel ser vivo no era un animal común.

- Déjame cargarlo. - Quería refiejar calma, tampoco queria que el diminuto demonio peludo le hiciera daño a mi hermano.

   El dudó por unos segundos, hasta que extendió sus extremidades para entregármelo. Una vez lo tuve en mis manos, me dirigí a la entrada del apartamento y eché al gato fuera.

   Cayó con elegancia al suelo. Sus blanquecinos pelos se erizaron, saco las garras y luego me bufó. Volví a sellar la puerta, colocando seguro.

- ¿Por qué lo echaste? Sabía que no debía dártelo - Paso a mi lado con la intención de abrir la puerta y buscar a su mascota. Me recosté en la salida, impidiéndole el paso.

- No es un gato, Sebastián. Es un demonio. Y sin importar lo lindo que se vea, es peligroso.

- Nunca me hizo daño de ningún tipo. - me reclamó. - Lo iré a buscar aunque no quieras.

- Como lo vuelva a ver dentro, lo mataré.

   Las palabras acabaron, dando lugar a un duelo de miradas enojadas. Un silencio incómodo nos abordó.

   Sebastián soltó un gruñido de frustración y se perdió por el pasillo, caminando en dirección a su habitación. Un portazo resonó en las viejas paredes.

   Discutir, cualquiera que sea el caso, es desagradable. Aún más si es una persona especial. Desanimada por el suceso, me trasladé a mi habitación. En ocasiones se hacía complicado hablar y debía tomar ciertas medidas para mantenerlo a salvo.

   Cuando accedí al dormitorio la familiaridad de los objetos me hicieron sentir segura; Que lograría descansar.

    Me arrojé a la cama, liberando a mi ser del estrés. Los músculos se relajaron al compás de la mente. Pretendia irme a dormir por un rato, claro que la extraña sensación de ser observaba no me lo permitía.

   Revisé mi entorno explorando cada centímetro. A pesar de indagar las esquinas, adornos o la ventana al lado de la cama, aquello que me molestaba no aparecía. Así que al volverme hacia la entrada, la sorpresa de encontrarme a un hombre parado en ella fue un enorme susto.

- ¡Me cago en la puta! - En un reflejo de defenderme disparé mi almohada al desconocido. Este la agarro con uno de sus brazos.

   Porque sí... No tenía dos pares de brazos como las personas normales, sino cuatro.

   El extraño se mostró con una evidente molestia en las facciones de su rostro. La similitud que tenía con el gato es mucha, así llegué a la conclusión de que eran lo mismo. Disponía de una larga melena blanca, ojos grandes y grises. Vestía un chandal y pantalones negros. No usaba nada de calzado.
   Para nada era pequeño como el felino. ¿Cuánto medía? ¿Dos metros? Me sentí indefensa por aquel tamaño intimidante, pues con el sedante que me dieron no era capaz de usar mis poderes hasta la mañana.

    El albino se acercó más a donde yo estaba. Puede que mis poderes no estuvieran ahora, pero le daría una buena patada si continuaba caminando.

   Y se la proporcioné.

   ¡Pero no le hice nada! Tan siquiera se movió de lugar.

   El agarró mi pierna y tiró de ella, sacándome de la cama y cayendo de culo al piso. Luego se recostó en la cama, con un aire de victoria en el rostro.

- ¿Ya sabes lo que se siente que te echen de tus aposentos? Para la próxima te pongo patitas a la calle, igual que hiciste conmigo. ¡Maldita zorra! - Ubicó la almohada en su sitio y cruzó las extremidades superiores sobre su pecho.

   ¿Acababa de llamarme zorra?

   Me levanté del suelo, sacudiendo el polvo de mi ropa. Puse mala cara y copié su gesto.

- Sal de mi casa. ¡Ahora! - Ordené.

- Obligame - Me guiño un ojo y se lanzo de espaldas en el colchón. En otra situación me habría reído de lo gracioso que se veía con los pies sobresaliendo del lecho. - Además, no puedes expulsarme. Esta también es mi casa, ¿lo olvidaste?

   Su último comentario me trajo de vuelta a la realidad. ¿Era este el demonio con el que había hecho el pacto? Dudaba eso, la diferencia de personalidad es notoria. La curiosidad me llevo a preguntarle.

-¿Eres el demonio con el que hice el contrato?

- No. De quién hablas es mi amo. Él me envió a verte. Gracias a mí tienes vida. - Se señaló a sí mismo. Paso de estar acostado a sentarse como indio y cambio de forma. Fue una transformación brusca, en solo un minuto se adueñó de la apariencia de la investigadora e imitó su voz de forma burlona. - Señorita Wickens, me alegra mucho que este bien.

   Quede boquiabierta. Eso explicaba muchas cosas.

   El peliblanco notó mi sopresa y aprovecho para continuar hablando. Esta vez con su verdadero aspecto.

- Te lo explico. Mientras tú estabas haciendo el trato con Erick, yo te ayudé e inyecté su sangre en tu organismo.

- ¿Erick? Me esperaba un nombre más intimidante.

- Tampoco es que te vaya a decir su identidad completa, pero puedes llamarle así. - Se puso de pie. Sus brazos inferiores se apoyaron en las caderas, mientras que uno de los superiores hacia el gesto formal de estrechar la mano.- Me llamo Kev.

   Examine su mano, con ninguna intención de estrecharla.

- No pienso darte la mano. - Me quejé.

- Tranquila que no muerdo.

   Le dediqué una buena mala cara, desaprobando su chiste. Por otro lado, Kev no contuvo las carcajadas.

- Vale - Rodeo los ojos y recogió su miembro. - Puede que si muerda un poco.

   Otra interrogante surgió entre mis pensamientos y ya que estábamos teniendo una conversación la solté:

- ¿Porque tienes cuatro brazos?

   Mi objetivo no fue las de ofender. Los deseos de saber el porqué siendo un metamorfo conservaba una apariencia llamativa.

   Su semblante me dejó conocer que la pregunta no le había caído bien. Su aura burlona se esfumó por unos instantes. Hasta contraatacar con una pregunta.

- ¿Porque tú no tienes tetas? - levantó su ceja y me dedico una sonrisa.

   Cabreada por lo dicho, elegí acabar con la conversación.

- Apártate de mi camino. Quiero descansar. - Pase por su lado, sin volver a mirarlo.

- Grosera.

   Ya en la comodidad otra vez, cerré los ojos, ignorando su presencia.

-El vendrá a verte mañana.

   Al volver a abrir los ojos en busca de su imagen, ya había desaparecido sin dejar rastro.






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