Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Canción 3: Reencuentro con el pasado

—Manuel Sánchez Herráez fue un buen marido, hijo, hermano y sobre todo mejor persona. Dedicó toda su vida a ayudar a los demás y aunque no formó una familia que llevara sus apellidos, creó muchas familias de amigos y fue un padre para muchos jóvenes. Manuel era...

Así comenzó el discurso de su funeral.

Las personas podrían ser descritas de miles de formas, con millones de palabras, sin embargo, cada uno podría describirte con definiciones distintas. Cada persona tenía un sentimiento diferente hacia otra. En el caso de Manu, para cada una de las personas que habían asistido a su funeral (que no eran pocas), aquel hombre tenía un título y un significado distinto.

Alicia bajó la mirada intentando no emocionarse. Habían acudido muchas personas a despedir a aquel hombre que había sacado muchas sonrisas. La primera, ella.

Para Alicia, Manuel Sánchez Herráez era el hombre que le devolvió la sonrisa durante su infancia.

Manu era el dueño del CMS (Campamento Musical de Segovia o conocido por sus acampados como el Campamento de Manu y Sara). El CMS era el campamento de verano al que Alicia se apuntó cuando tan sólo tenía trece años. El primer verano que pasaba sin su padre. La vida de Alicia, ese curso, se volvió bastante gris cuando su padre falleció de un infarto. Su madre consideró que Alicia necesitaba volver a ser ella misma, esa chica alegre que conseguía hacer reír a todo el mundo con su carácter, ese carácter que desapareció junto a su padre y que volvió gracias a Manu. Por ello, le apuntó a un campamento. Su madre no quería el típico campamento de inglés, que amargara más a su hija, quería uno en el que olvidara su último curso, y como a Alicia siempre le había encantado la música y no se le daba mal bailar, aquel campamento parecía la opción perfecta. Era cierto que, al principio, no le convenció mucho. No quería que Alicia se alejara mucho de la capital, y aunque Segovia estaba cerca, tuvo miedo de que la joven no estuviera cómoda. Tampoco la convencía de que aquel campamento abriera sus puertas por primera vez o que sus dueños fueran una pareja joven de veintiséis años. Sin embargo, Alicia parecía algo emocionada con la idea, así que la mandó allí. Menos mal que lo hizo. Alicia volvió siendo ella otra vez, hizo un buen grupo de amigos y repitió verano tras verano aquel campamento que le daba la vida cada año, hasta que cumplió los dieciocho, año en el que todos los acampados se despedían del campamento.

Allí conoció a Alberto. No al Alberto que estaba a su lado, trajeado y recién llegado de Estados Unidos, sino al Alberto de diecisiete años que intentaba rebelarse contra su padre, quien quería meterlo en su empresa de marketing y publicidad, al Alberto que parecía ser muy mayor, pero que en seguida se igualaba a la edad de los demás acampados. El joven se apuntó al campamento sólo por el hecho de joder a su padre, haciéndole creer que sería un músico independiente e iría tocando la guitarra en cualquier estación del metro de Madrid. Estaba claro que no lo consiguió. Eso sí, aún mantenía esa sonrisa tan característica que a Alicia le hacía sonreír siempre.

Clara también estaba en el funeral. Tampoco era la misma que entonces. Todavía no había empezado a teñirse de colores su pelo rubio, pero pocos años le faltaron para hacerlo. Tenía un año más que Alicia y parecía tener bastante claras las cosas. En cuanto se enteró de que en su ciudad había un campamento que se dedicaba a hacer teatros musicales, le faltó tiempo para apuntarse. Quería continuar sus estudios de baile, pues desde bien pequeña tenía claro que quería subirse a un escenario y bailar.

Raúl no lo tuvo tan claro. Alberto fue el culpable de que el castaño hiciera las maletas y se fuera para Segovia. Alberto necesitaba un amigo con el que pasar el verano y ése no era otro que Raúl. Por aquel entonces no tenía el pelo tan largo, ni tampoco idea de a lo que quería dedicarse y sólo tenía un curso de bachillerato por delante para decidirlo, así que acompañar a su amigo, quizás le ayudaría a clarificar sus ideas. Aunque el campamento no le ayudó a averiguar su profesión, sí que lo ayudó a encontrar el amor. Clara y Raúl llevaban media vida juntos. Un amor algo complicado pues empezaron a salir el tercer verano que el CMS abría sus puertas. Cuando ella tenía dieciséis años y él diecinueve, cuando ella todavía era una acampada y él empezaba como monitor, cuando Raúl ya sabía que quería dedicarse a organizar eventos. A pesar de los comentarios, de la distancia entre Segovia y Madrid, desde entonces no se habían separado y de eso hacía ya doce años.

También acudieron Irene, Darío y Jesús.

Irene, la conocida archienemiga de Alicia. Seguía luciendo aquel impoluto pelo largo, tan negro, tan liso y esos ojos verdes que hacían que destacara del resto. Tan delgada y tan seria como siempre. Parecía como si el tiempo no hubiera pasado para ella, aunque estaba claro que quince años después desde el primer verano, era más madura. El primer año Alicia y ella fueron bastante amigas. Tenían la misma edad, los mismos gustos... y aunque las diferenciaba la ciudad (Segovia y Madrid) y la profesión, pues Irene era actriz de teatro, también las diferenciaba su forma de ser y pensar. Alicia era más alegre, más divertida, mientras que Irene era más seria y puede que más adulta que todos. Aunque no compartían las mismas opiniones, mantenían una relación cordial.

Por su parte, Jesús sí que se hizo inseparable de Irene a pesar de que se llevaran tres años. No al nivel de Clara y Raúl, pues Jesús había tenido siempre muy claro su gusto por los hombres. Siempre lo había caracterizado aquel pelo rubio teñido que cada año era más blanco que el anterior y sus alargadas piernas que, a ojos de Alicia, cada año eran más y más largas. Él sí que lo había tenido todo claro desde el primer año. Se presentó a sí mismo como "Jezú, futuro escenógrafo de grandes teatros".

Darío era el callado. El tímido del grupo. Siempre con una cámara debajo del brazo, incluso en el funeral llevaba su réflex para inmortalizar aquel momento. Alicia perdió la cantidad de fotos que pudo sacar durante todos los años que estuvo en el campamento. Nunca quiso llamar la atención, pues su color oscuro de piel le había jugado siempre malas pasadas con personas poco... llamémosles poco tolerantes. Sin embargo, allí encontró a las primeras personas a las que pudo llamar amigos.

Y, por último, estaba él. Lucas. Sus miradas se cruzaron más de lo que Alicia se juró que haría. Ambos se dedicaron una tierna y tímida sonrisa. Seguía igual de guapo que siempre. Su pelo rubio, sus ojos azules y aquella sonrisa. Alicia recordaba el momento exacto en el que se conocieron. Ella una cría de trece años y él uno de quince. Siempre con su guitarra colgada del cuello y su libreta en el bolsillo. Alicia se enamoró de él ese mismo día. Al principio, fueron amigos, amigos de campamento que se veían una vez al año y que hablaban por teléfono en Navidad y en sus cumpleaños. Después del segundo verano, las llamadas se volvieron más frecuentes, una vez cada tres meses, una vez al mes, una vez a la semana... y las visitas a la ciudad del otro dejaron de tener un motivo aparente. Así hasta que se hicieron demasiado buenos amigos. El uno le contaba al otro lo que había hecho en el colegio, sus notas, sus inquietudes, sus ligues... (incluso aunque estos últimos les escociera un poco). Hasta que llegó el tercer y último verano que Lucas asistía al campamento. Cumpliría dieciocho y eso significaba dejar el campamento para siempre. Alicia sabía que las cosas cambiarían a partir de ese verano. Ya no se verían todos los años, así que temía que su relación se enfriara. Y sí, las cosas cambiaron, pero de una manera muy diferente a la que Alicia se imaginó. Lucas dejó su timidez a un lado, se armó de valor y besó a la joven.

Así comenzó su relación. Al principio un tanto accidentada por la distancia, pero se las apañaban bien. Llamadas, visitas... nada que no hubieran hecho años atrás. Todo fue mucho más fácil cuando Lucas dejó Segovia y se fue a vivir a Madrid para continuar con sus estudios de composición y sobre todo para estar cerca de su Alicia. Su relación era perfecta. Eran dos mejores amigos, metidos en una relación, en la que se respetaban y se querían como nadie más lo había hecho. Lucas no tenía ojos para nada más que para Alicia y la música; y para Alicia, su Lucas y sus postres eran lo más importante del mundo. No es que durante los diez años que estuvieron juntos no hicieran nada más. Los amigos del uno, eran los del otro, sus familias se adoraban y por supuesto, cada uno tenía sus planes por separado. Pero, entonces, su relación tras tantos años juntos, se terminó. Bueno, más bien Lucas la terminó.

¿La culpa?

Un viaje.

A Alicia le salió una oportunidad maravillosa de irse a hacer unas prácticas de repostería a París. Cocinar con los mejores chefs de Francia. Su sueño desde que tenía uso de razón. Y aunque Alicia lo intentó convencer de todas las formas posibles para que su relación no terminara aquel septiembre, Lucas no cogió ese avión con ella dejando a la joven destrozada. Un destrozo que sobrellevó a base de comer macarons en París. No parecía mal plan, pero con el corazón roto, sí lo era.

Por el campamento pasó muchísima más gente, más amigos, más familia, pero ellos ocho eran los originales, los ocho que habían ido año tras año, los ocho que habían mantenido el contacto, los ocho que formaron una familia, los ocho a los que Manuel Sánchez Herráez quería como a sus propios hijos, pues al fin y al cabo fueron los ocho que mantuvieron el espíritu del campamento.

Se alegró de ver más caras conocidas, de antiguos amigos con los que recordaba haber pasado un buen tiempo. Era bueno saber que ellos también recordaban a Manu como alguien especial en sus vidas.

Alicia se pasó la mano por la mejilla para limpiarse las lágrimas que sus ojos no habían sido capaces de retener. Aquel campamento, aquel hombre al que estaban despidiendo le dio demasiadas cosas buenas a la joven. Quizás nunca fue capaz de agradecérselo.

En cuanto terminó el funeral, dieron el pésame a Sara, la cofundadora del CMS y viuda de Manu. Alicia había estado todo el tiempo con Clara, Raúl y Alberto. Irene y Jesús quisieron saludarlos a todos, hacía tiempo que no se veían y aunque el motivo de su reunión no era el mejor, todos se alegraron de verse de nuevo.

—Pero, ¡¿qué te has hecho en el pelo, loca?! —le gritó Jesús a Clara llamando la atención de todo el mundo.

—Yo podría decir lo mismo de ti.

—Perdona, niña. Mi pelo blanco es cien por cien natural —dijo consiguiendo las primeras risas de aquel oscuro evento—. ¿Y tú? ¿Tienes complejo de Tarzán o cómo?

—Mi pelo sí que es cien por cien natural —bromeó Raúl.

—Oye, chicos, creo que éste no es el mejor momento ni lugar para andar de juerga.

Por una vez, Alicia estuvo de acuerdo con Irene. No era el momento oportuno para celebrar un reencuentro.

—¡Qué rancia eres, Irene! —dijo Alberto.

—No es que sea rancia, es que estamos en un funeral —replicó.

—Estás igual que con catorce años, zorra. ¿Cuál es el secreto de la eterna juventud? —le preguntó Clara consiguiendo que Irene se sonrojara un poco.

—Alicia, niña, estás muy callada —le dijo Jesús—. De adolescente no callabas nunca.

—Y no lo hace —dijo Alberto picándola.

Pero Alicia estaba muy distraída. Agobiada quizás. El funeral, Manu, ver a Sara destrozada, Lucas... Mantenía un ojo puesto sobre Lucas. Hablaba con Darío, su mejor amigo. Sabía que en cualquier momento ellos también se acercarían a saludar. Sus miradas se cruzaron de nuevo. Mierda. Pillada. Intentó esconderse disimuladamente detrás de Alberto, algo no muy difícil debido a su elevada altura, pero fue un intento fallido.

—Ali, reina, ¿te encuentras bien? —le preguntó Clara.

—Eh, sí, perdón. No son muy fan de los funerales.

—Ni tú ni nadie —dijo Jesús.

—La muerte de Manu le ha afectado bastante, ¿verdad, Ali? —dijo Alberto intentando salvar a su amiga.

—Sí, un poco la verdad. No me esperaba...

—¿Qué tal chicos? —dijo Darío acercándose al grupo junto a Lucas.

—¡Hombre, mi morenazo favorito! —gritó Jesús.

—¡Lucas! Ya pensaba que no ibas a saludar.

—Perdón, perdón. Estábamos dándole el pésame a Sara.

—Es increíble que Manu ya no esté, ¿verdad?

—Sí, joder. Parece que fue ayer cuando estábamos todos allí.

—Pues del primer campamento hace ya quince años.

—¿Quince? ¡Es una locura! Es imposible que haya pasado tanto tiempo.

—Todavía recuerdo el verano que te pusieron Brackets.

—Calla, Castillo, no me lo recuerdes —dijo Irene muerta de vergüenza.

—Estabas muy graciosa. Te costaba pronunciar varias palabras y en la función quedó súper divertido.

—Ay, calla —Irene se tapó la cara con las manos y Alicia consiguió sonreír.

La mirada de Lucas se mantenía fija sobre ella y eso hizo que la morena se sintiera algo incómoda. Era como si estuviera analizando cada movimiento que ella hiciera. Sin embargo, lo que no sabía era que el joven no se atrevía a mantener una conversación amistosa y educada con ella.

—Oye, ¿y sigues actuando en teatros? —le preguntó Clara a Irene.

—Sí, ahora estoy pendiente de montar una academia de artes escénicas.

—¡Qué guay! Jo, estaría genial poder coincidir juntas.

Lucas se colocó al lado de Alicia. Nadie fue consciente de ello, pero Alberto sí lo hizo. Fue por ello por lo que se apartó un poco de la joven. Quizás en la vuelta a casa, le caería un buen rapapolvo por haberla puesto en aquella tesitura.

—¿Qué tal, Ali? —se atrevió a preguntar Lucas, ajeno a la conversación que tenían los demás.

—Bien, supongo. Digamos que el día está siendo un poco extraño.

—Joder, ya ves. No sabía que Manu estaba enfermo, así que imagínate el palo.

—Creo nadie lo sabía... ¿Y tú qué tal todo?

—Bien, bien. Todo bien.

—Siempre nos vemos en funerales... —dijo Alicia con una sonrisa incómoda.

—Cierto. La última vez que nos vimos fue en el funeral de mi abuelo.

—Sí, hace dos años...

Alicia recordaba muy bien la última vez que vio a Lucas. Fue justo un año después de que lo dejaran. Desde el primer día que empezaron a salir, los dos se prometieron que pasara lo que pasara entre ellos dos (a menos que uno de los le hiciera demasiado daño al otro, cosa que también juraron no hacer), serían amigos por encima de todo y eso incluía estar cuando el otro lo necesitara. Y eso pasó.

Cuando Alicia recibió un mensaje de Lucas diciéndole que su abuelo había fallecido, no se lo pensó dos veces. Primero por la promesa y segundo porque su familia también significaba mucho para ella. Así que, recién llegada de París, cogió algo de ropa y se fue a Segovia (sí, siempre tenía buen tino para volver de los viajes y acabar en algún funeral). Sin embargo, tan rápido como llegó se fue. Recordaba muy bien cómo había salido huyendo de allí. Simplemente, se agobió. Verlo allí, destrozado por la muerte de su abuelo, después de un año, sin poder abrazarlo, sin poder consolarlo, cuando ya creía tenerlo superado, la hundió, pero lo que la hizo salir corriendo de allí, fueron los comentarios de su familia. Algunos no sabían que ya no estaban juntos y otros no paraban de hacerle miles de preguntas: "¿por qué lo habéis dejado?", "¿cuándo vais a volver?", "con la pareja tan bonita que hacíais...", "¿no has pensado reconsiderarlo?" ... Se disculpó con Cecilia, la hermana de Lucas, y volvió a casa entre lágrimas y ansiedad.

Sin embargo, eso no iba a volver a pasar. Ahora ya lo tenía superado. Hacía dos años que no lo había vuelto a ver y no lo estaba llevando tan mal. Bueno, al menos no tan mal como la última vez.

—¿Y tus sobrinos qué tal? Tienen que estar muy mayores...

—Sí, he estado pasando las vacaciones con ellos. Han entrado este año al cole... —confesó Alicia con una sonrisa al recordar a los dos gemelos.

—¿Al cole? Pero si parece que fue ayer cuando nacieron. Tan pequeñitos...

—Ali, perdón —interrumpió Alberto. Le había metido en el aprieto de saludar a Lucas, pero no iba a ser tan capullo como para no salvarla de aquella encerrona—. Nos tenemos que ir.

—Oh, sí, claro.

—Espero que todo te esté yendo bien, Lucas —le dijo Alberto dándole un abrazo. No eran los mejores amigos, pero se llevaban bien. rompieron su amistad, cuando Lucas dejó a Alicia.

—Igualmente. Me enteré de que tu padre falleció el año pasado... —le dijo Lucas—. Lo siento mucho.

—Sí... Gracias —Alberto odiaba hablar de aquello, así que Alicia decidió que era el momento de devolverle el favor y rescatarlo.

—Lucas, me alegro de haberte visto.

—Lo mismo digo. Me alegro de verte.

Los dos se quedaron mirándose a los ojos, bajo la atenta mirada de Alberto, que sentía que sobraba bastante en aquella escena. Alicia se adelantó a los pasos de Lucas y le dio un abrazo. Quizás de esa manera, normalizaría la tensión que había entre los dos, pero no lo consiguió. Alicia se sintió aún más rara de lo que se había sentido en todo el funeral. Lucas rodeó a la joven con sus brazos y Alicia cerró los ojos inconscientemente.

Quizás no tenía tan superado a Lucas como ella pensaba...

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro