Canción 12: El arte de sobrevivir
Alicia releyó los mensajes una vez más.
Puede que aquélla fuera la vigésima vez que los revisaba, puede que fueran más. Había perdido la cuenta de la cantidad de ocasiones que había abierto el WhatsApp para dar una respuesta. La razón no era otra que su incapacidad de tomar una decisión.
Hacía ya unas semanas desde que Darío había creado un grupo con todos sus amigos del campamento (puede que llamarlos así fuera demasiado, quizás conocidos cercanos era más apropiado) para invitarlos a una exposición de fotografía. No era una cualquiera. Era la primera vez que Darío iba a exponer alguna de sus fotografías en una galería y Alicia comprendía que el joven quisiera a todos sus amigos, conocidos y familiares en aquel momento tan importante para él. Irene y Jesús habían confirmado su asistencia a los quince minutos de recibir el mensaje y Clara y Raúl se disculparon por no poder asistir porque se iban de viaje a Viena. Alberto contestó que, si no tenía ningún evento, iría encantado, aunque en realidad había puesto a la empresa de excusa hasta que convenciera a Alicia de ir.
Sólo quedaban dos personas por responder.
Lucas y ella.
Alicia tenía claro que Lucas no respondería en el grupo. Era muy buen amigo de Darío y ya le habría dado una respuesta en persona. Posiblemente, una afirmativa. Pues, ¿cómo iba a faltar a un evento tan importante de un buen amigo suyo? Sin embargo, había pequeña posibilidad de que no fuera. Quizás tenía otro compromiso, un viaje... ¡Qué sabía ella!
Así que, sólo quedaba ella por responder.
Alberto le había insistido múltiples veces para que fueran, pero ella se mostraba reacia a ir. No sabía si estaba mentalmente preparada para volver a ver a Lucas después de lo que había pasado la última vez que se vieron. Quizás, simplemente no le apetecía verle la cara y volver a pensar en la cantidad de canciones que él le había compuesto y que no paraba de escuchar.
Sin embargo, en el momento en el que Darío le mandó un mensaje privado con su invitación, supo que debía darle una respuesta. Principalmente, porque el evento era esa misma noche y Darío merecía una respuesta, aunque fuera una negativa a su invitación.
Tomó un sorbo del café que se había comprado en Starbucks en su descanso. Estaba medio frío y, acostumbrada a que se lo dieran achicharrando, supo, sin mirar el reloj, que el tiempo de su descanso había acabado hacía un buen rato.
"Siento no haberte respondido antes, pero no tenía muy claro si podía asistir a tu exposición", comenzó a escribir, sin ni siquiera saber qué más poner. "Pero al final me es imposible ir" o "pero al final lo tengo libre. Allí nos vemos".
Resopló.
Si Lucas no hubiera reaparecido en su vida, tendría la respuesta muy clara. Aunque era evidente que no habría sido invitada a ese evento de no haber sido por el reencuentro en el funeral de Manu. Así que quizás no tenía que haber asistido al funeral, así su vida sería mucho más sencilla.
De repente, recibió un nuevo mensaje de WhatsApp. Alberto le preguntaba, por no se sabe cuál vez y por última, si iban a ir a la exposición, pues no pensaba ir si no era con ella. Según él, no pintaba nada en medio de Irene, Jesús y Lucas. Abrió el chat privado con él, ignorando los mensajes del grupo y los otros tantos que tenía de Lucas sin abrir y por supuesto, leídos de extranjis.
La pantalla se puso en negro y saltó la melodía de llamada, sin que pudiera contestar a Alberto. Al parecer, él prefería tener una respuesta en vivo.
—¿Qué quieres, pesado?
—Que me digas si me tengo que cambiar para esta noche o me tiro en el sofá de casa según entre por la puerta.
—Sabes que tu madre no va a dejar que te sientes en el sofá, tendrá veinte mil cosas para que hagas —dijo molestándolo.
—Eso me recuerda lo mucho que me urge buscar un piso... En fin, ¿vamos o no?
—Creo que me retiro. Estoy reventada del trabajo y todavía no he terminado.
—Cobarde.
—No soy una cobarde —Alberto empezó a cacarear como si fuera una gallina—. No me apetece y punto.
—Venga, anda, Ali. Lo vamos a pasar bien.
—Uff...
—Al menos apiádate entonces de tu amigo y no me dejes volver a casa para que mi madre me torture con sus cotilleos de señora mayor.
—Pero, ¿tú por qué quieres ir tanto a la exposición? ¿Regalan algo? Que tú eres mucho de coger todo lo gratis que te ofrecen.
—Joder, Ali menuda idea de rata tienes de mí... Y no, no es por nada de eso. Es sólo que me parece un plan chulo y me apetece salir, pasarlo bien. No quiero volver a casa a ver telenovelas.
Alicia se echó a reír a carcajadas.
—Vengaaaaa.
—Eres muy pesado.
—Lo sé.
—Está bien. Vamos.
—Olee. Te paso a buscar a casa y vamos en la moto.
—Vale, te veo luego.
—Chao, canija.
Alicia colgó el teléfono y se metió en la conversación de Darío para terminar el mensaje que se había quedado a medio escribir.
Siento no haberte respondido antes,
pero no tenía muy claro si podía asistir
a tu exposición. Al final lo tengo libre.
Allí nos vemos.
Para variar, Alberto llegó tarde. Alicia sabía que su amigo siempre era impuntual, por lo que tampoco se esforzó demasiado en correr para arreglarse y bajar al portal. Montada en la moto de Alberto, se alegró demasiado de llevar los pantalones de vestir, algo que también agradecía su cuerpo, ya que el frío que hacía aquella noche no era normal. Alicia se preguntaba todos los años por qué el invierno empezaba en diciembre y no en noviembre. Y, a pesar de que aún quedaban un par de días para que llegara el undécimo mes del año, el típico frío seco de Madrid se podía colar en cada uno de sus huesos.
Ambos entraron en la galería de arte frotándose las manos para encontrar algo de calor, incluido Alberto, que, a pesar de haber llevado guantes de cuero, casi no sentía los dedos de sus manos. Por lo menos, allí, rodeados de tanta gente, entrarían en calor con rapidez. Dejaron los abrigos en el ropero y caminaron por la primera sala, intentando encontrar a una cara conocida.
—Te imaginas que al final sólo hemos venido los dos —bromeó Alberto al no ver a ninguno de sus amigos.
—Ojalá —susurró Alicia, pues eso significaría no tener que ver a Lucas.
—¡Mira! Ahí está la cabeza blanca de Jesús.
—¡Castillo! —gritó Jesús, saludando con la mano a Alberto.
Los dos caminaron hasta él, quien estaba al lado de Irene.
—Menos mal que uno de los dos es alto y me has visto, porque si no, os habríamos estado buscando durante horas —bromeó Alberto para picar a Alicia.
Sin embargo, la joven no rio, puede que ni siquiera escuchara la broma de su amigo, sino que palideció.
Lucas estaba allí, como era de esperar, pero no estaba solo. A su lado, cogida de su mano, había una chica. Alicia imaginó que era la tal Nuria que Lucas le mencionó. Y aunque en su cabeza se la imaginó joven, no pensaba que lo fuera tanto. Debía tener unos veintidós años, su cara reflejaba esa edad. No tenía ni una arruga, con una piel tan lisa que, por un efímero instante, Alicia tuvo el impulso de acariciar la mejilla de la joven, para comprobar si era tan suave como lucía. Su pelo negro, casi tan oscuro como el de Alicia, estaba recogido en una coleta, dejando que destacara su flequillo recto. Alicia se acordó cuando ella pasó por esa época y lo pronto que se cansó del dichoso flequillo recto. Madre mía, se sentía como una señora mayor. Quizás lo fuera al lado de esa chica. Aunque quizás no era la única que se sentía así, pues a sus veintiocho años, ella era la más joven del grupo, a excepción de la tal Nuria, por supuesto.
—¡Ali! ¡Niña! ¿Qué tal estás? —le saludó Jesús haciendo que saliera de sus pensamientos.
—Bien, sin parar de trabajar. Este año hay muchas bodas en esta época.
—Así que estás de curro hasta arriba —Alicia asintió. Miró a Irene, intentando ignorar a Lucas y le saludó.
—Irene, ¿qué tal todo? —le saludó de forma cordial. Nunca habían sido grandes amigas, pero tenían una relación cordial.
—Bien, estoy ahora trabajando en un teatro, así que bien. Bueno, él es mi novio, Luis.
—Encantada —dijo Alicia.
—Y él es mi amor, mi luz, mi sol y mi precioso novio, José —dijo Jesús, presentando a su guapo novio, quien traía un par de copas—. Gracias, amor.
—¿Y tú qué Luquitas? ¿No nos vas a presentar? —preguntó Alberto a bocajarro.
—Oh, sí. Ella es Nuria, mi novia. Ellos son Cast... Alberto, Irene, Jesús y Alicia, son los amigos del campamento de los que te he hablado.
—Encantada —sonrió. Ni siquiera tenía arrugas al sonreír.
—¿Y a qué te dedicas? —preguntó Jesús.
—Estoy estudiando marketing en la uni —confesó—. Termino este año.
—Oh, ¡qué guay!
—Estoy haciendo prácticas en la discográfica en la que trabaja Lucas. Espero que me contraten allí.
—Oh, entonces os conocisteis allí, ¿no? —preguntó Irene.
Alicia decidió desconectar su mente. Ya sabía cómo se habían conocido y no necesitaba más detalles de los que ya conocía. Quizás aquella chica era maja y habrían sido buenas amigas si la hubiera conocido en otro contexto. Concretamente, si no fuera la novia de Lucas. Sin embargo, todo en ella le chirriaba demasiado. Su cara, sus gestos, su tono de voz, su ropa... Por esa razón, fijó toda su atención en la fotografía que había de frente suya y justo detrás de Jesús e Irene.
Era un paisaje.
Había viajado siempre que tenía la oportunidad de hacerlo, pero aquel lugar era desconocido para ella. Para su autor estaba claro que no. Era una foto que reflejaba algo especial, quizás cercanía. Era algo que sólo una persona que conociera en profundidad aquella ciudad sabía que ese lugar tenía encanto y lo reflejaba muy bien. Al fondo, observó que había un banco, con dos sombras, que parecían ser dos personas mayores. ¿Eso era lo que ella quería?
Sí y no.
Sí quería encontrar a alguien con quien permanecer sentada en un banco, hablando de lo maravillosa que habían sido sus vidas, pero tampoco era algo que la comiera por dentro. Si su destino era vivir sola, no se moriría por ello. Estaba rodeada de gente maravillosa que la quería, se sentía querida y no necesitaba a un hombre para sentirse llena.
—¿Te gusta la foto? —dijo alguien en su espalda. Se sobresaltó al escuchar aquella voz.
—¡Darío! ¡Qué susto me has dado! —se giró y le dio un fuerte abrazo—. ¡Qué guapo estás! —no estaba acostumbra a verlo trajeado, pero, junto con el funeral, aquélla era la segunda vez que lo veía tan elegante.
—Gracias. Tú también. ¿Te gusta?
—¿El qué?
—La fotografía.
—Oh, sí. Es muy bonita. Aunque no sé muy bien dónde es.
—Marsella.
—Joder, lo has dicho sin pensar. ¿Cómo lo has sabido? —preguntó sorprendida.
—Porque yo hice la foto.
—¿Eres el autor de esta foto? —asintió—. Pues es muy buena.
—Gracias. ¿Has podido ver el resto? —Alicia negó.
—No, hemos llegado hace un rato.
—Pues cuando lo veas todo, me comentas qué te parece —Alicia asintió.
—¡Pero, bueno, Darío! ¿Cuándo nos vas a hacer una foto como estas?
—Cuando me paguéis.
—Somos tus amigos...
—Cuando me paguéis —repitió.
—¡Qué sinvergüenza!
Alicia no pudo evitar reír con sus amigos. Se incorporó de nuevo a la conversación, que, afortunadamente, ya no giraba en torno a Lucas y a su novia. El primero no paraba de mirarla. Se sentía incómoda. No es que no le gustara que la mirara, en otra época se hubiera derretido de amor al sentir aquella mirada que Lucas posaba sobre ella, pero en ese momento, sí la molestaba. Joder, lo hacía delante de su novia y, sobre todo, la última conversación que tuvieron y la cantidad de mensajes que ella no le había respondido le hacía sentir incómoda.
—Darío, ¿me enseñas alguna fotografía más? —le dijo agarrándolo del brazo. Suplicó hacia sus adentros para que él le dijera que sí y se la llevara de allí.
—¿Mías o de otros fotógrafos?
—Tuyas, por supuesto.
—Pues claro. ¿Venís? —los demás asintieron.
Era obvio que el resto los siguieran, pero ése no era el propósito de Alicia, se quería alejar de allí y dejar de sentir la mirada de Lucas clavada en su nuca. Aun así, decidió centrarse en las explicaciones que Darío daba acerca de sus imágenes.
En un momento del tour que les estaba haciendo el moreno, Alicia echó la vista atrás para buscar la mirada de Alberto. Sin embargo, por más que miró detrás de sus amigos y hacia los lados, no conseguía divisarlo. ¿Dónde se había metido? La había llevado hasta allí y había desaparecido, dejándola sola. Seguro que había encontrado a alguna chica guapa y estaría ligando con ella. Aun así, quería encontrar a su amigo. Se dio la vuelta para alejarse del grupo y buscarlo.
—Alicia, espera —dijo Lucas siguiéndola.
—Lucas, ¿qué quieres? —respondió ella con un tono cansado.
—Te he escrito varios mensajes.
—Ya lo sé.
—¿Por qué no me has respondido?
—Porque no me apetece. No me apetece seguir tu juego.
—¿Qué juego?
—En el que tú me escribes canciones y yo debería... ¿responderte? La verdad no sé muy bien a qué juegas. Vienes aquí con tu novia y quieres que yo haga, ¿el qué? ¿Agradecerte todas esas canciones?
—No, claro que no. Pero me gustaría que nos sentáramos un día, los dos solos y habláramos de lo nuestro.
—¿Lo nuestro? Lucas, lo nuestro acabó hace tres años.
—Ya, ¿y?
—Que no tiene sentido.
—Para mí sí, siento que te debo una gran explicación. Hay cosas que tú no sabes... —Alicia levantó una ceja, incrédula ante sus palabras. Sabía todo lo que tenía que saber—. Al menos piénsalo —insistió—. Y si te apetece, me llamas y tomamos un café. Sólo eso.
—Está bien, lo pensaré —respondió para que la dejara tranquila, sabiendo que no le llamaría, y se alejó de él.
Mientras buscaba a Alberto, su cabeza no paraba de darle vueltas a miles de ideas y suposiciones que ella sola se estaba colocando. Empezaba a estar enfadada, quizás más bien frustrada. Frustrada por Lucas, por sus canciones y por Alberto. ¿Dónde coño se había metido el maldito Alberto? ¿Es que se lo había tragado la tierra?
Entró en una sala que estaba bastante oscura. Sólo la iluminaban las luces de colores que había en una pantalla, los cuales se reflejaban en los espejos que había colocados en el resto de paredes, consiguiendo un efecto bastante espectacular. Allí, no parecía haber nadie. Hasta que divisó una sombra sentada en el suelo. Aquella silueta la reconocía muy bien, sin duda era Alberto.
—¿Qué haces aquí aislado del mundo?
—Pues que me he puesto unos zapatos nuevos y me está matando la rozadura que tengo en los pies.
—¿Y no has podido sentarte en un banco, genio? —preguntó Alicia mientras se sentaba a su lado y apoyaba la cabeza sobre la pared.
—¿Has encontrado algún banco donde sentarte en toda la exposición, genia? —Alicia negó con la cabeza—. Pues como aquí no había nadie, he dicho "a la mierda, aquí me siento". Además, quitando cuatro fotos, la exposición es una mierda —Alicia se echó a reír.
Desde luego, toda la elegancia, que tenía siendo director de una empresa, se esfumaba cuando salía a relucir la maravillosa personalidad de su amigo.
—¿O me vas a decir que te está encantando?
—No —respondió Alicia—. Me hacía la interesante por el pobre Darío —dijo apoyando la cabeza sobre el hombro de su amigo. Los dos se echaron a reír.
—Somos un cuadro.
—Siempre lo hemos sido.
Los dos se quedaron en silencio, observando las luces y colores que llenaban la sala.
—Al menos esta sala es bonita.
—¿Nos vamos de aquí? —dijo Alberto de repente.
—Llevo una hora esperando a que me hagas esa pregunta.
Alberto se levantó del suelo y tendió la mano a Alicia para que se levantara.
—Vamos, te invito a cenar.
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