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Canción 19: Extraña

Alicia se paró delante de la puerta. Aún no sabía si había tomado una buena decisión. Quizás estaba a tiempo de darse la media vuelta y volver a casa. Pero, si se había puesto el vestido azul marino que le quedaba como un guante, había conducido hasta allí en la noche más fría de todo el año y había subido las tres plantas retocándose el maquillaje en el ascensor era por alguna razón. Sin embargo, él no sabía que estaba parada en la puerta de su casa. Se había colado en el portal cuando una señora abrió la puerta para salir del edificio. Así que la huida era muy sencilla. Cualquiera que la estuviera viendo, pensaría qué narices estaba haciendo. Quizás pensarían que estaba desubicada. Aunque lo cierto era que no se alejaban mucho de la opinión que ella tenía sobre sí misma. Y a pesar de pensar en darse la media vuelta, ahí seguía parada y su mano se levantaba para pulsar el botón del timbre.

En cambio, cuando Lucas abrió la puerta, perfectamente peinado, con una camisa blanca y unos vaqueros que le quedaban de lujo, sus dudas se vieron opacadas.

—Ali, ¿qué tal estás? —acortó la distancia que los separaba y la abrazó con fuerza—. Ya pensaba que no ibas a venir.

—Y yo —se dijo a sí misma por lo bajo. Ambos se separaron y Alicia le mostró la botella que llevaba en la mano—. He traído vino blanco —Lucas sujetó el culo de la botella con algo de miedo de que el cuello de ésta se escurriera de la mano enguantada de Alicia.

—Mi favorito —susurró, pero no lo suficientemente bajo para que ella no lo escuchara.

Era cierto.

Era su favorito.

Ella lo había cogido de la estantería del súper sin pensarlo, fue directamente a coger ese, el mismo que Vera y ella bebían los viernes por la noche. Fue Lucas quien eligió aquel vino en una de sus primeras cenas como mayores de edad. No era un experto en aquella bebida, pero supo elegirlo muy bien. Desde entonces, había comprado ese vino semana tras semana para beberlo. No fue hasta esa noche, hasta ese preciso momento, que recordó por qué desde hacía años cogía directamente ese vino de la estantería y no otro.

—Pero, pasa, pasa. Debe hacer un frío horrible en la calle —se hizo a un lado y dejó que la joven entrara.

—Si no fuera porque he pasado por delante de la Puerta de Alcalá, juraría que estamos en Siberia —Lucas se echó a reír.

—Puedes dejar el abrigo en el perchero —dijo señalándolo junto a la puerta—. Trae, dame el vino que lo pongo en hielo, aunque viene congelado —Alicia sonrió—. Ponte cómoda, voy a terminar de hacer un par de cosas y estoy contigo.

Lucas se alejó de ella y desapareció al meterse en la cocina. Alicia se quitó los guantes, la bufanda y el abrigo, el cual colgó en el perchero. Se frotó un poco las manos y miró a su alrededor.

Había estado allí millones de veces y todo parecía estar casi exactamente igual. El sofá, la mesa en la que solían cenar y que ahora estaba decorada con dos copas y un par de velas, el cuadro que compraron cuando viajaron a Oporto o la estantería.

Pero, sólo lo parecía.

Porque en lugar de fotos de ellos dos o con amigos, habían sido sustituidas por figuras o fotos con otras personas, muchas de ellas desconocidas para Alicia; algunos cuadros que decoraban la pared eran nuevos y el mantel sobre la mesa era distinto al que recordaba.

Allí se había sentido como en casa. Entraba y salía como si fuera de ella, abría la nevera como si ella misma la hubiera llenado o se tumbaba en la cama como si la hubiera comprado ella. Sin embargo, ahora tenía miedo de tocar algo, romperlo o simplemente arrugarlo.

Se sentía una extraña.

Y era raro.

Sentirse así en un lugar en el que un día lo consideró su segunda casa. Quizás casi su primera casa.

Volvió a pensar que haber aceptado la invitación de Lucas para cenar allí había sido una mala idea. Podía haberle dicho de ir a otro lugar o haber rechazado su invitación. Ni siquiera sabía por qué le había dicho que sí. Bueno, en realidad sí lo sabía. No paraba de repetir en su cabeza la última conversación que tuvo con Lucas y para qué mentir, se sentía fatal por cómo lo había tratado. Y en cierta medida le importa bastante poco cómo se ganaba la vida el rubio. Le había querido cuando era simplemente un crío sin un solo euro, ¿por qué no iba a hacerlo ahora? Pero, la cuestión era si le seguía queriendo como entonces.

—¿Te gusta? —le preguntó él en su espalda.

Alicia salió rápidamente de sus pensamientos.

—¿El qué?

—La foto —Alicia se dio cuenta de que se había quedado mirando una fotografía de la Alhambra de Granada en la que salía un grupo de personas, incluido Lucas. La morena asintió—. Nos hicimos esa foto en uno de los conciertos de Rafael. Esos son algunos de los chicos que trabajan en la producción—. Alicia miró la foto con un poco más de detenimiento.

—Es muy bonita.

—¿Cenamos? —asintió.

Lucas la llevó hasta la mesa y retiró su silla para que se sentara. Después, se fue hacía la cocina para coger los dos platos de pasta que había estado preparando toda la tarde. Estaba nervioso, demasiado quizás, y no sabía por qué. Era Alicia, su Ali. La conocía desde hacía más de media vida, había compartido mil cosas con ella, tenían confianza, cariño... ¿por qué se sentía como si fuera la primera vez que la invitaba a cenar a su casa? Cogió aire y se obligó a sí mismo a tranquilizare. Cogió los platos y se dirigió hacia el salón, en donde Alicia giraba su copa. Quizás también ella estaba nerviosa.

—¡Qué bien huele! —dijo la joven.

—Bueno, no cocino tan bien como tú, pero se hace el intento.

—No sabía que eras un cocinillas. Antes no sabías ni freír un huevo, pero, oye, esto tiene muy buena pinta —dijo cuando Lucas puso el plato sobre la mesa.

Había hecho espaguetis carbonara, sus preferidos. Al parecer, ella no era la única que no había olvidado los gustos del otro.

—Espérate a que sepan igual de bien.

—Seguro que sí.

Lucas abrió el vino y sirvió un poco en cada una de las copas. En cuanto él se sentó, en el lado que se encontraba justo a la derecha de la joven, ambos comenzaron a comer.

—¿Y?

—Estoy impresionada. Están muy buenos. La salsa carbonara está increíble —dijo sincera—. Yo no la he terminado de coger el punto. Me tendrás que pasar la receta.

—¡Qué exagerada! —sonrió—. Si te soy sincero, no sé muy bien cómo la he hecho —Lucas sonrió y seguidamente Alicia empezó a reír.

—De verdad, están muy buenos —dijo ella dando un sorbo a su copa.

—Gracias. Me plantearé abrir un restaurante, sólo con espagueti carbonara y vino blanco.

—Oh, no.

—Es cierto que con un solo plato no llegaré muy lejos, pero es el plato estrella, confía.

—No lo digo por tu plato estrella, lo digo porque trabajar en hostelería es bastante duro.

—Sí, te tiene que gustar mucho, supongo. ¿Qué tal en el catering? ¿Tenéis mucho lío?

—No, todavía. Ahora que se acercan las Navidades empieza a haber algún que otro encargo, pero en un par de semanas la lista estará llena.

—Uff. Imagino que tras el puente de diciembre le entra el pánico y las prisas a la gente —dijo Lucas.

—Sí...

—Bueno, piensa que son dos meses. Quizás un poco menos, ¿no? A finales de enero estaréis más tranquilos.

—Sí, eso sí. Buscaré algún hueco para hacer las compras de Navidad antes de que empiece todo el jaleo.

—Las compras de Navidad... —resopló Lucas, mientras se pasaba los dedos entre los mechones de su cabello rubio.

—Tú odiando ir de compras. ¡Qué raro! —se burló Alicia, quien estaba algo más relajada.

—Sobre todo las de Navidad. Demasiada gente a la que regalar y pocas ideas. Es el horror —Alicia se echó a reír—. Lo único bueno de estas fiestas es la nieve.

—¿Sigues yendo a esquiar?

—¿Quieres más vino? —Alicia asintió al comprobar que su copa estaba vacía—. Sí. En todos los puentes de diciembre me escapo a alguna estación.

—Ya —dijo ella.

Lo sabía.

Sabía la afición que él tenía por ese deporte. Algo que no compartía con él. Odiaba esquiar. Igualmente, tampoco compartía los gustos por la Navidad. Lucas la odiaba y a ella le encantaba.

—¿Te acuerdas de la vez que te viniste conmigo?

—Mira, calla. No me lo recuerdes —Lucas se empezó a reír a carcajadas.

—Qué guarrazo te metiste en la bajada. Todavía recuerdo tus gritos de terror.

—Es que iba a acojonada —dijo ella medio riéndose. Ahora le hacía gracia, pero todavía recordaba lo mal que lo pasó—. Esos esquís eran una mierda y yo otra que no sabía para dónde poner los pies —Lucas no paraba de reírse, tanto que le dolía la tripa—. No te rías —replicó entre risas—. Te juro que pensaba que me moría.

—Por favor, ¡qué bueno!

—Y tú qué, ¿eh? —Lucas se llevó el dedo índice al pecho—. Cuando montamos en globo... ¿Qué ha sido ese ruido? —preguntó al escuchar un pitido.

—Será la alarma del vecino. Nunca se acuerda del pin —la morena se encogió de hombros.

—Sólo a ti se te ocurrió reservar un paseo en globo teniendo miedo a las alturas.

—¡Qué mareo! Menudo viaje.

—Nunca mejor dicho —rio Alicia.

—Pero a ti te hacía mucha ilusión y yo quería que tú cumplieras todos tus sueños.

Lucas se acercó a ella, aproximándose demasiado a sus labios. Le retiró un mechón de su pelo y lo colocó detrás de su oreja.

—Lucas, yo... ¿Qué es ese olor?

—¿Umm?

—Lucas, algo se está quemando —Lucas se quedó quieto, como recopilando información.

—¡Hostia! ¡El bizcocho!

El rubio se levantó tan bruscamente que tiró la silla de golpe contra el suelo. Salió corriendo derecho a la cocina y Alicia salió tras él. La cocina era prácticamente invisible a sus ojos, pues el humo que la invadía la había tapado por completo.

—¿Lleva todo este tiempo dentro del horno?

—Más de lo que imaginas.

Lucas estaba muy nervioso. Tanto que no atinaba a reaccionar, a hacer algo más que sacudir el humo con los brazos. Sin embargo, Alicia no parecía tan nerviosa. Quizás porque el horno era su más fiel compañero, aunque no siempre lo había sido. Le había traicionado en más de una ocasión cuando empezó a hacer pasteles, así que había vivido esa situación más de una vez.

—Pásame unos guantes —le ordenó, pero él no parecía escucharla—. Lucas, reacciona. Necesito unos guantes para abrir el horno y no quemarme —el joven asintió.

Le pasó rápidamente los guantes que había sobre la encimera y Alicia se los puso. Ella abrió el horno con cuidado y se retiró fugazmente para no tragarse de golpe todo el humo que salió de su interior.

—¡Fuego! —gritó Lucas con los ojos muy abiertos, al ver una pequeña llama sobre su bizcocho ennegrecido.

—¡Dame un trapo!

Alicia puso de golpe la bandeja del bizcocho sobre el fregadero y en cuanto él le tendió un trapo, ella lo extendió sobre el bizcocho. Pasados unos segundos, lo retiró con cuidado para comprobar que se había apagado el fuego por completo. Lucas al ver que estaban fuera de peligro, cayó en la cuenta de que su cocina tenía una ventana, así que se acercó a ella y la abrió para que todo el humo que se había acumulado se fuera hacia el frío exterior.

Los dos se miraron a los ojos, quietos, sin ni siquiera pestañear. Ambos, asimilando lo que acababa de ocurrir. Y justo entonces, Alicia se echó a reír a carcajadas. Lucas no pudo evitar seguirla y reírse al mismo tiempo. Ninguno de los dos podía parar. Las lágrimas empezaron a desbordarse de sus ojos y les dolía la tripa de tanto reír. Sin darse cuenta, acabaron los dos sentados en el suelo, apoyados sobre el mueble de la cocina.

—Creo que en Masterchef se están peleando por cogerme —dijo Lucas muerto de risa—. Quizás en tu catering hay un hueco para mí.

—Ay, calla —Alicia no podía casi ni hablar.

Las risas fueron descendiendo poco a poco hasta que se halló el silencio en la casa y sólo se escuchaban sus respiraciones. También se percibía el olor a quemado y a humo, pero ninguno de los dos prestó atención a ello. Sólo prestaban atención a los ojos del otro. Ninguno podía apartar la mirada y sus corazones latían con fuerza. Quizás por la adrenalina del susto, quizás por la presencia del otro, quizás por lo cerca que estaban, quizás...

Y sin dudar un instante más, Lucas apresó sus labios con los suyos. Empezó siendo un beso dulce y suave, como si quisieran disfrutar cada segundo de los labios del otro. Lucas colocó la palma de su mano sobre la mejilla de Alicia para sentirla más cerca. Poco a poco el beso se fue volviendo más intenso, más desesperado. La lengua de Alicia se abrió paso sobre la del rubio y ambas lenguas empezaron a jugar entre sí. Lucas se fue inclinando hacia la joven hasta que ella quedó completamente tumbada en el suelo y él sobre ella. Coló su mano por debajo de la falda del vestido de Alicia dejándose llevar por completo. Pero, justo entonces, la razón de la morena volvió en sí y fue consciente de que estaba a punto de tirarse a Lucas sobre el suelo de su cocina ahumada.

—Lucas, espera —dijo separándolo un poco al situar su mano sobre su pecho.

Él paró en ese preciso momento y la miró a los ojos. Su respiración estaba agitada y deseaba seguir saboreándola, pero se separó de la joven y se sentó en el mismo lugar donde había estado sentado hacía unos segundos atrás. Dobló la pierna y apoyó su brazo sobre la rodilla, mientras se pasaba la mano por el pelo.

Alicia lo observaba cuidadosamente. Quería intentar descifrar si estaba enfadado o sólo decepcionado con ella. Suspiró y decidió explicarle por qué lo había frenado.

—Lucas, yo no sé... —no sabía muy bien qué decir. Suspiró de nuevo.

—¿Es por Nuria? Porque si es por ella, la voy a dejar.

—Lucas...

—Ya lo he decidido. No quiero estar con ella, quiero estar contigo —dijo mientras se aproximaba a ella otra vez, con la esperanza de que esta vez no le apartara. Sin embargo, la mirada de Alicia lo frenó.

—Pero yo estoy confusa —sentenció—. No... no sé —resopló y se tapó la cara con las manos—. No sé cómo me siento. Ya no somos aquellos niños que se enamoraron ciegamente. Hace tres años te quería con locura, pero ahora ha pasado el tiempo y no sé si siento lo mismo o no. Necesito aclararme y saber qué siento. Quiero ir más despacio.

Lucas se quedó callado, con la mirada fija en la pared, procesando todo lo que estaba escuchando. Alicia lo observaba esperando a que él dijera algo, pero él no se movía.

—Debería irme —se levantó del suelo y lo miró una vez más desde arriba. Se agachó y se puso en cuclillas frente a él, mirándolo a los ojos—. Lo siento —le dio un efímero beso en los labios.

Y dichas aquellas últimas palabras, se levantó y se fue hacía la entrada. Cogió todas sus cosas, dispuesta a ponérselas en el ascensor, y cerró la puerta de aquella casa en la que todavía guardaba demasiados recuerdos.


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