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Canción 4: Clavando alfileres

—¿Vera? ¿Estás en casa? —preguntó Alicia entrando por la puerta.

Dejó las llaves encima del cenicero que tenían en el mueble de la entrada. A simple vista no parecía haber nadie. Escuchó ruido en el interior, así que imaginó que la respuesta a su pregunta era afirmativa.

—¿Vera? —se fue quitando el bolso y la chaqueta, mientras se acercaba a la habitación de su amiga—. ¿Estás bien?

Entró en su habitación, despacio, intentando no invadir la intimidad de su amiga, aunque después de tantos años y llegadas a ese punto, en el que se habían visto en sus mejores y peores momentos, vestidas de gala y desnudas, poco importaba ya la intimidad de cada una. Vera estaba de espaldas, entretenida poniendo alfileres y volviéndose loca sobre cómo hacer aquel dichoso vestido de novia. Llevaba los auriculares puestos. Vera se concentraba mejor con la música a todo volumen, ajena al resto del mundo, metida en el suyo y en el de la moda.

Alicia se acercó a ella y le quitó un auricular.

—¡Joder, Ali! ¡Qué susto! ¿Quieres que me dé un infarto? —Alicia se echó a reír.

—Eres una exagerada. Llevo gritando tu nombre desde la entrada, no es mi culpa que estés súper concentrada —se tiró de golpe encima de la cama y se quitó las converse blancas empujándolas con sus propios pies.

—Es este maldito vestido. Me trae loca —dijo desesperada. Llevaba horas dándole vueltas y vueltas, sin conseguir ningún resultado—. No sé qué hacer con la puta falda.

—¡Niña esa boca! —se burló, como si ella dijera menos palabrotas que su amiga.

—¡Iré al infierno de todas formas!

—¿Es el de la hija del rico empresario ése tan importante que me dijiste? —Vera asintió.

—¿Qué tal en el trabajo? —Vera se quitó el otro auricular y desconectó la música. Quería cambiar de tema, olvidarse un rato del maldito vestido.

—Reventada. Me está costando la vuelta.

—Joder y tanto. Llevas tres días desaparecida... —le reprochó su amiga.

—¿Cómo que desaparecida? Me ves todos los días.

—Vienes a dormir y ya.

—Bueno, tenía que estar todo listo para la boda de mañana —se excusó Alicia, mientras que Vera se sentaba a su lado y ella se recogía el pelo en un imperfecto moño.

—¿Y lo has dejado todo preparado? Porque has echado más horas que un reloj...

—Puff, sí. Tenía que hacer cupcakes para más de doscientas personas.

—¿Y tienes que asistir mañana? —Alicia asintió—. Qué raro, una boda en viernes, ¿no?

—Se casan por lo civil, pero han montado una buena fiesta y tengo que llevar todos los postres del catering.

—Joder, ya te digo. Pero, lo entiendo. El día que me case también montaré una buena juerga —dijo Vera consiguiendo que Alicia se echara a reír.

—Pues habrá que decirle a Jaime que te ponga el anillo pronto.

—¡Ah, no! Primero tengo que vivir con él. ¿Te imaginas que es un obseso maníaco del orden? —Vera negó con la cabeza.

—¿O que no lava los calzoncillos? —Alicia continuó riendo—. Pues al ritmo que lleva, os casaréis con bastón.

—Maldito, Jaime... ¡Tres años juntos y ni un pasito más adelante! —Vera estaba algo enfadada. Alicia sabía que su amiga quería avanzar en su relación, pero el abogado parecía estar sólo centrado en su trabajo.

—Bueno, cuéntame, ¿cómo vas con el vestido? ¿La novia va con falda, sin ella o desnuda?

—Pues espero que, con todo, pero me trae loca... —dijo levantándose y mirando el vestido de nuevo.

—Cuéntame qué te descuadra, a lo mejor te puedo ayudar en algo...

Vera miró el vestido. Después, miró a su amiga. Alicia, vestido, vestido, Alicia... La joven no entendía por qué su amiga la miraba de aquella forma. ¿Es que se estaba volviendo loca?

—¿Qué haces? —dijo riendo Alicia—. ¿Te está dando una embolia cerebral?

—No. ¿A qué me haces un favor? —dijo poniendo cara angelical. Alicia sintió miedo. Detrás de esa cara, venía una locura, en la que siempre se veía metida—. ¿Te pruebas el vestido?

—¡Ah, no! —Alicia se levantó de la cama.

—¡Oh, vamos! No será el primer vestido que te pruebas para echarme un cable.

—Sí, pero una cosa es un vestido de fiesta, lleno de piedras y precioso, y otra cosa es un vestido de novia —la joven negó con la cabeza, mientras se acercaba a la puerta, para huir.

—Porfi, Ali. Es la única manera que tengo de verlo bien —rogó siguiéndola.

—Tienes el maniquí...

—No es lo mismo.

—Vera, no. Me niego —dijo ya en el salón—. Eso trae mal fario de fijo. No pienso ponerme un vestido de novia.

—Pero si lo has hecho cientos de veces con otros vestidos.

—No de novia.

—Es lo mismo que uno de fiesta.

—Que no, que no. Que es de novia. Que esa muchacha se va a casar y yo también quiero casarme algún día.

—Y lo harás. Pero, ahora necesito tu ayuda. Vamos, esto es muy importante para mí.

Alicia se paró en medio del salón y miró a su amiga. Fue lo peor que pudo hacer. Mirar a los ojos de su amiga, esos ojos cansados, suplicándole que le ayudara.

—Me cago en la puta, Vera. Está bien...

—¡Ahhh! Te como la cara —Vera se lanzó sobre su amiga y le dio un beso sonoro en la mejilla.

—Pero, como me quede para vestir santos, será por tu culpa y entonces, iré a buscarte allá donde estés para recordarte este momento cada día de tu vida.

—Me parece justo. Voy a por el vestido —dijo Vera corriendo a la habitación.

Alicia se tiró en el sofá. No sabía cómo, pero al final siempre terminaba metida en todos los fregados que Vera la metía.

Su amiga sacó aquellas piezas de tela de un futuro impoluto vestido blanco y las dejó extendidas en el sofá. Alicia se quitó la ropa y se quedó en ropa interior. Vera fue colocando las piezas del vestido sobre el cuerpo de su amiga, agarrando todo con alfileres e intentando que, a pesar de la diferencia de las medidas entre Alicia y su clienta, se mantuviera sobre el cuerpo de ella.

—Y, bueno, cuéntame. ¿Cómo fue el funeral? Porque desde el domingo no me has contado nada —le preguntó Vera, mientras colocaba alfileres a una Alicia inmóvil.

—Puff —resopló—. ¿Por dónde empiezo?

—¿Por el principio?

—Me impresionó mucho, ¿sabes? Manu fue quien me dio algo de vida después de la muerte de mi padre. ¡Auch, Vera! —gritó al sentir un alfiler clavándose sobre su piel.

—Perdón, se me ha ido...

—Y luego, no sé... fue todo muy raro. El funeral, reencontrarme con los del campa, ver a Lucas... creo que me descolocó todo un poco.

—Espera, espera, espera. ¿Has dicho Lucas? —Vera dejó de poner alfileres y observó cómo Alicia asentía con la cabeza. No podía creer lo que estaba escuchando—. ¿Qué coño hacía Lucas en el funeral del director del campa?

—Allí lo conocí.

—¡Ahí va la hostia! ¡Claro! —dijo separándose de su amiga y tapándose la boca con las manos—. Estuvisteis tanto tiempo juntos que ni recordaba cómo os conocisteis. Joder, ¿cómo te has callado esto durante estos días? Eres una zorra —dijo algo molesta.

—Pues no sé... supongo que sigo procesándolo.

—¿Tan gordo fue? —Vera volvió a concentrarse y poner alfileres sobre Alicia.

—No, no. Es sólo que... verlo... Puf, no sé...

—Desembucha todo ya. ¿Está más viejo? ¿Calvo? ¿Gordo?

—Muy guapo. ¡Auch! —chilló al sentir otro alfiler sobre su piel.

—Ése ha sido a posta. No puedes decirme que está muy guapo.

—Bueno, pero lo está. No estoy diciendo nada malo. Es la realidad.

—La realidad de tus ojos... ¿Y hablasteis? —preguntó curiosa.

—Sí, me preguntó qué tal y esas cosas.

—Y esas cosas... Alicia, dame detalles. No me estás dando información.

—¿Qué información quieres que te dé? No hablamos de nada más. Fue todo muy raro...

—¿Me estás diciendo —dijo dejando los alfileres en la cajita donde se encontraban el resto y cruzándose de brazos frente a su amiga— que después de tres años sin veros...

—Dos.

—Bueno, dos. ¿Dos? ¿No hace tres que lo dejasteis?

—Sí, pero le vi hace dos en el funeral de su abuelo.

—Joder, tía. De funeral en funeral y tiro porque me toca... —Alicia puso los ojos en blanco—. Es igual. Dos años, tres o cinco. ¿Me estás diciendo que después de dos años sin veros sólo habéis dicho: "¿Qué tal? Yo bien. Yo también?" —dijo esto último poniendo otro tono de voz. Asintió—. La madre que os parió.

—¡Ay, Vera! ¡Yo qué sé! —se tapó la cara con las manos—. No era mi mejor día, estaba en un funeral y verlo, no sé... no sé cómo me sentí. Fue raro. Ya está. Sólo eso. Raro. ¿Y, por favor, puedes terminar de probarme esto, que por cada minuto con ello puesto me está quitando un año de estar casada?

—¿De dónde has sacado eso?

—Es una teoría mía —Vera puso los ojos en blanco y continuó con su trabajo.

—Vale, pero, ¿no habéis dicho de veros, hablar...? No sé... —Alicia negó con la cabeza.

—Creo que es lo mejor. No sé muy bien cómo debería sentirme o cómo actuar con él después de tanto tiempo.

—Pues yo creo que deberíais veros. Quedar como amigos, tal y como os prometisteis hace años.

Las dos se quedaron en silencio. Era lo mejor. Alicia miraba al frente, pensando en aquel chico y en lo que su amiga acababa de decir, y Vera se centró en terminar la prueba para poder trabajar mañana sobre los cambios que estaba haciendo en el vestido.

—Vale, ya está. Ya te lo puedes quitar —dijo refiriéndose al vestido. Alicia la miró a los ojos. Estaba llena de alfileres—. Creo que te lo voy a quitar yo, pero no te pongas cachonda...

—¡Qué tonta eres! —dijo riendo.

Tras varios intentos para quitarse todas las piezas, Alicia consiguió liberarse de aquel atuendo.

—Anda, venga,  vístete. Te invito a una buena hamburguesa. Te la has ganado.


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