Canción 6: S.O.S.
El sonido del timbre retumbó por toda la casa. Alicia se despertó aturdida. Casi no sabía dónde estaba, menos mal que era su cama y nadie ocupaba el lado derecho que solía estar vacío. Miró el reloj que había junto a la mesilla. Eran las nueve y media. Su alarma no sonaría hasta dentro de media hora. Se dio la vuelta e intentó dormirse de nuevo, imaginando que el timbrazo había sido un error.
El timbre sonó de nuevo.
Alicia maldijo de todas las formas posibles a la persona que había decidido despertarla antes que su despertador. Se tapó la cabeza con la almohada e intentó seguir durmiendo. Estaba muy calentita en la cama y no iba a dejar que nadie la sacara de aquella comodidad.
Por tercera vez, llamaron al timbre. Esa vez el timbrazo fue más largo. Estaba claro que alguien se había propuesto arruinarle el día y quería que se levantara de morros. Se resignó a levantarse para mandar a la mierda a aquella persona y así volver a dormir.
Justo en el salón se encontró con una Vera adormilada, envuelta en una bata y a un Jaime despeinado y en calzoncillos.
—Tía, ¿esperas a alguien? —Alicia negó con la cabeza.
—¿Has pedido algo por Internet?
—No, tía. Nada.
—Qué raro... ¿Se habrán confundido?
El timbre sonó de nuevo, con el mismo patrón que las tres veces anteriores.
—No tiene pinta.
—Voy a preguntar.
Alicia se acercó al telefonillo y tras colocarlo en su oreja, se decidió a preguntar.
—¿Sí?
—Ali, abre.
Alicia acató la orden al reconocer la voz y abrió la puerta del portal.
—Es Alberto.
—¿Castillo? ¿Qué coño hace a las nueve y media de la mañana danzando por Madrid un sábado?
—¿No se supone que tendría que estar durmiendo la mona como todos? —intervino Jaime.
En cuestión de segundos, Alberto apareció en la puerta de la casa. Por las ojeras importantes bajo sus ojos y su cara de cadáver, estaba claro que no había dormido nada.
—¿Qué haces aquí? ¿Estás bien? —preguntó Alicia algo preocupada.
—Las locas de mis tías han aparecido a las ocho de la mañana por casa, dando gritos y riendo como hienas. Ni dos malditas horas he dormido. Así que he huido de allí, he ido en metro a por la moto y he terminado aquí.
—Vamos, que has dicho si yo no duermo, vosotras tampoco —dijo Vera enfadada.
—No, ha venido a mendigar una cama.
—Con el sofá me conformo.
—Lo sabía. Anda pasa...
—El próximo fin de semana voy a ir a tu casa a llamar al timbre para joderte el día...
Vera y Jaime se metieron en la habitación para continuar durmiendo.
—Puedes dormir en mi habitación.
—No, no, Ali. Vete a dormir.
—A las once tengo que estar en el catering, así que ya me quedo levantada para arreglarme.
—Bueno, aun así, he venido a mendigar tu sofá, no tu cama.
—Como prefieras, pero vas a estar más incómodo. ¿Te saco una manta?
—No, no hace tanto frío.
—Está bien. Pues me voy a la ducha.
Alicia se metió en el cuarto de baño, mientras que Alberto se quitaba los zapatos y se acomodaba en el salón. Una ducha larga fue lo que necesitó para despejarse y poner todos sus sentidos a punto. No sólo Alberto la había despertado, sino que encima tenía que ir a trabajar.
Vestida para salir, se dirigió a la cocina para desayunar. Observó a Alberto con los ojos cerrados en el sofá. No podía negar que, aunque la molestara continuamente, le había echado mucho de menos.
Mientras Alicia mojaba las galletas en su vaso de leche calentito, revisó sus redes sociales y contestó a los mensajes de su hermana. Sin embargo, justo cuando cerró la aplicación se percató de que había un mensaje que no había respondido y que no sabía qué hacer con él. Abrió la conversación para volver a releer el mensaje.
—¡No me jodas! —dijo en voz alta—. ¡No, no, no! Por favor, no.
En algún momento de la noche, había respondido al mensaje de Lucas. Pero, ¿en qué momento? Había bebido bastante a lo largo de la noche, pero fue bastante consciente de todo lo que había hecho y en ningún momento recordaba haber cogido el móvil, ni mucho menos haber respondido a Lucas.
Entonces, recordó que alguien sí que lo hizo.
—¡Vera! —gritó por toda la casa mientras se dirigía a la habitación de su amiga—. Te voy a matar —dijo irrumpiendo con brusquedad en la habitación.
—Joder, macho. Os habéis propuesto no dejar dormir a nadie en esta maldita casa.
—¿Me puedes explicar qué es esto? —Alicia le plantó el teléfono en la cara.
Vera cerró los ojos cuando la luz de la pantalla la deslumbró de golpe. La joven encendió la lamparita que había en la mesilla y pestañeó varias veces para poder enfocar la imagen.
—Pues un mensaje.
—¿Un mensaje? ¿Sólo un mensaje? —dijo Alicia enfadada.
—¿Qué pasa? ¿Qué son esos gritos? —dijo Alberto entrando en la habitación.
—Pues tu amiga, que ha respondido a un mensaje mío sin mi permiso.
—Joder, Ali, lo dices como si hubiera insultado a alguien. Sólo te he dado un empujoncito.
—Pero, ¿de qué mensaje estáis hablando? —preguntó Jaime que tampoco parecía entender nada.
Alicia se pasó las manos por la cara, algo desesperada.
—Ayer, Lucas me escribió para vernos y comer —explicó Alicia.
—¿Luquitas? —preguntó Alberto.
Siempre lo llamaba así delante de Alicia. Según él, era de forma cariñosa, pero, sobre todo, lo hacía porque sabía que a ella le molestaba que lo llamara así.
—Sí, ese Lucas. Y aquí Verita —dijo su nombre con cierto rintintin—, le respondió: «Hola, Lucas. Me parece genial, ¿te apetece que comamos mañana? ¿A las dos?».
—Vera... —dijo Jaime reprochándole el mensaje.
—Me vas a decir que tú no querías quedar con él, porque de haber sido un no, le habrías respondido rápidamente —se excusó Vera con su amiga.
—Pues no, no lo sé. Sea como sea es decisión mía.
—Bueno, vas, te tomas una ensalada rápida y te vas. Así le callas la boca y te deja en paz. Es una buena oportunidad para cerrar lo vuestro y aclarar las cosas.
Alicia resopló. Estaba agobiada.
—A ver, Ali, tranquila. Es Luquitas. No te va a comer. Como dice Vera, comes y te vas. Y si te agobias, coges el teléfono y voy a buscarte —le dijo Alberto pasándole la mano por el hombro.
—Claro, tía. ¿Te ha dicho dónde vais a quedar? —Ali asintió.
—Pues ya está. Pásame la dirección y si me llamas voy a por ti.
—Si no es por él, sé que no va a pasar nada, pero hace tanto tiempo que no nos vemos... No sé si me apetece verlo.
—Pues dile que has cambiado de opinión —dijo Jaime.
—Amor, va a quedar fatal si lo hace.
—Iré y hablaré con él, pero ésta te la guardo, Vera —dijo amenazando a su amiga.
—Es justo. Y ahora, ponte guapa y enséñale lo que se ha perdido.
Alicia puso los ojos en blanco y salió de la habitación con Alberto.
—Vera tiene razón. Ve y demuéstrale que la cagó contigo. Y después, cada uno continuáis con vuestra vida. Es bueno que le des un cierre para siempre a lo vuestro.
—Pfff, no sé, Alberto. Voy a maquillarme un poco y me voy a trabajar.
La joven se metió en el baño y tras cambiarse la camiseta y maquillarse, salió de casa, olvidando incluso que había dejado una galleta metida dentro de su taza, aún llena de leche.
La mañana en el catering no fue mucho mejor. No estaba muy centrada en lo que hacía, su mente sólo se iba a crear conversaciones posibles (imaginarias) que podría tener con Lucas y así tener las respuestas preparadas. Hacía tres años que no tenían una cita, sólo se había liado con tíos una noche y al día siguiente, salía de puntillas.
Espera, ¿aquello era una cita?
No, no, no.
Sólo era un encuentro de dos viejos amigos (amantes) que querían ponerse al día con sus vidas. No tenía de qué preocuparse. Conocía a Lucas desde hacía muchos años, tenía confianza con él y todo iría bien.
—¿Alicia? ¿Me escuchas? —le preguntó su jefe sacándola de sus pensamientos.
—Oh, sí. Perdona, ¿qué decías?
—Que cómo vas. ¿Has terminado? —Alicia asintió—. Fenomenal. Pues empaqueto todo y me lo llevo.
—Perfecto.
—Anda vete, que seguro que tienes planes.
¿Podía quedarse allí haciendo más pasteles y fingir que tenía mucho trabajo? Era buena opción, pero eso sería volver a huir, no podía huir de todo siempre. ¿O sí?
—¿Necesitas ayuda con algo más?
—No, no. Demasiado has hecho viniendo un sábado —mierda, no había escapatoria—. Vete y disfruta de tu finde. Por cierto, apunta este día a los que te debo de vacaciones —ella asintió.
Alicia se quitó la chaquetilla y tras guardarla en la taquilla, se metió en el baño para retocarse un poco el maquillaje. Todavía no entendía porque Vera la había convencido para arreglarse. No tenía que demostrar nada a nadie, pero no había podido evitar ponerse una blusa con algo de encaje y una blazer a juego con sus pantalones anchos tobilleros. Eso sí, al menos llevaba sus converse blancas de la suerte.
Durante el camino, la joven puso a tope la música de la radio. Lo mejor era dejar de comerse la cabeza, ya lo había hecho demasiado. Una canción de Rafael Rodríguez sonó de fondo. Madre mía, ese hombre no tenía ni un tema que no hablara de corazones rotos. Alicia no entendía cómo podía ser el artista favorito de Vera, había artistas mucho mejores que él, aunque no iba a negar que alguna canción era pegadiza.
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