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Canción 27: Billete de ida a...

Se despertó aturdida. No sabía dónde estaba, ni qué día era, ni la hora. Lo único que tenía claro es que parecía que había dormido casi un año entero.

Se levantó de la cama y subió las persianas. La clara luz del día le indicaba que no era de noche y que debía ser algo más tarde de las nueve de la mañana. Mientras se ponía una sudadera para combatir el frío, se dio cuenta de que tenía el escritorio hecho un desastre y que debería ordenarlo. Le echó un vistazo por encima y decidió que lo haría más tarde. Dio un par de pasos y de pronto, retrocedió para atrás. Miró el billete de avión y por fin recobró el sentido. Se dio cuenta del día que era, la hora y el momento exacto que estaba viviendo. Si quería llegar a tiempo, tenía que darse prisa.

Era experta en arreglarse y salir rápido de casa, pues lo de quedarse dormida le había pasado en más de una ocasión, pero aquella vez batió el récord. Puede que, si lo hubiera grabado, habrían publicado semejante hazaña en el libro de los récords Guinness.

—¿Se puede saber a dónde vas con esas prisas? —dijo Vera levantándose. A diferencia de Alicia, ella estaba todavía en pijama.

—Me tengo que ir.

—Ya, ya me he dado cuenta de eso. Pero, ¿dónde?

—¿Qué hora es? —preguntó Alicia, mientras daba vueltas por el salón, cogiendo todo lo que encontraba a su paso.

—Las diez menos veinte.

—Joder, es muy tarde —dijo entrando en la cocina y cogiendo un croissant, no quería desmayarse a mitad de camino, tenía una maratón que correr hasta llegar a su destino.

—Alicia, ¿se puede saber a dónde cojones vas?

—Al aeropuerto.

—¿Te vas con Lucas? —preguntó Vera, mientras se abrochaba la bata que se acababa de poner.

—Me voy.

—Ali, dime al menos...

Antes de que Vera pudiera acabar la frase, Alicia cerró la puerta de casa de un portazo.

Metió dentro del coche todas sus cosas. Todavía con el bollo en la boca, arrancó el coche a toda velocidad. Quizás por aquello sí que le daban un Guinness, por conducir a más de la velocidad que la capital le permitía. Aunque lo más seguro es que le pusieran una buena multa. Lo cierto es que le daba igual.

En la radio sonaba una de las canciones de Rafael Rodríguez. Alicia pensó que el destino se estaba riendo de ella en ese momento y aunque intentó cambiar de emisora, decidió que era más necesario pasar el semáforo en ámbar.

Por suerte, no había mucha gente y tenía bastante hueco en el que dejar el coche aparcado. Se bajó y echó a correr.

Hacía muchos años que no corría tanto, puede que desde que dejó el colegio y la Educación Física era obligatoria, pero tenía que llegar hasta la terminal cuatro lo antes posible, incluso aunque perdiera un pulmón por el camino. Un señor con un carro lleno de maletas casi se la llevó por delante, así que no tuvo más remedio que frenar. Le pidió disculpas, cogió un poco de aire y continuó corriendo. Mientras seguía con su carrera, se fijó en los carteles de las salidas de los diferentes vuelos. Esperó de todo corazón que el vuelo a Londres se hubiera atrasado un poco, pero para su mala suerte no era así.

Sólo tenía una opción: correr aún más (algo bastante difícil, a menos que se le saliera un pulmón).

Consiguió llegar a la zona de embarque y buscó con desesperación una cabeza rubia. Le había prometido que esperaría hasta el último momento, y Alicia anhelaba que el joven así lo hubiera hecho. Miró a lo lejos y vio a Lucas mirando el reloj y sujetando la maleta, mientras caminaba hacia la fila de gente.

—¡Lucas! —gritó. Todas las personas que se encontraban allí giraron la cabeza para mirarla, incluido él.

El joven salió de la fila y se acercó a ella. Una sonrisa se dibujó en sus labios. Alicia sólo podía intentar recuperar todo el aire que se había quedado esparcido en el camino.

—Ali, no esperaba que vinieras.

—Se me ha hecho un poco tarde —dijo sin aire.

—No pasa nada. Lo importante es que estás aquí —dijo mientras le pasaba un mechón por detrás de la oreja a la morena—. Venga, vamos o perderemos el vuelo.

—Lucas, yo...

—Espera, ¿y tu maleta? —preguntó mirando a ambos lados de la joven.

—No voy a ir a Londres contigo —sentenció—. Lo siento.

—Pero has venido, estás aquí —dijo él confundido.

—Sí, porque creo que merecías una explicación y no que simplemente no apareciera —confesó—. Prometo que voy a ser breve y puedas coger ese avión.

—Está bien.

—Hace tres años me habría subido contigo a ese avión sin dudarlo, pero ahora todo es muy diferente. Todo este tiempo he estado muy confundida. Desde que te vi, he sentido cosas, te juro que pensaba que sería posible volver a sentirme como cuando estábamos juntos, pero no ha sido así —confesó con sinceridad—. Creo que hemos confundido todo el cariño que nos tenemos con ese amor que nos tuvimos. Al menos yo.

—Ali, ¿alguna vez en estos últimos meses me has querido? —preguntó Lucas, que, aunque hubiera preferido no saber la respuesta, la necesitaba para poder irse en paz.

—Sí, te quiero y te querré siempre, pero ahora de manera distinta a la que lo hacíamos entonces. Te quise como a nadie y tuvimos un amor que nadie conseguirá borrar, pero no podemos pretender volver a tener ese amor que se fue hace años. Lucas, ya no somos unos adolescentes...

—Lo sé, pero yo te sigo queriendo de la misma forma que te quería entonces.

—Puede que sí, pero sé que serás capaz de olvidarme y perdonarme por no subir a ese avión contigo. Lo sé porque yo lo he hecho —dijo bastante aliviada de haber dejado todo su rencor atrás—. Siempre me alegraré de tus éxitos y siempre estaré ahí en los malos momentos. Pero no como tu novia, sino como tu amiga.

—Salida del vuelo A861 con destino Londres. Señores pasajeros, preséntense en la puerta de embarque —anunció la megafonía. Era el último aviso para que Lucas se subiera al avión.

—Si hace tres años te hubiera pedido que te quedaras o si yo me hubiera ido contigo, ¿crees que las cosas serían diferentes? —preguntó él con cierta tristeza en su tono de voz.

—Posiblemente. Pero, nunca lo sabremos. Quizás nuestro destino era separarnos y habría pasado otra cosa que nos alejara.

—Puede que sí... —suspiró—. Debería irme ya, si no quiero que se vaya el avión sin mí.

—Sí.

Los dos se quedaron callados, mirándose a los ojos. Puede que aquélla fuera la última vez que se vieran o quizás otro funeral los volviera a reunir. Sin embargo, Alicia tuvo la sensación de que era el momento en el que el capítulo de Lucas se cerraba y podría ser para siempre. Acortó la distancia que había entre los dos y lo abrazó.

—Te deseo lo mejor en la vida. Sé que volverás a encontrar el amor y serás muy feliz.

—Yo también. Eres alguien increíble y encontrarás a alguien a tu altura.

Se separaron y se volvieron a mirar a los ojos.

—Prométeme una cosa —dijo Alicia. Lucas asintió—. Si vuelves a escribir canciones sobre mí, espero ser la primera en escucharlas —Lucas sonrió.

—Te lo haré saber.

—Buen viaje, Lucas.

—Buena suerte, Ali.

Lucas echó a caminar hasta la azafata que le cogió el billete de avión. Alicia se quedó mirando cómo el rubio se dirigía hacia su nuevo destino. Lucas echó una última mirada hacia atrás y tras despedirse con un leve movimiento de cabeza de una Alicia con los ojos llenos de lágrimas, caminó con paso firme, dispuesto a conseguir ser feliz con la nueva vida que estaba a punto de comenzar.

Alicia se secó las lágrimas de los ojos. Lucas se había ido y ella había cerrado el enorme capítulo (puede que más de uno) que llevaba el nombre de Lucas como título principal. Ahora tocaba comenzar otro capítulo, uno que esperaba que fuera largo y, sobre todo, muy feliz.

Caminó a un paso más lento por la terminal de vuelta hacia su coche. No tenía la necesidad de correr tanto como lo había hecho, aunque tenía algo de prisa.

Se montó en el coche y lo puso en marcha.

Dio vueltas y vueltas y más vueltas para conseguir un hueco en el que aparcar el coche. Los nervios y la tensión que tenía la iban a matar si no conseguía meter a Pitufi en algún sitio. Finalmente, convencida de que le pondrían una multa, decidió dejarlo tirado en un mini hueco que encontró.

Entró en el portal y se metió en el ascensor. Pulsó la última planta y las puertas se cerraron. Durante todo el camino hasta arriba, fue repasando mentalmente lo que debía decir. No quería olvidar nada y sobre todo quería que todo saliera bien. En cuanto se bajó, llegó hasta la puerta y se quedó ahí parada.

Cogió un poco de aire antes de llamar al timbre. Estaba muy nerviosa.

Llamó una, dos, tres y cuatro veces, pero nadie abrió la puerta.

—He oído cómo se iba hace un rato —dijo una señora saliendo de la casa de al lado.

—¿Perdón?

—El joven, que vive ahí, ha salido hace algo más de media hora.

—Oh, gracias.

La señora se montó en el ascensor y desapareció de su vista.

Mierda. Había fracasado. Se había ido y no sabía a qué hora volvería. Sabía que podría hablar con él en otro momento, pero necesitaba hacerlo cuanto antes. No podía esperar más tiempo.

Resignada, llamó al ascensor para irse y volver a casa. Tardó un buen rato en volver a subir. Alicia imaginó que la señora mayor que se había encontrado, se habría quedado hablando con la puerta abierta. Se montó y pulsó el botón de la planta baja. Justo cuando las puertas comenzaban a cerrarse, divisó la silueta de su amigo.

—¿Alberto?

—¿Ali? —dijo él sorprendido.

Y las puertas se cerraron.

Ella pulsó todos los botones del ascensor para que éste se abriera y pudiera salir. Él pulsó los de afuera para intentar conseguir lo mismo, pero ninguno de los dos, logró lo que anhelaba. Lo único que se le ocurrió a la joven, fue marcar el número del piso de abajo para poder salir cuanto antes.

El ascensor se paró en la planta de abajo. Pensaba subir las escaleras hasta arriba, sin embargo, en cuanto las puertas se abrieron, se encontró con Alberto al otro lado. Había bajado corriendo por las escaleras.

—Estás aquí.

—Sí... —dijo todavía dentro del ascensor.

Alberto seguía en el descansillo.

—Pensaba que estabas en el aeropuerto.

—Sí, he estado allí. Espera, ¿cómo lo sabes? —preguntó curiosa. Hasta esa misma mañana, Vera no había sabido que iría al aeropuerto.

—Vengo de estar en tu casa —la puerta del ascensor intentó cerrarse, pero Alberto la sujetó con la mano para que siguiera abierta.

—¿Y qué hacías allí?

—Iba a buscarte. Vera me dijo que te habías ido al aeropuerto, pero aquí estás.

—Sí, aquí estoy —dijo sonriendo.

—¿Y qué haces aquí? —le preguntó sin apartar los ojos de los de Alicia.

—He venido a buscarte.

—¿Y por qué has venido? —la puerta del ascensor volvió a intentar cerrarse, pero de nuevo Alberto la sujetó.

—Porque quiero estar contigo.

Alicia dio un paso al frente, saliendo del ascensor y le dio un beso en los labios a Alberto. El moreno la sujetó de la cintura y le correspondió al beso. No podía creer lo que Alicia le acababa de decir, quería estar con él y ahí estaba. Aún tenía muchas preguntas y aunque se sentía muy bien, decidió separarse de la joven y obtener alguna respuesta que le aclarara un poco.

—¿Y Lucas?

—Se ha ido a Londres —respondió.

—Me refiero a ti, ¿qué pasa con Lucas?

—Lucas fue mi primer amor y lo pasé muy mal cuando me dejó...

—Eso ya lo sé.

—Calla, déjame seguir —dijo sonriendo—. Me he pasado estos años guardándole rencor y eso me impedía seguir adelante. Cuando volvió, pensé que quizás todo volvería a ser como entonces, pero me equivoqué. Todo este tiempo, todo el lío que he tenido en la cabeza sólo me ha hecho darme cuenta de que tenía que perdonarlo y dejar el rencor a un lado.

—¿Y lo has hecho?

—Sí, todo el rencor ha desaparecido y me siento en paz. Creo que era lo que me faltaba para cerrar todas las heridas y dejar atrás a Lucas.

—Pero, que hayas olvidado a Lucas, no significa que quieras estar conmigo —dijo sincero él. Quería asegurarse de que Alicia deseaba estar con él porque así lo sentía, no por haber dejado a Lucas.

—No, está claro. Y créeme que llevo tiempo dándole vueltas. Contigo era diferente. Era cuestión de cobardía. Sabes que lo mío no es ser valiente y eso es lo que me faltaba para estar contigo —dijo completamente sincera—. No sé cómo saldrá esto, pero quiero arriesgarme contigo, con mi mejor amigo, con mi alma gemela y quizás el amor de mi vida.

Alberto se quedó callado, incrédulo a todo lo que estaba escuchando. Había deseado que Alicia le dijera todo aquello desde hacía demasiado tiempo y ahora que lo estaba haciendo, era incapaz de creerlo.

—Ha sonado un poco cursi, ¿verdad?

—Sí, pero tú siempre eres una cursi, canija.

—¡Será posible, Castillo! —dijo indignada.

—Calla.

Alberto la sujetó y la acercó de nuevo a su cuerpo para volver a besarla. Esta vez no pensaba separarse, pensaba besarla hasta que se quedaran sin aliento y les dolieran los labios.

Alicia sonrió. Tampoco era capaz de creer todo lo que había pasado, ni lo que había sufrido hasta llegar ahí. Pero, ahí estaba y se sentía muy feliz.

—Cuando se enteren estos van a flipar.

Los dos se echaron a reír. Puede que de nervios por todo lo que estaban a punto de vivir. Pero sin duda, reían de felicidad.

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