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[✎] Twisted | WhyShipping

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Pareja: WhyShipping - Whi-Two & Yvonne.

Canción: Twisted - Twisted: The Untold Story of a Royal Vizier.

https://youtu.be/qEd9igQHf1Q

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Érase una vez, una joven que caminaba por el norte de un reino, donde las calles recubiertas de la tostada arena parecían pavimentadas de oro. Soplaba una suave brisa que mecía su cabello castaño y el frío de la noche hacía que su piel estuviera erizada, pero la chica no se detuvo, se aferraba con fuerza a su macuto mientras se guiaba por ese mapa en el que sus enrevesadas notas la guiaban. Era todo lo que tenía y a lo que podía aferrarse. Estuvo paseando un rato bajo las titilantes estrellas, hasta que encontró una vieja taberna abandonada, telas brocadas y vasijas pintadas con hermosas decoraciones, parecía un lugar acogedor y aislado a pesar del malestar del abandono, así que la muchacha se dispuso a entrar a su interior. Era una estancia oscura, donde a las plantas marchitas no les alcanzaba la luz ni de la Luna ni de las estrellas, y esa muchacha que buscaba refugio, no sabía que dicha luz nunca les alcanzaría pues pronto el sultán mandaría quemar ese lugar como si hubiera sabido que ella había estado allí.

     De haberlo sabido nada cambiaría. Así que con paciencia hizo un círculo de sal, sacó el candelabro de plata que llevaba en su bolsa colocándolo en el centro de este y dispuso unas pequeñas velas alrededor. Tras eso, juntaría sus manos, entrelazando sus propios dedos, cerraría los ojos para que de sus labios salieran unos suaves rezos y con ellos las llamas de las velas se intensificaron quemando el polvo, la arena y la tristeza de la taberna. El fuego se levantaría hasta acariciar el techo y cuando ella abrió los ojos, esas llamas se difuminaron en la figura traslúcida de un joven de rostro hermoso.

      —Buenas noches. Estoy aquí por su historia, si no es molestia me gustaría escucharla.

      —¿Cuál es tu nombre? ¿Y por qué te interesa?

      —Mi nombre es Whi-Two—contestó con una sonrisa tímida—, y soy un simple cuentacuentos que quiere saber la verdad de las historias.

      Le costó decir esos últimos vocablos como si fueran una verdad que no pudiera creerse. Al escuchar eso el joven abrió sus ojos de rubí, viendo el inconfundible brillo de la magia en los ojos de la contraria. Nostálgico, con una leve sonrisa apareciendo en sus labios y pasó la mano por su cabello mostrando la profunda cicatriz que surcaba su frente. Tomó el candelabro y comenzó a narrar un triste cuento que acabó en tragedia; el de un hombre que amó a otro, otro al que todo el mundo denominaba como una bestia. Y una bestia sin corazón no puede amar a un humano y un humano no puede amar a una bestia. Noches de llanto sin consuelo, tardes encerrados entre libros y tazas cantarinas, rodeadas de la magia que sería la sentencia de ambos amantes... era una historia que, desde que comenzó a ser contada, Whi-Two supo que no tendría un final feliz.

     —Lack-Two, era su nombre, era un hombre lycanroc y, bueno—bajó la vista al suelo con una sonrisa triste adornando sus mejillas—, él me mató y yo...

     Mirando el candelabro y probablemente reviviendo recuerdos que Whi-Two nunca podría comprender, ese joven de bello rostro y cabellos azabaches rompió a llorar. Su voz al decir su nombre estaba cargado de cariño a la par que dolor, hasta que se quebró incapaz de continuar.

     —Pero nadie cuenta esa historia, sobre todo cuando la realidad es que nos obligaron a llegar a esa situación. Es mejor endulzarla y negar que todos los protagonistas del cuento cometieron un grave error, mejor dicho, es mejor negar, que todo el mundo cometió un error.

     —Gracias por contarme su historia. Contaré su cuento, para que no fuera en vano su vida.

     —No lo hagas querida—dijo mientras acariciaba el rostro de Whi-Two con una sonrisa—. Ya soy un cuento pasado a la historia, una historia que perdió cualquier intriga. Se negarán a creer que la verdad es la mía. Y de todos modos me basta con haber sido escuchado, has sido, sin duda, lo que no pude tener cuando vivía.

     —¿Puede decirme su nombre?

     —Ruby.

     Whi-Two desplegó los labios, deseando hacerle más preguntas, había tantas cosas que le faltaban para poder completar la historia y poder narrar la verdad como era debida... pero con un fuerte brillo que intensificó y apagó todas las velas al mismo tiempo, Ruby se fue. Ruby quiso que su historia fuera olvidada y, aunque Whi-Two no quisiera, pasó a ser un cuento que jamás se contaría.

     Nada más triste se le antojaba a Whi-Two que los cuentos que nunca serían leídos, quizás por eso era una cuentacuentos.

     Tras los acontecimientos, Whi-Two se marcharía en esa noche repleta de estrellas en busca de más cuentos e historias que entre mentiras se perdían, triste, apática, pero decidida. Había decidido utilizar el don que la vida le había otorgado—la magia que chisporroteaba entre sus venas—, para poder hacer que personas que ya no disfrutaban de la vida pudieran descansar en paz. Era un trabajo arduo y lleno de fracasos, debía conocer sobre diferentes culturas, religiones e incluso de comidas, tenía que aprender idiomas y narrar las historias lo mejor que podía, pero justo esa complicación era lo que hacía que la insegura y temblorosa joven no se rindiera. Sin embargo, a veces ella no podía evitar pensar, ¿de verdad ella era una cuentacuentos? ¿De verdad merecía ser llamada como tal?

     Fue de este modo cuando una mañana, en busca de conocimiento y descubriendo que la taberna abandonada en la que estuvo ahora solo había un remolino de cenizas, que la joven curiosa llegó al mercado, bajo el Sol asfixiante del mediodía. Allí, alumbrada por el Sol con el sudor goteando por su frente, se encontró con una joven rubia que cantaba historias mientras sus palabras danzaban al son de una melodía. Whi-Two se adentró entre el tumulto de gente, aferrándose con fuerza a su macuto y mirando, hipnotizada como los dedos de la rubia tamborileaban por el qanun.

     —La bestia, oh, la cruel bestia sin corazón, ante la belleza de ese amable rostro estaba perdiendo la razón. Veinte lunas pasarían, veinte noches de pasión, perdidos en una biblioteca, viendo los pétalos de rosa marchitarse en el salón...

     Su voz, algo grave pero suave, fue ganando intensidad, mientras las notas comenzaban a acelerarse creando una tensión y expectación que hacía que los espectadores contuvieran el aliento. Los instrumentos de viento enmudecieron y durante un segundo el corazón de Whi-Two se aceleró. La elección de sus siguientes palabras, que continuaban con esa triste historia hicieron que Whi-Two se encogiera en el sitio. La belleza de sus versos y sus melodías no tenían comparación, y, sin embargo, si no se dejaba embaucar por la belleza de esa música, podía entender que lo que contaba era una mentira sobre el lycanroc feroz. Pero, ¿cómo ella, una simple cuentacuentos, iba a competir con la hermosura de sus palabras? Whi-Two hablaba de manera torpe y consideraba que narraba del mismo modo, no tenía la fluidez de esa mujer, no podía comparar el talento o la armonía de sus palabras con la simpleza de las suyas. ¿Cómo, entonces, iba a conseguir contar bien la historia de Ruby si la apócrifa versión sonaba así de bien?

     Estaba podrida de envidia, pero más de la tristeza que el pensamiento de no valer llevaba instalando durante años en su corazón. Sin embargo, Whi-Two negó con la cabeza, no queriéndose dejarse detener, así que, temblorosa, notando que en su garganta aparecía un nudo y que las palabras no quería salir, se abrazó con más fuerza a su macuto y dio varios pasos al frente hasta quedar fuera del tumulto de gente y el bailar de los dedos de la rubia se detuvo, mirándola.

      —L-la historia no pasó así. Estás contando una mentira, señora cuentacuentos—añadió eso último, con un hilo de voz quebrada.

      —¿Perdona?

      —L-la bestia no era una bestia ni tampoco pudo tener un final feliz.

      A pesar de que su voz temblaba, Whi-Two había hablado con un ímpetu que hizo que la rubia ladeara la cabeza. Susodicha, posó una mano en su pecho ofendida para luego con una fuerte carcajada y mirarla de arriba abajo con la curiosidad tintineando en su gris mirar. La chica rubia se puso en pie, dejando su instrumento con cuidado en el suelo y posó las manos en su cadera. Era más alta, lo que hizo que Whi-Two sintiera que empequeñecía en el sitio ante esa sonrisa socarrona. Al ver ese gesto aterrorizado, la cuentacuentos alzó una ceja y pareció confusa durante unos segundos en los que esa sonrisa se trasformó en una mueca compasiva.

      —¿Y tú quién eres, si puede saberse?—Alzó las manos en son de paz, queriendo mostrar que no era una pregunta hostil sino curiosa—. Me intriga la identidad de la persona que osa llevarle la contraria a una historia vieja, que pasó de boca a boca durante años y que fue contada día tras día.

      —Soy Whi-Two—contestó con un titubeo—. C-cuento el lado de las historias que nadie quiere ver, aunque sean historias sepultadas por una versión impía. Me gusta narrar lo que los cuentos que las historias contadas por gente cómo tú ocultan.

     —Encantada, pues, Whi-Two, mi nombre es Yvonne—dijo, y le tendió una mano—. Pero creo que deberías saber, chica, que narro estos cuentos para el mismísimo sultán y no creo que a este le guste escuchar que los propios cuentos que él me manda cantar son mentira.

     Era una recomendación sincera, que hasta sonaba como un consejo maternal, ante el cual Whi-Two, totalmente intimidada se limitaría a asentir con delicadeza. Mas, y nadie podía negarlo, sonaba a amenaza, así que en cuanto escuchó sus palabras Whi-Two se dio la vuelta e hizo el amago de irse, pero Yvonne la detuvo.

      —Hey, pero eso no resuelve mi curiosidad. Me intriga saber cuál es esa historia que mencionas. Y supongo que mi público está igual de curioso que yo—hizo un delicado gesto de mano, señalando a la marabunta que cuchicheaba—, compañera cuentacuentos, ¿te animas a narrarnos la historia?

     Yvonne esperó a que Whi-Two se acercara con la firmeza con la que la confrontó antes, pero al tener todos los ojos del público en ella posados, la joven que alegaba cazar cuentos comprobó que su visión se volvía borrosa y que probablemente sus bellos orbes azules se estaban acristalando. «¿Por qué tengo que ser así? Solo te está hablando» se reprendió a sí misma. Pero por mucho que quisiera tranquilizarse, su cerebro ya la estaba envenenando por lo que, temblorosa, roja de vergüenza y disculpándose sin ningún ápice de la valentía mostrada, salió corriendo del lugar dejando a Yvonne con una expresión totalmente aturdida. La cuentacuentos del sultán quiso correr tras ella, pero su mirada se posó en los guardias y el sultán que caminaba calle abajo hacia ella, así que, con un suspiro, se limitó a tomar su qanun de vuelta.

     Le costaba concebir que la historia que cantaba no tenía un final feliz.

     Mientras Whi-Two corría de vuelta a la quemada taberna viendo la imagen desoladora que ahora le daba la bienvenida por culpa de los rastros de sus actos de brujería, Yvonne comenzó a cosquillear las cuerdas de su qanun haciendo que ahora, la misma triste melodía, invadiera las calles. Aunque si era sincera, había aparecido un pequeño resquemor que rasgaba las notas agudas y que arrastraba las graves, en su canción había surgido un pequeño atisbo de culpa al pensar que, tal vez, estaba contando mentiras. Una persona que hablaba con la vehemencia de Whi-Two no diría una afirmación así sin sentido, razonó Yvonne, mientras sus dedos tamborileaban en un par de notas desafinadas. Así pues, entretanto Whi-Two se resguardaba en la ceniza, temblorosa, aterrada de todo pero más de sí misma, Yvonne se puso en pie, cargando el instrumento en sus brazos y comenzó a recorrer las calles doradas del reino incluso por los recovecos más recónditos y menos transitados.

     Sin éxito, cayó la noche y con ella se alzaron las estrellas, Yvonne supuso que nunca volvería a ver a esa viajera así que no se preocupó más por ella—o de eso se quiso convencer, para continuar con sus cuentos sin remordimientos—. Sin embargo, la mañana siguiente, pidió permiso para tener el día libre, el sol se había escondido y los nubarrones cubrían el cielo mostrando que no era un buen día en el que contar cuentos. Se fue de palacio ante la atenta y severa mirada del sultán y su visir. Así que aprovechó que el viento sacudía su cabello, refrescando el calor sofocante al que se veían sometidos todos los días, y volvió a emprender su viaje de recorrer el reino. Cuando ya estaba agotada, muerta de sed y deseosa de volver a su alcoba en el palacio, encontró una vieja taberna, al final de camino, su letrero estaba ennegrecido por las llamas, y se notaba que habían roto las vasijas por los pedazos de arte que adornaban la entrada. Curiosa, sintiendo que algo venía de ese lugar como un canto de sirena, posó la mano en la pesada puerta y empujó. Cuando el chirrido de las bisagras retumbó por el lugar, Whi-Two alzó la cabeza y miró confundida a Yvonne, quien, en cierto modo, también la observaba con la misma confusión. Whi-Two se incorporó de golpe, recogiendo las mantas del suelo y sacudió la ceniza que se quedó pegada a su ropa.

     —¿Qué haces aquí?—preguntó curiosa Yvonne.

     —E-estaba... descansando.

     Yvonne recorrió la estancia con la mirada, preocupada.

     —¿Y tú? ¿Qué haces aquí?—se atrevió a preguntar la otra muchacha.

     —Mera coincidencia, pero ya que te veo... tal vez sea osado de mi parte pedirlo pero—hizo una pausa y cerró la puerta tras ella—, ¿me contarías un cuento? Cualquier cuento de esos que dices que son la verdad que las versiones de mis cuentos ocultan me vale, por favor.

     Whi-Two abrió los ojos sorprendida al escuchar eso.

     —No soy muy buena contando cuentos, y ayer no debería haberte interrumpido de ese modo. De verdad que lo siento.

     Yvonne negó con la cabeza, se acercó a Whi-Two dejando su instrumento de lado y se sentó junto a ella, mirándole a los ojos, repitió su petición haciendo que Whi-Two bajara la vista al suelo. Era la primera persona que quería escuchar una de sus historias, así que, algo nerviosa, y más emocionada de lo que quería admitir o de lo que podía disimular, dio unas palmaditas en el suelo, sobre la manta que estaba extendiendo e Yvonne se sentó ahí, obediente. La chica de cabello castaño desapareció durante unos instantes y volvió con un cuaderno de cuero arañado. Encendió de vuelta las velas del lugar, que se habían apagado debido a los fuertes soplidos del viento que se colaban entre la destartalada madera.

     —¿Y bien?

     Whi-Two jugó con su cabello nerviosa.

     —¿Qué verdad tan horrible desentrañarás ahora, señorita cuentacuentos? Ya no hay gente que juzgue, ni corremos riesgo de que nos escuche el sultán. Me tienes intrigada.

    —No son verdades horribles—se apresuró a añadir—, solo la verdad o al menos, un lado de la verdad que la gente quiere olvidar. Pero incluso las verdades más horribles pueden esconder bellas historias, solo que tus cuentos no te lo quieren dejar ver.

    Yvonne no comprendía del todo a que se refería pero insistió, haciendo que con una dulce sonrisa Whi-Two comenzara a narrar ese cuento en el que la protagonista se enamoraba de su hada madrina y querían estar cerca la una de la otra. Yvonne, que hasta ahora no creía muy fervientemente en lo poco que Whi-Two le había mostrado, escuchó con atención cada una de las descripciones y vocablos que de sus labios salían, todos cargados con la misma fe y pasión que le hacía perder el habla. Comparaba sin quererlo con la versión que ella conocía y no podía evitar alzar una ceja, curiosa.

     —... fin.

     —Es lindo, pero... la historia original tiene más encanto, ¿no? Quiero decir, tiene un hada madrina amable y una magia que hará más ilusión a los niños. El baile a medianoche donde todo se esfuma, la cenicienta, no sé, son cosas que tú no has narrado—Yvonne hablaba de manera suave y tranquila—. No hay un villano, no hay la magia del cuento original.

     —Lo sé—aceptó Whi-Two, tranquila—, pero es así como ocurrió. ¿Crees que es justo para la protagonista que sus verdaderos deseos sean ignorados? ¿Para el príncipe? ¿O para la madrastra y sus hijas?

     Yvonne no parecía convencida, pero Whi-Two no hizo nada para convencerla. Sin embargo la rubia se revolvió incómoda en su sitio y volvió a alzar la vista hacia la cuentacuentos que acababa de conocer, la miró de un modo que Whi-Two supo que nadie le miraría nunca; le miraba intrigada por sus narraciones, le miraba como una cuentacuentos anhelando cazar la verdad de las historias.

      —¿Puedes contarme otro cuento?

      Whi-Two, avergonzada, miró el exterior nublado y que el cielo comenzaba a oscurecerse. «La voy a decepcionar» pensó, la historia de amor de White y Moon era la única que había terminado sin arrugar el papel y tirarlo. Así que bajó la vista a su cuaderno de páginas arrancadas donde las únicas notas que quedaban era el nombre de Ruby en las cuales comenzaba a narrar de manera torpe la historia que Ruby le contó. Whi-Two desplegó los labios, volviendo a envolverse con esa fuerza y confianza que Yvonne se preguntaba de donde venía. Vio como al narrar cuentos, en la soledad y seguridad de esas cuatro paredes, esa joven a la que acababa de conocer, se transformaba en una persona distinta.

      Tal vez Yvonne no entendía la importancia de los cuentos, pero en ese instante supo, supo con mucha fuerza, que Whi-Two tenía que contar sus historias.

❛✎❜

Yvonne no había dejado que Whi-Two se quedara sola en la taberna, era peligroso y consiguió convencer a la de cabello castaño que se quedara en una pequeña posada. Le dio unas monedas de plata, a cambio de los cuentos que le había contado, y se despidió de ella. No sabía que ella era la primera persona que pagaba a Whi-Two y ni mucho menos que había sido la primera privilegiada de escuchar sus historias. Tenía mucho en que pensar tras la sesión, se iba con la cabeza embotada de vuelta a palacio preguntándole a Alá qué era lo que ella debía creer de verdad.

      Si era sincera, no quería creer que esa era la verdad de los cuentos, ¿una cenicienta queriendo usar al príncipe y renunciando a este? ¿Un hada madrina sin vocación? ¿Una bestia asustada y frágil? ¿Una bella que la mató? Se le había quedado el cuerpo revuelto, confundida, porque que Whi-Two creara versiones distinta no le importaba, sin embargo, clamaba con vehemencia que esa era la verdad. Así que caminó hacia la enorme biblioteca del sultán antes de irse a sus aposentos, y comenzó a abrir libros de historia, a leer sobre datos y leyendas. Había pasado de la sección de cuentos, la que estaba a su entera de disposición, a los pergaminos guardados sobre la historia del reino y lugares vecinos, eran papeles que solo los más viejos historiadores habían ojeado pero ahora ella, impulsada por una razón que ni siquiera podría explicar, también se unía a ello. Perdió toda la noche investigando esos cuentos y a la mañana siguiente, otra oscura y tormentosa, se sorprendió viajando a pueblos cercanos, buscando pergaminos con versiones viejas y desconocidas. Gastó ahorros en carpetas viejas y empolvadas, y recorrió tantos caminos que el dolor de sus pies se volvía insoportable, pero, al final del día, se sorprendió creyendo fervientemente de que era verdad lo que Whi-Two le decía.

      No quería creerlo, pero nada mostraba que el príncipe se hubiera casado con una plebeya. Nada mostraba que la Bella hubiera sido feliz con la Bestia. No había ningún trozo de papel que pudiera demostrar que había un final feliz para esos cuentos.

      Así pues, agotada, ya que el frío había calado sus huesos, la arena rozado la planta de sus pies y sus sandalias magullado sus tobillos tras tantas horas de caminata, Yvonne fue a la posada en la que había visto a Whi-Two por última vez. Subió los escalones de manera lenta y con un suave llamar los nudillos de susodicha retumbaron contra la puerta del lugar. Escuchó los torpes pasos de Whi-Two, probablemente levantándose de la cama y el pequeño quejido que se escapada de sus labios al tropezar.

     —¿Hola? ¿Qué haces aquí, Yvonne?

     Yvonne hurgó en su bolsa tras saludar.

     —Quería mostrarte esto—sacó unos pergaminos y se los tendió a Whi-Two.

     Whi-Two tomó los papeles donde había dos jóvenes dibujadas con tinta de Sinnoh, era una chica de mirar afilado y trenzas, otra de amable mirada y coleta alta. No tenía modo de saberlo, pero algo le decía que eran White y Moon.

      —Llegué a un pueblo donde me explicaron que eran dos chicas que vivieron hasta el fin de sus días juntas—musitó Yvonne—, tenían un puesto de dulces y parecían felices. Así que... tenías toda la razón Whi-Two.

      La chica de ojos azules no era capaz de articular palabra, sus dedos se habían quedado aferrados con fuerza a ese viejo papel y a ese cuento que tantas veces había revisado. Con un distraído movimiento dio un paso hacia atrás, dejando entrar a Yvonne en la habitación, quien seguía hablando:

      —Aun así, me cuesta creerlo, es complicado de asimilar. Tal vez sea osado de mi parte decirlo pero, ¿crees que podrías seguirme contando cuentos?

     Solo tras esa pregunta Whi-Two alzó la vista del papel, con los ojos acristalados. Parpadeó con fuerza, tratando de contener las lágrimas.

     —¿Por qué?

     —¿Qué dices?—inquirió Yvonne curiosa.

     —¿Por qué te interesas tanto en mis historias si solo me conociste ayer? Ni siquiera son tan buenas, no puedo entenderlo. ¿Has caminado tanto solo por comprobar qué era verdad y que no? ¿Por qué?

     —Porque son hermosas—contestó de manera resuelta y desenfadada, encogiéndose de hombros—. ¿Has escuchado la magia que trasmite tu voz? Me hiciste dudar de cosas que estuve creyendo durante toda mi vida solo con ver la pasión en tu mirar, así que no solo quiero saber la verdad de mis cuentos, sino que también deseo poder escucharte a ti contándolos.

     Lo dijo de una manera tan sincera y tranquila que, aunque Whi-Two era incapaz de creerlas, se sintió sumamente feliz. ¿Era esto lo que se sentía al querer ser escuchada? De ese modo, Whi-Two la guio hacia su cama y se puso de rodillas en el suelo, tomando con cuidado sus pies. Comenzó a vendarlos y cuidarlos, mientras de sus labios salía un suave «érase una vez...». Las lágrimas cayeron por el rostro de Whi-Two mientras narraba cuentos de memoria que había arrancado hace tiempo y que había odiado con todo su ser. Repudiaba sus palabras torpes, repudiaba su modo de expresarlo y que el dolor fuera incomparable a lo que los fantasmas sintieron en realidad, pero Yvonne le miraba con curiosidad y le alentaba, con suaves gestos y palabras a que continuara contando su historia.

     La noche terminó por caer por completo, haciendo que las temblorosas estrellas se alzaran tras los nubarrones. Aun con el paso de las horas, en la habitación de las chicas, se unió la lenta melodía del qanun con la que Yvonne acompañaba sus historias, así que durante esta noche, tanto Yvonne como Whi-Two, narraron sus cuentos. Y durante las siguientes noches así continuarían, contando tantas historias como estrellas, acompañadas por la suave melodía de un solitario qanun.

❛✎❜

—¿Crees que es culpa mía? Ya sabes, tal vez no les agrade el sultán o algo del estilo...

      Yvonne, quien se hallaba sentada sobre el pasto del bosque, soltó un largo suspiro haciendo que sus dedos entrelazados con los de Whi-Two se desenredaran. La otra chica con una sonrisa suave en los labios, comenzó a recoger en silencio la sal con la que había hecho un círculo y todas las pertenencias que había dispuesto en el suelo, entretanto reflexionaba sobre las palabras exactas qué quería decir para animar a la contraria.

      —No, no tiene nada que ver, a veces ni cuando estoy sola salen bien las cosas, esto puede ser un buen signo de que están descansando. Aunque has de tener en cuenta que estas es una historia vieja, de muchísimos años, tal vez ni las vasijas sean correctas.

     La rubia parecía entristecida todavía, había estado recorriendo todas las puntas del reino para encontrar los pedazos de vasijas y le apenaba que Whi-Two no pudiera mostrarle el proceso por el que podía escuchar de primera mano las historias. Pero sacudió la cabeza, tratando de animarse.

     —Yo también quería que pudieras escuchar la historia de sus labios, Y. ¡Pero otro cuento será!—Whi-Two trató de animarla de manera tierna, sentándose en el pasto junto a ella y posando la mano en su hombro—. Espero que te baste con que esta modesta cuentacuentos sea la que te narre la historia.

     Yvonne soltó un bufido divertido y asintió. Así que, avergonzada de su propio comentario, Whi-Two comenzó a narrarle con una risa nerviosa la historia de las cenizas que consumieron el País de las Maravillas. Al comenzar a hablar su voz no temblaba e Yvonne pudo comprobar como Whi-Two cambiaba levemente el tono para imitar el habla de los personas tal y como ella hacía en sus canciones. Había evolucionado mucho en los días que llevaban narrándose historias e ideando tramas mágicas. Podía notar que parte de la vergüenza que le hacía hablar bajo y suave en los primeros días se estaba disipando, eso hacía que Yvonne inflara el pecho victoriosa porque significa que, en cierto modo, Whi-Two confiaba en ella como para mostrar ese lado de sí misma. Whi-Two, en teoría, era su competencia, pero eso no impedía que Yvonne se sintiera muy orgullosa de ella. De este modo, cuando el «fin» salió de sus labios, Yvonne aplaudió y le tendió una mano para ayudar a su amiga a incorporarse. La rubia le acribilló a un millar de preguntas sobre el cuento y Whi-Two intentó responder lo mejor que podía mientras caminaban de vuelta al poblado vecino del bosque donde habían tratado de cazar el cuento.

      Whi-Two trataba de corresponder a su interés lo mejor posible, tratando de disimular lo feliz que le hacía eso.

      —¡Me muero de hambre!—exclamó Yvonne viendo el humo de las chimeneas a lo lejos—Vine con el Sultán una vez a este pueblo, hay un sitio en el que la comida es maravillosa. ¿Vamos?

      —Me parece bien.

      Dejando los cuentos de lado, Yvonne comenzaba a contar su día a día y Whi-Two se limitaba a escuchar tratando de no atragantarse con la comida por la risa. A decir verdad, no sabía cómo o por qué, pero se sentía cómoda con Yvonne. Hablar con la rubia le llenaba de calidez y le trasmitía una seguridad en la que sabía que podía ser ella misma, era como si Yvonne fuera una cuentacuentos que desentrañaba la verdad de una historia que era la personalidad de Whi-Two.

      La joven de ojos azules nunca se había sentido así con alguien, aunque, a decir verdad nunca había tenido muchos amigos. ¿Estaría siendo ella buena amiga? Mejor dicho, ¿acaso Yvonne la veía como una amiga de verdad? Caviló esa cuestión, quedando pensativa y sorbió de la calidez de su infusión. De repente la exclamación ahogada de Yvonne le hizo alzar la mirada del plato y ladear la cabeza, curiosa.

      —Oye, Whi, se me ocurrió una idea—emocionada, dejó el cuenco de golpe en la mesa, vertiendo algo de sopa en la barra—. ¿Por qué no cuentas un cuento aquí?

      Whi-Two abrió mucho los ojos, frunció los labios y miró a la derecha, luego a la izquierda, como si estuviera revisando que no hubiera enemigos en la zona. Yvonne soltó una pequeña risa enternecida y le dio una palmada en la espalda.

      —¿Qué? ¿Por qué?—se atrevió a preguntar, totalmente confundida.

      —¿Por qué no?

      Yvonne lo soltaba como si fuera tan sencillo. La chica de cabellos castaños negó con la cabeza, volviendo a sentirse pequeña e indefensa ante la marabunta de gente. No quería expresarlo en palabras, porque no quería parecer que se lamentaba, pero no sabía cómo decirle a Yvonne que sus cuentos no merecían tanto la pena como decían, que sus palabras eran simples y aburridas, que, hasta el día de hoy, la única persona a la que le habían interesado sus cuentos era ella. Sus cuentos no valían nada.

      ¿Acaso a alguien eso le importaba?

      ¿Cómo se lo decía? Así que optó por guardar silencio, notando que su garganta dolía del fuerte nudo que la apresaba y que la angustia oprimía su lengua, sus dedos, su tráquea, asfixiándola. Pero, de repente, Yvonne posó la mano sobre la suya, esa mano tan cálida acompañada de su orgullosa sonrisa. Yvonne soltaba sus palabras como si no fueran nada y hacía sus actos como si fueran gestos livianos, pero para Whi-Two esa caricia de los dedos de la rubia contra sus nudillos pesaba tanto que sintió que una nerviosa sonrisa se escapa de sus labios.

      —Yo creo en ti, Whi-Two.

      Whi-Two bajó la mirada al plato, evadiendo la ceniza de los ojos de Yvonne que amenazaba con impregnar su alma y llenarle de la misma fe sinsentido.

      —Creo que tus historias son algo que merecen la pena escuchar—continuó hablando, cargando cada vocablo con seguridad.

      —No creo que a la gente les guste, pero...

     Eso fue lo único que pudo responder, con voz quebrada. Si seguía así, Yvonne se terminaría cansando de ella, así que frunció los labios y dejó la frase en el aire. Al ver eso, la rubia ladeó la cabeza y con un suspiro se puso en pie, tomó su qanun y sus dedos arrancaron un dulce acorde del instrumento. De reojo miró al dueño de la taberna, quien se limitó a asentir, e Yvonne se sentó sobre la barra, cruzando las piernas.

     —Érase una vez, un reino de cenizas. Era una tierra de las maravillas, repleta de dulces, mermelada y... muchísimo helado.

     Poco a poco la misma melodía que cautivó a Whi-Two en medio de las calles de oro, comenzó a resonar, pero ahora acompañado por un cuento que había formulado con sus propios labios. La historia del País de las Maravillas comenzó a tomar forma ante ese ritmo improvisado y la dulzura de la Reina de Corazones hizo aplaudir a algunos en la taberna. Whi-Two escuchaba y veía, al ritmo de un solitario qanun que había sido la melodía de los cuentos durante sus largas noches en vela, como las historias que había guardado polvo en lo más profundo de su corazón y que se hallaban aprisionadas entre las páginas de cuero, se liberaban cabalgando en los sostenidos y los bemoles.

     Cuando el instrumento enmudeció y las voces del gentío volvieron a alzarse sobre el silencio, Yvonne bajó de un salto de la barra. Guardó de nuevo el qanun en su carcasa y miró a Whi-Two alzando una ceja, el público no lo había recibido con mucho entusiasmo pero Whi-Two estaba emocionada. De nuevo actuaba como si no hubiera sido nada, pero Whi-Two había quedado tan muda como el instrumento.

      —Les ha gustado—fue lo único que dijo con una sonrisa socarrona mientras dejaba monedas sobre la mesa.

     —No a todos. No ha tenido el furor de tus cuentos.

      —¿Y? Tú decías que no creías que a la gente le iba a gustar, y mira, al menos unos cuantos han disfrutado. Cuando tú los cuentes conseguirás la más grande de las ovaciones.

     Yvonne le volvió a tender su mano y Whi-Two se bebió de un trago el resto de infusión que le quedaba. Atesorando cada rostro cautivado por los cuentos, Whi-Two salió reflexionando del lugar.

     —Así que, entiendo que no es fácil—seguía hablando Yvonne— y que es mejor ir poco a poco, pero me gustaría escuchar más a menudo lo que piensas y que, tal vez, comiences a valorar tus propios cuentos.

     Caminaban tranquilamente bajo las estrellas, con el frío arreciendo sus huesos, en dirección a la gran ciudad. Yvonne iba un poco más adelantada que Whi-Two, quien alargó un poco la mano como si quisiera alcanzarla, pero bajó la mano quedando su vista fija en la espalda desnuda de Yvonne y desplegó los labios:

     —Gracias, Yvonne. De verdad.

     Yvonne miró hacia atrás, girando levente su cabeza, en un delicado movimiento que hizo que su corta cabellera ondeara al viento. Se encogió de hombros, con una sonrisa acompañando el sonrosar de sus mejillas y Whi-Two se detuvo a admirar la amable belleza y calidez de ese rostro. Tragó duro, dando una zancada hacia ella, y tomó la muñeca de Yvonne haciendo que ambas chicas se detuvieran en medio del camino, ante el enorme bosque.

     El silbido del viento resonó entre los árboles y los pokémon salvajes revolotearon por el cielo nocturno. Justo en ese instante, cuando los Murkrow alzaban el vuelo, Whi-Two la miró con sus ojos temblosos, dejando ver la inseguridad que tintineaba contra sus pupilas, revelando lo pequeña e indefensa que se sentía ante Yvonne.

     —Gracias por creer en mí.

     Esas palabras resonaron en medio de la silenciosa noche, como las dulces notas que profería el qanun en sus encuentros. Yvonne se giró por completo y volvió a sonreír genuinamente.

     —Es lo que hacen las amigas, ¿no?

     Al decir esas palabras de los labios de Whi-Two solo pudo salir un tembloroso «yo...» e Yvonne de nuevo fue incapaz de comprender si era la alegría o el miedo lo que hacía que los labios de la otra muchacha se curvaran en una genuina sonrisa. Ese gesto fue formado, acompañado de una leve risa mientras de sus claros orbes caían unas enormes y acrisoladas lágrimas. En cuanto pronunció la palabra «amigas» unos sollozos comenzaron a escaparse de los labios de Whi-Two, quien todavía sonreía. Compungida, incapaz de comprender que era la más pura alegría lo que le hacía llorar, un llanto que celebraba que ya no era una solitaria cuentacuentos que nunca narraría historias, Yvonne la abrazó con ternura.

     —Tranquila, tranquila, volvamos a casa. Tenemos que buscar más historias que cazar.

     Asió de los hombros a la chica y la miró con una enorme sonrisa, Whi-Two asintió, secándose las lágrimas e Yvonne tiró de ella durante el camino. Recorrieron de vuelta los largos senderos que les llevaba a la capital, durante estos Yvonne le hablaba de la biblioteca de palacio y como allí podían encontrar los pergaminos más viejos existentes. Así pues, por insistencia de esta, ambas fueron a la biblioteca de palacio.

     Cuando llegó a los pasillos recubiertos de las alfombras con brocados de oro y las entradas de amplios arcos, Whi-Two se sintió intimidada y se escondió tras Yvonne cuando la pesada mirada del visir se hizo presentes. No obstante, en seguida ante sus ojos brillarían las enormes estanterías recubiertas de libros, los gruesos lomos raspados y los pergaminos guardados con tanto mimo como si fueran oro puro. Whi-Two se hundió en ese gran paraíso de cuentos acompañada de Yvonne. Las dos chicas se impregnaron juntas de historias y fueron buscando el camino marcado de migas de pan que se hallaba escondido entre las palabras y que le mostraría sobre el Caníbal de Novarte real. A veces Yvonne encontraba cuentos extraños y se los contaba a Whi-Two, haciéndola reír, otras veces Whi-Two encontraba curiosidades sobre cuentos que ya habían sido narrados y se los mostraba a Yvonne con ilusión. Así pasaron la noche, y también pasarían el día, puesto que se distraían con sus propias anécdotas y entre el pesado silencio de los libros, Whi-Two comenzó a aprender a tocar el qanun. Ambas cuentacuentos iban perdiendo su objetivo, perdiéndose en las peculiaridades de la una y de la otra, y, sin embargo, a ninguna de las chicas les importó.

     La historia del Caníbal de Novarte fue tomando forma, aunque había tantas piezas inconexas que estaban sin saber qué hacer. Cuando eso pasaba se tomaban un descanso, Whi-Two se dedicaba a escribir en su libreta de cuero e Yvonne volvía a sus responsabilidades como cuentacuentos del visir. En esos momentos, Whi-Two aprovechaba para volver a perderse por los caminos de la ciudad y llegar a la muchedumbre que Yvonne siempre conseguía reunir. Entre el gran gentío, ella se quedaba a escuchar desde las sombras a Yvonne tocar y narrar sus cuentos acompañada de su melodiosa voz.

     Cerraba los ojos bajo la calidez de los rayos del sol y se dejaba acunar por la voz de Yvonne, como cuando pasaban las noches contándose historias. Y siempre, en medio de la muchedumbre Whi-Two sabía que ese cuento era para ella. Entonces, poco a poco, fue notando como cambiaban las melodías y las entonaciones, hasta que un día sonó una canción conocida que ella misma trataba de tocar con torpeza en el qanun. Era el cuento de Ruby, que tan olvidado había sido. Yvonne alzó la mirada, encontrándola entre todo el gentío; fue como el primer día en el que sendos ojos se encontraron y se llenaron de valentía. Tal vez enferma de la añoranza de esos momentos, o enferma de muchas cosas que se revolvían en su interior, temblorosa, pero acompañada de la calidez de esos ojos grises, Whi-Two dio un par de pasos al frente, siguiendo el lento ritmo del qanun. Cuando los instrumentos de viento comenzaron a silbar en un suave lamento, Whi-Two desplegó los labios:

     —Érase una vez...

     Y bajo la atenta y fulminante mirada del visir, Whi-Two continuó pronunciando cada vocablo de manera temblorosa, notando que las ganas de llorar aumentaban. Yvonne continuó tocando con una mano y con la otra buscó los dedos temblorosos de Whi-Two, se iban retorciendo en busca de la otra, hasta que Whi-Two notó la opresión cariñosa del agarre de Yvonne. «Tú puedes» le decía Yvonne con sus notas musicales y Whi-Two con las chispas de la magia en sus ojos, olvidando el mundo que le rodeaba, viajó a un mundo en el que solo estaban Yvonne y ella, contándose cuentos como era usual. Así que narró, con miedo y torpeza, pero narró su cuento hasta el final y su voz resonó para todos los que la escuchaban.

     Al acabar da narrar su cuento, ambas se miraron, orgullosas la una de la otra y con una enrome sonrisa, como si nada hubiera pasado, volvieron a su día a día de cazar cuentos, reírse de tonterías y buscar en los viejos pergaminos de la biblioteca.

     Poco a poco las dos jóvenes consiguieron ponerle un punto final a la historia del Caníbal de Novarte, pero en este caso las mentiras eran tantas que ninguna de las dos chicas pudo entrever cuál era la realidad. Así que, investigando, entre noches de desvelo en los aposentos del palacio, y cortes en la yema de los dedos a causa de los libros de la biblioteca, consiguieron tomar un barco que zarpó hacia el lejano país donde se hallaba el bosque de Novarte. Iban con una libreta verde en una mano y los utensilios del ritual en otra, esta vez iba a salir bien, y estaban convencidas.

     Consiguieron llegara a una vieja cabaña, perdida en lo más profundo del bosque con la soledad carcomiendo sus paredes de madera y oxidando los hornos. Las dos chicas repitieron el proceso que había fallado con la historia del País de las Maravillas. Yvonne parecía algo nerviosa por eso, pero siguió obedeciendo las instrucciones de Whi-Two hasta que se tomaron de las manos en el círculo de sal, dejaron que el calor de las velas les hiciera sudar mientras sus llamas crecían y crecían por la magia de Whi-Two.

      Y entonces él apareció. Apareció con un triste cuento cargado de soledad de los labios de un cansado hombre de ojos verdes. Green tumbó de un suspiro las mentiras que habían recolectado y cargó de pena las páginas de ese libro verde que ambas posaron en el centro del círculo.

      Ambas chicas se abrazaron la una a la otra cuando el muerto desapareció. Se abrazaron para llorar. Pero cada una lloraba por diferentes motivos, Whi-Two tenía la piel crispada de pensar que Green había visto toda su vida estropeada por la magia—lo que ella llevaba en sus venas—y como, por mucho que lo intentó, no pudo tener un final feliz; había nacido sentenciado gracias a esta. Yvonne, por otro lado, lloraba porque ahora etendía a Whi-Two en su totalidad, comprendía por que defendía a capa y espada la verdad de los cuentos y lloraba porque de la historia de Green solo quedaban mentiras.

      Así que las lágrimas de Whi-Two cayeron en pos de la seguridad de Yvonne, y las lágrimas de Yvonne regaron los ideales que Whi-Two había sembrado.

      Ese día no fueron capaces de contar ninguna historia, solo pudieron escribir la melodía y el cuento de Green. Así pues, en silencio, cada una se alejó de la otra esa noche, despidiéndose con una suave sonrisa y un gran abrazo.

      A la mañana siguiente, tras una noche en la que la preocupación no había dejado a Whi-Two dormir, amaneció recordando los tristes y solitarios ojos de Green. Sabía que la magia, si era mal usada, solo podía dar un final infeliz, así que debían andar con cuidado, no quería que ninguna de las dos contara su último cuento. Se puso en pie y se cambió de ropa, dando gracias a Alá que ella tenía a Yvonne haciéndole compañía y con esos pensamientos caminó hacia donde sabía que estaría la marabunta de personas escuchando a su amiga. Miró la esbelta figura del visir escuchando desde el camino la melodía de Yvonne, Whi-Two le saludó con timidez y se perdió entre el cúmulo de personas.

     No obstante, esa vez tuvo poco tiempo para disfrutar, ya que se dio cuenta de que el resto de instrumentos se había ido y que Yvonne se hallaba sumida en un solo que narraba una historia conocida. La rubia narraba de manera lenta y trágica la historia de Caníbal de Novarte, Yvonne cantaba a todo pulmón la soledad que Green les había contado y soltaba las imprecaciones que el hombre de ojos verdes quiso gritarle al cielo antes de que la guillotina le arrebatara la vida. Y Whi-Two sintió su cuerpo estremecer, porque en esos instantes entendió a Green muy bien, tal vez demasiado. Así que esperó a que Yvonne finalizara con un carraspeo, tenía su garganta adolorida de la pasión que rasgaba sus cuerdas vocales y quizás ese dolor fue lo que hizo que no pudiera sonreír ampliamente al ver a Whi-Two acercarse, o quizás fue por la expresión agobiada de esa segunda chica.

     —Yvonne—pronunció su nombre con ímpetu—, debes parar.

     —¿Qué? ¿Debo parar el qué?

     Whi-Two soltó un suspiro pesado.

     —No debes contar este cuento. Mejor dicho, debes tener cuidado con...—trató de pensar y negó con la cabeza—¡con todos los cuentos! El visir estaba en el público y obviamente te esta mirando mal.

     —En su defensa, siempre nos mira mal.

     —¡Yvonne!—exclamo Whi-Two exasperada—¡Es peligroso!

     —Lo sé, tranquila. Pero tú misma lo decías: las historias deben ser contadas, su verdad. He estado pensando, pero por mucho que Green quisiera la mentira, ¿crees que es justo para X vivir así?—dijo, entretanto se ponía en pie y se alejaban—. Me enseñaste de esa justicia en el cuento de la cenicienta, de la importancia de la verdad con la reina de corazones llamada Blue y ahora... no puedo simplemente dejar que Green muriera así. No me importa que no le guste al visir.

     —Estás haciendo apología a la magia. ¡Así solo te van a despedir o peor!

     —Pues que me despidan. Podemos seguir haciendo esto juntas, ¿no? Contar cuentos. Somos un buen equipo juntas, tenemos futuro, dime que tú también piensas eso.

     Whi-Two abrió mucho los ojos notando que un fuerte rubor cubría todo su rostro, pero no se dejó llevar por las tentaciones y negó con energías.

     —¿No entiendes que fue la magia lo que mató a Green? ¡No quiero que te pase nada Yvonne, tienes que parar! Si te pasa algo...

     Yvonne suspiró a la vez que Whi-Two tragó duro.

      —Si te pasa algo, ¿quién será mi amiga? ¿Con quién contaré historias y con quien me divertiré?—En realidad, esas cosas eran las que menos le importaban, le bastaba con poder conocer a Yvonne pero no fue capaz de decirlo—. No quiero perderte, Y.

     Esta vez fue la rubia quien rehuyó su mirada, llena de vergüenza, pero luego, resignada, volvió a mirar a ese enrojecido rostro que parecía que en cualquier momento iba a quebrar en llanto.

     —Y-yo soy mejor gracias a ti.

     —No, Whi, linda, eres mejor por ti misma—corrigió con rapidez—. Si crees ser mejor es porque siempre tuviste ese potencial—posó la mano en su mejilla, con una sonrisa, haciendo a Whi-Two sonrojar incluso más—. Simplemente he creído en ti cuando tú no querías hacerlo, pero eso no significa que seas mejor gracias a mí.

     —Gracias, es que... no sabes lo feliz que me haces. Por eso, te lo ruego, te ruego que tengas cuidado por favor. Yo siempre hablaba de la verdad de los cuentos pero hasta que te conocí nunca conté ninguno, ¡era una cobarde! ¡No entendía el peligro! Así que si te pasara algo... si te pasara algo...

     Su voz se quebró e Yvonne retiró su mano con dulzura. Notaba que su corazón daba un vuelco y latía con pena a la par que por emoción. Otro fuerte latido retumbó en su pecho cuando en medio de la calle, todavía con el público dispersándose, Whi-Two le tomó de las manos y la miró fijamente con vehemencia. Yvonne se sintió algo intimidada puesto que Whi-Two solía evadirle la mirada, pero sostuvo el peso de la pasión de esos orbes azules, mientras notaba el ardor del sonrojo en sus propias mejillas.

     —Sé que el primer cuento que te narra un fantasma siempre llega más, ya sea un final triste o feliz la emoción se magnifica, a mí me pasó lo mismo que a ti por eso entiendo que le des tanta importancia—explicó la chica de ojos azules, suavemente—. Pero por favor, deja que te narre mi primer cuento. Necesito contártelo, en serio.

     Yvonne asintió, algo confundido y Whi-Two con su voz aún algo quebrada, todavía con el cuento del Caníbal de Novarte rasgando su corazón sacando su inseguridad latido a latido, comenzó a hablar:

     —Bien, este es el cuento de una tierna y amable joven que usaba una caperuza roja, un malvado lycanroc y un valiente cazador. Quién me contó la historia fue el lycanroc feroz.

     Y palabra a palabra, Whi-Two le contó un cuento que ni ella misma había sido capaz de darle esa interpretación hasta escuchar a Green. Era la historia sobre un joven maldito por la magia, otro individuo al que ese don le había arrebatado un final feliz. Whi-Two le expuso que las maravillas que habían vivido podían ser como ese lycanroc feroz encariñándose con caperucita roja; el último balín de plomo que arrebataría una vida.

     Cuando terminó de hablar, Yvonne aún continuaba aferrada a sus manos, oprimiendo con cariño.

     —Whi pero...

     —La magia muchas veces solo otorga finales trágicos, Yvonne—interrumpió—. El visir nos mira mal, esos cuentos narran verdades que él no quiere escuchar, narra verdades que van en contra de las creencias del sultán. Y por Alá, debes tener cuidado. Estás yendo contra el sultán, el acto más grande de traición, le matarán si eres afortunada, te torturaran si no, ¿de qué sirve que cuentes las verdades si te atrapan y todo se acaba?

      Silencio, Yvonne parecía sopesar esas palabras y eso hizo que Whi-Two sintiera el más puro alivio.

     —Pero todavía no es demasiado tarde, o eso c-creo.

     —Pero, ¿entonces de qué sirve todo lo que hicimos si ahora he de mentir de nuevo? ¿No es esta mi responsabilidad como cuenta cuentos?—cuestionó la rubia—. Hagamos lo que hagamos una parte de la historia acabará mal.

     Al escuchar esas preguntas que cuestionaban los ideales que había defendido toda su vida, Whi-Two se llevó las manos a la cabeza. Yvonne estaba poniendo su realidad patas arriba, del mismo modo que ella lo hizo cuando se conocieron. Sin embargo, al palpar su agobio, Yvonne posó una mano en su hombro captando su atención.

     —Entonces simplemente hagamos nuestro camino. Retorzamos nuestro cuento—dijo con una enorme sonrisa—. Eso lo aprendí de ti.

     Yvonne puso los brazos en jarra y sonrió con picardía.

     —¿Ves? Si yo te hago mejor, tú me haces mejor a mí. ¡Por eso estaremos bien! Somos un buen equipo, aprecio que me hayas contado ese cuento pero, ni tu ni yo somos un lycanroc feroz o una amable caperucita. Somos nuestra propia historia.

     —Y podremos tener nuestro final feliz—musitó.

     —Sí.

     —Aun así ten cuidado—insistió la de cabello castaño, haciendo reír a la contraria.

     —Eso intentaré. Pero, al contrario que en los cuentos que ya están escritos, nosotras sí tenemos oportunidad de elegir, ¿no?

     Whi-Two asintió poco convencida pero se centró en el contacto de las manos de Yvonne en su cuerpo y eso le bastó consuelo. Pasara lo que pasara, Yvonne le había enseñado a no rendirse. Ambas jóvenes volvieron a su rutina de paseos por la ciudad con la excusa de cazar historias y despedirse en medio del anochecer, sin embargo, cuando Yvonne volvía a palacio se dio cuenta de que, mientras subía las escaleras de caracol que llevaban a su alcoba, los guardias cargaban de pólvora sus rifles y afilaban sus cimitarras. Sintió un sudor frío recorrer su espalda y la advertencia de Whi-Two pasó por cuerpo en forma de escalofrío. Ante su puerta vio de reojo que otros dos vigilantes esperaban, preparados y firmes.

     Tragó duro y de un salto se deslizó por la barandilla sorteando al guardia que estaba en el borde de esta. Estos soltaron una exclamación mientras esta caía al suelo en pie y comenzaba a correr hacia la puerta que llevaba a los grandes jardines.

     —¡Síganla!—ordenó con su grave voz el sultán—. ¡Y envíen otros hombres a por la bruja! ¡Quémenla como a esa taberna donde descansaba! ¡Destrócenla!

     Escuchar esas palabras le llenó de energía cuando sus piernas querían fallar. Iban a por Whi-Two y no iba a dejar que eso pasara. Así que corrió lo más rápido que pudo, saltando los muros de los callejones y perdiéndose por los recovecos estrechos de la ciudad. Varias veces se cayó al suelo, raspando sus manos y rodillas, pero continuó corriendo como si su vida dependiera de ello —porque lo hacía— hacia la posada en la que sabía que descansaba Whi-Two.

     Consiguió darles esquinazo y se coló en los patios de las viejas casas donde la ropa tendida ondeaba al viento. Jadeando y con el corazón latiendo a tanta velocidad que dolía, caminó sigilosamente hacia la posada y consiguió arrastrarse hasta el cuarto de Whi-Two.

     —¡¿Yvonne?!—chilló al verla.

     Whi-Two la tomó de los brazos y la arrastró hacia su cama, cerrando la puerta.

     —Tenías razón—fue lo único que pudo decir con la respiración entrecortada.

     —Tranquila, recupera el aliento. Todo estará bien.

     «Todo estará bien» trató de convencerse, pero sabía que no era verdad. Yvonne abrazó sus rodillas y ahogó un grito, sintiendo la más profunda culpa retorcerse en su pecho. Todavía creía que no había hecho ningún mal, pero, ¿cómo había sido tan tonta? Comenzó a sollozar cuando notó la calidez de la magia de Whi-Two reptando por sus rodillas, la misma magia que hacía que las velas aumentaran su poder y que daba descanso a los muertos.

     —¡Tenías razón, tenías razón!—lloriqueó, agobiada—. Nos pisaban los talones, debí ser cuidadosa. ¿Por qué diablos son tan tonta? El sultán fio la orden a los guardias de atrapar a una bruja cuentacuentos, ¡se referían a ti! Te tenían en el punto de mira y yo le ofrecí sin darme cuenta.

     Yvonne siguió soltando una imprecación tras otra, maldiciéndose a sí misma. Whi-Two nunca la había visto así, ni siquiera la propia Yvonne supo que algún día estaría así, así que, sin saber qué hacer y sabiendo que la magia no calmaba la ansiedad de su alma, Whi-Two la abrazó con dulzura.

     —No eres tonta. No digas eso...

     —Pero Whi-Two, estás en peligro. Te puse en peligro.

     —No, tú lo dijiste, podemos salir adelante. Somos nuestra propia historia. Podemos... podemos pensar algo ahora—musitó no muy convencida, pero negándose a que ese era el final—. Podemos salir corriendo e irnos a otro país. Salimos por el balcón, podemos hacerlo.

     —Estoy orgullosa de ti.

     Whi-Two sonrió y bajó la mirada al suelo.

     —Creo que lo mejor es separarnos, que una vaya en un barco de polizón y otra en otro. Así es más fácil que no nos sigan el rastro. Puedo engañarles dejando rastros de magia y hacerles pensar que me fui a otro país.

     Los ojos de ambas jóvenes brillaron con esperanzas, Yvonne se secó las lágrimas y asintió.

     —Nos encontraremos cuando todo esté calmado en el bosque Novarte, en la casa de Green. ¿Te parece?—sugirió la rubia.

    —Nos encontraremos y tendremos muchos cuentos para contarnos.

    —Sí. Entonces yo me iré a pueblos vecinos, conozco lugares donde esconderme y estar a salvo. Tú vete del país cuanto antes, yo tomaré un barco en un pueblo costero del este.

     Whi-Two se puso en pie, comenzó a guardar en su macuto sus pertenencias y miró su vieja libreta de cuero. Se la tendió a Yvonne, con una sonrisa.

     —Puede que tardemos mucho en encontrarnos o que una de las dos... no llegue—murmuró, temerosa de esas palabras que pronunciaba—. Yo me sé mis historias de memoria.

     —Entiendo. Pero mientras una salga adelante, la otra contará su cuento.

     Whi-Two se puso en pie y miró por la ventana, los pasos de los guardias sonaban al otro lado de la posada y el revuelo de estos se escuchaba en calles paralelas. Abrió la ventana de par en par haciendo que la arena de la calle y el viento inundaran la habitación. Yvonne se aferraba a la libreta de cuero con fuerza y se puso en pie, tomando otra bolsa en la que Whi-Two comenzó a compartirle pertenencias. Una vez tuvieron su equipaje listo ambas quedaron ante el ventanal de madera abierto, con el viento crispando su piel y los pasos cada vez más cercanos y amenazadores.

     Ambas jóvenes tenían los ojos acristalados y sus manos temblaban buscando la de la otra con timidez.

    —Pero no dejemos que eso pase, ¿vale?—añadió con firmeza Yvonne.

    Whi-Two asintió, e incapaz de mantener más la serenidad abrazó a Yvonne de nuevo. Esta vez la rubia pudo corresponder a su abrazo y hundió su rostro en el hombro de la chica, escuchaba los sollozos de la otra, ahora acompañando a los suyos, y las uñas clavándose en su espalda, no queriendo dejarla ir.

     —No dejemos que eso pase—repitió Whi-Two.

     Se separaron, tragando duro y Whi-Two dio un paso hacia atrás, asomándose al balcón. Se subió a la barandilla y pasó al balcón vecino con cuidado, acerándose al alto muro que rodeaba la casa vecina. Estaban a pocos metros e Yvonne dio unos pasos temblorosos sobre las frías baldosas del balcón, acercándose a Whi-Two.

     —Te quiero, Whi—le clamó a la Luna—. De verdad que lo siento tanto, lo siento tantísimo.

     —No hiciste nada malo, si esto es culpa tuya, entonces también es mía por haberte enseñado la magia y haberte conocido o no haber escuchad tu advertencia el primer día. Pero...

     —Pero nunca cambiaría por nada en el mundo haberte conocido, Whi—completó la otra.

     —Yo tampoco.

     Yvonne apoyó las manos en la barandilla y acercó su rostro al de Whi-Two, haciendo que esta última se inclinara hacia ella. Los labios que narraban historias se juntaron en un triste beso, mientras los dedos de Yvonne se enredaban en el cabello ondeante de Whi-Two como si de las cuerdas del qanun se tratase.

     Ese fue el último cuento que ambas recitarían bajo las estrellas, se separarían deseando que esa unión hubiera durado más y se dieron la espalda mutuamente.

      —Yo también te quiero.

     Whi-Two le correspondió a sus palabras, haciendo a Yvonne sonreír de la manera más triste posible, antes de bajar de un salto al patio vecino y tratar de perderse entre callejones rodeados de guardias. Yvonne tomó la libreta con fuerza, apretándola contra sus dedos, y escuchando como de una fuerte embestida la puerta cedía, se agarró a las ramas de un árbol y bajó con rapidez yéndose en dirección contraria a la otra chica que tanto quería.

     Yvonne corrió y corrió, escuchando los pasos tras ella y los disparos que le hacían tirarse al suelo. Mientras su piernas daban de sí lo máximo que podían, se dio cuenta de que su rostro volvía a estar surcado por las lágrimas, así que continuó corriendo acompañada de su llanto, disculpándose con Whi-Two, consigo misma, incluso con Green.

     Simultáneamente las dos jóvenes corrían siendo perseguidas, una yendo sigilosa entre los callejones, otra escalando a los tejados para cruzar a calles vacías. Iban cerrando los ojos con fuerza, notando que la arena raspaba sus pies y la pena sus almas. El camino abierto que llegaba al bosque quedaba a pocas calles, pero el trote de los caballos comenzó a inundar la calzada acompañada de miradas curiosas y una embestida sin piedad tumbó a Yvonne completamente y el qanun soltó un último suspiro en el que sus cuerdas se quiebran. Pero aún no se iba a rendir, notando la punzada de dolor en su tobillo se intentó poner en pie pero le falló el equilibrio, así que se arrastró, disculpándose todavía. La sombra del guardia, escoltando al visir que la miraba con una expresión compasiva, se comió el cuerpo de Yvonne, y con un chillido fue arrastrada por el suelo, llenando de arena sus pulmones y de sangre su vientre y rodillas

      ¿Cómo contarían su historia? Fue lo único que cruzó su mente mientras atrapaban y miraba a las estrellas pensando que, al menos, Whi-Two estaba lejos.

      Y a su vez, Whi-Two corría como podía mientras Yvonne rezaba por su seguridad, tenía un disparo en el costado pero había conseguido escapar, al contrario que con la otra cuentacuentos, con ella los guardias no habían tenido piedad. Había conseguido despistarlos, así que, mareada, fue tambaleándose a la taberna, dejando manchas rojas sobre el asfalto dorado de la arena. Notó que los trozos de vasijas rotas rasgaban sus rodillas cuando entró arrastrándose al lugar y subió al desván. Se acurrucó en una polvorienta esquina, llena de ceniza, notando que los borbotones de sangre no cesaban. Con sus manos temblando, entrelazó sus dedos y los juntó para sanar su herida, escuchando los pasos de los guardias en la planta inferior y las armas ser cargadas.

     ¿Cómo contarían sus cuentos? Eso fue lo único que pudo pensar Whi-Two, mientras veía a trampilla del desván quebrarse de un golpe y asomaba la boca del arma.

     ¿Acaso a alguien le importaría? Fue lo único que pensaron ambas jóvenes mientras lloraban juntas, deseando lo mejor para la otra sin saber su destino.

     Pero Yvonne se mantuvo firme abrazándose a esa libreta de cuero, porque sabía que estaba lejos, porque sabía que Whi-Two estaba a salvo y con ella, su cuento. Y Whi-Two siguió intentando ponerse en pie, con esa valentía que solo Yvonne le había enseñado que merecía la pena, porque prometieron encontrarse y contarse más cuentos. Pero cuando el arma le apuntó, solo pensó que Yvonne estaría bien, que estaba lejos y salvo, y con ella, la verdad de la historia.

     Pero se contó que érase una vez dos jóvenes que pasaron a la historia como una bruja y su discípula, dos jóvenes manipuladoras y malvadas que buscaban acabar con el sultán. Cuando en realidad, érase una joven que se escondida asustada en un desván, abrazada a su macuto sacando valentía de donde no la tenía y érase otra joven que era arrastrada ante el sultán. Ambas firmes pero aterrorizadas de miedo, ambas pensando que la una, y la otra estarían bien, ambas mirando a las estrellas pensando que al menos bajo estas se contaron cuentos, mientras los pesados pasos de sus verdugos quedaban cada vez más cerca.

      Pero el legado que dejó el cuento fue que la una maldijo a la otra antes de morir juntas bajo las llamas del pueblo que las odiaba, cuando en realidad se dijeron un último «te quiero». Dice el cuento que vino la paz tras la muerte de las brujas, dice el cuento que por culpa de ellas nacieron niños envenados por sus historias. Pero la una solo pudo llorar mientras la espada del guardia se alzaba sobre su cabeza. Y la otra solo pudo sonreír mientras el sultán acercaba su mandoble a su cuello.

      «Te quiero». Ese fue el final de sendos relatos, versiones de una historia que nunca nadie se aprendería. Eran cuentos que no merecían ser contados por ser una realidad retorcida, aunque el final fuera un simple y solitario «te quiero» bajo el tililar de las estrellas y la solitaria melodía de las cuerdas rotas de un qanun.

FIN


¡Hola a todos! Muchísimas gracias por haber llegado hasta aquí y me disculpo tanto por la exagerada extensión de este relato como su tardanza, además de la pobre calidad de este ya que al ser tan extenso y haberlo revisado estando cansada se me pasaron muchos errores por el alto, he seguido revisando y tratado de dejarlo lo mejor posible. Me disculpo por ello.

Este fue el último del AU de cuentos, así que puede que tarde bastante tiempo en planear la siguiente tanda de cinco relatos con sus respectivas canciones. Tampoco estoy segura de si estos llegarán, pero en el caso de que así sea espero volver con algo más interesante y que puedan disfrutar.

 Les dejaré un dibujo WhyShipping aunque no es relacionado con nada JAJSAJ. Nos leemos <3.

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