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Canción 7: Rampa de caracol

Cuando llegó al lugar acordado, le sobraban quince minutos. Minutos que se fueron volando mientras buscaba aparcamiento. Estaba hasta mareada de las vueltas que había dado buscando un hueco o a un alma caritativa que sacara su coche para que ella pudiera aparcar a Pitufi, como lo llamaba Alberto. Incluso le había gritado a un par de gilipollas que la pitaron y discutió con otro que le robó un hueco.

Desesperada decidió meter el coche en un parking, rezando porque no le cobraran un riñón por minuto.

Corriendo, salió del coche y fue disparada hasta la cafetería en la que había quedado con Lucas.

A medida que se fue acercando a la entrada del local, divisó a Lucas con más claridad. Estaba esperando mientras miraba su móvil. Iba bastante informal, al más puro estilo Lucas, sin embargo, sus típicos vaqueros ajustados habían sido sustituidos por unos vaqueros algo más holgados. A medida que Alicia se fue acercando fue observando que tenía los brazos decorados con varios tatuajes, de los cuales sólo recordaba un par. Parecía que no había rastro de aquel Lucas del que se enamoró, sin embargo, en cuanto levantó la vista del móvil y la vio, Alicia confirmó que aquellos ojos seguían siendo exactamente los mismos.

Lucas sintió una extraña sensación cuando levantó la mirada y la vio. Estaba más madura, vestía con un estilo más marcado, más adulto. Tuvo miedo de no reconocerla, de que la joven de la que se enamoró, no fuera aquélla que tenía delante de él, pero su sonrisa le decía que era la misma Alicia que él conocía.

—Perdona que llegue tarde, no encontraba aparcamiento —dijo Alicia al sentirse descubierta mientras se colocaba a la altura del rubio.

—Oh, por eso yo he venido en metro.

—Chico listo.

Los dos se quedaron parados, quietos. Ninguno de los dos dijo nada en voz alta, pero ambos sabían a la perfección lo que el otro pensaba. ¿Cómo debían saludarse? ¿Con dos besos? ¿Un abrazo, tal vez? ¿O era mejor no hacer nada? ¿Cuál era la forma correcta de saludar a tu ex, cuando un beso en los labios era la forma en la solíais hacerlo?

—¿Entramos? —preguntó Lucas rompiendo el hielo. Quizás era lo mejor.

Alicia asintió. Tras un gesto de Lucas con la mano de que pasara primero, la joven se adelantó al rubio y entró en la cafetería. No fue hasta que entró que reconoció el local. Había estado con Lucas millones de veces comiendo. No es que fuera el mejor sitio donde comer, pero ellos dos le tenían un cierto cariño a aquel lugar. Una punzada atravesó el pecho de Alicia. Había tantos recuerdos ahí dentro y todo seguía exactamente igual que hacía años.

—Buenas tardes, ¿mesa para dos? —les preguntó el camarero.

—Sí, por favor —respondió Lucas.

—Bien, por aquí —los dos siguieron los pasos del camarero hasta que llegaron a su mesa—. Os dejo la carta por aquí. ¿Os traigo algo de beber?
—les preguntó mientras se sentaban.

—Sí, una cerveza con limón, por favor —Lucas miró con asombro a Alicia.

—Emm, sí otra para mí —el camarero tomó nota y se marchó tras sonreír a los dos—. ¿Desde cuándo tomas cerveza?

—Desde hace algún tiempo —confesó.

—No sabía que te gustaba, vamos, antes no te gustaba nada la cerveza
—dijo extrañado.

—Bueno, supongo que las personas cambian —dijo encogiéndose de hombros.

Era cierto que hasta que se fue a París, Alicia no solía beber alcohol. Sin embargo, cuando llegó allí, cayeron bastantes copas. La ruptura, el ambiente parisino, las fiestas... no pudo resistirlo y acabó cogiéndole el gusto a aquel tipo de bebida que solía repugnar.

—Sí... Creo que en tres años me he perdido muchas cosas de ti —soltó Lucas mientras Alicia se refugiaba tras la carta de comida. Quizás debía seguir el consejo de Vera y tomar una ensalada rápida para salir corriendo de allí.

—Supongo... En tres años han pasado muchas cosas...

—Tengo toda la tarde libre —Alicia tragó saliva. Lucas estaba dispuesto a volver a conocer a aquella persona que tenía enfrente y que se parecía mucho a aquélla que tantos besos robó.

El camarero trajo las cervezas y tomó nota de la comida. Alicia pidió una ensalada, mientras que Lucas se decantó por un plato de pasta.

—¿Qué tal te fue en París?

"¿Quieres decir cuando me dejaste?" ésa fue la respuesta que quiso darle, pero no iba a soltar una bomba de ese calibre de primeras.

—Muy bien. Aprendí muchas cosas. Allí todo es fascinante, la repostería, las vistas, la ciudad... Los chefs eran de otro nivel, aprendí miles de técnicas, postres... en fin una completa locura.

Alicia sólo hablaba en términos generales y Lucas se moría de ganas por que la joven le contara todos los detalles de su vida, sobre todo los que tenían relación con su vida amorosa, pero la castaña parecía bastante tensa.

—Siempre fue tu sueño. Me alegro de que fuera todo tan bien.

"Al principio no fue todo tan bonito, por ti", pensó.

—¿Y ahora qué estás haciendo?

—Estoy trabajando en un catering de repostería que trabaja para varios eventos. Trabajo siempre a contrarreloj, pero me encanta.

—Estoy seguro de que están encantados contigo. ¿Sigues haciendo esa cheesecake tan rica? —Alicia asintió.

—Bueno, ya no tanto. Ahora hago cosas mucho más grandes, ya sabes pasteles de bodas, cupcakes para doscientos invitados... pero Vera siempre termina insistiendo tanto que le hago cheesecake para que se calle.

—¿Vivís juntas o vives con tu pareja?

Ahí estaba la pregunta que los dos estaban esperando. Uno por hacerla y otra por escucharla.

Alicia asintió.

—Quiero decir —intentó explicar su afirmativa que no tenía sentido alguno—, vivo con Vera. Cuando volví de París me fui a vivir con ella. Era muy raro volver a casa de mi madre después de haber estado un año independizada.

Ésa no era la respuesta que esperaba Lucas, pues no le daba ningún tipo de pista de si tenía novio o no. Tampoco sabía por qué quería saber con tanta urgencia si el corazón de Alicia estaba ocupado.

—Uff, me imagino. Haciendo lo que te da la gana y luego vuelta a las normas de la casa.

—Claro, imagínate. Y eso que sabes que mi madre no es muy estricta...

—Sí —sonrió —¿Qué tal está? ¿Qué es de tu familia?

—Pues mi madre...

—Aquí tienen —le interrumpió el camarero—. La ensalada para la señorita y los macarrones para el caballero.

—Muchas gracias.

—Mmm, tienen muy buena pinta —dijo Alicia al ver los macarrones de Lucas. Estaba algo más relajada.

—¿Quieres?

—Oh, no, no. Tengo mi ensalada.

—Toma, coge un poco.

—No, es tu comida.

—De verdad. No me importa.

Lucas cogió el tenedor de Alicia y pinchó varios macarrones. Le extendió el tenedor y Alicia lo cogió. En otros tiempos, Lucas no habría cogido el tenedor de ella, ella misma habría cogido el propio tenedor de él y habría probado el plato sin permiso. Sin embargo, todo era muy diferente.

—Ostras, están muy buenos.

—¿Quieres cambiarlo?

—No, ni de coña. No insistas, que estoy muy feliz con mi ensalada.

—No me digas que ahora te has vuelto fit, comiendo sólo lechuga —bromeó Lucas mientras empezaban a comer. Alicia sonrió.

—No, no. Sabes que me encanta comer. Sólo que hoy me apetecía comer algo más ligero —dijo sonriendo—. No sé por dónde iba...

—Me estabas contando sobre tu familia.

—Oh, sí. Mi madre está fenomenal, en la playa. Se fue a Valencia para echarle una mano a mi hermana.

—¿Ahora vive allí? ¿Qué tal estánlos mellis? ¡Tienen que estar enormes!

—Sí, le salió trabajo allí. Bua, no te haces una idea. Son dos pequeños terremotos —sonrió al pensar en ellos.

—Me imagino —sonrió Lucas—. Eran tan pequeñitos cuando nacieron.

—Jo, ya ves. Era más grande el peluche que les regalaste.

—Ostras. Es verdad. Se camuflaban entre el oso —los dos se echaron a reír al recordarlo.

—Pero, bueno. ¿Y tú? ¿Qué es de tu vida? Sólo estoy hablando yo. ¿Ya eres un cantante famoso? —preguntó Alicia, que, aunque estaba más relajada, le ponía algo nerviosa hablar de su vida personal.

—Oh, no. Sabes que ése no era mi objetivo.

—Pero cantabas muy bien.

—Sí, pero siempre se me ha dado mejor componer.

—Entonces, eres compositor. ¿Ya has compuesto con Alejandro Sanz? ¿Pablo López? —Lucas echó una pequeña carcajada.

—¡Qué va! Ojalá, pero no. Trabajo en una discográfica con algunos artistas escribiendo canciones.

—Oh, ¡qué guay! ¿Hay alguno que conoz...?

—No —dijo muy deprisa.

Alicia se sorprendió con la rapidez con la negó aquella pregunta. Quizás sí que había escrito alguna canción que sonara en la radio, pero por algún motivo, Lucas no quería que ella lo supiera.

—¿Y tu familia qué tal? —preguntó cambiando de tema, pues Lucas no parecía cómodo hablando de su trabajo.

—Bien. Mis padres siguen en Segovia y mi hermana se vino aquí a vivir hace algo más de un año.

—Oh, sí. He visto a Cecilia un par de veces —dijo Alicia.

Al ver la cara de sorpresa de Lucas, supo que éste no tenía conocimiento de las reuniones que su hermana y ella habían tenido en el último año, así que tampoco mencionó que estaba al tanto de la vida de Cecilia más de lo que él sabía.

—Sí, se mudó con su novio el año pasado.

—¡Qué bien! Llevan bastante juntos, ¿no? —Lucas asintió mientras terminaba de tragar los últimos macarrones.

—Mi madre está contando los días para ver cuándo se casan.

—¿Pero hay fecha?

—No, ni anillo, pero mi madre quiere ir de boda y no sabe cómo. Cecilia dice que me casaré yo primero.

—Para eso tienes que tener pareja —dijo Alicia y se halló el silencio.

Aquello sólo significaba una respuesta y en el fondo de su interior, sabía que no le iba a gustar escuchar lo que el rubio iba a decir.

—Bueno, en realidad sí que la tengo —dijo algo tenso.

Maldita sea, no quería que ella se enterara tan pronto de que tenía novia. Ni siquiera sabía si quería que ella supiera que tenía a alguien en su vida que no fuera ella. Era raro hablar de aquello con ella.

—Oh, qué bien. Me alegro —dijo con falsedad.

Pero, ¿qué debía decir? ¿Que nunca en su vida esperó ver a Lucas con otra persona que no fuera ella? Estaba claro que era de esperar que él encontrara a otra mujer. Que ella no hubiera tenido pareja seria desde que él la dejó, no significaba que la vida de él no avanzara.

—¿Y lleváis mucho tiempo juntos? —curioseó mientras revolvía los trocitos de maíz que siempre apartaba del plato.

—Un año. Conocí a Nuria cuando ella estaba de prácticas en la discográfica.

¿De prácticas? Pero, ¿cuántos años tenía la tal Nuria?

—Me alegro mucho por ti —sonrió tímidamente.

—¿Y tú? ¿Tienes a alguien especial?

Dios, cuánto le habría gustado decirle que sí, que tenía a un maromo esperándola en casa cuando llegara, uno muy guapo e interesante, pero, por desgracia, no lo había.

—No.

Silencio de nuevo. ¿Qué más podían decir?

—Ha habido algún que otro chico, pero nada serio —quiso aclarar. No quería que pensara que le había guardado el luto durante tres años.

—Vaya manera de reencontrarnos siempre —dijo Lucas cambiando de tema.

—Madre mía, siempre en funerales...

—Sí... Es una pena lo de Manu. Era muy joven, con esa alegría que tenía... ¿Cómo lo has llevado? Sé que fue muy importante para ti.

—Bueno, lo estoy asimilando, no creas. Sobre todo, me vienen muchos recuerdos del campamento.

Y así era.

Desde que recibió la noticia del fallecimiento de Manu, muchos recuerdos volvieron a la mente de Alicia, todos buenos y felices.

—Madre mía, te acuerdas cuando...

Así empezó el encadenamiento de infinitos recuerdos y anécdotas que los unían. No sólo del campamento, también se estuvieron riendo de la vez que Lucas llegó borracho a casa las primeras Navidades que Alicia se fue a Segovia con la familia de él y su madre le echó la bronca, o la vez que se quedaron encerrados de noche en el parque del Retiro...

Cuando salieron de la cafetería, chispeaba un poco. Los dos se quedaron quietos, debajo del toldo, sin saber muy bien cómo despedirse.

—¿Quieres que te acerque a casa? —dijo Alicia sin pensar—. Está lloviendo y vives algo lejos de aquí.

—Oh, no. No quiero molestarte.

—No es molestia de verdad. He aparcado en el parking de allí enfrente.

—Bueno, está bien.

Ambos se encaminaron hacia el parking hablando de los amigos del campamento y lo mayores que se habían hecho todos.

Cuando Alicia arrancó el coche y descubrió que la única salida del parking era mediante una rampa de caracol, quiso morir. Odiaba aquellas rampas. Eran el demonio hecho rampa. Prefería las pendientes mil y una veces, pero aquellas espirales se le daban de pena.

—¿Qué tal se te dan las rampas? —Lucas le miró desconcertado.

—Ali, no me digas que todavía te cagas con las rampas de caracol...

—Son un horror. ¿A que la subes tú? —Lucas sonrió.

No podía creer que en diez años teniendo el carnet de conducir, Alicia no hubiera vencido su miedo a ese tipo de rampa.

—No, no. Tienes que hacerlo tú. ¿Qué vas a hacer cuando te pille sola?

—No meterme en un parking con rampa de caracol —Lucas se echó a reír a carcajadas.

—No te creo...

—Lucas, por favor —le suplicó.

—No me mires con esa cara. Tienes que hacerlo tú sola, yo te guío.

—Por Dios, Lucas.

—Escúchame, avanza, no te pares y ve girando el volante despacio
—Alicia cogió aire. Si se había propuesto torturarla, lo estaba haciendo muy bien—. Tienes la rampa para ti sola, no hay nadie que te observe, ni que te vaya a poner nerviosa.

—Joder, Lucas —sólo con él ya estaba nerviosa.

—Te prometo que, si se te va el coche, cojo el volante para que no nos matemos.

Alicia tomó aire. Él tenía confianza ciega en ella y ella tenía que creer en sí misma y en que sería capaz de hacerlo. Asintió para sí misma y arrancó el coche. Siguió cada una de las indicaciones de la voz tranquila de Lucas y muy despacio fue subiendo la rampa hasta llegar hasta arriba del todo.

—¡Lo he hecho! —dijo arriba del todo, incrédula ante lo que acababa de hacer.

—¡Te lo dije!

En medio de la euforia, el coche hizo un pequeño movimiento hacia atrás. Lucas a toda velocidad tiró del freno de mano para parar el coche. Los dos dejaron de respirar durante un segundo y se miraron a los ojos, con algo de miedo.

—Será mejor que arranque y me centre un poco.

—Sí, me gustaría llegar vivo a casa —dijo Lucas mientras los dos rieron.

Durante el camino, fueron escuchando la radio. Lucas se quejaba de algunas letras que no tenían sentido o que ni siquiera tenían apenas letra. Alicia lo escuchaba con atención. Le encantaba escucharlo hablar de tecnicismos y de cómo él intentaba siempre que sus letras tuvieran un sentido.

Alicia paró el coche enfrente del portal de la casa de Lucas.

—Bueno, ésta es tu parada —dijo la joven mirando a Lucas, quien parecía algo nervioso.

—Ali, yo... Me gustaría que retomáramos el contacto, que fuéramos amigos —se atrevió a decir por fin. Alicia abrió la boca para hablar, pero Lucas no la dejó. Si no soltaba de golpe todo lo que quería decirla, quizás se arrepentiría de hacerlo—. Sé que éramos unos críos cuando nos hicimos aquella promesa de ser amigos, pero para mí siempre serás alguien importante en mi vida y no quiero perderte.

—Lucas, sabes que siempre que me necesites, puedes contar conmigo.

—Lo sé. Pero no quiero que sólo nos veamos o hablemos porque haya un funeral de por medio.

—La verdad es que es algo deprimente...

—Sí...

Los dos sonrieron.

—Siempre que quieras puedes coger el teléfono y llamarme, aunque no haya un funeral de por medio —Lucas asintió. Se sentía aliviado, tener a Alicia en su vida era algo muy importante para él—. Espero que, en una de esas llamadas, me digas qué canciones has compuesto.

—Bueno, eso está por ver...

Los dos se echaron a reír.

—Gracias por traerme a casa —dijo él sin apartar la mirada de los ojos de Alicia.

—No es nada. Tú me has ayudado a que saliera de la espiral del infierno —Lucas se echó a reír.

—Un placer.

Los dos se quedaron callados, mirándose a los ojos. Y otra vez volvía la duda de cómo debían despedirse, de cómo debían cortar aquella tensión que empezaba a colarse dentro del coche.

—Me alegro mucho de haberte visto —dijo él.

Acortó la distancia que había entre ellos y le dio un abrazo a Alicia, quien al principio se quedó inmóvil, pero en seguida le correspondió rodeando su espalda con sus brazos.

—Yo también.

En cuanto se separaron, Lucas abrió la puerta del coche y se bajó.

—Avísame cuando llegues a casa —dijo antes de cerrar la puerta, mientras Alicia asentía.

La joven arrancó el coche, mientras la música de la radio sonaba de fondo.

¿Qué coño acababa de pasar? ¿Cómo debía reaccionar, sentirse o pensar? ¿Qué debía hacer con toda la información y sentimientos que se habían juntado en su mente y en su corazón durante esa tarde? ¿Ahora era amiga de Lucas? ¿Desde cuándo tenía que avisarlo cuando llegara a casa?

Lucas tampoco se quedó mucho menos desconcertado que la joven. Miles de preguntas rondaban por su mente y millones de sentimientos se entremezclaban en su corazón.

Y aunque ella no tenía por qué, le escribió un mensaje cuando llegó a casa.

Y, aunque él no tenía por qué, respondió de vuelta con una sonrisa en sus labios.


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