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Canción 22: Bajo la tormenta

Tal y como imaginó, no pegó ojo en toda la noche. Le dio vueltas a todas las cosas que había vivido con Lucas. Desde que se conocieron hasta ese día. Su relación había sido tan bonita y tan especial, que le hubiera gustado revivirla una y otra vez, pero aquello era algo del pasado, al igual que su ruptura. Aquellos momentos no fueron tan agradables como su relación, pero también era parte del pasado. Si pensaba avanzar, tenía que dejar a un lado todo el dolor y rencor que todavía le guardaba a Lucas.

Pensó en todas las palabras que se habían dedicado en los últimos meses.

Él había intentado de varias las formas posibles conseguir su perdón y ella sólo se lo había complicado. Quizás Lucas se lo merecía un poco, pero no podía evitar sentir que ella estaba siendo demasiado dura con él. Quizás debía darle una oportunidad. Aunque algo en su interior le decía que, si entonces las cosas no funcionaron, ¿por qué ahora sí iba a salir todo bien? Quizás porque no eran unos críos, tenían las cosas más claras (aunque no en el tema del amor) y eran más maduros (al menos ella se consideraba así).

Entonces, ¿qué debía hacer?

Escuchó a Clara dar varios pasos por la habitación y seguidamente, el ruido de la puerta. Imaginó que se había ido con Raúl para pasar un rato a solas con él, pues todos acordaron tener la mañana libre para dormir, pasear o hacer lo que a cada uno le diera la gana.

Ella no tenía ni idea de lo que haría durante toda la mañana. Sobre todo, considerando que se había despertado demasiado temprano.

Una idea se le vino a la mente, y aunque fuera dejarse llevar por una vez, se levantó de la cama, dispuesta a hacerlo.


Subió los escalones del porche de la cabaña número cinco y dio un par de vueltas alrededor. Quedarse quieta habría sido una muerte segura por congelación. Todavía no sabía si dejarse llevar era la mejor idea del mundo o si debería volver a su cabaña y refugiarse allí en el calor. Sin embargo, antes de que pudiera averiguarlo, la puerta se abrió y Lucas salió de su interior.

—Ali, ¿qué haces aquí? ¿Pasa algo? —la joven se sorprendió de verlo.

—Buena pregunta —dijo para el cuello de su camisa, o más bien de su abrigo.

—¿Qué?

—Nada. He venido por... —suspiró—. ¿Te apetece dar una vuelta? —Lucas la miró sorprendido.

No esperaba aquella proposición por parte de ella. Era la primera vez que ella era la que tomaba la iniciativa, así que, aunque tenía planes con Darío, tuvo clara la respuesta ante su proposición.

—Sí, claro —aceptó sin pensarlo—. ¿Dónde quieres ir?

—Pues la verdad... No lo había pensado —sonrió—. Podemos ir al centro de Segovia —dijo.

Irónicamente, quería dejar atrás el pasado, pero le había propuesto ir a la ciudad donde su familia vivía.

—Tengo una idea mejor —dijo él.

—Ilumíname —sonrió divertida.

—Vayamos a la nieve. A Navacerrada.

—¿Qué dices loco? —se le había ido la cabeza.

—Pero, si está aquí al lado. Cogemos mi coche y en media hora estamos allí —dijo emocionado.

—Lucas, no pienso esquiar. Sabes que se me da fatal.

—No he dicho nada de esquiar. Vamos, nos tiramos en la nieve y nos tomamos algo allí.

Alicia lo miró poco convencida. Tenía mucho frío y no le apetecía mucho la idea de ir a un lugar aún más frío.

—Ni siquiera tengo ropa que llevar.

—Ponte las botas que traías ayer, abrigo, guantes y gorro —él la miraba emocionado.

Alicia sonrió.

—Vale. Voy a por mis cosas.

Enfundada en veinte capas, con su gorro, guantes, bufanda y su abrigo bien abrochado, se encaminó con Lucas hacia Navacerrada. No podía negar que en cierta parte le emocionaba ir a la nieve. Hacía años que no la pisaba. Concretamente, desde París. Allí solía nevar con más frecuencia que en Madrid y aunque las vistas no fueran las mismas que desde la capital francesa, ver todo cubierto de blanco le hizo ilusión.

Según aparcaron el coche, se fueron a buscar algún espacio en el que poder estar jugando con la nieve sin ser interrumpidos por los esquiadores. Lo bueno de que fuera tan temprano, es que todavía no había demasiada gente allí.

Lo primero que hizo Lucas al llegar, fue lanzar una bola de nieve a Alicia. La joven se giró, sorprendida, ante lo que el rubio acababa de hacer. Se agachó para coger algo de nieve y la amasó para hacer una bola. Antes de que pudiera tirarla, Lucas ya le había lanzado la segunda. Con una sonrisa en los labios y algo de rabia, Alicia le dio con la bola que tenía entre las manos. Empezaron una pelea de nieve con su persecución por toda la explanada, que terminó con Lucas cogiéndole por la espalda y tirados en el suelo blanco. Alicia acortó la distancia y le dio un suave beso en los labios, que fue correspondido por el rubio.

—Vamos a hacer un ángel en el suelo —dijo él incorporándose un poco.

—Y después hacemos un muñeco de nieve.

—Hecho.

Los dos se levantaron y empezaron con sus figuras.

Hacía tiempo que no estaban tan bien juntos. Desde el funeral, sus encuentros habían sido bastante tensos, llenos de rencor y resentimiento. Alicia se sintió muy bien de haberlos dejado aparcados y disfrutar de la compañía de Lucas. Sentía que la nieve había enterrado todos esos malos sentimientos bajo su manto blanco.

Se sentaron en una cafetería para entrar en calor antes de volver. Al menos, Lucas necesitaba que sus manos no fueran dos cubitos de hielo para poder conducir de vuelta.

—Tengo las manos congeladas —dijo ella—. Mira —le puso la mano en el cuello y Lucas dio un brinco. Alicia se echó a reír.

—¡Qué haces! —rio él también—. Que yo también las tengo congeladas.

Puso su mano sobre la de Alicia y la joven comprobó que él tenía incluso más frío que ella. La mano de Lucas permaneció durante un rato posada sobre la de ella y la acarició con suavidad hasta que sus dedos se entrelazaron. Alicia lo miró a los ojos. No sabía muy bien qué estaban haciendo, pero se sentía bien. Y aunque una parte de ella decía que debía separar la mano, por alguna extraña razón no lo hizo.

—¿Sabes? Hacía tiempo que no me sentía tan bien —confesó él.

—Yo también me siento muy bien —ella, sobre todo, se sentía en paz, sin tener que mantener la guardia en alto, pensando en respuestas para poder contraatacarlo y hacerle saber lo mucho que sufrió por él. Estaba cómoda con él y, principalmente, consigo misma.

Cuando se hizo la hora de volver, se montaron en el coche y fueron cantando canciones (por supuesto, ninguna de Rafael Rodríguez) a pleno pulmón, tal y como solían hacer cuando acababan de entrar en la veintena.

Sin embargo, toda la felicidad, que los embriagaba, se esfumó al bajar del coche. Nuria, la novia de Lucas, estaba allí. Tan radiante, tan joven y tan impoluta como siempre.

—¡Amor! Te he estado buscando por todas partes y nadie sabía dónde estabas —dijo lanzándose a sus brazos.

—Oh. Estaba con mi amiga, Ali. ¿La recuerdas?

—Sí. De la exposición —Alicia presenciaba la escena, inmóvil, como si ella fuera una persona ajena a aquella conversación.

—Pero, ¿qué haces aquí? —dijo cogiéndole del brazo y tirando de ella.

—Quería darte una sorpresa y...

Alicia no consiguió escuchar más de la conversación. Cogió algo de aire y se dirigió hacia su cabaña. Necesitaba cambiarse y procesar todo lo que acababa de pasar.


Tras comer, Jesús y su novio habían preparado una tarde llena de juegos al más puro estilo de campamento. Hicieron parejas para jugar, aunque Alberto y Alicia acogieron a Darío para que no jugara solo. La morena no podía evitar mirar a Lucas y a su novia cada vez que podía. Sintió una pequeña punzada al ver cómo ella parecía ajena a todo lo que pasaba a su alrededor. Y no podía evitar sentirse culpable de ello. Lucas la estaba engañando con ella. ¿Desde cuándo se había convertido en "la otra"? ¿Desde cuándo era capaz de hacerle aquello a otra chica, la cual parecía enamorada?

Tras la victoria de Clara y Raúl y de una barbacoa fallida por la tormenta que Alberto e Irene habían anticipado tras ver las nubes negras del cielo, acabaron metidos en el comedor, con la música a todo volumen y una bola de discoteca que José, el novio de Jesús, metió en su maleta para ambientar la fiesta.

Lucas se acercó a ella, pero Alicia se alejó. Se sentía incómoda y sobre todo observada. Desde que Nuria había llegado, las miradas de todos sus amigos se habían posado sobre ella. No quería sentirse más observada, así que agarró a Alberto del brazo y le sacó a bailar. Le costó un poco hacerlo, pero al final, su amigo se animó a ser el rey de la pista junto con ella. Y olvidó dónde estaba y en qué situación se encontraba. Alberto tenía esa capacidad. Conseguir que Alicia se sintiera bien y se olvidara de sus problemas. Y eso hizo. Disfrutó con su amigo de aquella fiesta. Bailaron, rieron y sobre todo bebieron. Alicia bebió más de lo que ella se permitía, pero aun así era bastante consciente de todos sus sentidos.

Cuando Clara le propuso irse a dormir, a eso de las dos y media de la mañana, a Alicia le pareció buena idea. Las dos se despidieron de los demás, quienes las abuchearon por marcharse tan pronto, y salieron de la caseta.

Todavía diluviaba y ninguna llevaba paraguas.

Las dos se quedaron quietas, analizando la situación. Se miraron a los ojos y supieron qué la mejor opción era taparse con el abrigo y echar a correr.

—Una, dos y... ¡tres! —gritaron las dos al mismo tiempo y salieron como un cohete.

En medio de su carrera por llegar cuanto antes a su cabaña, Alicia oyó una voz a su espalda. No pensaba girarse, quería seguir corriendo, pero la insistencia en aquella voz por llamarla, hizo que, tanto ella como Clara, se dieran la vuelta.

—¡Ali! ¡Espera! —la lluvia y la noche no le permitieron verlo con claridad, pero por su voz supo quién era.

—Lucas, ¿qué haces?

—Ali, me voy dentro —dijo Clara, que retomó su carrera para poder ponerse a salvo.

—¿Podemos hablar?

—Está diluviando, Lucas. Y, además, no. No podemos hablar, no me apetece —dijo dándose la vuelta. Pero, antes de que pudiera dar un paso más, el rubio la sujetó del brazo.

—Ali, por favor.

—¿Qué quieres?

—Estar contigo. Es lo único que quiero, volver a lo que teníamos antes —confesó sujetándole la cara con las manos.

—¿Y Nuria? —dijo ella retirándole las manos con suavidad.

—Ni siquiera la he invitado.

—Pero, aquí está —se limpió un poco los ojos que estaban empapados por la lluvia para poder ver algo mejor.

—La iba a dejar antes de venir, pero no pude quedar con ella. Había quedado con ella tras volver del viaje para romper con nuestra relación —le informó.

—Pues quizás es mejor que no lo hagas.

Alicia se dio la vuelta y caminó un par de pasos. Lucas corrió y se puso delante de ella.

—Alicia —dijo serio—, no seas así.

—Lucas, estoy cansada. Estoy harta de esta situación. Ya no somos unos críos y no quiero seguir jugando a este juego en el que estamos metidos —soltó de golpe—. Quiero vivir tranquila y sin comerme la cabeza cada vez que te veo.

—Ali, yo quiero estar contigo.

—Se supone que las relaciones tienen que ser más fáciles, como la que teníamos antes.

—Aquello tampoco fue fácil. Tuvimos que saltar muchos obstáculos para estar juntos —dijo Lucas, intentando convencerla.

—Pero no eran tan complicados.

—¡Joder, Alicia! ¡Eres muy bruta! —dijo ya enfadado. Su paciencia tenía un límite y lo acababa de encontrar—. ¿Es que nunca vas a ceder?

—Esta noche no.

Y dicho aquello y empapada de agua hasta en partes de su cuerpo que ni siquiera sabía que existían, se hizo a un lado y marchó hacia su cabaña. Sin correr y sin dar un paso más rápido que otro, consiguió ponerse a salvo, dejando a Lucas en medio de aquella tormenta.

Se metió en la cabaña y cerró la puerta con cuidado. Clara estaba tumbada y quizás estaba dormida, así que no quería despertarla.

—¿Todo bien? —le preguntó, mientras Alicia se quitaba la ropa empapada de agua.

—Joder, Clara. ¡Qué susto! Pensaba que estabas dormida.

—Pues casi. Ya sabes que yo cuando me tumbo, caigo desmayada en un sueño profundo —Alicia sonrió—. ¿Estás bien?

—Sí, sí. No te preocupes. Descansa —Clara asintió—. Mañana hablamos.

—Buenas noches.

En cuanto se cercioró que estaba seca, se metió en la cama para refugiarse bajo las mantas. Necesitaba entrar en calor. Estaba congelada y lo que menos le apetecía en ese momento, era coger un resfriado que la dejara en cama durante varios días.

Dio una, siete, doce, veinte... perdió la cuenta de la cantidad de vueltas que había dado en menos de media hora tumbada en la cama. Desde luego, aquélla iba a ser una noche muy larga. Se levantó y dio un par de vueltas alrededor de la cabaña, iluminada sólo por los dos apliques de luz que había en el porche. Miró por la ventana. No le entusiasmaba la lluvia, le impedía hacer muchos planes, pero le relajaba el sonido de ella al caer y rebotar contra el suelo.

Se puso algo de ropa de abrigo y salió al porche. Se sentó en uno de los escalones, refugiada de las gotas de lluvia, pero lo suficientemente cerca para poder escucharlas y observarlas mejor. Apoyó la cabeza sobre la barandilla. Cerró los ojos y suspiró.

Escuchó a lo lejos cómo los pasos de alguien chapoteaban a toda prisa por los charcos. Abrió los ojos y divisó una sombra, alta y grande.

—¿Ali? ¿Qué haces ahí? —Alberto se paró a unos metros de ella y empezó a empaparse de agua.

—No podía dormir —él dio varios pasos al frente, colocándose muy cerca de ella.

—¿Puedo? —le señaló el escalón, al lado derecho de ella. Alicia asintió y Alberto se sentó junto a la morena—. ¿Estás bien?

—Sí. Es sólo esa dichosa cama y la lluvia me relaja un poco.

—¿Así que estás intentando que el ruido de la lluvia te haga de somnífero?

—Algo así —sonrió—. ¿Qué tal la fiesta? ¿Me he perdido mucho?

—No, la verdad. Desde que te has ido, se ha vuelto un muermo.

—No me digas que soy el alma de la fiesta.

—Somos el alma de la fiesta —respondió él sonriendo.

Alicia le sonrió de vuelta.

La joven apoyó la cabeza sobre el hombro húmedo de él. Alberto apoyó su cabeza sobre la de Alicia.

—Te he echado mucho de menos durante todo el año —confesó ella.

—Creo que las copas que te has tomado no te han sentado bien y te has vuelto muy sentimental —bromeó él.

—Lo digo en serio.

—Yo también te he echado mucho de menos.

—Creo que nunca te he dicho que eres una de las personas más importantes de mi vida. Por no decir que la que más.

—Uy, ¿y Vera? Como se entere que ella no es la más, se va a enfadar
—bromeó.

—Shhh —siseó—. No tiene por qué enterarse.

—Ali, ¿estás bien? —preguntó él de repente—. ¿Qué pasa? —estaba muy desconcertado.

—Nada —levantó la cabeza y miró a los ojos a su amigo—. Que te quiero mucho.

—Y yo a ti.

Los dos se quedaron mirándose a los ojos, siendo la lluvia la única que ponía algo de ruido a aquella escena y ninguno de los dos había visto tanta sinceridad en la mirada del otro.

Alberto le retiró el mechón de pelo que caía por la cara de la joven y lo colocó detrás de su oreja para despejarle el rostro. Entonces, suspiró. Y tras aquel suspiro, se lanzó a hacer algo que desde hacía tiempo tenía ganas de hacer.

Besar a su mejor amiga.

Alicia tardó unos segundos en reaccionar, pero en seguida, se encontró siguiendo aquel beso tan inesperado. Era un beso suave, sin ser apresurado, ni forzado. Y, sorprendentemente, se sentía muy bien. Alberto colocó la mano derecha sobre la mejilla de ella y la izquierda sobre su cintura para atraerla más hacia él. Para su sorpresa, la morena no se retiró, sino que se dejó acercar y colocó sus manos sobre la de él. La barba de Alberto le arañaba un poco la barbilla y aunque era una sensación nueva y extraña, a ella le agradaba.

De pronto, un trueno que rugió ferozmente hizo que la pareja se sobresaltara y se separara. Ambos volvieron a la realidad, una en la que se percataron con quién se acababan de besar.

—Creo que... debería... irme a dormir —dijo Alicia confundida, sin ni siquiera saber qué hacer o decir.

—Sí... yo también debería.

Ambos se levantaron del escalón y se volvieron a quedar en silencio, mirándose a los ojos. Otro trueno retumbó, iluminando el campamento. Alicia dio un bote del susto.

—Buenas noches, Alberto.

—Buenas noches, Ali.

Alberto bajó los escalones y echó a andar muy despacio hacia la cabaña de al lado. No le apetecía correr, quería que la lluvia lo mojara.

Alicia se metió en la cabaña. Cerró la puerta y se apoyó en ella.

¿Qué acababa de pasar?

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