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Capítulo 1: La Transformación

     No hay otra opción:  Mueres o vives.


                                      ¿?


- ¿Estás seguro de ir a verla? Considero que es mejor mirar desde la distancia.

- No. Ya ha pasado una semana desde lo ocurrido. Necesito tenerla vigilada en todo momento. Mucho más ahora. - Le respondió el otro chico en una orden.

- Está bien... - El albino bufó por la incomodidad que le traía esa situación. No quería involucrarse.

- Esperaré tus noticias. -Y sin más argumentos dejó al peliblanco en el pequeño centro de investigación, desapareciendo entre las sombras.

   El "hombre", ya irritado, caminó por el largo pasillo del lugar como si fuera de su propiedad. Era solo cuestión de tiempo que algún trabajador lo encontrará deambulando por la zona. Por lo que sin ningún cuidado continuó con su camino. Al ver que nadie se acercaba se le ocurrió otra idea.

  Se detuvo a escuchar con atención para verificar si alguien rondaba en las habitaciones de ese pasillo. Para su sorpresa se dió cuenta de que se encontraba relativamente vacío, aunque descubrió que en uno de los cuartos habían unas cuatro personas.

  Se dirigió al lugar de donde provenían los murmullos, abrió la puerta sin ninguna dificultad y al entrar la clausuró de nuevo. La simpleza con la que realizó esos movimientos dejaron por un segundo perplejos a las personas en el interior. Los científicos al darse cuenta del intruso intentaron avisar de alguna manera a las otras personas en la institución.

  No lograron nada.

  El individuo frente a ellos los inmovilizó. Ni siquiera pudieron emitir un sonido en busca de ayuda. Pues una especie de ramificaciones en forma de serpientes se envolvió en sus cuerpos, impidiendo mover sus extremidades y sellando sus bocas. Consiente de que no debía matarlos para no levantar sospechas los dejó en ese estado.

  Con la victoria de su hazaña justo en frente de sus ojos, no le quedó más que sonreír. Se acercó a la mujer más joven del sitio, cuando estuvo delante de ella le sostuvo el mentón, examinando cada facción de su cara. Luego paso a observar los detalles de su cuerpo.
- Estás muy delgada para mí gusto, aunque de igual forma me servirás. - lo dijo todo como si estuviera hablando de un objeto y no de un ser vivo.
  
  Caminó unos pasos hacia atrás. Sus ojos miraron por última vez a la chica que tenía en frente y los cerró. Su complexión comenzó a cambiar de manera rápida, la diversa estructura de su cuerpo acoplandose a los rasgos físicos de la joven. Desde el color castaño oscuro de su cabello, hasta el más pequeño lunar del rostro. Al volver a abrir y fijar su mirada en la mujer, pudo notar como su semblante se llenaba de incertidumbre y miedo por lo acontecido.

- Bueno, fue de mi agrado conocerlos caballeros, pero está hermosa jovencita tiene una cita pendiente. - Dicho lo último, se acomodó la gabardina, transformándose en una copia exacta de la bata de científicos que todos vestían. Sus otras prendas también cambiaron al debido uniforme.

Volvió a dirigirse hacía la puerta, caminando con un aire de grandeza. Luego de cerrar la habitación detrás de si, arrancó el picaporte como si fuera de goma. Creando una pequeña prisión que le daría un poco de tiempo hasta ser descubierto.

   

                                  Porsha


   Un hombre esbelto, de cabello oscuro, corto y engomado era nuestro guía. El nerviosismo carcomía hasta el más minúsculo centímetro de mí ser. La caminata siguiendo a el científico se estaba tornando larga y silenciosa. Por no hablar de los que eran mis compañeros en esos momentos.

  Nadie hablaba, como si fuera una de las tantas reglas de la institución.

  Las manos me sudaban sin parar. Observé de reojo a los otros individuos, poniéndome más nerviosa al darme cuenta que era la única mujer que haría la prueba.

  Sin darme cuenta termine estrellando la cabeza contra la espalda de el guía. Retrocedí, avergonzada de tal torpeza. El hombre procedió a mirarme, para luego girar su cabeza y pasar la tarjeta magnética que colgaba de collar en su cuello.

  Un pequeño pitido resonó en el largo corredor. Esa fue la señal de aprobación para pasar a la siguiente sala. El ritmo cardíaco y mi presión dieron un subidón. Sabía muy bien lo que significaba entrar a esa habitación.

  Al estar todos adentro la puerta se cerró de manera automática. El hombre que hasta el momento nos había estado guiando habló por primera vez:

- Porsha Wickens y Lorens Avello - Dijo en tono demandante. - ¿Están presentes?

- Si señor. - Hablo alto y claro un chico un poco mayor que yo, respondiendo por el nombre de Lorens.

  La timidez me hizo su presa por unos instantes. Sin embargo no demostraría debilidad en público. Levanté la mano con firmeza y toda la confianza que pude reunir.

-  Antes de comenzar con la transformación, he de advertirles que los resultados de sus análisis no fueron muy buenos.  Ambos son compatibles para la transfusión, pero las probabilidades de éxito son menores que los otros aquí presentes. - Pronunció sin tomar aliento entre las palabras, y luego paso de mirarnos a chequear algo en sus apuntes.

  Esa información no era nueva para mí, pero estaba decidida a asumir los riesgos. Era esto o nada.... No podía echarme para atrás...

- ¿De cuánta es la probabilidad de lograr la transformación? - Preguntó el chico.

- Estamos hablando de una muy baja. No les doy ni un treinta y cinco porciento de superar. Conociendo ésto, ¿quieren continuar?

- No, disculpe pero no puedo.

- ¿Y usted señorita Wickens?

- Yo sí. Estoy dispuesta a enfrentar las consecuencias.

- Muy bien. Lorens ya puedes retirarte, pase antes por la recepción para tener en cuenta la cancelación.

  El muchacho salió de la habitación dando las gracias por el aviso.

- Y usted - me alcanzó un papel y una pluma - Necesito que firme este documento como constancia de la información que le acabo de dar.

   Tomé la hoja y escribí sin mucho rodeo la casilla que indicaba dónde colocar la firma. Al terminar le devolví el papel.

  El hombre de bata blanca soltó un largo suspiro. Avisó a los demás que ya estaba todo listo para comenzar y que los restantes no tenían problemas en sus análisis. Los murmullos no se hicieron esperar más. Se mostró de todo un poco, desde las preocupaciones hasta la certeza de que saldrían de allí bien, pero sobre todo, con vida.

   Una mujer de cabello largo y castaño oscuro apareció en la sala. Al parecer era uno de los científicos que venía a apoyar. La cara de confusión del que sería su compañero de trabajo se hizo notar. Pero no le dió mucha importancia al asunto. Después de todo otras jovencitas aparecieron en el lugar.

Las enfermeras nos indicaron las camillas que les correspondían y quién de ellas cuidaría a cada uno. Al estar sentada ya en el lugar que debía, no pude evitar sentir miedo. No solo las manos me sudaban, mi cuerpo sufría pequeños espasmos a causa de ese sentimiento.

  Intenté controlar los latidos desbocados de mi corazón con respiraciones profundas, sin resultado alguno.

    La chica que estaba a mi lado haciendo los preparativos se dió cuenta.

- Relájate, si estás demasiado alterada podrían salir las cosas mal - tocó mi hombro con pequeñas palmaditas, en un intento de consuelo. - ¿Conoces todo el proceso?

- Un poco... Se sobre la fase de adaptación. - Respondí con plena sinceridad. No conocía muy a fondo los procedimientos.

- Te haré una breve explicación. En primera instancia tenemos la fase UNO. La cual consiste en la transferencia de los genes mágicos que se encuentra en la sangre de los demonios. La fase número DOS es la de adaptación. Justo ahora estoy preparando el suero que contiene la sangre - Tomó el cartucho dónde se podía ver ese líquido rojo espeso. - Necesito que estés quieta, voy a colocarte la vía intravenosa con una aguja en una de tus venas.

   Se notaban los años de experiencia de la enfermera, pues es cuestión de segundos ya me había colocado la aguja en la vena. Depositó el suero en la varilla metálica y comenzó la transfusión.

- Puede que ahora no te cause dolor, pero quiero que sepas que luego será insoportable. No podré darte nada para aliviarlo. - avisó la mujer, un poco preocupada por mi situación.

  No pasaron ni tres minutos cuando comencé a sentir el calor. Era como si por mis venas comenzara a recorrer un líquido que, con el paso del tiempo, subía de temperatura.

  Habían otras camillas, con los chicos ya acostados en ellas. Parecía todo muy tranquilo. Hasta que una enfermera entro por la puerta principal empujando un carrito. Su contenido fue desconocido para nosotros, hasta que se abrió.

  Cinturones de seguridad, como esos que aparecían en las películas de terror dónde los científicos locos experimentan con sus víctimas.

   Al darme cuenta de la situación y de lo que pretendían hacer, intenté hacer el esfuerzo de levantarme. No fuí la única, los demás también trataron de levantarse o quejarse.

Mi cuerpo no respondió como debía. Estaba adormecida. Ahí fue cuando caí en cuenta de que uno de los síntomas que tenía la transfusión no solo era el calor que sentía en las venas. Los músculos entumecidos también era uno de ellos. Ya muy mareada observé el panorama del alrededor. Yo no era la única que no entendía que pasaba, pues la confusión se apoderó de todos en un santiamén.

  Luego de un rato, tratando de levantarme sin mucho éxito, pude ver cómo la enfermera me colocaba los cinturones, asegurando mis extremidades, incluído la cabeza. Eso fue lo último que recuerdo antes del verdadero sufrimiento, antes de comprender el porqué necesitábamos estar atados.

                                           ...

  Los recuerdos iban y venían, pero el momento exacto en el que desperté no lo tenía claro. Poseía un dolor intenso detrás de los ojos, casi como si fueran a reventar en cualquier instante. Esto me hizo cerrarlos con fuerza de nuevo.

   Al intentar fijar la vista en algún punto del techo, está se nublaba. Los colores se veían centellantes y en algunos casos muy distorsionados.

  La cálida perfusión corría por mis venas, sin embargo, preferiría que no lo hubiera hecho. El calor se convirtió en una combustión incesante.

  Las extremidades me provocaron una aflicción aguda. La reacción de mi cuerpo  no fue buena, me contorsionaba, moviendo mis brazos y piernas casi de maneras deformes.  A veces por el rabillo del ojo podía observar como mis miembros se doblaban tanto que parecían a punto de romperse.

   Las ataduras eran para evitar que el cuerpo no sufriera tantos daños ante la respuesta inmunológica.

  Los gritos acoplaron cada rincón de la sala. Ni siquiera parecían lamentos humanos. Mi garganta se quejaba de sufrimiento, afligida.

  La vista comenzó a nublarse mucho más. Tantas dolencias acumulándose solo conseguía que mi corporación sé hinchará. De pronto percibí que las vías respiratorias se cerraban de a poco, dándome a entender que dentro de un tiempo me ahogaría.

  Ya no tenía la perspectiva ni la fuerza para saber si aquella enfermera seguía conmigo. Dejé de gritar, pero mis uñas se aferraban al metal que componía a la camilla. Solo escuchaba el clamor de los doctores para que se acercarán a mi alrededor.

  El infierno se acabó de golpe. Una paz gobernó tanto a mi cuerpo como a la mente. Estaba ida, el dolor de las extremidades ya no existía y el calor ya no se extendía por las venas... La luz nuevamente fue visible para mis ojos, el sueño me abordó y decidí caer rendida ante él.






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