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Capítulo 2: Un pacto y un nuevo despertar

      

  Los demonios son peligrosos, nunca hagas un pacto con ellos.



                                   Porsha


   El sueño se hizo dueño de mi cuerpo y mente. Flotaba en un pozo oscuro de aguas turbias y la conciencia tranquila. Me sumergía cada vez más, perdiendo de vista la traslúcida superficie. Envuelta en un manto negro, observando a la nada.

   El acogedor calor se desvanecía poco a poco, dando paso a un frío que fue calando hasta mis huesos. Cerré los ojos con un gran pesar, abandonando mi principal objetivo:

   Olvidando la promesa que le hice a mi hermano...
 
  Es como si los recuerdos se desvanecieran uno tras otro, en una secuencia lenta y constante. Dejándome sin retentiva.
   
  Y cuando ya ni siquiera podía escuchar con claridad los pensamientos, una voz se comienza  escuchar en la lejanía. Abrí mis ojos con desgano. Observé la sombra de un hombre frente a mí. Una sombra que no presentaba ningún rasgo, excepto uno: Sus hermosas pupilas bermellón.

   Acercó su mano hacia mi mejilla, acariciando está con el dedo pulgar. Luego soltó las siguientes palabras muy calmado y reflejando compasión:

- Estás muerta.

  Señaló eso como lo obvio, como la única explicación de mi cansancio eterno y la paz que transmitía el ambiente.

  Esos términos me abrieron los ojos, de vuelta a la realidad. Hicieron que despertara la conciencia y con ello los recuerdos residuales de una lucha. Me sobresalté, entendiendo que tenía justo delante a un desconocido. De una manotada quite su palma de mi rostro.

- No, no puedo estar muerta. Debo estar soñando - intenté mirar a mi alrededor, comprendiendo que era incapaz de ver más allá de unos centímetros por la densa negrura del panorama.

- Porsha... Se que es difícil. - intentó ser gentil, pero esta vez no hubo ningún consuelo físico de su parte.

   No dije nada más al respecto. Ya no me encontraba flotando, si no más bien parada en la nada.

- Si todos esto es un sueño. Dime, ¿Qué estabas haciendo antes de estar aquí?

   Mis memorias aparecieron borrosas, impidiendo buscar con nitidez quién era. Aunque de ciertas cosas del presente podía recuperar algo. Me forcé a recordar. Hasta que llegaron a mí:

   Un largo pasillo de hospital...

   Enfermeras y batas blancas...

   Bolsas de transfusión...

   Sangre...

   Dolor, mucho dolor...

   La prueba... Hay una prueba que debo superar.

- La transformación - fue lo único que pronuncié. Insegura de las palabras.

- Sí. Aún no la has completado.

   Con esa remembranza llegué a entender de que esto podría ser real. ¿Dónde estaba si no lo era? ¿Que lugar es capaz de hacerte sucumbir en un silencio tan profundo? La verdad sobre lo que me había sucedido fue difícil de asimilar, tanto que no deseaba creerlo.

   Empecé a reír con histeria y la vista puesta en la silueta humana. Él se me quedó mirando con esos ojos tan característicos suyos, sin pronunciar oración alguna.

- Es mentira - continué con esa risa forzada. Disminuyendo el ritmo a medida que las lágrimas mojaban y salían al rostro.

    Cubrí mi cara con las palmas de mis manos en un reflejo de ocultar las gotas que fluían.

   El individuo tomo la distancia suficiente como para darme un abrazo. Se sintió gentil y reconfortante. Continúe llorando en lo que sería su pecho, desconsolada. Porque a pesar de mis esfuerzos no pude ser capaz de cuidar de mi hermano, de protegerlo y luchar por él hasta el final.
    La mano del hombre recogió un mechón de mi pelo y lo colocó detrás de la oreja. Se aproximó a ella, dejando un leve susurro.

- Deja de llorar, porque no todo a acabado. Aún puedo liberarte. - pude percibir su aliento en mi oído, erizándome la piel.

  Levanté la frente en busca de un sombreado semblante.

- ¿Cómo puedes sacarme de aquí? - Esa pregunta salió de mi boca sin pensarlo mucho. Al darme cuenta de lo extraña que es la situación, lo empujo con todas mis fuerzas. Ya sabía con quién estaba tratando. - ¡¿Quién eres?!

- Tu sabes muy bien quién soy, o mejor dicho. Que soy - respondió la sombra, mostrando ahora una sonrisa maquiavélica de colmillos afilados.

   Un demonio...

   Tenía justo enfrente a un demonio.

   Caí en su juego, y yo quedé en shock por unos segundos. Sin saber cómo reaccionar con lo revelado.

   Me quedé muy quieta, sin soltar la lengua. Estaba segura de que me hallaba muerta, o al menos eso creía. Ya tenía conocimiento de que algunos Oscuros venían a hacer tratos con las almas perdidas.

- Verás preciosa, hay un pacto que deseo hacer contigo. - rompió el silencio que se había provocado por mi falta de reacción. - De verdad quiero sacarte de aquí, claro que con mis condiciones.

- ¿Y porque debería aceptar? No me fío de ti. - Le solté muy segura de mi misma. Limpié las lágrimas que quedaron en las mejillas y fuí sacando espacio entre el sujeto y yo.

- Porque nunca saldrás con vida y no volverás a ver la cara de tu hermanito.Tan simple como eso.

    Su expresión conducía a la verdad. Las probabilidades de salir con vida son inexistentes. Sin pensarlo dos veces decidí escucharlo. Asentí con la cabeza de mala gana, un gesto que indicaba mi disposición a oír.

- Es fácil, solo debes beber un poco de mi sangre y tendrás la fuerza para regresar, completando la transformación.

- ¿Cuáles son tus condiciones? No creas que me olvidé de ello.

  El demonio rió por lo bajo.

- Tienes que dejarme vivir en tu mismo techo.

- ¡Ni de broma! Por nada del mundo permitiría tal cosa.

- Bueno, entonces sucumbe a la oscuridad. - La negra mancha proyectada ante mi desapareció. Sin dejar rastro entre toda esa espesa noche.

   Apretando los puños y tragando el orgullo le grité, implorando que volviera.

  La sombra no volvió aparecer. Pero si se escuchó su voz.

- ¿Aceptas el trato? - dijo, aún sin mostrarse, aprovechando la opacidad con la que estaba configurada su complexión para pasar desapercibido.

- Lo acepto, pero solo si prometes no hacer daño a quienes amo. Ni a nadie de la ciudad.

  No hubo respuesta.

El silencio continuó por un tiempo. Observé el entorno sin encontrar nada.

  ¿Y si se había arrepentido? ¿Me dejaría aquí para siempre?

  La ansiedad provocó que me tensara. De verdad estaba sola.

  Comencé a dar vueltas en círculos, perdiendo la noción de los instantes transcurridos. Incluso en algún punto llegué a desesperarme. El tiempo marchó y ninguna señal. . ¿Cuánto había pasado? Pues no tenía de la certeza de si un par de minutos o una hora.

    Llegué a sentarme en el suelo, esperando a que apareciera. Hasta que la paciencia abandonó mi ser. Quería echarme a correr, (por muy tonta que sonara la idea), a encontrar una salida.

  De repente, algo tocó mi hombro de forma brusca. Por la impresión me volteo a ver qué es, pero lo hice tan rápido que terminé en el extraño suelo del lugar.

  Ahí estaba de nuevo. Sonriendo como si no me hubiera dejado sola por no sé cuánto tiempo. Le planté mi mejor cara de molestia.

- ¿Te asusté? Disculpa, esa no fue mi intensión. - se eschó a reír a carcajadas. Simuló quitarse una lágrima de uno de sus ojos carmín.

   Dramático.

- No es gracioso. - me levanté del suelo, cruzando los brazos sobre el pecho.

- Para mi si lo fue - Dejó el humor de lado, volviendo a desaparecer esa sonrisa macabra de sus rasgos. - Acepto tu condición.

   El que accediera a mi estipulación fue una sorpresa, así que no le creí.

- ¿Que seguridad tengo de que cumplirás con tu palabra?

- Lo prometo por el dedo meñique - levanto el brazo, haciendo la señal con el dedo de la mano.

  Bufé por lo dicho. Me quedé mirándolo por un par de segundos, hasta que entendí que se lo estaba tomando a burla y no quería nada serio.

  Gire sobre mis talones y caminé en otra dirección que no fuera a la de él.

- ¿A dónde vas?

- Me voy un rato a la mierda, igual que tú hiciste hace poco.

  Total, ya estoy muerta. No es como si pudiera hacerme daño .

   Caminé por un rato, hasta que llegué al mismo punto de partida. Esto era como una especie de bucle. Intenté rodearlo, caminar en nuevas direcciones para despejar la mente. Pero siempre terminaba en el lugar de inicio.

  
Ya fuera de todo estribo me pare frente a él, sin miedo a mirar sus ojos rojos intensos.

- Tenemos un acuerdo - le dije sin más rodeos. Extendí mi mano, esperando que la estrechara o algo.

   Él correspondió el gesto.

- Muy bien... - intenté retractar mi mano, pero no me soltaba.

- Antes de volver a la vida, debes beber mi sangre, ¿recuerdas? Házlo.

- ¿Cómo lo hago? ¿Te pego una mordida en la mano y ya está?

   La silueta volvió a emitir una de sus carcajadas socarronas. Luego sujetó mi mentón con brusquedad, haciendo que observara sus ojos.

- Te has creído que por estar en el limbo no puedo hacerte daño. ¿Quieres ver cómo puedo hacerte llorar? Créeme, tengo muchas formas de hacerlo.

   Su agarre continuó siendo tan fuerte que hacía doler mi mandíbula. Me obligó a abrir la boca. Espantada, intenté retroceder, pero no obtuve ningún resultado. Los labios que antes habían desaparecido volvieron a surgir. Pude detallar cada hilera de afilados colmillos, en una mueca mucho más allá que de oreja a oreja. Abrió el enorme hocico y un manto de sangre se escurrió de entre la comisura de su boca hasta la mía.

   Las ganas de vomitar no se hicieron esperar. Las arcadas intentaban expulsar el líquido que comenzaba a correr por mi garganta. Y por extraño que pareciera, lo deje fluir dentro de mi. Como si mi cuerpo no respondiera a lo lógico y se rindiera.

  Esa fue la experiencia más repulsiva que había experimentado.

   Al cerrar su boca de nuevo, apartó su rostro disfuminado. Con su mano selló mis labios y no me quedo de otra que tragar su sangre.

- Pacto echo, no hay vuelta atrás. Ya puedes regresar.

   Aún nos encontrábamos en la cercanía del otro, cuando mi cuerpo colapsó y termine desmayándome.

                                           ...

- ¡Está viva! ¡Ha vuelto a respirar! - se escuchó el grito de una mujer. Por el sonido de los pasos se que otras personas vinieron a comprobar.

     Me costaba respirar y tenía toda mi complexión adolorida. Al menos no tanto como antes. Eso debía de ser por todos los movimientos erráticos que hice mientras la transfusión.

    Abrí los ojos de a poco, sin poseer la vista tan nublada.

    A mi lado se encontraba una científica joven de pelo castaño oscuro. Ella me atendió muy bien, preguntando las típicas cosas de rutina. Yo intenté responder, pero al querer hablar mi garganta agonizaba de una forma horrible. Se notaba cuánto había gritado, me quedé totalmente ronca.

    La chica se dió cuenta de la situación y me sonrió. Le observé, agradecida por el buen comportamiento y la paciencia que tenía conmigo.

   Otros doctores llegaron para hacerme chequeos. Me felicitaron, pues a pesar de mis bajas probabilidades de éxito, soy una de las pocas supervivientes que pasaron la prueba.

    Al principio éramos 11, sin contar a Lorens que desistió a última instancia. Solo pudieron superar la prueba 5. Los demás murieron.

   Mientras revisaban los latidos de mi corazón y vendan algunos rasguños, a causa de los cinturones, una pregunta llegó hasta mí.

   ¿Porqué yo de entre todos ellos? ¿Porqué si hasta ahora fui la más débil del grupo?

   Tal vez conseguiría respuesta de ese demonio, o tal ves nunca las obtendría.

   A demás de las otras lesiones que poseía mi estructura, tenía la certeza de que el dolor proveniente del mentón sería el más lento en curar. Las heridas provocadas por Oscuros tardan más en sanar.

   No podía confesarle a nadie sobre el pacto. A menos que deseara ser sometida al castigo público del escarmiento, para luego morir ejecutada. Después de todo, era una de las reglas que formaban a la ciudad de Wastelands.

   Los pactos con demonios están prohibidos.

   Esa norma y muchas otras debían ser cumplidas... Y yo estaba quebrando una de ellas, quizás la más importante.

- Toma esta pastilla - la investigadora de antes rompió el hilo de mis pensamientos. - son analgésicos, ayudarán con los dolores musculares.

- Gra...cias. - trate de decirle. Tomé las medicinas y bebí del vaso de agua que me trajo.

- No te esfuerces. Si necesitas algo solo levanta la mano. Deberías descansar un rato. Mañana daremos continuidad a la fase DOS.

   Asentí con la cabeza.

  Luego recordé una cosa y antes de que la mujer fuera a marcharse la agarré como pude de su bata. Volteó a verme.

   Yo intenté hacer algunos gestos con mis manos, a pesar de que aún dolían. Al parecer ella logró captar la imitación y me entrego papel y un bolígrafo.
   Escribí lo que deseaba, luego se lo entregué.

  La joven respondió a lo pedido:

- Ya hemos avisado a tu hermano Sebastián de que estás bien. Podrá venir a verte en la mañana.

    Me recosté en el camastro de hospital. Estaba agotada. Logré caer rendida por el sueño, aún y con todas las preocupaciones que tenía.

   Pude dormir tranquila, hasta que pasaron como 5 minutos y alguien ya me llamaba por mi nombre. Entreabrí los ojos de mala gana. Quería seguir durmiendo.
  
  Era el científico que nos había guiado en el inicio de la transfusión, al parecer para chequeo médico.

- Señorita Wickens, ¿crees que puedas hacer el intento de levantarse?

   Obedecí de mala gana y con toda la lentitud del mundo me levanté de la calidez de la cama. Coloqué los pies con parsimonia en las baldosas frías del suelo. No sentí dolor alguno, así que con confianza me sostuve sobre las piernas. La sorpresa me dejó perpleja. Al poder caminar con libertad, probé a manipular los brazos. Estos tampoco sufrían de magullamientos.

    Me lleve una mano a la mandíbula, comprobando que el malestar de esa zona había desaparecido.

  El hombre de bata blanca anotó algo en sus papeles y murmuraba cosas para si mismo.

- Como lo imaginaba, es sorprendente.

- ¿Pasa algo con mi cuerpo? - respondí, de igual manera sin ningún tipo de dolencia en la garganta.

- Su cuerpo se ha regenerado en poco tiempo de sueño...eso es todo un acontecimiento. - se rasco la cabeza, colmocionado. - Normalmente los nuevos cazadores se recuperan en un día, pero usted lo hizo en una hora.

   Así que descanse una hora, a veces se duerme tan profundo que el tiempo parece no avanzar.

- Entonces me pueden dar de alta sin ninguna dificultad.... Ya que pase la fase DOS.

- Aún no puedes irte, debo avisar del nuevo cazador élite y comprobar cuál es el poder que desarrollaste.

- ¿Está hablando de mí? - me señalé sin creerme una palabra del profesor.

¿Me acaba de llamar cazador de élite?

- He de admitir que yo también estoy sorprendido, pues de todas las personas que podían sobrevivir a esto, tu no eras una de ellas. Y mucho menos te consideraba capaz de llegar a tal nivel. Mil disculpas - hizo una pequeña reverencia - Espere un momento, iré a buscar a mis compañeros.

  Con la confusión a tope, terminé sentada en la cama. Analice por un santiamén la información que acababa de adquirir. Una gran felicidad recorrió como chispa por todo el cuerpo. Comencé a dar pequeños brincos de emoción.

   Eso significa que ganaré dinero...el suficiente como para pagar el tratamiento de Sebastián. El saber que podré salvar su vida hace que llore de alegría.

   Un poco más calmada, me recosté en uno de los bancos al lado de la ventana. Desde ahí podía observar el desolador mundo que había afuera.

    La tierra ya no es como la conocemos. El cambio drástico que este experimentó fue devastador. Con las puertas del infierno abiertas de par en par, cualquier catástrofe podía estar en la imaginación de las personas.

  Humanos peleando por recursos para sobrevivir. Una terrible escena grotesca de canibalismo y violencia.

  Los demonios de todas las clases y tipos, devorando y destruyendo. Sin dejar ni un solo rastro de civilización.

   El fin de todos los ecosistemas en el planeta estaban llegando a su límite. ¿Quién con los cables bien puestos pensaría en la salvación? Nadie. Pues la cordura se fue a la mierda junto con el mundo.

  Y cuando las personas menos lo esperaban, apareció un milagro. Cinco poderosos ángeles bajaron a la tierra por una misión: Salvar y castigar. Algunos humanos fueron protegidos por estos seres emplumados, quienes recibieron fuerza y un nuevo hogar para vivir. Fortificando cinco grandes ciudades.

  Aunque no todo es paz, porque no importa cuánta luz haya en el mundo, en el menos pensado e insólito rincón siempre habrá sombra.

  Es así como los demonios fueron aislados de las ciudades sagradas, penalizando a cualquiera que intentase entrar.
   
  Pero luego estamos nosotros...los humanos pecadores. A quienes se les negó la entrada a una mejor vida, condenados a luchar contra los enemigos. Hasta que nació Wastelands, una ciudad de insurgentes. Pasado el tiempo descubrimos el poder de la sangre de demonios y nos convertimos en cazadores. Otras ciudades con algunos supervivientes pidieron nuestros servicios y así la humanidad hasta el día de hoy se mantiene a flote.

  Los pensamientos de la historia del nuevo mundo bombardearon mis memorias. Aún no había nacido cuando ocurrió, así que este panorama es al que estoy acostumbrada.

   Edificios descuidados se empinaban en la distancia. El paso del tiempo les quitó los colores que alguna vez pintaron las paredes. Aún así, los habitantes se las apañaron para el arreglo y la contribución en mejorar la comunidad.
   La vegetación tampoco es abundante, al menos no como se observan en los libros. Aquellos que ilustran esas hojas verdes repletas de vida.

  Observé el reflejo del cristal que proyectaban mis facciones: Tez clara, cabellos ondulados y de color castaño. Hacia mucho tiempo que lo corté un poco más arriba de los hombros. Amaba mis ojos color avellana, a veces cambiaban de color a tonoz más azules.

  De pronto diminutas gotas cayeron del cielo. El inicio de la lluvia me traía paz. Sonreí al ver que dos niños se divertían en la calle, jugando y riendo. La situación me hizo esbosar una sonrisa... Asimismo, no duró mucho tiempo.

   Uno de los niños de pronto se detuvo. Este giró su cuerpo para mirarme a través de la ventana. La escena fue perturbadora, pues el chico seguía viéndome. Una sonrisa diabólica adorno el rostro infantil. Los ojos se le tornaron de un matiz ya conocido para mí y luego pronunció unas palabras. Que por loco que pareciera, logré escuchar su mensaje:

- No olvides nuestro trato, Porsha. Te esperamos en casa.
















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